En los últimos años
han venido ocurriendo una serie de acontecimientos políticos que
revisten carácter histórico tales como la llamada primavera árabe
en una región que parecía inmovilizada políticamente, con sus
dictadores de discursos rimbombantes y regímenes de sicarios y
torturadores. El primero Sadan Hussein y su hiperbólica y amenazante
madre de todas las guerras. Para su pueblo fue un verdadero
depredador, particularmente destructivo, provocó una guerra de 10
años contra Irán, invadió Kuwait y guerreó permanentemente contra
los Kurdos y terminó desafiando a Occidente con su arrogancia de
loco para terminar escondido, preso y juzgado. El costo para Irak de
este dictador fue tan alto que todavía hoy sufre sus consecuencias.
Afortunadamente la primavera árabe continuó con el impulso
antidictatorial y así cae sucesivamente de manera ignominiosa y
violenta el dictador tunecino y el dictador egipcio y el extravagante
ayatola libio, todos con un final trágico, como para indicarnos que
en la modernidad no solo hay una justicia divina sino que también la
humanidad ha aprendido o está aprendiendo a juzgar a este tipo de
gobernantes. En lista de espera está Asad de Siria y en algún
momento tendrán que caer las teocracias anacrónicas de Irán y
Arabia Saudita. La historia no se detiene y esa es su grandeza, que a
pesar de los bárbaros que siempre nos amenazan y los tiranos de
turno, la libertad, la cultura, la ciudadanía y en general el
llamado proceso civilizatorio siempre llegan y terminan por
prevalecer. Esto que pudiéramos llamar optimismo histórico como
contraparte necesaria de la versión trágica de la historia nos
ayuda a sobrevivir a cualquier contingencia negativa de nuestros
procesos históricos particulares. Los gobernantes autoritarios
pierden la sensatez y el sentido de realidad y siempre terminan
abriendo las puertas del infierno que los devora. Es lo que ha
sucedido en el Medio Oriente con quienes se creían dioses y eternos.
En la historia todo fluye, todo cambia y todo termina, y el clima de
la libertad siempre implica riesgos.
Nuestra fe absoluta en
la dignidad humana y en el proyecto de humanidad que se desprende de
la misma, garantiza el inevitable proceso de liberación que no otra
cosa ha sido la historia de la humanidad. En estas latitudes también
tenemos nuestros tormentos, pero como decíamos, la primavera
política siempre llega.
En estos procesos históricos, siempre hay una juventud que se apropia de cada capítulo que le toca escribir. Recuerdo mucho profesor, sus palabras de aliento, sobre su fe en el inmenso contingente de jóvenes en el país. Hoy comparto plenamente esa forma de pensar y sentir
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