Entre
los desafíos del siglo XXI está la construcción de una nueva
democracia, más democrática, abierta, tolerante, plural, de poderes
autónomos y gobiernos alternativos, así como con garantías plenas
y eficaces a los derechos humanos y a la paz y a la solidaridad como
programa permanente. Con plena gobernabilidad y oportunidades para
todos, en donde el progreso y el desarrollo dejen de ser discursos
vacios o simples propuestas bien intencionadas. La persona se asume
más importante que el gobierno, y la sociedad más importante que el
Estado. La nueva realidad política trasciende la vieja división
entre lo público y lo privado, y cobra creciente importancia la
sociedad civil, como un quinto poder en ascenso, que articula en una
ciudadanía responsable, múltiples grupos y asociaciones, temporales
o permanentes, totalmente horizontales, voluntaria y libres, para
promover las mejores causas, sin daño ni perjuicio para nadie, y sin
propósitos de poder o dominio y su empeño principal no es otro que
el desarrollo de un modelo democrático moderno, libertario y
solidarios. Es la expresión de un proceso de emancipación de la
sociedad frente al Estado (Bobbio, 1997). “La sociedad civil
termina siendo la confluencia de múltiples organizaciones,
movimientos (y redes sociales) y expresiones de la sociedad que
reaccionan frente al fracaso de gobiernos y partidos que ya no pueden
imponer su globalidad activista e ideológica, y de políticos que
solo emiten discursos generales sin mayores niveles de
diferenciación, ni propuestas alternativas a los múltiples
problemas de un mundo plural, urbano e intercomunicado”. Revista
Nueva Política. Número 13 – Octubre 2012.
La
acción política se amplía como acción pública permanente, que
trasciende la participación electoral. Hay que votar pero seguir
participando para monitorear y hacerle seguimiento tanto al sector
público como privado, desde la ciudadanía activa organizada, para
que sean eficaces y honestos y sus fines y objetivos no contradigan
los fines y objetivos de la sociedad en general. La sociedad civil no
es otra cosa que una democracia de ciudadanos, no de simples votantes
y mucho menos de indiferentes y aprovechadores, no otra cosa quería
significar Simón Rodríguez cuando exigía repúblicos para que
existiera la República.
Nos
hemos convocado como ciudadanos zulianos para respaldar una
candidatura, y lo hacemos entre otras banderas, con la consigna de la
zulianidad. Esta es nuestra circunstancia y nuestro argumento
principal en esta coyuntura electoral para elegir gobernador del
Estado. Evidentemente nadie es dueño de la zulianidad, como
identidad colectiva común, en el fondo es una expresión y una
metáfora de una realidad compleja y cambiante como lo es la
identidad antropológica, histórica y cultural de esta región y de
esta ciudad. Todo zuliano y todo maracaibero participan de esta
identidad, esté o no consciente de ello, y no importa cuáles sean
sus preferencias políticas e ideológicas, pero en este caso, tiene
sentido enarbolar la bandera de la zulianidad como expresión de un
proyecto político histórico insatisfecho o no logrado, como lo es
la siempre preterida y nunca realizada plenamente República Federal
de nuestra primera Constitución, así como la necesidad de seguir
construyendo como proyecto complementario de la República Federal,
la Democracia Civil Descentralizada, apenas esbozada en 1947 con el
sufragio universal, y en 1958 con la apertura democrática,
antiautoritaria, pluralista, civil y alternativa y de esto se trata,
de cara al Siglo XXI y al futuro que recién comienza,
definitivamente dejar fundada de manera permanente la República
Civil, Federal, Democrática y Descentralizada, en donde las
autonomías personales y colectivas estén garantizadas así como la
libertad plena y los derechos humanos, con su fuerte carga de
solidaridad y justicia social. Una vez más, el dilema es optar entre
el centralismo autocrático o la descentralización democrática. Hay
que recordarle al país y a la región que el centralismo autocrático
no termina de morir, y en el fondo ha sido la gran estafa histórica
que usufructuó nuestros atrasos y miserias, pero que es inconcebible
hoy en plena modernidad y globalización. Los caudillos son
anacrónicos por definición y el actual es un anacronismo
insostenible e inviable, como su alucinado proyecto ideológico
importado. El centralismo no quiere gobernadores civiles electos,
independientes y autónomos que hacen patria desde las regiones, los
quiere subordinados a Miraflores, y quiere liderazgos domesticados y
subalternos.
El
Zulia fue y es empecinado en su regionalismo telúrico, hasta llegar
a ser todo un símbolo nacional de autonomía militante e identidad
dinámica afincada en sus realizaciones positivas, con toda su rica
simbología cultural y fuerte arraigo telúrico. En el Zulia y en el
zuliano es irrenunciable el proyecto democrático y descentralizador
que comparte con el resto del país y con las tendencias más
dinámicas y progresistas del resto del mundo, y de eso se trata en
esta coyuntura electoral, volver a decidir entre los centralistas de
siempre y quienes hemos apostado a la libertad responsable y a la
descentralización como proyecto político y de gobierno
estratégicamente conveniente y necesario. El futuro se construye
sobre el aprendizaje a partir de nuestros errores y sobre los
aciertos de nuestro pasado afirmativo, y sin lugar a dudas, si algo
ha mantenido unido y le ha dado continuidad a la mejor genética de
nuestra historia, es la épica civil que nunca ha abandonado el sueño
de hacer realidad una república federal democrática y
descentralizada.
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