La historia, por
definición, tiende a ser imprevisible y siempre depara sorpresas
(Kant afirmaba que era de necios profetizar) por aquello de la
libertad humana y los imponderables de la vida. Igualmente la
historia tiende a ser pendular, como pensaba J. B. Vico, porque
igualmente los seres humanos y las sociedades necesitamos de
equilibrios.
En la modernidad,
sucedió una cosa curiosa entre otras muchas (la paradoja y la ironía
también forman parte de la historia), fue la época del fin de las
monarquías, con algunas excepciones emblemáticas como la inglesa y
la japonesa y algunas otras. Era la época de las revoluciones
burguesas (1789, Francia) y comunistas (1917, Rusia) que arremetían
contra el viejo orden político y particularmente contra las vetustas
y anacrónicas monarquías (pero quién ha dicho que la historia no
se devuelve) así vemos como en Francia surgió el bonapartismo
monárquico e imperial y posteriormente la restauración de la
antigua casa reinante y en Rusia, después de 8 décadas de
comunismo, retorna una cuasi-monarquía con los gobernantes actuales.
Es decir, que a nivel político no todas las sociedades terminan por
construir un poder y un sistema político democrático y moderno y de
allí el título de este artículo. En muchos países y entre ellos
el nuestro, el poder político y el sistema se definen como
democráticos pero sus usos y costumbres siguen las pautas
monárquicas. El poder en general y el gobierno en particular
responden a tres momentos de la política: ganar el poder, ejercerlo
el mayor tiempo posible y legarlo a un heredero designado. En
Venezuela, para ganarlo, usualmente, se conspira y se intentan golpes
de estado o se manipulan elecciones. Se ejerce, el poder, casi
siempre, sin rendición de cuentas y con la complicidad o secuestro
de los otros poderes y se intenta transmitirlo como una herencia; así
fue con los caudillos y así se intenta ahora en esta dedocracia
agónica.
En la débil y cautiva
democracia venezolana se está desarrollando un drama sucesoral más
parecido a una monarquía que a una democracia constitucional, en
donde en ésta última la Constitución termina siendo maltratada e
irrespetada, y como es lógico, con consecuencias imprevisibles para
nuestro futuro inmediato.
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