En las últimas semanas y después del fracaso electoral del 15 de febrero, en donde el caudillo no obtuvo los votos que esperaba, se ha empeñado en distraer la atención, con sus acostumbradas amenazas y arbitrariedades. Esta estrategia que los medios potencian y la propia oposición favorece, no debe permitírsele al gamonal para que siga imponiendo la agenda política y mediática, con improperios y vulgaridades y con acciones escandalosas que sólo tratan de producir confusión y miedo. Frente a ello, hay que contraponer la denuncia sistemática de los fracasos gubernamentales, de la corrupción, al mismo tiempo que se desarrolla un lenguaje y una conducta sustentada en la irreverencia y la desacralización, que permitan reducir al personaje a su justa dimensión de un gobernante fracasado.
El gran manipulador electoral ya no representa la mayoría, desde el 2007 la perdió afectiva y efectivamente tal como se evidenció el 2D y el 23N. Hoy sus seguidores, en su mayoría, son empleados públicos obligados o forzados a participar y apoyar. Un “lumpen” lleno de necesidades que han vestido por igual las franelas y gorras de los diferentes gobiernos que hemos tenido. Otros apoyos son la boliburguesia, por cierto cada vez más cauta frente a los excesos del líder y como siempre un indeterminado pero importante número de arribistas y logreros, los aprovechadores y vividores, que siempre se ubican con el que manda y con el gobierno de turno.
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