domingo, 2 de septiembre de 2012

La revolución pacífica


El actual gobierno se ha definido como una revolución pacífica (pero siempre se nos recuerda que está armada) especialmente para la alegría de los intereses rusos y de los proveedores de armas en general. Esta es una revolución tan pacífica que estamos contabilizando 19000 asesinatos por año, duplicando de esta manera los índices de criminalidad de casi todos los países del mundo. Tenemos más muertes violentas que los diversos países en guerra. Se calculan entre 10 y 15 millones de armas en las calles, sin control de ningún tipo, lo que ha permitido a algunos analistas hablar de una verdadera guerra civil en desarrollo, especialmente en nuestras barriadas, totalmente fuera de control de cualquier ley o autoridad. En nuestros barrios, según el psicólogo social y sacerdote Alejandro Moreno, se ha configurado una situación de violencia indescriptible. Se calcula al menos un potencial delincuente entre los 18 y 25 años por cada 25 habitantes de la misma edad, es decir, 4 de cada 100 habitantes, cifra impresionante para una sociedad que en la segunda mitad del siglo XX vivió una ilusión de armonía y que creía que en el mismo siglo había alcanzado la paz. El autor citado identifica 3 círculos o anillos de potenciales delincuentes, constituidos por un primer núcleo de malandros o panas, como ellos se identifican, y en este primer grupo están los llamados “estructurales”, sin remedio o redención posible y los “ocasionales”, recuperables pero atrapados en un hábitat y en un clima de violencia que en la práctica les da muy pocas probabilidades de sobrevivencia o recuperación social. Este 1er grupo es el que genera la mayor parte de los delitos y los estructurales son particularmente agresivos, crueles y deshumanizados. Un 2do círculo, que Moreno llama el de los aprendices, con edades que van desde los 14 hasta los 18 años es lo que pudiéramos llamar jóvenes en peligro y dadas las circunstancias sociales con predisposición a delinquir. Hay un 3er círculo, los observadores, que son niños y adolescentes entre 10 y 14 años, en riesgo de ser inducidos al delito por las mismas condiciones de precariedad familiar, social y económica en que viven y por la atracción que ejercen sobre ellos el mal ejemplo de los mayores, prestigiados en el barrio como los que mandan, gozan de respeto y poseen recursos económicos ya que en el fondo, en el grupo y en los diversos sectores de edad la principal búsqueda identitaria es el reconocimiento, prestigio y respeto.
Las causas de la realidad delictiva son múltiples pero hay una fundamental, que no es otra que la orfandad psíquica y afectiva de la mayoría de nuestros niños y jóvenes en los barrios y el maltrato y el desprecio sufrido fundamentalmente en manos de sus progenitores y familiares y cosa curiosa pareciera que la principal responsabilidad recae en la figura materna, madres maltratadoras y negadoras de identidad y autoestima, así como ausentes en muchos casos. El llamado malandro usualmente no opera en su propio barrio y si transgrede esta norma corre el riesgo del linchamiento colectivo y anónimo y por lo demás el barrio es su principal refugio y apoyo. Estas terribles realidades terminan siendo responsabilidad de todos, de toda la sociedad, pero particularmente destaca la responsabilidad de los gobernantes que fracasan en desarrollar la economía, crear empleo productivo y garantizar calidad de vida y servicios esenciales como vivienda, salud y educación. Además está el mal ejemplo de las llamadas élites, muchos por su arrogancia, codicia y desprecio hacia los menos favorecidos y en los últimos años el lenguaje violento y descalificador que ha alentado cualquier tipo de resentimiento u odio de clase. También está la impunidad, las debilidades de un sistema judicial fuertemente comprometido en sus debilidades morales, así como la complicidad de otras instituciones que en vez de combatir el delito y a los delincuentes terminan asociados con ellos. Sin lugar a dudas este es nuestro principal problema, la inseguridad y la delincuencia y no puede haber gobernabilidad y desarrollo si no convertimos esta problemática y su solución en tarea de todos. Las cárceles es otro capítulo, complementario y proyección de la problemática aquí referida, calificadas como verdaderos infiernos en donde no sólo no hay redención humana y reinserción social sino que el proceso de degradación que en ella se vive y el riesgo cierto de morir que allí existe ha convertido a las cárceles para muchos de sus habitantes casi como una condena a muerte anunciada.
Hay que desarmar al país, el Estado tiene que volver a tener el monopolio de las armas particularmente a través de las Fuerzas Armadas y policiales y además tenemos que desarmar el lenguaje, la permanente agresividad e incitación al odio, la descalificación del adversario convertido en enemigo, sin lugar a dudas el país tiene que ser recuperado en su unidad y multiplicidad identitaria y fundamentalmente en la solidaridad de toda una sociedad que está obligada a vivir junta y tener proyectos compartidos.

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