El actual
gobierno se ha definido como una revolución pacífica (pero siempre
se nos recuerda que está armada) especialmente para la alegría de
los intereses rusos y de los proveedores de armas en general. Esta es
una revolución tan pacífica que estamos contabilizando 19000
asesinatos por año, duplicando de esta manera los índices de
criminalidad de casi todos los países del mundo. Tenemos más
muertes violentas que los diversos países en guerra. Se calculan
entre 10 y 15 millones de armas en las calles, sin control de ningún
tipo, lo que ha permitido a algunos analistas hablar de una verdadera
guerra civil en desarrollo, especialmente en nuestras barriadas,
totalmente fuera de control de cualquier ley o autoridad. En nuestros
barrios, según el psicólogo social y sacerdote Alejandro Moreno, se
ha configurado una situación de violencia indescriptible. Se calcula
al menos un potencial delincuente entre los 18 y 25 años por cada 25
habitantes de la misma edad, es decir, 4 de cada 100 habitantes,
cifra impresionante para una sociedad que en la segunda mitad del
siglo XX vivió una ilusión de armonía y que creía que en el mismo
siglo había alcanzado la paz. El autor citado identifica 3 círculos
o anillos de potenciales delincuentes, constituidos por un primer
núcleo de malandros o panas, como ellos se identifican, y en este
primer grupo están los llamados “estructurales”, sin remedio o
redención posible y los “ocasionales”, recuperables pero
atrapados en un hábitat y en un clima de violencia que en la
práctica les da muy pocas probabilidades de sobrevivencia o
recuperación social. Este 1er grupo es el que genera la mayor parte
de los delitos y los estructurales son particularmente agresivos,
crueles y deshumanizados. Un 2do círculo, que Moreno llama el de los
aprendices, con edades que van desde los 14 hasta los 18 años es lo
que pudiéramos llamar jóvenes en peligro y dadas las circunstancias
sociales con predisposición a delinquir. Hay un 3er círculo, los
observadores, que son niños y adolescentes entre 10 y 14 años, en
riesgo de ser inducidos al delito por las mismas condiciones de
precariedad familiar, social y económica en que viven y por la
atracción que ejercen sobre ellos el mal ejemplo de los mayores,
prestigiados en el barrio como los que mandan, gozan de respeto y
poseen recursos económicos ya que en el fondo, en el grupo y en los
diversos sectores de edad la principal búsqueda identitaria es el
reconocimiento, prestigio y respeto.
Las causas de la
realidad delictiva son múltiples pero hay una fundamental, que no es
otra que la orfandad psíquica y afectiva de la mayoría de nuestros
niños y jóvenes en los barrios y el maltrato y el desprecio sufrido
fundamentalmente en manos de sus progenitores y familiares y cosa
curiosa pareciera que la principal responsabilidad recae en la figura
materna, madres maltratadoras y negadoras de identidad y autoestima,
así como ausentes en muchos casos. El llamado malandro usualmente no
opera en su propio barrio y si transgrede esta norma corre el riesgo
del linchamiento colectivo y anónimo y por lo demás el barrio es su
principal refugio y apoyo. Estas terribles realidades terminan siendo
responsabilidad de todos, de toda la sociedad, pero particularmente
destaca la responsabilidad de los gobernantes que fracasan en
desarrollar la economía, crear empleo productivo y garantizar
calidad de vida y servicios esenciales como vivienda, salud y
educación. Además está el mal ejemplo de las llamadas élites,
muchos por su arrogancia, codicia y desprecio hacia los menos
favorecidos y en los últimos años el lenguaje violento y
descalificador que ha alentado cualquier tipo de resentimiento u odio
de clase. También está la impunidad, las debilidades de un sistema
judicial fuertemente comprometido en sus debilidades morales, así
como la complicidad de otras instituciones que en vez de combatir el
delito y a los delincuentes terminan asociados con ellos. Sin lugar a
dudas este es nuestro principal problema, la inseguridad y la
delincuencia y no puede haber gobernabilidad y desarrollo si no
convertimos esta problemática y su solución en tarea de todos. Las
cárceles es otro capítulo, complementario y proyección de la
problemática aquí referida, calificadas como verdaderos infiernos
en donde no sólo no hay redención humana y reinserción social sino
que el proceso de degradación que en ella se vive y el riesgo cierto
de morir que allí existe ha convertido a las cárceles para muchos
de sus habitantes casi como una condena a muerte anunciada.
Hay que desarmar
al país, el Estado tiene que volver a tener el monopolio de las
armas particularmente a través de las Fuerzas Armadas y policiales y
además tenemos que desarmar el lenguaje, la permanente agresividad e
incitación al odio, la descalificación del adversario convertido en
enemigo, sin lugar a dudas el país tiene que ser recuperado en su
unidad y multiplicidad identitaria y fundamentalmente en la
solidaridad de toda una sociedad que está obligada a vivir junta y
tener proyectos compartidos.
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