El tiempo detenido, de
alguna manera, llega a significar el eterno retorno en Nietzsche o el
tiempo social, como tiempo en donde el placer, la fiesta y el
entretenimiento, se convierten en un presente estático que evita y
mitiga la inevitable angustia existencial. El tiempo ritual es
circular, siempre se repite a sí mismo y es como un eterno
recomenzar, como el día y la noche o el tiempo de las estaciones. Se
nace y se muere simbólicamente. En todas las tradiciones culturales
existe esta liturgia del tiempo cósmico, como alguna manera de
exorcizar, nuestra finitud o terror inconsciente del tiempo. Es lo
efímero absolutizado. En la sociedad contemporánea, en donde casi
todo se mediatiza y banaliza, este tiempo detenido alcanza su
plenitud, en el ámbito cultural cristiano con la navidad y el fin de
año. En nuestra ciudad, Maracaibo, la liturgia urbana de este tiempo
sagrado, tiene que ver con la bajada de la virgen y la bajada de los
furros, tradiciones que marcan a nuestra ciudad con fuertes
resonancias tradicionales y populares. La ciudad se convierte en una
gran fiesta, marcada profundamente por la temporada de gaitas y en
los últimos 40 años, por la feria de la Chinita. Es la temporada
del béisbol, las corridas y fiestas populares que contagian todo el
espacio urbano. En los últimos años, especialmente en colegios y
clubes de clase media alta, cuyos sectores están fuertemente
transculturizados por la influencia norteamericana, se ha impuesto
una tradición extraña pero que ya es propia como el Halloween. Las
llamadas tradiciones populares, son híbridos sincréticos de un
mestizaje creador, fraguado en 500 años de fe popular e instinto
festivo que se asume y resume en la “gaita”, expresión zuliana
por excelencia y de fuerte arraigo popular. La gaita es una fiesta
comunitaria, que identifica a todo un pueblo, se canta y se baila,
con su música machacona y repetitiva y sus estribillos que se nutren
de personajes, anécdotas y crónicas locales, y con una fuerte carga
de descontento o protesta. La gaita, con la Chinita y el béisbol,
quizás asume nuestro anhelo de eterno presente, de fuerte raigambre
indígena y especialmente africano. “el tiempo africano se había
convertido en el tiempo afrocristiano; el pasado se había hecho
futuro” (Harold Bloom). La fiesta no termina sino el 2 de febrero,
día de la Candelaria y con la subida de los furros, cuando el
habitante de esta región vuelve a su cotidianidad hasta que la
fiesta vuelva a recomenzar.
Este tiempo detenido, o
tiempo antropológico de la ciudad, por así decir, está marcado en
el alma popular por el culto a la Chinita, la cual hace el milagro
anual de congregarnos y unirnos en una zulianidad afirmativa. “Es
el Evangelio de la vida que se expresa en María: una gran señal
apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus
pies y una corno de doce estrellas sobre su cabeza”. (Apocalipsis
12,1). Mujer y madre, resume y asume el dolor y la alegría de la
ciudad y que Juan Pablo II, en su carta encíclica “Evangelio de la
vida”, la invoca de manera directa y precisa:
¡Oh!, María,/aurora
del mundo nuevo,/Madre de los vivientes,/a ti confiamos la causa de
la dicha,/Mira, Madre, el número inmenso/de niños a quienes se
impide nacer,/de pobres a quienes se hace difícil vivir,/de hombres
y mujeres víctimas/de violencia inhumana,/de ancianos y enfermos
muertos/a causa de la indiferencia/o de una presunta piedad./Haz que
quienes creen en tu Hijo/sepan anunciar con firmeza y amor/a los
hombres de nuestros tiempo/el Evangelio de la vida;/alcánzales la
gracia de acogerlo/como don siempre nuevo,/la alegría de celebrarlo
con gratitud/durante toda su existencia/y la valentía de
testimoniarlo/con solícita constancia para construir,/junto con
todos los hombres de buena voluntad,/la civilización de la verdad y
el amor,/para alabanza y gloria de Dios Creador/y amante de vida.
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