En un tiempo de lobos y espadas
“La
historia tiene ya el número de páginas suficientes para enseñarnos dos cosas:
Que jamás los poderosos coincidieron con los mejores, y que jamás la política
(contra todas las apariencias) fue tejida por los políticos (meros
canalizadores de la inercia histórica).”
Camilo José Cela
En Venezuela el optimismo es una
profesión y diría una manera de ser; pueblo/foca nos llamó un humorista: con el agua al cuello seguimos
aplaudiendo. Parece ser la
psicología y el destino de los pueblos
mineros de riqueza no producida y normalmente, despilfarrada. En esta dialéctica de optimismo/pesimismo;
los profetas del desastre se identifican en J.P. Pérez Alfonso, Arturo Uslar
Pietri, Domingo Alberto Rangel y algunos otros; mientras que nuestros
optimistas sin remedio se llaman Rafael Caldera, Luis Herrera Campins, Carlos
Andrés Pérez, Jaime Lusinchi y tantos otros que arruinaron y empobrecieron el
país en nombre de la riqueza y el optimismo.
En Venezuela somos hegelianos sin
saberlo, pretendemos avanzar de negación en negación, negamos los últimos 40
años; como negamos en su momento otros períodos históricos y reivindicamos como
nuevo y revolucionario; el mesianismo de turno y la incursión en política del
viejo estamento militar.
Sin lugar a dudas vivimos tiempos de
cambio pero no logramos ver la dirección del mismo. Aparentemente, se piensa que hay que destruir primero, incluyendo leyes e
instituciones, y subvertir el viejo orden. El antiguo dilema se hace presente:
reforma o revolución; que en América Latina ha concitado tantos odios y
permitido tantos errores.
Vivimos un cambio real y una
circulación de élites con reforma estructural o una simple cosmetología radical
alimentada de gatopardismo como Perón en su momento o Velazco Alvarado que
después de la ilusión, dejaron una Argentina más arruinada y un Perú más
empobrecido y violento.
La realidad es terca y la política y
la economía tienen sus propias leyes que terminan por imponerse y prevalecer,
que no es otra cosa que el bienestar de la mayoría y la riqueza de las
naciones.
América Latina ha padecido en
demasía a los amos del poder y el desprecio a instituciones y leyes; así como
una mentalidad colectiva demasiado anclada en la picaresca, la viveza y el vulgar aprovechamiento.
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