Para la conciencia
histórica nacional es importante el concepto de continuidad y
convivencia que no es otra cosa que la reconciliación psíquica de
nuestros tiempos históricos; ninguno de ellos puede ser negado y
todos son importantes y necesarios en esta dialéctica de la historia
nacional. El pasado indígena y africano es de una riqueza
antropológica y cultural absoluta, igual que la herencia hispana y
europea en general, muy de acuerdo con el concepto universalista de
raza cósmica de José Vasconcelo cuando se refiere a esta nueva
realidad latinoamericana. Hablamos español y portugués y como se
sabe una lengua ya es una patria. Nos identifica el humanismo clásico
y cristiano y la cosmovisión y costumbre de los ancestros así como
las múltiples influencias de ese sincretismo extraordinario que
produce la globalización. En todo este proceso: Colonia,
Emancipación y República, para utilizar términos al uso,
identifican de manera dinámica y progresiva aspectos y rasgos que
definen la venezolaneidad, entre ellos el ansia libertaria y el
sentido igualitario de las personas. Como sociedad moderna estamos
empeñados en un proyecto democrático, republicano, federal y
civilizatorio. Queremos consolidar la ciudadanía y la civilidad
sobre un modelo económico y social de equidad y justicia y en el
siglo XX nuestra sociedad, en este sentido, conoció éxitos
innegables tanto en su desarrollo socio-cultural como económico y
político y en ellos se inscribe nuestra democracia, que abrevó en
la mejor tradición republicana y progresista. Democracia imperfecta
pero perfectible y esa es una de las exigencias históricas de esta
cita electoral del 2012, reafirmar nuestra vocación y tradición
democrática con convicción y coraje.
“La democracia es
producto de la historia. Aunque no tuviera conciencia de ello, el ser
humano ha ensayado diversas formas de gobierno y participación
democrática para el autogobierno, la libertad individual y la
igualdad social; y la búsqueda de la oportunidad y la riqueza es tan
antigua como la misma humanidad. Está en la naturaleza humana la
lucha por el bienestar y la cultura, la dignidad y la justicia, la
libertad y la igualdad.” La democracia deja de ser una abstracción
o una simple teoría política para pasar a expresar conquistas
civilizatorias fundamentales como la individualización de una
persona como ciudadano, protegido en sus derechos frente al poder
arbitrario del Estado y la Ley. La democracia, igualmente, es el
control democrático del poder para beneficio de todos y su
funcionamiento como sistema político, jurídico y constitucional
tiene como norte “la igualdad y que su consecuencia debe ser el
esfuerzo del estado para minimizar las diferencias entre los
hombres”. El poder debe ser difundido y compartido, para que el
pueblo sea el principal protagonista y beneficiario del sistema. La
democracia no es real si no es internalizada como un sistema de
valores por todos los ciudadanos, valores que, en última instancia,
no son otra cosa que la libertad, la igualdad y la fraternidad
consigna ésta última olvidada de la revolución francesa y tan
urgentemente necesaria en este problemático y problematizado siglo
XXI.
La democracia en
Venezuela es tardía y solo se posibilita en el siglo XX, entre otras
razones, por la modernización acelerada provocada por la economía
petrolera y como consecuencia, los cambios cualitativos que sufriera
la sociedad venezolana. En nuestra tradición electoral, el
antecedente moderno más importante es la Ley de Censo Electoral y de
Elección, promulgada el 11 de septiembre de 1936, ley imperfecta y
limitada pero que permite asumir la posibilidad de iniciar un proceso
democratizador que aunque el gobierno de la época pretendía frenar
y controlar era inevitable dada las nuevas condiciones que se venían
dando en el mundo y en nuestra sociedad. Hay que esperar al golpe de
estado del 18 de octubre de 1945 para potenciar el modelo democrático
de masa y partidos y que tiene su expresión más acabada en 1947 con
la adopción del Sufragio Universal y Secreto y la elección
mayoritaria de Rómulo Gallegos en 1948. La sociedad venezolana
cuenta con nuevos actores políticos, aunque el marcaje militar
siempre está presente y es que en el país venía desarrollándose
un nueva economía petrolera de importancia global y que había
generado en los últimos 30 años cambios sustantivos en la sociedad
venezolana. Es la insurgencia campesina y obrera que empieza a crear
el nuevo paisaje urbano de los trabajadores y las clases medias, con
su vanguardia sindical y partidista, en el marco de una lucha
política e ideológica a nivel mundial que confrontaba a los países
avanzados capitalistas europeos y norteamericanos y a los emergentes
países comunistas con la Unión Soviética a la cabeza. En este
contexto Venezuela vive su propio proceso de cambios económicos,
sociales, culturales y políticos que se expresan de manera gráfica
en la lucha por el gobierno y el poder. Una vez establecido el
sufragio, los procesos electorales pasan a expresar de una manera
precisa los intereses en juego y los respectivos planteamientos
programáticos, ideológicos y políticos de cada sector.
Interrumpido el proceso democrático por la dictadura de Pérez
Jiménez, otro golpe de estado cívico-militar restituye el proceso
político, democrático y electoral ininterrumpido hasta el día de
hoy. El venezolano se acostumbró a votar y se acostumbró a pensar
que este es el mecanismo más idóneo para resolver la controversia
política. Así vemos como en 1959 resulta electo Rómulo Betancourt,
Presidente de la República, con 49,18% de votos derrotando a
Wolfgang Larrazabal, quien obtuvo 34,61% y Rafaél Caldera con un
16,21% de votos. Fue una contienda dura y difícil, en circunstancias
sumamente adversas de inestabilidad y con una fuerte amenaza de
golpes de estado y una inquietante incertidumbre social y económica.
A pesar de todo ello, y la posterior amenaza insurgente y golpista,
Rómulo Betancourt fue el primer presidente de nuestra historia
electo constitucionalmente que completó su período constitucional.
En 1963 es electo Raúl Leoni, abanderado de Acción Democrática,
que a pesar de las divisiones sufridas logra la victoria con una
propuesta programática progresista y un respaldo multipartidista. En
1968 gana la presidencia Rafaél Caldera con un 29,13% de votos, con
una diferencia de apenas 30.000 votos con respecto a Gonzalo Barrios
candidato de Acción Democrática. Con esta elección se puede decir
con propiedad que la democracia está consolidada en el país ya que
en términos electorales se ha salido airoso de todas las pruebas y
con Caldera, por primera vez en nuestra historia, un líder opositor
gana las elecciones y el gobierno de turno así lo reconoce. Otro
éxito de este período es que la izquierda insurgente que venía
alentada por el proceso cubano decide participar electoralmente y a
pesar de que nunca logró sobrepasar el 5% de los votos, se convirtió
en un actor más en aceptar las reglas del juego electoral
democrático.
El éxito de la
democracia venezolana en los años 50 y 60 del siglo pasado radica
precisamente en el entendimiento político que prevaleció entre los
sectores dirigentes, tanto en la derrota del dictador como en el
respaldo unánime a la nueva constitución de 1961. Igualmente, se
entendió, en los últimos 3 gobiernos aludidos, que ningún partido
puede gobernar sólo, y que las alianzas, los acuerdos y consensos,
son necesarios e imprescindibles en un sistema democrático que
pretenda ir más allá de administrar y sobrevivir a las crisis.
En 1973, Acción
Democrática vuelve al poder con la candidatura de Carlos Andrés
Pérez y su abrumadora victoria. En 1978 gana COPEI con Luis Herrera
Campins, y se consolida en el proceso político venezolano el llamado
bipartidismo, configurando de esa manera lo que pudiéramos llamar
una democracia madura y estabilizada. En 1983 es electo Jaime
Lusinchi de Acción Democrática con el 56,72% de los votos frente a
Rafaél Caldera de COPEI que obtiene un 34,54% y con una abstención
de apenas el 12,25%. En este proceso la izquierda se divide con la
candidatura de Teodoro Petkoff que saca un 4,17% y José Vicente
Rangel que repite una tercera candidatura con 3,34% de votos. Esto
que pudiéramos considerar el momento políticamente estelar del
sistema democrático venezolano es al mismo tiempo el punto de
inflexión de una crisis que venía anunciándose a través de los
llamados profetas del desastre entre ellos Juan Pablo Pérez Alfonso
y que tenía que ver con un modelo de desarrollo atrapado en el
rentismo petrolero y al mismo tiempo en políticas económicas
epilépticas y sin prestar la suficiente atención al problema social
que se venía incubando y a la creciente corrupción. Sin lugar a
dudas el boom petrolero de los años 70 había desarticulado nuestro
sistema político, económico y social y había creado un antimodelo
de desarrollo que en expresión de André Gunther Frank es el
desarrollo del subdesarrollo. La señal más visible de la crisis que
se anunciaba y que la clase dirigente no fue capaz de anticipar y
manejar fue el famoso viernes negro de 1983. En 1988 el país
nostálgico pretendió regresar a la Venezuela facilona y
despilfarradora de los años 70 con la nueva elección de Carlos
Andrés Pérez con 52,89% de votos. En esta elección Eduardo
Fernández de COPEI pierde con 40,40% y lo que expresó de manera
gráfica la situación de incertidumbre política que se estaba
comenzando a vivir y el final del consenso necesario para gobernar
fueron los 26 candidatos que compitieron para esta elección. La
situación de crisis de nuestra élite era tan grave en su pérdida
de sintonía con el país que el testimonio de Diego Arria referido a
la campaña de 1978 y a su candidatura es altamente esclarecedor: “Yo
veía que el bipartidismo iba a acabar con la democracia en
Venezuela, el país estaba secuestrado por 500 o 600 personas que
nunca en su vida habían pagado un pasaje, cuyo choferes y
guardaespaldas eran pagados por el Estado, que vivían del patrimonio
de la nación.” Qué actuales suenan estas palabras cuando, a
nuestro juicio, vuelve a darse el distanciamiento entre gobierno y
pueblo y élite y sociedad“. El país confundido, con una
dirigencia extraviada se enfrenta a la coyuntura electoral de 1993
con las precandidaturas emocionales de Renny Otolina y la candidatura
de Irene Sáez, como expresión de una sociedad desorientada, de una
dirigencia que había perdido claridad y de unos partidos políticos
desprestigiados que naufragaban en las complicidades de la
corrupción, el maridaje de la política y los negocios y que había
ignorado políticamente hablando lo que expresaba el llamado Caracazo
de 1989 y las intentonas golpistas de 1992. Frente a tantos extravíos
el país decide elegir a Rafaél Caldera con apenas 30,48% de los
votos, Acción Democrática se presenta menguada y disminuida con
Claudio Fermín para apenas sacar 23,60% de votos y Oswaldo Álvarez
Paz un 22,73% de votos, frente a una importante abstención del
39,84%, es decir, que la larga y agónica crisis que venía
perfilándose desde finales de los 70 y que arropó de manera
negativa la llamada década perdida de los 80, culminó en un vacío
de representación que fue llenado oportunamente por Hugo Chávez
candidato en 1998 con una abrumadora victoria del 56%
aproximadamente. De esta manera se cerraba el ciclo del bipartidismo
puntofijista y se iniciaba un gobierno bajo los mejores auspicios y a
mi juicio con una sociedad sin conciencia clara de lo que le esperaba
y que una vez más, en sus extravíos, recurría a la magia del
caudillo salvacionista y a la mágica renta petrolera.
Desde 1998 a esta,
parte el país ha vivido quizá en demasía, muchas jornadas
electorales, que han permitido consolidarse, en el gobierno y en el
poder, a Hugo Chávez que en el 2006 obtiene electoralmente una
importante relegitimación con 62,84% de votos frente a Manuel
Rosales, abanderado unitario de la oposición con 38,9%. Mucho se ha
debatido sobre las características democráticas del actual
gobernante y en estos últimos 14 años, se ha hablado de militarismo
nacionalista, militarismo populista, proyecto socialista, autocracia
en desarrollo y amenaza permanente totalitaria cuyo modelo es Cuba.
Quizás ésta ha sido la mayor debilidad del presidente y su mayor
fortaleza, la ambigüedad de un estilo de liderazgo y de un proyecto
de gobierno que vive permanentemente entre la promesa y la amenaza.
En 1958 el registro electoral estaba constituido por 2.913.801
venezolanos, actualmente se habla de un padrón electoral de
18.903.143 electores que luce exagerado para la población total del
país, pero sea como sea, Venezuela en términos demográficos y
sociales, ha sufrido cambios importantes. Tenemos un electorado joven
mayoritariamente urbano y tenemos un electorado femenino que
representa un poco más de la mitad del número de electores, al
mismo tiempo que a nuestra sociedad se le han creado expectativas de
todo tipo en un tiempo y una época, comenzando el siglo XXI, en
donde la conciencia colectiva tiende a ser más desarrollada y
activa. Como sea, el 2012 termina siendo una encrucijada de un
proceso político lleno de altibajos, amenazas, éxitos y fracasos,
pero lo que no puede cuestionarse ni ponerse en duda es que en el
2012 debe asumirse el proyecto democrático en todo sentido y no
sacrificarlo bajo ninguna circunstancia.
El 7 de octubre
culmina un proceso altamente asimétrico. Por un lado el ventajismo
electoral gubernamental y la parcialidad oficialista inocultable de
la mayoría de los miembros del CNE. Igualmente destaca la intención
y voluntad fraudulenta de un régimen que ganó el poder en su
momento y no está dispuesto a abandonarlo a través de un simple
proceso electoral. Ésto último no termina de entenderlo la
oposición que están enfrentando una voluntad de poder y un proyecto
político de fuerte connotación político-ideológico-religioso, que
se asume eterno, asentado sobre una irracionalidad cultivada y una
emocionalidad manipulada a partir de las carencias afectivas,
psíquicas y materiales de millones de personas. Miseria y miedo, no
otro, es el credo del candidato-mesías; sobre la pobreza creciente y
las necesidades insatisfechas, el candidato oficialista sigue
presentándose como el proveedor por excelencia de la tribu.
Creemos que es
importante evitar el fetichismo mágico del 7 de octubre, no
descartar ningún escenario y pensar que quizás los acontecimientos
más importantes van a ocurrir después de esa fecha, aparte de los
imponderables a que la historia nos tiene tan acostumbrados y más en
este caso, con un candidato, sin lugar a dudas, enfermo. La
democracia implica, entre otras cosas, elecciones periódicas,
transparentes y equilibradas, aunque la presencia y frecuencia de los
procesos electorales no implican necesariamente la existencia de una
democracia real. Como ejemplo tenemos los gobiernos del fenecido
mundo comunista de Europa oriental que se autocalificaban de
democracias y hacían elecciones que siempre ganaba el gobierno
abrumadoramente. Cuba es otro ejemplo, de elecciones sin democracia.
Un dictador puede ser electo, como lo fue Hitler, y muchos otros,
inclusive por un tiempo pueden ser figuras populares, como Musolini
en los primeros años de su gobierno y como Perón, en Argentina.
En nuestro país la
democracia es reciente, de memoria corta y frágil y su sustento
electoral tradicionalmente precario y manipulable, de allí la frase
conocida que acta mata voto. En general, los gobiernos siempre han
jugado al abuso del poder y al ventajismo, pero además, en estos
últimos tiempos, hay que agregar las tecnologías aplicadas a los
procesos electorales, en donde no se termina de tener claro cuales
son las garantías con respecto a la transmisión y totalización de
votos y el secreto del mismo. El problema no es cómo se vota sino el
compromiso con la transparencia electoral y el respeto al voto
popular que entre nosotros tiende a ser débil configurando un
sistema electoral estructuralemente fraudulento; siempre ha sido así
pero en los regímenes autoritarios el ventajismo y la trampa se
acentúan. Tenemos un CNE, ya aludido, con 4 integrantes públicamente
identificadas con el oficialismo y el otro miembro que no termina de
generar la confianza necesaria ya que fue designado por un poder
legislativo abrumadoramente mayoritario de representantes
gubernamentales. Un registro electoral de casi 19 millones de
personas con derecho a voto luce inflado para un país que no llega a
totalizar 30 millones de habitantes y con un sistema de cedulación
manejado por cubanos largamente liberal en otorgar cédulas con una
facilidad increíble para una burocracia que no se caracteriza
precisamente por su eficiencia y transparencia.
El discurso de la
amenaza y del miedo tienden a imponerse como estrategia electoral del
oficialismo y están tratando de crear la matriz de opinión, a nivel
nacional e internacional de que ya ganó y que la oposición no va a
reconocer el triunfo oficialista, de esta manera están preparando el
escenario del “arrebatón”, acusando a la oposición de lo que
ellos pudieran pensar hacer, es el efecto espejo o como dice el dicho
popular, el ladrón juzga por su condición. Esta estrategia de
declararse ganadores anticipadamente va a encontrar eco en algunos
gobiernos que están haciendo grandes negocios en Venezuela, como por
ejemplo los amigos del Alba y del Mercosur.
El fraude es una
posibilidad real y no hay que dejar de mencionarlo con el argumento
de que va a asustar a los votantes, ese es un viejo prejuicio de los
políticos con el ciudadano siempre tratados como menores de edad o
incapaces de discernimiento. Creemos que es muy importante la
información veraz y la interpretación correspondiente sin menoscabo
del optimismo necesario para ganar las elecciones y creemos que en
ese sentido el candidato y en la campaña se está desarrollando una
estrategia adecuada y exitosa. En este proceso electoral hay un
ingrediente que a nuestro juicio es de suma importancia, el
ingrediente moral, de allí que es pertinente la pregunta: ¿Cuándo
el voto se convierte en un acto moral?. A nuestro juicio cuando sería
irresponsable elegir a consciencia a un enfermo, con una enfermedad
progresivamente limitante y con riesgo cierto de crear situaciones de
inestabilidad o precariedad institucional. Igualmente cuando se está
eligiendo a alguien que no esconde su intención de perpetuarse en el
poder y crear un régimen que aunque se identifique como socialista
en la práctica es el tradicional comunismo cuyo modelo que se
proclama y no se esconde es el terrorífico régimen cubano con su
isla-prisión. Igualmente es el castigo necesario a un mal gobierno
que ha debilitado fuertemente nuestra salud moral con un incremento
sustantivo en corrupción, delincuencia y narcotráfico.
El 7 de octubre
culmina el proceso electoral, y a mi juicio con el triunfo de la
oposición. Creemos que es la mejor posibilidad para propiciar y
desarrollar una alternabilidad democrática: que prevalezca el
pluralismo y el equilibrio que nuestra sociedad está demandando y
nos permita seguir desarrollando un sistema democrático, de
institucionalidad fuerte, economía sólida y diversificada y de
fuerte acento social.
Para nuestro proceso
político sería muy conveniente una derrota electoral del partido de
gobierno y estos son algunos de los dilemas del PSUV: dejar de ser un
partido militar, dedocrático y evitar las trampas electorales para
permanecer en el poder, así mismo, no puede seguir siendo la mampara
electoral de un proyecto personalista y totalitario de poder.
Mientras si pierde en buena lid y con un caudal importante de votos
puede aspirar a convertirse en uno de los pilares partidistas
importantes del sistema político democrático venezolano y para ello
necesita perder las elecciones, aceptar los resultados y pasar a la
oposición democrática, abriéndole cauce a un “chavismo sin
chávez” al mismo tiempo que se compromete en un diálogo
multipartidista y representativo de todo nuestro ser social,
garantizando la convivencia nacional dentro del necesario equilibrio
dinámico que no otra cosa es la democracia, además del sufragio y
la alternancia de gobierno.
El 7 de octubre todo
el país estará sometido a pruebas a partir de una pregunta
fundamental ¿Estamos dispuestos a tolerarnos? De cómo respondamos
va a depender el futuro. Estabilidad y gobernabilidad o inestabilidad
e ingobernabilidad; ese y no otro es el dilema que nos plantea este
proceso electoral a partir de la madurez y la racionalidad de sus
actores fundamentales; el futuro puede ser promisorio o precario;
seguimos en la crisis o comenzamos a salir de la crisis. Cada
venezolano en particular, a través de su voto, tiene la
responsabilidad moral de formularse sus propias preguntas y generar
sus propias respuestas desde su conciencia moral, con coraje y
lucidez.
Después de las elecciones, leo este ensayo y me parece muy esclarecedor. Muchas gracias
ResponderEliminarClarividencia absoluta! Todo lo que pasó el 07 de octubre está en el escrito!!!
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