lunes, 24 de septiembre de 2012

2012: El proceso electoral como un combate moral


Para la conciencia histórica nacional es importante el concepto de continuidad y convivencia que no es otra cosa que la reconciliación psíquica de nuestros tiempos históricos; ninguno de ellos puede ser negado y todos son importantes y necesarios en esta dialéctica de la historia nacional. El pasado indígena y africano es de una riqueza antropológica y cultural absoluta, igual que la herencia hispana y europea en general, muy de acuerdo con el concepto universalista de raza cósmica de José Vasconcelo cuando se refiere a esta nueva realidad latinoamericana. Hablamos español y portugués y como se sabe una lengua ya es una patria. Nos identifica el humanismo clásico y cristiano y la cosmovisión y costumbre de los ancestros así como las múltiples influencias de ese sincretismo extraordinario que produce la globalización. En todo este proceso: Colonia, Emancipación y República, para utilizar términos al uso, identifican de manera dinámica y progresiva aspectos y rasgos que definen la venezolaneidad, entre ellos el ansia libertaria y el sentido igualitario de las personas. Como sociedad moderna estamos empeñados en un proyecto democrático, republicano, federal y civilizatorio. Queremos consolidar la ciudadanía y la civilidad sobre un modelo económico y social de equidad y justicia y en el siglo XX nuestra sociedad, en este sentido, conoció éxitos innegables tanto en su desarrollo socio-cultural como económico y político y en ellos se inscribe nuestra democracia, que abrevó en la mejor tradición republicana y progresista. Democracia imperfecta pero perfectible y esa es una de las exigencias históricas de esta cita electoral del 2012, reafirmar nuestra vocación y tradición democrática con convicción y coraje.
“La democracia es producto de la historia. Aunque no tuviera conciencia de ello, el ser humano ha ensayado diversas formas de gobierno y participación democrática para el autogobierno, la libertad individual y la igualdad social; y la búsqueda de la oportunidad y la riqueza es tan antigua como la misma humanidad. Está en la naturaleza humana la lucha por el bienestar y la cultura, la dignidad y la justicia, la libertad y la igualdad.” La democracia deja de ser una abstracción o una simple teoría política para pasar a expresar conquistas civilizatorias fundamentales como la individualización de una persona como ciudadano, protegido en sus derechos frente al poder arbitrario del Estado y la Ley. La democracia, igualmente, es el control democrático del poder para beneficio de todos y su funcionamiento como sistema político, jurídico y constitucional tiene como norte “la igualdad y que su consecuencia debe ser el esfuerzo del estado para minimizar las diferencias entre los hombres”. El poder debe ser difundido y compartido, para que el pueblo sea el principal protagonista y beneficiario del sistema. La democracia no es real si no es internalizada como un sistema de valores por todos los ciudadanos, valores que, en última instancia, no son otra cosa que la libertad, la igualdad y la fraternidad consigna ésta última olvidada de la revolución francesa y tan urgentemente necesaria en este problemático y problematizado siglo XXI.
La democracia en Venezuela es tardía y solo se posibilita en el siglo XX, entre otras razones, por la modernización acelerada provocada por la economía petrolera y como consecuencia, los cambios cualitativos que sufriera la sociedad venezolana. En nuestra tradición electoral, el antecedente moderno más importante es la Ley de Censo Electoral y de Elección, promulgada el 11 de septiembre de 1936, ley imperfecta y limitada pero que permite asumir la posibilidad de iniciar un proceso democratizador que aunque el gobierno de la época pretendía frenar y controlar era inevitable dada las nuevas condiciones que se venían dando en el mundo y en nuestra sociedad. Hay que esperar al golpe de estado del 18 de octubre de 1945 para potenciar el modelo democrático de masa y partidos y que tiene su expresión más acabada en 1947 con la adopción del Sufragio Universal y Secreto y la elección mayoritaria de Rómulo Gallegos en 1948. La sociedad venezolana cuenta con nuevos actores políticos, aunque el marcaje militar siempre está presente y es que en el país venía desarrollándose un nueva economía petrolera de importancia global y que había generado en los últimos 30 años cambios sustantivos en la sociedad venezolana. Es la insurgencia campesina y obrera que empieza a crear el nuevo paisaje urbano de los trabajadores y las clases medias, con su vanguardia sindical y partidista, en el marco de una lucha política e ideológica a nivel mundial que confrontaba a los países avanzados capitalistas europeos y norteamericanos y a los emergentes países comunistas con la Unión Soviética a la cabeza. En este contexto Venezuela vive su propio proceso de cambios económicos, sociales, culturales y políticos que se expresan de manera gráfica en la lucha por el gobierno y el poder. Una vez establecido el sufragio, los procesos electorales pasan a expresar de una manera precisa los intereses en juego y los respectivos planteamientos programáticos, ideológicos y políticos de cada sector. Interrumpido el proceso democrático por la dictadura de Pérez Jiménez, otro golpe de estado cívico-militar restituye el proceso político, democrático y electoral ininterrumpido hasta el día de hoy. El venezolano se acostumbró a votar y se acostumbró a pensar que este es el mecanismo más idóneo para resolver la controversia política. Así vemos como en 1959 resulta electo Rómulo Betancourt, Presidente de la República, con 49,18% de votos derrotando a Wolfgang Larrazabal, quien obtuvo 34,61% y Rafaél Caldera con un 16,21% de votos. Fue una contienda dura y difícil, en circunstancias sumamente adversas de inestabilidad y con una fuerte amenaza de golpes de estado y una inquietante incertidumbre social y económica. A pesar de todo ello, y la posterior amenaza insurgente y golpista, Rómulo Betancourt fue el primer presidente de nuestra historia electo constitucionalmente que completó su período constitucional. En 1963 es electo Raúl Leoni, abanderado de Acción Democrática, que a pesar de las divisiones sufridas logra la victoria con una propuesta programática progresista y un respaldo multipartidista. En 1968 gana la presidencia Rafaél Caldera con un 29,13% de votos, con una diferencia de apenas 30.000 votos con respecto a Gonzalo Barrios candidato de Acción Democrática. Con esta elección se puede decir con propiedad que la democracia está consolidada en el país ya que en términos electorales se ha salido airoso de todas las pruebas y con Caldera, por primera vez en nuestra historia, un líder opositor gana las elecciones y el gobierno de turno así lo reconoce. Otro éxito de este período es que la izquierda insurgente que venía alentada por el proceso cubano decide participar electoralmente y a pesar de que nunca logró sobrepasar el 5% de los votos, se convirtió en un actor más en aceptar las reglas del juego electoral democrático.
El éxito de la democracia venezolana en los años 50 y 60 del siglo pasado radica precisamente en el entendimiento político que prevaleció entre los sectores dirigentes, tanto en la derrota del dictador como en el respaldo unánime a la nueva constitución de 1961. Igualmente, se entendió, en los últimos 3 gobiernos aludidos, que ningún partido puede gobernar sólo, y que las alianzas, los acuerdos y consensos, son necesarios e imprescindibles en un sistema democrático que pretenda ir más allá de administrar y sobrevivir a las crisis.
En 1973, Acción Democrática vuelve al poder con la candidatura de Carlos Andrés Pérez y su abrumadora victoria. En 1978 gana COPEI con Luis Herrera Campins, y se consolida en el proceso político venezolano el llamado bipartidismo, configurando de esa manera lo que pudiéramos llamar una democracia madura y estabilizada. En 1983 es electo Jaime Lusinchi de Acción Democrática con el 56,72% de los votos frente a Rafaél Caldera de COPEI que obtiene un 34,54% y con una abstención de apenas el 12,25%. En este proceso la izquierda se divide con la candidatura de Teodoro Petkoff que saca un 4,17% y José Vicente Rangel que repite una tercera candidatura con 3,34% de votos. Esto que pudiéramos considerar el momento políticamente estelar del sistema democrático venezolano es al mismo tiempo el punto de inflexión de una crisis que venía anunciándose a través de los llamados profetas del desastre entre ellos Juan Pablo Pérez Alfonso y que tenía que ver con un modelo de desarrollo atrapado en el rentismo petrolero y al mismo tiempo en políticas económicas epilépticas y sin prestar la suficiente atención al problema social que se venía incubando y a la creciente corrupción. Sin lugar a dudas el boom petrolero de los años 70 había desarticulado nuestro sistema político, económico y social y había creado un antimodelo de desarrollo que en expresión de André Gunther Frank es el desarrollo del subdesarrollo. La señal más visible de la crisis que se anunciaba y que la clase dirigente no fue capaz de anticipar y manejar fue el famoso viernes negro de 1983. En 1988 el país nostálgico pretendió regresar a la Venezuela facilona y despilfarradora de los años 70 con la nueva elección de Carlos Andrés Pérez con 52,89% de votos. En esta elección Eduardo Fernández de COPEI pierde con 40,40% y lo que expresó de manera gráfica la situación de incertidumbre política que se estaba comenzando a vivir y el final del consenso necesario para gobernar fueron los 26 candidatos que compitieron para esta elección. La situación de crisis de nuestra élite era tan grave en su pérdida de sintonía con el país que el testimonio de Diego Arria referido a la campaña de 1978 y a su candidatura es altamente esclarecedor: “Yo veía que el bipartidismo iba a acabar con la democracia en Venezuela, el país estaba secuestrado por 500 o 600 personas que nunca en su vida habían pagado un pasaje, cuyo choferes y guardaespaldas eran pagados por el Estado, que vivían del patrimonio de la nación.” Qué actuales suenan estas palabras cuando, a nuestro juicio, vuelve a darse el distanciamiento entre gobierno y pueblo y élite y sociedad“. El país confundido, con una dirigencia extraviada se enfrenta a la coyuntura electoral de 1993 con las precandidaturas emocionales de Renny Otolina y la candidatura de Irene Sáez, como expresión de una sociedad desorientada, de una dirigencia que había perdido claridad y de unos partidos políticos desprestigiados que naufragaban en las complicidades de la corrupción, el maridaje de la política y los negocios y que había ignorado políticamente hablando lo que expresaba el llamado Caracazo de 1989 y las intentonas golpistas de 1992. Frente a tantos extravíos el país decide elegir a Rafaél Caldera con apenas 30,48% de los votos, Acción Democrática se presenta menguada y disminuida con Claudio Fermín para apenas sacar 23,60% de votos y Oswaldo Álvarez Paz un 22,73% de votos, frente a una importante abstención del 39,84%, es decir, que la larga y agónica crisis que venía perfilándose desde finales de los 70 y que arropó de manera negativa la llamada década perdida de los 80, culminó en un vacío de representación que fue llenado oportunamente por Hugo Chávez candidato en 1998 con una abrumadora victoria del 56% aproximadamente. De esta manera se cerraba el ciclo del bipartidismo puntofijista y se iniciaba un gobierno bajo los mejores auspicios y a mi juicio con una sociedad sin conciencia clara de lo que le esperaba y que una vez más, en sus extravíos, recurría a la magia del caudillo salvacionista y a la mágica renta petrolera.
Desde 1998 a esta, parte el país ha vivido quizá en demasía, muchas jornadas electorales, que han permitido consolidarse, en el gobierno y en el poder, a Hugo Chávez que en el 2006 obtiene electoralmente una importante relegitimación con 62,84% de votos frente a Manuel Rosales, abanderado unitario de la oposición con 38,9%. Mucho se ha debatido sobre las características democráticas del actual gobernante y en estos últimos 14 años, se ha hablado de militarismo nacionalista, militarismo populista, proyecto socialista, autocracia en desarrollo y amenaza permanente totalitaria cuyo modelo es Cuba. Quizás ésta ha sido la mayor debilidad del presidente y su mayor fortaleza, la ambigüedad de un estilo de liderazgo y de un proyecto de gobierno que vive permanentemente entre la promesa y la amenaza. En 1958 el registro electoral estaba constituido por 2.913.801 venezolanos, actualmente se habla de un padrón electoral de 18.903.143 electores que luce exagerado para la población total del país, pero sea como sea, Venezuela en términos demográficos y sociales, ha sufrido cambios importantes. Tenemos un electorado joven mayoritariamente urbano y tenemos un electorado femenino que representa un poco más de la mitad del número de electores, al mismo tiempo que a nuestra sociedad se le han creado expectativas de todo tipo en un tiempo y una época, comenzando el siglo XXI, en donde la conciencia colectiva tiende a ser más desarrollada y activa. Como sea, el 2012 termina siendo una encrucijada de un proceso político lleno de altibajos, amenazas, éxitos y fracasos, pero lo que no puede cuestionarse ni ponerse en duda es que en el 2012 debe asumirse el proyecto democrático en todo sentido y no sacrificarlo bajo ninguna circunstancia.
El 7 de octubre culmina un proceso altamente asimétrico. Por un lado el ventajismo electoral gubernamental y la parcialidad oficialista inocultable de la mayoría de los miembros del CNE. Igualmente destaca la intención y voluntad fraudulenta de un régimen que ganó el poder en su momento y no está dispuesto a abandonarlo a través de un simple proceso electoral. Ésto último no termina de entenderlo la oposición que están enfrentando una voluntad de poder y un proyecto político de fuerte connotación político-ideológico-religioso, que se asume eterno, asentado sobre una irracionalidad cultivada y una emocionalidad manipulada a partir de las carencias afectivas, psíquicas y materiales de millones de personas. Miseria y miedo, no otro, es el credo del candidato-mesías; sobre la pobreza creciente y las necesidades insatisfechas, el candidato oficialista sigue presentándose como el proveedor por excelencia de la tribu.
Creemos que es importante evitar el fetichismo mágico del 7 de octubre, no descartar ningún escenario y pensar que quizás los acontecimientos más importantes van a ocurrir después de esa fecha, aparte de los imponderables a que la historia nos tiene tan acostumbrados y más en este caso, con un candidato, sin lugar a dudas, enfermo. La democracia implica, entre otras cosas, elecciones periódicas, transparentes y equilibradas, aunque la presencia y frecuencia de los procesos electorales no implican necesariamente la existencia de una democracia real. Como ejemplo tenemos los gobiernos del fenecido mundo comunista de Europa oriental que se autocalificaban de democracias y hacían elecciones que siempre ganaba el gobierno abrumadoramente. Cuba es otro ejemplo, de elecciones sin democracia. Un dictador puede ser electo, como lo fue Hitler, y muchos otros, inclusive por un tiempo pueden ser figuras populares, como Musolini en los primeros años de su gobierno y como Perón, en Argentina.
En nuestro país la democracia es reciente, de memoria corta y frágil y su sustento electoral tradicionalmente precario y manipulable, de allí la frase conocida que acta mata voto. En general, los gobiernos siempre han jugado al abuso del poder y al ventajismo, pero además, en estos últimos tiempos, hay que agregar las tecnologías aplicadas a los procesos electorales, en donde no se termina de tener claro cuales son las garantías con respecto a la transmisión y totalización de votos y el secreto del mismo. El problema no es cómo se vota sino el compromiso con la transparencia electoral y el respeto al voto popular que entre nosotros tiende a ser débil configurando un sistema electoral estructuralemente fraudulento; siempre ha sido así pero en los regímenes autoritarios el ventajismo y la trampa se acentúan. Tenemos un CNE, ya aludido, con 4 integrantes públicamente identificadas con el oficialismo y el otro miembro que no termina de generar la confianza necesaria ya que fue designado por un poder legislativo abrumadoramente mayoritario de representantes gubernamentales. Un registro electoral de casi 19 millones de personas con derecho a voto luce inflado para un país que no llega a totalizar 30 millones de habitantes y con un sistema de cedulación manejado por cubanos largamente liberal en otorgar cédulas con una facilidad increíble para una burocracia que no se caracteriza precisamente por su eficiencia y transparencia.
El discurso de la amenaza y del miedo tienden a imponerse como estrategia electoral del oficialismo y están tratando de crear la matriz de opinión, a nivel nacional e internacional de que ya ganó y que la oposición no va a reconocer el triunfo oficialista, de esta manera están preparando el escenario del “arrebatón”, acusando a la oposición de lo que ellos pudieran pensar hacer, es el efecto espejo o como dice el dicho popular, el ladrón juzga por su condición. Esta estrategia de declararse ganadores anticipadamente va a encontrar eco en algunos gobiernos que están haciendo grandes negocios en Venezuela, como por ejemplo los amigos del Alba y del Mercosur.
El fraude es una posibilidad real y no hay que dejar de mencionarlo con el argumento de que va a asustar a los votantes, ese es un viejo prejuicio de los políticos con el ciudadano siempre tratados como menores de edad o incapaces de discernimiento. Creemos que es muy importante la información veraz y la interpretación correspondiente sin menoscabo del optimismo necesario para ganar las elecciones y creemos que en ese sentido el candidato y en la campaña se está desarrollando una estrategia adecuada y exitosa. En este proceso electoral hay un ingrediente que a nuestro juicio es de suma importancia, el ingrediente moral, de allí que es pertinente la pregunta: ¿Cuándo el voto se convierte en un acto moral?. A nuestro juicio cuando sería irresponsable elegir a consciencia a un enfermo, con una enfermedad progresivamente limitante y con riesgo cierto de crear situaciones de inestabilidad o precariedad institucional. Igualmente cuando se está eligiendo a alguien que no esconde su intención de perpetuarse en el poder y crear un régimen que aunque se identifique como socialista en la práctica es el tradicional comunismo cuyo modelo que se proclama y no se esconde es el terrorífico régimen cubano con su isla-prisión. Igualmente es el castigo necesario a un mal gobierno que ha debilitado fuertemente nuestra salud moral con un incremento sustantivo en corrupción, delincuencia y narcotráfico.
El 7 de octubre culmina el proceso electoral, y a mi juicio con el triunfo de la oposición. Creemos que es la mejor posibilidad para propiciar y desarrollar una alternabilidad democrática: que prevalezca el pluralismo y el equilibrio que nuestra sociedad está demandando y nos permita seguir desarrollando un sistema democrático, de institucionalidad fuerte, economía sólida y diversificada y de fuerte acento social.
Para nuestro proceso político sería muy conveniente una derrota electoral del partido de gobierno y estos son algunos de los dilemas del PSUV: dejar de ser un partido militar, dedocrático y evitar las trampas electorales para permanecer en el poder, así mismo, no puede seguir siendo la mampara electoral de un proyecto personalista y totalitario de poder. Mientras si pierde en buena lid y con un caudal importante de votos puede aspirar a convertirse en uno de los pilares partidistas importantes del sistema político democrático venezolano y para ello necesita perder las elecciones, aceptar los resultados y pasar a la oposición democrática, abriéndole cauce a un “chavismo sin chávez” al mismo tiempo que se compromete en un diálogo multipartidista y representativo de todo nuestro ser social, garantizando la convivencia nacional dentro del necesario equilibrio dinámico que no otra cosa es la democracia, además del sufragio y la alternancia de gobierno.
El 7 de octubre todo el país estará sometido a pruebas a partir de una pregunta fundamental ¿Estamos dispuestos a tolerarnos? De cómo respondamos va a depender el futuro. Estabilidad y gobernabilidad o inestabilidad e ingobernabilidad; ese y no otro es el dilema que nos plantea este proceso electoral a partir de la madurez y la racionalidad de sus actores fundamentales; el futuro puede ser promisorio o precario; seguimos en la crisis o comenzamos a salir de la crisis. Cada venezolano en particular, a través de su voto, tiene la responsabilidad moral de formularse sus propias preguntas y generar sus propias respuestas desde su conciencia moral, con coraje y lucidez.

2 comentarios:

  1. Después de las elecciones, leo este ensayo y me parece muy esclarecedor. Muchas gracias

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  2. Clarividencia absoluta! Todo lo que pasó el 07 de octubre está en el escrito!!!

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