Se
me ha invitado y retado a venir a hablarles en guayabera, darle un
sentido jovial y dionisíaco a mis palabras, intentar practicar la
gaya ciencia y por si fuera poco que contradiga al fundador de la
ciencia moderna, invirtiendo su famosa fórmula “cogito ergo sum”
por “sum ergo cogito”, no sé si podré ser exitoso en el
intento. Efectivamente creo que antropológicamente las manos
preceden al cerebro y lo condicionan. Vivimos aprendiendo y
aprendemos con la experiencia, ya lo había anticipado de alguna
manera Aristóteles (384 a.C. – 322 a.C.) y Kant (1724-1804), a
pesar de su idealismo filosófico así lo había entendido cuando
decía que la conciencia no puede ir más allá de la experiencia y
por eso en la sabiduría popular se dice y se repite que nadie
escarmienta en cabeza ajena. Dicho esto me gustaría compartir con
ustedes, especialistas y expertos en tantas cosas y disciplinas que
desconozco, una visión o comprensión de nuestra época desde una
perspectiva histórico-filosófica que por lo menos a mi me ha sido
útil como es tratar de profundizar en una tendencia identificada
como nihilismo, así como el existencialismo y en una época, la
nuestra, definida básicamente como nihilista. Estamos hablando
particularmente del siglo XIX y XX, épocas complejas y dinámicas
que para muchos son al mismo tiempo epílogos y prólogos de tantas
cosas viejas por desaparecer y tantas cosas nuevas por terminar de
definirse, no otra cosa en este sentido es la llamada posmodernidad.
El siglo XX fue calificado por Martín Buber (1878-1965) como el
siglo sin dios y que Nietzsche avizoró y anticipó tal como lo
observó Lou Salomé (1861-1937) cuando en su última entrevista con
el filósofo este le decía que el siglo estaba por terminar y ella
le replicó que al contrario, su siglo estaba por comenzar
(Recordemos que Nietzsche muere en 1900). Éste en su obra había
insistido hasta la saciedad sobre la incertidumbre y precariedad que
caracterizan la vida, de nosotros los contemporáneos. En un
fragmento de 1887, al borde de su colapso psíquico, escribe,
“Nihilismo: falta el fin; falta la respuesta al ¿Para qué?” y
en 1888 amplia la idea: “El hombre moderno cree de manera
experimental ya en este valor, ya en aquel, para después dejarlo
caer; el círculo de los valores superados y abandonados es cada vez
más amplio; se advierte siempre más el vacío y la pobreza de
valores; el movimiento es imparable, por más que haya habido
intentos grandiosos por desacelerarlo. Al final, el hombre se atreve
a una crítica de los valores en general; no reconoce su origen;
conoce bastante como para no creer más en ningún valor; he aquí el
pathos, el nuevo escalofrío... Lo que cuento es la historia de los
próximos dos siglos” Lo asombroso de estas afirmaciones es que se
hacen en pleno apogeo de la idea y filosofía del progreso, en pleno
auge industrial y triunfante en todo sentido Europa y su racionalidad
y cultura. Es el vitalismo de la Belle Époque y su fuerte carga
hedonista y vanguardista. Pero el filósofo tenía razón y los
hechos así lo demostraron al poco tiempo. Desde 1905 en adelante el
siglo no tiene respiro en cuanto a violencia y destrucción.
Literariamente este cruce de épocas, de crisis sin redención lo
reflejan muy bien en sus libros autobiográficos tanto Stefan Zweig
(1881-1942) como Sandor Marai (1900-1989) entre otros. La catástrofe
es la imagen recurrente del siglo y la cultura europea lo refleja
como ninguna otra y la proyecta a escala global. Darwin (1809-1882),
Marx (1818-1883), Freud (1856-1939) y Einstein (1879-1955), además
de Nietzsche (1844-1900), es el quinteto que se acostumbra a citar
para referirse al origen del derrumbe de un mundo teórico e
ideológico pretendidamente racional que sostenía todo el andamiaje
de la modernidad. Logos, Razón y Técnica es el hilo conductor de
todo el llamado pensamiento occidental que termina por conquistar el
mundo, que al mismo tiempo genera su propia contradicción dialéctica
y no otra cosa es el nihilismo y el existencialismo. Son las
respuestas desesperadas desde la angustia de la existencia. Es el Ser
situado, en el mundo que enfrenta la agonía de una existencia que
aunque libre o como proyecto de libertad está condenada a la nada,
asumida esta como una sombra de dios, de un dios que ya había muerto
(“El nihilismo, Franco Volpi, Ediciones Siruela, 2007”). Esta
corriente de pensamiento termina obsesionada por el tema de la nada,
producto de una larga tradición filosófica que incluye a pensadores
tan influyentes e importantes como Gorgias, Duns Scoto (1266-1308),
Meister Eckhart (1260-1327), Silesius (1624-1677), Leibniz
(1646-1716) y el poeta Leopardi (1798-1837) que llega a afirmar “que
el principio de las cosas, y de dios mismo, es la nada”. Ese es el
empeño, de eso se trata, en esta línea de pensamiento, terminar
negando a dios (a pesar de que existe un existencialismo cristiano) y
nuestra época lo ha intentado y estamos pagando el costo, en
desestabilización, violencia y desamparo, en precariedades e
incertidumbres y que los venezolanos de los últimos tiempos
conocemos y padecemos.
El
nihilismo termina por permear toda la cultura contemporánea
fuertemente comprometida por la técnica y el consumismo. El
nihilismo pasa de la filosofía a la literatura y a las artes en
general, con especial énfasis en el cine y los grandes espectáculos
musicales de los mass media como por ejemplo en los
paradigmáticos artistas Michael Jackson, Madonna y Lady Gaga, entre
otros, que más allá de sus innegables condiciones artísticas, en
sus espectáculos acostumbran interpelar a su multitudinario y
entusiasta público, en su mayoría menores de 35 años, y con total
desparpajo los califican y los interpelan como “mis drogadictos,
mis idiotas”, con una respuesta aprobatoria y entusiasta de
aplausos y gritos. Esto me trae a la memoria una frase escuchada en
una película que habla de la “estúpida felicidad” aparente
contradicción entendible quizá en un contexto de alienación y
drogadicción colectiva así como de otras alienaciones que no es el
caso analizar, pero que pudiera ayudarnos a entender ese
posicionamiento venezolano como país feliz a pesar de las muchas
circunstancias adversas.
Es
sintomático y significativo que en este año 2012, en París, Berlín
y Londres se esté exhibiendo la obra del pintor alemán Gerhard
Richter (1932-) cuya filosofía puede resumirse en su declaración
“amo la incertidumbre, el infinito y la inseguridad permanente”
el artista ha conocido los dos mundos, el comunista, en su infancia y
adolescencia y el capitalista, al primero lo calificó como una
realidad “incestuosa y aburrida” y al segundo lo resume con la
frase de Johan Cage (1912-1992) “no tengo nada que decir y lo digo”
y el artista al referirse a sus obras dice “no tienen objeto, pero
como todo objeto, son ellas el objeto de sí mismas. Por lo tanto no
tienen contenido, ni significación ni sentido; son como las cosas,
los árboles, los animales, los hombres o los días, que tampoco
tienen razón de ser, ni finalidad, ni meta: esa es la apuesta”.
Este exitoso nihilista de 80 años ha logrado vender cuadros hasta
por 5 millones de dólares.
En
el nihilismo, la presencia del desarraigo y la crisis es permanente;
no se pertenece a ningún lugar y en la vida todo o casi todo termina
siendo provisional, desde el trabajo hasta la pareja y el nomadismo
urbano es bastante frecuente entre nuestros contemporáneos, así
como la globalización de nuestros trabajos y vidas. Otra constante
en el nihilismo y que se refleja en las crisis de las llamadas
grandes religiones, particularmente el cristianismo, es el ateísmo y
agnosticismo desesperanzado de nuestro tiempo que una mayoría asume
por reflejo de personajes públicos influyentes y muy publicitados
que terminan en el suicidio o muerte sin esperanza como por ejemplo
en nuestro entorno cultural Jorge Luis Borges (1899-1966) que sólo
aspiraba morir para el olvido, igual que Onetti (1909-1994) y su
frase terrible al referirse a su propia muerte como una tumba, quizás
una rosa, la lluvia y el olvido. O también Frida Kahlo (1907-1954),
cuando muere a los 47 años y expresa que sólo espera el silencio y
nunca más volver. En nuestro mundo y en nuestra cultura
lamentablemente millones han asumido la desesperanza y la muerte de
dios como filosofía e idea dominante.
Un
autor fundamental en la historia del nihilismo, es Max Stirner
(1806-1856), como fue conocido, aunque su verdadero nombre era Johann
Kaspar Schmidt, confrontado en su tiempo por muchos entre ellos Marx,
Engels (1820-1895) y Heidegger (1889-1976), así como se reconoce su
influencia en autores importantes como Carl Schmitt (1888-1985) y
Ernest Jünger (1895-1998) . Franco Volpi, autor citado, dice al
respecto “Se sabe que cuando dios muere el hombre se animaliza.
Cuando los dioses lo abandonan, el único (de Max Stirner) no tiene
puntos de apoyo en su orgulloso aislamiento y reconoce dos únicas
verdades: mi potencia y el espléndido egoísmo de las estrellas. La
postura más alta que puede alcanzar en su existencia insular es: ser
indiferente, sin cinismo y apasionado sin entusiasmo”.
Definitivamente el siglo XXI necesita retornar a Dios, ya esto lo
sabía Heidegger (1889-1976) cuando expresaba “casi dos milenios y
ni un solo dios nuevo” y es que la técnica y el consumo no pasan
de ser un nuevo becerro de oro recurrente. Cada tanto tiempo los
seres humanos nos extraviamos en nuestro propio orgullo.
Como
respuesta y complemento al nihilismo en los mismos siglos XIX y XX
surge una poderosa corriente filosófica en paralelo y
complementaria, el existencialismo, tanto en su vertiente religiosa
como atea, que se asume como una postura desde los límites de la
tragedia y siempre al borde del abismo. La existencia se asume
precaria en todo sentido y siempre amenazada. El ser humano, situado
en el mundo es libre raigalmente, una libertad que termina definiendo
su destino y su tragedia. Enfrentado al silencio de Dios y
confrontado con el mundo muchos contemporáneos son obligados a vivir
en la precariedad desesperanzada o en algunos casos en compromiso,
apertura y expectativa, seguros de nada pero con la confianza del
sobreviviente.
El
existencialismo en cierto sentido, más que una filosofía,
asistemática por definición y fragmentaria, se ubica en la historia
de la filosofía en el siglo XIX y XX, pero es preciso observar que
en verdad es una corriente del pensamiento que atraviesa toda la
historia humana y nutre o influye tanto a las diversas religiones
como a la literatura y al arte en general y no podía ser de otra
manera ya que esta filosofía gira en torno a la condición humana.
“Es la angustia, la esperanza, el duelo, la melancolía y los
anhelos de eternidad” que los seres humanos siempre han sentido y
padecido. Tucídides (460 a.C.- 396 a.C) lo expresó muy bien con su
frase “La historia no se repite pero el hombre siempre se repite a
sí mismo”.
En
el oficio de vivir, el misterio siempre está presente, así como las
preguntas sin respuestas o de múltiples y confusas respuestas, de
allí que el filósofo prudente aconseja aprender a preguntar o a
interrogar más que a responder, y en los casos en donde ni preguntas
ni respuestas son fáciles de formular se recurre al silencio, como
muy temprano lo descubrieron ermitaños y monjes y autores
fundamentales en esta corriente como Kierkegaard (1813-1855) o el
cineasta sueco I. Bergman (1918-2007) con una filmografía que en lo
esencial gira en torno a la incomunicación y al silencio de dios.
Dice el escritor venezolano Eduardo Liendo (1941-) “nada puede
reemplazar la vida... el escritor vive de y para las palabras... y se
nutre de todo lo que la vida le ofrece... nadie puede enseñarnos a
soñar y a vivir nuestra propia vida”. Esta se convierte en nuestro
Ser, cuerpo y mente, ya lo había dicho J. P. Sartre “la existencia
precede a la esencia” y años más tarde afirma sin titubeos “la
esencia de un objeto es su misma existencia”.
El
existencialismo expresa las crisis y grandes catástrofes humanas,
cuando el ser humano padece todo los horrores y pierde todas las
seguridades. La impronta de esta corriente en la cultura
contemporánea es poderosa y en nuestra generación su influencia fue
vasta y devastadora: Kierkegaard, Schopenhauer (1788-1860),
Nietzsche, Dostoievski (1821-1881), Heidegger, Jaspers (1883-1969),
Sartre (1905-1980), Camus (1913-1960), Simone de Beauvoir
(1908-1986), Herman Hesse (1877-1962), Martin Buber, Cioran
(1911-1955), Unamuno (1864-1936), Ortega y Gasset (1883-1955), Marcel
(1889-1973), Mounier (1905-1950), Pessoa (1888-1935) y tantos otros
escritores, cineastas, dramaturgos y artistas que definieron una
época y de alguna manera nos siguen definiendo por lo menos a los
habitantes del siglo XX.
El
inventor del término “existencialismo”, parece ser Kierkegaard1
(1813-1855) con su individualismo y subjetivismo moral. Escribía
“debo encontrar una verdad que sea verdadera para mi... la idea por
la que puedo vivir o morir”.
Una
exigencia radical del existencialismo es el involucramiento y el
compromiso, somos seres situados, “yo y mi circunstancias” diría
Ortega y Gasset, de allí la importancia del existencialismo
cristiano (Jaspers, Marcel, Mounier, Lepp (1909-1966)) que asumen la
situación como un estar-en-el-mundo, pero no solamente en un sentido
personal sino comunitario que no es otra cosa que el compromiso del
dar, la donación gratuita del amor incondicional como decía Tony de
Mello (1931-1987) o el amor recíproco de Chiara Lubich (1920-2008),
de allí que la realización más perfecta en el existencialismo
cristiano sea el amor en todas sus manifestaciones y dimensiones y
particularmente en la familia y la comunidad. En cuanto a la familia,
Marcel afirmaba que era una realidad personal “mucho más rica y
profunda donde el amor recíproco y mutua donación son la base o
fundamento” principio que ya había desarrollado el antropólogo
Marcel Mauss (1872-1950). Es el mundo del recuerdo y la nostalgia y
casi siempre de la única felicidad que se atesora. Philip Roth
(1933-), novelista judío norteamericano que acaba de ganar el premio
Cervantes dice “muy temprano me fui de mi casa y me he pasado el
resto de mi vida escribiendo sobre ella”.
Como
seres-en-el-mundo, para Heidegger somos “arrojados” a él, sin
nuestro consentimiento y salimos de él casi siempre de igual manera,
en ese sentido somos no-libres, sólo la existencia nos da la
posibilidad de la libertad, asumida desde la responsabilidad con el
“otro”, de allí que personalmente pienso que al final terminamos
en la moral aunque Dios siga en silencio, de lo contrario el
nihilismo sería absoluto. De eso se trata, para finalizar, ya de
cara al siglo XXI, al fin de cuentas el ser humano es pro-yecto, más
que presente y pasado, el nihilismo no nos sirve por desesperanzado y
el existencialismo sólo tiene sentido si nos reconcilia con los
demás, con el otro y los otros y porqué no si igualmente nos
devuelve a Dios como lo quería Martin Buber. Si bien es cierto que
Sartre en parte tenía razón con aquello de que el infierno es la
relación humana en la mayoría de los casos, pero igualmente es
cierto y con una fuerza mayor, a mi juicio, es que no hay redención
y posibilidad de crecimiento sino en acompañamiento. No nacimos para
ser Robinson Crusoe y en lo personal me gustaría pensar que siempre
podemos ayudar a devolverle a los seres humanos la confianza en el
futuro, es decir, la esperanza.
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