domingo, 23 de septiembre de 2012

Pertinencia y compromiso


Inaugurándose el siglo XXI, la humanidad ha conquistado la posibilidad práctica de ofrecer educación de calidad para todos, tal como lo pronosticó, en su momento Comenio (1592-1670), educación de todo para todos. Lo anterior no significa que la tarea está hecha, al contrario, en cada país el sistema educativo tiene sus éxitos y sus omisiones o tareas por cumplir. En nuestro país, a pesar de que tenemos Universidad desde el siglo XVIII y el famoso decreto guzmancista de 1870, decretando la primaria obligatoria, hay que esperar al siglo XX y concretamente a 1936 con la creación del Instituto Pedagógico Nacional y la misión chilena para poder hablar de un proyecto educativo de Estado, que aunque sin continuidad gubernamental y con experiencias incompletas y limitadas, en general puede considerarse exitoso en lo fundamental. Si nos limitamos al sector universitario y particularmente a las llamadas universidades históricas o autónomas, éste estaría representado fundamentalmente por la Universidad Central de Venezuela (UCV); la Universidad de los Andes (ULA); la Universidad del Zulia (LUZ); la Universidad de Carabobo (UC) y posteriormente por la Universidad de Oriente (UDO) y la Universidad Simón Bolívar (USB) hasta configurar un sistema de más de 170 instituciones de educación superior, de las cuales 24 son de gestión privada, incluidas las católicas o de inspiración cristiana, con una matrícula en el 2012 de 320 mil estudiantes aproximadamente de los cuales 67 mil corresponden a las últimas nombradas.
De acuerdo al Dr. Jaime Requena, y en función de la “estadística oficial correspondiente al año 2008/2009: hay 48 Universidades en total, 22 de las cuales son de gestión pública y 26 de gestión privada, con 1.222.000 estudiantes. Unos 77.826 docentes; 52.983 en las públicas y 11.495 en las privadas. 5.851 profesores a dedicación exclusiva y 2.385 a tiempo completo, datos que sólo incluyen al sector público y por categoría se identifican 13.000 instructores o asistentes; 9.000 agregados, 4.000 asociados y 3.000 titulares, de éste total sólo un 8% está dedicado a la investigación, sin ponderar la pertinencia e influencia que éstas puedan tener, concluye el Dr. Requena con una afirmación que compartimos “Cada día nuestras universidades públicas se tornan en diseminadoras de conocimiento y no en sus productoras... un 92% de los docentes universitarios, simplemente se dedican a transmitir conocimiento que otros generan allende.” 1
En la discusión universitaria 2 temas son recurrentes, la pertinencia de las instituciones y la calidad de la educación que se imparte en ellas. Con respecto al primer punto es frecuente abordarlo desde la perspectiva e influencia política y social que éstas han ejercido directa o indirectamente, y en cuanto al segundo punto se tiende a abordarlo desde la pertinencia científica y su impacto social. Desde mi punto de vista las universidades han sido particularmente exitosas y protagónicas en ciertos momentos políticos importantes como lo fueron en la insurgencia y resistencia a la dictadura de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez aunque a partir de la década de los 70 y 80 se vive un proceso de auto marginación progresiva de su influencia en la vida política hasta resurgir con fuerza relativa en el 2007 con un vigoroso aunque minoritario movimiento estudiantil cuyos dirigentes rápidamente derivaron hacia el activismo político insertándose en los partidos políticos. En lo social, sin lugar a dudas, las universidades directa e indirectamente y en especial a través de sus egresados, fueron el motor principal de nuestros programas de desarrollo y modernización y ayudaron a configurar la dinámica y compleja realidad urbana y sus clases medias. La universidad entra en mengua en su rol sociopolítico en los últimos 30 años y no es casual que coincida con el decaimiento del debate ideológico, político, científico y filosófico que pareciera haberse ausentado del claustro universitario, sustituido por una visión más pragmática de la realidad intra y extramuros y una masificación, positiva en si misma, pero que termina sacrificando lo importante por atender las urgencias del día a día, con una repercusión directa en la calidad y pertinencia académica. Hoy por hoy la Universidad venezolana problematizada en todo sentido, con un marco jurídico-político precario y anacrónico caracterizado por la incertidumbre, enfrenta el desafío del porvenir, cabalgando sobre una globalización inevitable y un reto tecno científico que no terminamos de asumir a plenitud. En el campo científico, la Universidad ha hecho un gran esfuerzo pero no suficientemente satisfactorio y es que el modelo, la tradición y la cultura imperante tienden a privilegiar el modelo docente y profesionalizante. De la investigación se tiende más a hablar de ella que hacerla y algunos indicadores así lo demuestran. Si nuestros términos de comparación son los países avanzados y aplicamos el criterio del número de investigadores por número de habitantes, en Venezuela tendríamos un déficit de 76.000 investigadores y si nos comparamos en América Latina el déficit es de 20.000 investigadores.2
En 1990 se crea el Programa de Promoción del Investigador (PPI); éste es un buen ejemplo exigido en su momento por la propia comunidad científica y la presión social y gubernamental sobre las Universidades para la necesaria rendición de cuentas y que permitió desarrollar este importante programa y del cual referimos algunos indicadores que registra en un primer momento a 741 investigadores acreditados, encabezando la estadística la UCV con 223 y la Universidad de los Andes con 113, seguidos por LUZ con 36. Éste programa fue cancelado en el 2011 y sustituido por el Programa de Estímulo a la Innovación (PEI) fuertemente condicionado y a mi juicio comprometido con la línea política e ideológica del actual gobierno. Para el momento de su cancelación el PPI estaba encabezado por LUZ con 1044 investigadores, la ULA con 1035 y la UCV con 731.3
Otro indicador importante “es el número de artículos publicados con un firmante venezolano en revistas del ISI Web of Knowledge el cual ha decrecido un 15% desde los 968 de 2006 hasta los 831 en 2008... y agrega el mismo autor que el programa gubernamental Misión Ciencia parece estar favoreciendo a las Universidades afines al régimen y penalizando gravemente a las no afines”.4
De los investigadores pertenecientes a las Universidades nacionales el 37,4% corresponde al área de Ciencias médicas, biológicas y del agro. Un 27% a las ciencias físicas, químicas y matemáticas. Un 20% a las ciencias sociales y un 18,6% a las ingenierías, tecnología y ciencias de la tierra.5
Toda esta realidad expresada de manera estadística tiene su reflejo en el ranking iberoamericano SIR 2011, establecido sobre los siguientes indicadores: Producción Científica (PC); Colaboración Internacional (CI); Calidad Científica Promedio (CCP) y Porcentaje de Publicaciones en Revista del Primer Quartil SJR (1Q). En los primeros lugares se ubica la Universidad Nacional Autónoma de México; la Universidad Estadual de Campinas y la Universidad Federal de Río de Janeiro. En el número 72 de Iberoamérica y 33 de América Latina aparece la Universidad Central de Venezuela. La Universidad Simón Bolívar en el puesto 101 de Iberoamérica y 50 de América Latina y ésta ilustre Universidad de los Andes en el 102 de Iberoamérica y 51 de América Latina.
En el modelo científico de universidad, la función que se privilegia, es sin lugar a dudas y de manera práctica, la de crear y comunicar conocimiento. Entre nosotros esto no ha sido así. La modernidad de la Universidad venezolana y en general de nuestra educación se ubica a partir de 1936, por aquello que dijera el ilustre merideño Mariano Picón Salas, que nuestro siglo XX comienza en 1936 a la muerte del dictador Juan Vicente Gómez en 1935. Para ese año sólo funcionaban 2 universidades, la Universidad Central de Venezuela reabierta en 1922 y ésta Universidad de los Andes. En total el país contaba con 1000 estudiantes aproximadamente y 100 profesores lo que explica la posición pesimista de Razetti expresada en 1915 al inaugurarse el curso de Clínica Quirúrgica, citado por Jaime Requena,

En nuestro país la misión del profesorado científico está perfectamente determinada. Nosotros no podemos ser maestros originales fundadores de teorías científicas nuevas, porque nuestra instrucción se ha desarrollado en un medio pobre, desprovisto de los recursos que la riqueza y la tradición han acumulado en los centros intelectuales de Europa, genitores del Arte y de las Ciencias. Así vemos que no obstante lo extenso y complicado de nuestra patología regional, nuestro caudal científico es todavía demasiado reducido para poder servir de base a la formación de una ciencia médica nacional propia y original. Tenemos pues, necesariamente que limitarnos a repetir lo que los grandes maestros enseñan, procurando explicar a nuestros discípulos la ciencia tal como sale formada de las mejores escuelas extranjeras, nuestra libertad se reduce a escoger lo que consideramos mejor según nuestro criterio personal para interpretar los hechos a la luz de las doctrinas consagradas por el éxito y demostradas por la experiencia.”

Este pesimismo explicable del eminente Dr. Razetti afortunadamente hoy no es totalmente cierto, porque algo se ha avanzado en el desarrollo de un pensamiento científico nacional aunque lamentablemente no ha sido el deseable a pesar de las oportunidades y recursos que se han tenido. Extremando mi provocación diría que en lo fundamental el Dr. Razetti lamentablemente sigue teniendo razón.
Si vinculamos, como debe ser el desarrollo científico con la educación, ésta comienza su expansión democrática y democratizadora a partir de 1958 y así observamos cómo de manera continua, a veces aluvional e improvisado, la educación y la Universidad se convierten y constituyen en el principal soporte de nuestra evolución social y desarrollo económico. “Se logró reducir el analfabetismo de un 48,8% en el año 1950 a 34,8% en el año 1961; 22,1% en el año 1971; y 14,1% en la década de los 80 y un 8% para finales de siglo” (Jaime Requena). y si creemos en las estadísticas del actual gobierno el analfabetismo está erradicado de Venezuela. “La matrícula universitaria creció 2183% entre 1958 y 1975 y 372% entre 1975 y 1998. En 1950-1951 teníamos 6.901 estudiantes y casi 1000 docentes” y actualmente tenemos 2 millones de estudiantes aproximadamente, un evidente éxito de la sociedad venezolana y no sólo de sus diversos gobiernos.
En este proceso de medio siglo largo, de crecimiento cuantitativo-cualitativo (de acuerdo al llamado evolucionismo orgánico que postula la fórmula a la calidad por la cantidad) Venezuela ha progresado en todo sentido y en materia científica y técnica también lo hemos hecho. En 1967 se crea el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas CONICIT. En 1974 se crea el INVEPET (Fundación para la Investigación en Hidrocarburos y Petroquímica), la cual cambia su denominación en 1976 a INTEVEP manteniendo su figura jurídica de fundación. En el 2006 se promulga la Ley Orgánica de Ciencia Y Tecnología (LOCTI) muy auspiciosa en sus comienzos y rápidamente distorsionada por razones políticas. En este medio siglo el principal esfuerzo en investigación ha sido soportado por las Universidades ya citadas con un 33% de investigadores en el área de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes y un 24% en áreas médicas y biomédicas, donde se concentra la mayor producción (Jaime Requena) y aportes con proyección internacional importante.
En la Constitución de 1999 se asumen 2 iniciativas estratégicas de gran importancia y una vieja aspiración de nuestras universidades como lo era dar rango constitucional al principio de la autonomía universitaria y la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnologías, lamentablemente en ambos casos, en la práctica, han terminado siendo simples declaraciones de buena voluntad incumplidas e irrespetadas reiteradamente por un gobierno que pareciera no creer ni en la autonomía, ni en la Universidad autónoma ni en la Ciencia y la Tecnología como soportes reales de un desarrollo moderno, republicano y democrático.

El otro aspecto que habría que abordar lo hace el Dr. Orlando Albornoz en sus dos últimos libros6 . El autor habla del impacto de la investigación científica y técnica en una sociedad determinada y al efecto dice: “el papel de la producción de conocimientos, el papel de las ciencias en una sociedad depende directamente de la capacidad de absorción del aparato productivo y de las innovaciones producidas”, es decir, el impacto en general sobre toda la sociedad y en todos sus aspectos de la tecno ciencia. Un buen ejemplo en mi campo profesional es la investigación histórica-histioriográfica y su influencia, que de alguna manera, llega a determinar o condicionar la conciencia colectiva en función de los intereses dominantes y la subjetividad del investigador.
La investigación o el proceso de creación y producción del conocimiento tiene que ser contextualizada adecuadamente para entender “el clima” que facilite o dificulte dichos procesos, en nuestro caso las instituciones y políticas al respecto tienden a burocratizarse y a desviarse de sus propósitos originales y la parte administrativa de los mismos, se vuelve lenta, pesada y llena de obstáculos para el investigador. Talento y creatividad son necesarios en el investigador, igual que vocación y condiciones adecuadas y entre nosotros y en nuestras universidades, no terminamos de entenderlo. En este sentido creo útil esta definición de vocación-profesión que hace Jacques Derrida “profesar un conocimiento con maestría”.

El investigador nace y se hace y es por ello que toda política de promoción de la investigación y la innovación debe partir siempre del investigador promoviendo los estímulos y facilidades correspondientes.
El clima de libertad, autonomía y cambio es fundamental para propiciar la vocación permanente y el cumplimiento de los fines teleológicos de la Universidad que no son otros que la propia libertad, la búsqueda de la verdad y la dignificación permanente de los seres humanos. Ésta Universidad esencial si así puede decirse, en el 2088 cumple su primer milenio. En el tiempo largo de 10 siglos, la Universidad, de origen europeo, se globaliza, se masifica y se hace una y diversa. De la Universidad a la multiversidad en la cual, durante cada época, se plantean sus propios retos y desafíos, de orden histórico y sociocultural, así como académicos, administrativos y tecno científicos.
El llamado modelo profesionalizante así como el científico —que gira en torno a la investigación— no desaparece, pero ya no es suficiente para definir el modelo universitario, cuyo reto principal es el inevitable y necesario crecimiento cuantitativo de la matrícula estudiantil y del número de profesores.
La educación superior en el siglo XX dejó de ser una educación de minorías y de élites y se masifica, multiplicando las oportunidades para millones de personas y asumiendo el desafío de cómo conciliar cantidad con calidad. De allí la aparición de miles de universidades en todo el planeta, con perfiles e identidades fundamentalmente iguales, pero al mismo tiempo con particularidades que ya no solo se agotan en la docencia y la investigación, sino que asumen una tercera función: la «Extensión», en su sentido más amplio, así como el desarrollo de perfiles muy específicos como servicio o respuesta a determinados proyectos del sector público o privado.
Otra realidad a tomar en cuenta es la convivencia y articulación con otras instituciones a nivel nacional e internacional que cumplen funciones educativas o de investigación de alto nivel, sin necesariamente ser consideradas universidades.
El monopolio de la educación superior afortunadamente ya no existe y el reto tecno científico, así como una educación de calidad sustentada en valores y servicios, tampoco es territorio exclusivo de las universidades. Igualmente la distinción pública-privada termina siendo contingente e insuficiente para definir a una Universidad, ya que lo único que importa es su calidad y su pertinencia social.
Una Universidad está al servicio de su entorno más inmediato: local, regional o nacional, pero igualmente con visión y vocación internacional, pues la cultura y la ciencia, también en su sentido más amplio, identifican lo humano civilizatorio universal. De hecho, la palabra «Universidad» nos remite a la idea de lo universal como humanidad en proceso de hominización; de acompañamiento y crecimiento en conjunto de todos los seres humanos solidariamente sin discriminación de ningún tipo.
La Universidad del siglo XXI continúa la tradición milenaria de la institución, y en particular sus características modernas incorporadas en los comienzos del siglo XIX a través de los modelos universitarios conocidos como el «modelo francés o napoleónico» y el «modelo alemán», a partir de la fundación de la Universidad de Berlín por Guillermo Von Humbolt.
La Universidad existe sin condición —como sostiene Jacques Derrida— y «hace profesión de la verdad, promete un compromiso sin límite para con la verdad». La Universidad debe asumir a plenitud la mundialización como un «estar» en el mundo y seguir contribuyendo a hacer el mundo desde las ciencias y las humanidades. De lo que se trata es de una nueva humanización desde la ética y desde el saber y sin permitir condicionamientos de ningún poder. La independencia y «el derecho mismo a decirlo todo» es su esencia y naturaleza identitaria básica y no otra cosa es la autonomía. Continua el mismo autor: “No obstante: la idea de que ese espacio de tipo académico debe estar simbólicamente protegido por una especie de inmunidad absoluta, como si su adentro fuese inviolable, creo… que debemos reafirmarla, declararla, profesarla constantemente, aunque la protección de esa inmunidad académica… no sea nunca pura, aunque siempre pueda desarrollar peligrosos procesos de autoinmunidad, aunque —y sobre todo— no deba jamás impedir que nos dirijamos al exterior de la Universidad —sin abstención utópica alguna—. Esa libertad o esa inmunidad de la Universidad, y por excelencia de sus Humanidades, debemos reivindicarlas comprometiéndonos con ella con todas nuestras fuerzas. No sólo de forma verbal y declarativa, sino en el trabajo, en acto y en lo que hacemos advenir por medio de acontecimientos.”

Libertad, Autonomía y Universidad son sinónimos. Frente a las diversas y múltiples amenazas apocalípticas del siglo XXI —el futuro siempre es así, amenazante y esperanzador al mismo tiempo—, se hace imperativa una nueva utopía universitaria desde las nuevas humanidades o un nuevo humanismo desde las ciencias sociales en función del pensamiento crítico, en un diálogo abierto de saberes y experiencias.
La reivindicación de la Universidad «esencial y eterna» frente a tantas limitaciones y desviaciones asumidas es entender que, en los últimos mil años, la historia de las universidades es la historia de la humanidad y viceversa. Cada época tiene su Universidad y sus Humanidades y su tecno-ciencia, es el horizonte histórico y cultural por excelencia, que define y hace posible una conciencia en desarrollo y permite la noosfera intelectual y técnica que define y propicia el progreso humano y alimenta nuestras esperanzas inmanentes.
En la confusión de los últimos tiempos, y particularmente en nuestro país, se ha confundido de manera deliberada para propiciar la manipulación política, la identidad de la comunidad académica con la comunidad laboral. La Universidad, primordialmente es una comunidad profesoral, ya que éste como profesor profesa una fe, un saber a crear y a comunicar y como maestro crea y domina un saber —«profesa un conocimiento con maestría», como insiste Derrida—, dirigido u orientado a los estudiantes, los cuales en el proceso del aprendizaje y el conocimiento como diálogo y alteridad, contribuyen al acto creador de la verdadera educación, un crecimiento en acompañamiento de tipo existencial e instrumental, y a una sociedad o entorno que no se agota en lo local ni en lo nacional, sino que es global y universal, pero cuyos problemas específicos o propios demandan nuestro interés u ocupación teórico-práctico. La Universidad es conocimiento sin dogmas y a ello debe responder la autonomía para el gobierno de la Universidad, de la comunidad académica, de la organización de los estudios, de las relaciones hacia afuera así como el financiamiento y la administración no pueden estar condicionados sino a la identidad y los fines de la Universidad. Lucrar con la Universidad y la Educación es la negación misma de ambas. De allí que la distinción entre Universidad pública y Universidad privada termina siendo artificial e inconveniente, ya que ambas sólo pueden responder a un interés cultural y científico y a un servicio público.
Tampoco podemos prescindir de la idea del egresado universitario como un potencial profesional trabajador, formado en una profesión en busca de empleo y oportunidades. Cuando reducimos la inclusión solo al ingreso universitario y olvidamos la prosecución académica, el rendimiento y la calidad de los estudios, así como ignoramos el futuro empleo o el mercado laboral en su sentido más amplio, estamos configurando un fraude académico y una gran estafa social.
El desafío principal del siglo XXI para las universidades es la ambigüedad e insuficiencia del saber acumulado o la falta de discernimiento frente a la impresionante cantidad de información acumulada y trasmitida, así como los límites del conocimiento por venir, o, como dice Derrida, con humor e ironía «tómense su tiempo pero dense prisa en hacerlo pues no saben ustedes qué les espera».”7
En 1088 se funda la primera universidad, en Bolonia, Italia. Nace, como su nombre lo indica, universal, humanista y autónoma con respecto al poder, con libertad académica y de investigación. Transcurridos casi mil años, la universidad se ha transformado, se «historizó»; pero en lo esencial sigue siendo la misma: universal, humanista y libre. De allí la importancia de la autonomía universitaria como garantía de independencia y de fidelidad a su vocación originaria.
A las universidades les interesa el pasado cada día menos. Aunque no renuncian a la memoria, el compromiso es hoy con el futuro. Con el reto tecno científico, con la formación profesional sometida a permanentes exigencias de cambio y con una cultura relativista que se inspira —según Nietzsche— en una «Libertad sin límites, posibilidades sin límites, vacío sin límites».

En América la universidad se funda, tempranamente, en el siglo XVI: 1538, en Santo Domingo; 1551, en México; 1563, en Bogotá; 1586, en Quito.
En Venezuela su implante es tardío y hay que esperar hasta el siglo XVIII, cuando se funda la Universidad de Caracas, en 1721, y, posteriormente, en el siglo XIX, las Universidades de los Andes (1810), y las del Zulia y Carabobo (1891), reabiertas respectivamente en 1946 y 1958.8
La autonomía, es una versión de la libertad que permite el autogobierno y la libertad responsable, tanto del pensamiento como de las ideas. Es la exigencia de la razón de conocer, comprender, preguntar siempre. La filosofía y la ciencia, igual que la poesía y todo arte, nacen del asombro. Es el ser humano interrogándose a sí mismo e interrogando al mundo, a la naturaleza, al universo entero; es la razón intentando sustituir al mito. La autonomía universitaria nace de estas circunstancias y estas necesidades.
De allí que siempre termina siendo amenazada, fundamentalmente desde el poder, sea este político, económico o religioso. El poder tiende a avasallar, controlar o mediatizar, y la universidad —no importa cuán grande sea su crisis— tiende siempre, y de manera natural, a buscar y servir a la verdad, sabiendo que la verdad es nuestra única posibilidad real de libertad.”
De acuerdo a la Asociación Internacional de Universidades, en sus reuniones de Nueva Delhi (1962), Cambridge (1963), Moscú (1964), y Tokio (1965), la autonomía estaría definida:
Por el derecho de las universidades a seleccionar su personal a todos los niveles: autoridades, profesores, empleados y obreros.
Por la selección de sus estudiantes, con criterios libres y amplios.
Por la autonomía curricular, docente y administrativa; así como por el otorgamiento de títulos.
Por la capacidad plena para determinar el tipo de investigación que se quiere hacer.
Por la autonomía para distribuir y administrar los recursos financieros y de cualquier otro tipo.

De acuerdo a lo anterior, la autonomía implica el autogobierno y una amplia independencia académica y administrativa. No es el caso analizar en detalle todos estos puntos, pero sí es importante constatar —una vez más— la amplitud conceptual y la problematicidad de la autonomía, sus contenidos políticos y académicos, así como su conflictualidad estructural con respecto al Estado.
No puede darse una comprensión de la autonomía sin tomar en cuenta su historicidad, el tipo de universidad que se pretende y el modelo de sociedad que somos y que queremos llegar a ser. Juan Pablo II nos lo recuerda acertadamente cuando dice: «La Universidad en cuanto Universidad es una comunidad académica, que de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales e internacionales. Ella goza de aquella autonomía institucional que es necesaria para cumplir sus funciones eficazmente y garantiza a sus miembros la libertad académica, salvaguardando los derechos de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la verdad y del bien común».”
Hemos recorrido un camino importante como sociedad en todo sentido, si nuestros parámetros de comparación es con nosotros mismos, pero si miramos hacia afuera, como debe ser, nos queda mucho camino por recorrer y particularmente en el desarrollo de la investigación y la tecno-ciencia. Entre las urgencias que nos impone el siglo XXI está definir en la práctica un nuevo modelo universitario más acorde con los tiempos que corren y vincular este proceso a las políticas públicas y a los intereses del sector privado en una visión globalizada de la realidad. Es fundamental la coherencia y continuidad de las políticas de reforma, tanto del sistema educativo como del sistema científico y técnico nacional. La Universidad semper reformanda, siempre en reforma está obligada a asumir el desafío del futuro y sin lugar a dudas este desafío pasa por incorporarnos plenamente y en todo sentido a la revolución tecno-científica que caracterizan a nuestra contemporaneidad.

1Cita tomada del Dr. Jaime Requena en el prólogo al libro del Dr. Orlando Albornoz: “Las múltiples funciones de la Universidad: Crear, transferir y compartir conocimiento”.
2Navarro V. Arturo. “la investigación venezolana dentro del contexto de la Globalización”. Publicado en Abril del 2008 en www.entorno-empresarial.com
3Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (ONCTI). Registros Administrativos del programa de promoción al Investigador (PPI) período 1990-2009, Registro Nacional de Innovación e Investigación (RNII), año 2011.
4Casassus, Barbara. “Venezuela: As Research Funding Declines, Chávez, Scientist Trade Charges,” Science 324: 1126-1127. 29 May 2009.
5Hebe M. C. Vessuri. La calidad de la investigación en Venezuela: Elementos para el debate en torno al programa de promoción del investigador. Publicado en www.interciencia.org
6Dr. Orlando Albornoz. Competitividad y Solidaridad: Las tendencias de la Universidad contemporánea. Editorial Universidad Católica Cecilio Acosta. 2011.
Dr. Orlando Albornoz. Las múltiples funciones de la Universidad: crear, transferir y compartir conocimiento. Editorial Fundación Simón Rodríguez de la Lotería del Táchira. 2012.
7La Universidad del siglo XXI. Ángel Lombardi. Editorial Universidad Católica Cecilio Acosta. 2012.
8 Ángel Lombardi. Autonomía y Democracia. UNICA. 2007.

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