No otra cosa es la literatura y
particularmente la novela, tal como la asumía Balzac: “arrancar palabras al silencio; arrancar ideas a la
noche”. El novelista se ha convertido en
el cronista historiador de nuestro tiempo.
La novela ha sido el género literario por excelencia del siglo XX, en
ella y a través de ella se han expresado mundo lingüísticos y culturales, en su
momento históricamente periféricos con respecto a Europa, Primero fue Rusia y
su saga milenaria; Dostoyesky, Tolstoi, Chejov, Gorki, Sholojov, Pasternack,
Solzhenitsin. Después la epopeya
norteamericana con E. Cooper, Melville, M. Twain, Poe y sus epígonos, Scott
Fitzgerald, Faulkner, Steinbeck, Dos Passos, Sinclair Lewis, Samuel Bellow,
Hemingway.
Después
vinieron los latinoamericanos, muchos y buenos escritores de oficio, con una
gran herencia mitológica y literaria, con una realidad compleja, difícil,
apasionante. Cada escritor asumió su
destino de héroe cultural y entabló un diálogo fecundo con el mundo a través de
la respectiva sociedad, de la cual ha
sido el mejor intérprete y su crítico más feroz. A Moravia, ha dicho que el novelista es el
único que ha tenido el atrevimiento de proclamar lo que todo el mundo sabe y ve
pero calla; que el rey está desnudo (Anderson) es decir, que el poder corrompe y manipula y la sociedad
cultiva sus vicios y complicidades. El
escritor se ha convertido en la contraparte del poder, en verdadera voz
del pueblo. Si en el pueblo la cultura ha sido de
resistencia y creación en la tradición,
para el novelista ha sido un arma de combate contra la servidumbre de lo
cotidiano, la alineación y la manipulación.
El
novelista ha emprendido un peregrinaje consciente hacia el alma colectiva,
abrevando en la historia viva del pueblo, asumido como cronista historiador ha
gritado, injuriado, agredido, desenmascarado, ha dado su testimonio y ha dicho
su verdad. Entre ellos y por motivos
especiales cabe destacar a: Ernesto Sábato (Premio Cervantes 1984), Camilo José
Cela (Premio Nacional de Literatura, de España, 1984), Carlos Fuentes (Premio
Nacional de Literatura de México 1984), e Isaac Pardo (Premio Nacional de
Literatura de Venezuela 1984).
E.
Sábato (1912) escritor entre el ensayo y la novela, lo diurno y lo nocturno,
como él mismo dice, atormentado por la época, por el amenazante holocausto,
obsesionado por el destino humano, así como por el destino histórico de
Argentina y América Latina. Escritor
lúcido y comprometido, como dice Lilia Boscán de Lombardi: “angustiosamente
situado frente a la existencia en búsqueda desesperada de la verdad”.
En
“El Túnel” (1948) su primera novela,
asume al hombre contemporáneo como un solitario, incomunicado y angustiado, en
relación conflictiva con el mundo circundante: “indagar los problemas
psicológicos de un hombre significa
indagar su conflicto con el mundo en que vive”.
En
“Sobre Héroes y Tumbas” (1961) su segunda novela, Sábato a conciencia pasa de
la clave metafísica existencial de “El Túnel” a una clave manifiestamente
histórica y sociológica, el reencuentro conflictivo con la ciudad, Buenos
Aires, y con el país, Argentina, cuya historia e identidad le obsesiona. En
“Abaddon el Exterminador” (1974)
culmina esta indagación histórica literaria mediante la cual Sábato ha tratado
de exorcizar sus fantasmas y los de su patria a la par que intentar comprender
al hombre contemporáneo. En estas
ficciones “el autor intenta liberarse de
una obsesión que no resulta clara ni para él mismo” porque en definitiva el
propósito es prometeico: aprehender al hombre en su doble dimensión, concreta y
metafísica.
Camilo
José Cela (1916) escritor irreverente, cronista de la España profunda,
fascinante y atroz, a la cual accede, a
través de sus crónicas de viajes así como de sus novelas. En estas últimas, lo popular y lo cotidiano
están orgánicamente entrelazados y la trama novelesca transcurre dura y fiera
como la propia realidad española.
Refiriéndose a su novela “La
Colmena” dice C.J. Cela: “no es otra cosa que un pálido reflejo, que una
humilde sombra de lo cotidiano, áspera, entrañable realidad”, no otra cosa es
la historia, lo cotidiano y así continúa diciéndonos el autor, “y este es un
libro de historia, no una novela”. Vida
e historia se superponen y confunden, la vida como ordinariedad y sordidez, la
historia como política en esa novela de
anti-héroes de oficio poco honesto. Vida
e historia convertidos en literatura por escritores de casta como Cela, que con
humildad e iracundia, van desgranando su obra como crónica alucinada de la vida
y de la historia. (La familia de Pascual
Duarte, 1944); La Colmena, 1951; La Catira, 1955; Mazurca para dos muertos,
1983).
Carlos
Fuentes (1928), cosmopolita por accidente y vocación, su obra se nutre de
México y a México va dirigida (La región más transparente, 1958; Las buenas
conciencias, 1959; La muerte de Artemio Cruz, 1962 y Aura, 1962 que es la clave
de las cuatro novelas citadas, según el crítico Emir Rodríguez Monegal). Esta
obra histórico literaria culmina con la monumental “Tierra Nostra” (1975),
Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, vasto fresco histórico de la
vieja España de Felipe II y del nuevo mundo, destruido y recreado. Novela desorbitada y obsesiva búsqueda de la
identidad en el tiempo y más allá del tiempo.
Los mitos y las viejas culturas indígenas constituyen una presencia
permanente en la escritura de Fuentes así como la conflictiva y caótica
contemporaneidad. De ambos elementos se
nutre el escritor y convertido en arqueólogo de la conciencia mexicana, recrea
los viejos mitos y se sumerge “en las raíces religiosas de México, raíces que
son de hoy y de siempre”.
Isaac
Pardo (1905) escritor obsesionado por la historia y por la utopía, su primera
obra es un ensayo novela luminoso y sobrio sobre la Venezuela germinal “Esta
tierra de gracia” (1955) obra poética y amorosa, de la patria naciente “La
historia de mi patria es un espejo mágico...
que se expresa completa ya en el siglo XVI... es un cuento apasionante
que comenzó de esta manera... Después publica un exhaustivo estudio sobre Juan
de Castellanos y en 1983 nos lega su monumental obra “Fuegos bajo el agua”. “La invención de Utopía”, trabajo erudito y
enciclopédico no exento de ternura. Nos
habla del hombre, sus miserias y humillaciones, pero fundamentalmente de sus
sueños, mitos y esperanzas, de sus utopías, como fuerza transformadora de la
historia.
Hemos
intentado aproximarnos a cuatro escritores,
disímiles entre sí, pero emparentados en la común inquietud por la
historia. La historiografía surgió en la
antigua Grecia como una actividad literaria conjuntamente con la epopeya y la
tragedia, no nos extrañemos pues de estos parentescos y estas aproximaciones.
Historia y literatura se superponen y confunden y el novelista se ha convertido
en el verdadero cronista historiador de nuestro tiempo. Ya lo había expresado W. Churchill, la
historia de Inglaterra la había aprendido en
los textos de Shakespeare más que en los libros de los historiadores.
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