Necesidad de absoluto a través de un
Dios enmascarado y un reconocimiento del otro a través de una mística del
sufrimiento. Optimismo trágico el de
Sábato, que sufre en silencio, el temor a los seres humanos, y que convierte en
terribles ficciones. Temor, angustia y
tragedia sin renunciar ni a la utopía ni a la esperanza.
Nihilismo del siglo XX,
que nos derrota pero que al mismo tiempo nos permite vivir, podemos repetir con
Pessoa: seré siempre el que esperó a que le
abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta”.
Toda infancia es un
paraíso perdido y la juventud termina siendo un naufragio, “inocentes sueños”
de un mundo simple y maniqueo. “La dura realidad es una desoladora confusión de
hermosos ideales y torpes realizaciones, pero siempre habrá algunos
empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras
alcanzan pedazos del absoluto, que nos ayudan a soportar las repugnantes
relatividades”.
Aprendiz de Prometeo,
Ernesto Sábato se luce científico en los laboratorios Curie de París y con
su doctorado en física, cree acceder a
la perfección de las esferas y de la música.
Pero su destino era otro, apenas entrevistó en las clases de su admirado
Pedro Henríquez Ureña “testigo insobornable” que muy tempranamente le ayudó a
entrever las puertas del infierno y del paraíso a través de la literatura
“donde termina la gramática comienza el gran arte”, y la literatura siempre
comienza siendo lectura, en el caso de Sábato, es Verne y Salgari, Schiller,
Chateubriand, Goethe, Rousseau, Ibsen, Strinberé Dostoievski, Tolstoi, Chejov,
Gogol, Poe, Wilde, Chesterton y el “entrañable
andariego de la “ Leo, luego existo, escribo y perezco, parece
decir este escritor atormentado en su precario alemán “Warum diere dunkien
ahungen, mein herz? (Por qué estos
negros presagios al corazón?) Sábato,
como hijo del siglo XX, no puede evadir el compromiso político, en esta
centuria desalmada de grandes guerras y mayores injusticias. El anarquismo y el socialismo lo tentó y toda
causa noble; se solidarizó con los mártires de Chicago, Succo y Vanzelti,
Sandino; simpatizó con el Ché Guevara y
terminó presidiendo la Comisión del
Nunca Más, que evidenció toda la bestialidad e inhumanidad de la dictadura
argentina.
El ideario del joven
Sábato, militante comunista en esa época, antes de Stalin y antes del guloj
soviético se sintetiza y expresa muy bien en esta carta/testimonio de Bartolomé
Vanzelti: “Querido hijo mío, he soñado con ustedes. No sabía si aún seguía vivo o estaba
muerto. Hubiera querido abrazarlos a ti
ya tu madre. Perdóname, hijo mío por
esta muerte injusta que tan pronto te deja sin padre. Hoy podrán asesinarnos pero no podrán
destruir nuestras ideas. Ellas quedarán
para generaciones futuras, para los jóvenes como tú. Recuerda, hijo mío, la felicidad que sientes
cuando juegas no la acapares toda para tí.
Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles,
consuela a quienes lloran. Ayuda a los
perseguidos, a los oprimidos. Ellos
serán tus mejores amigos. Adiós esposa
mía. Hijo mío . Camaradas” (Bartolomé Vanzelti).
Sábato,
militante de la utopía, lo será hasta el final, y ello va más allá de ser
comunista o anarquista, en el primer momento ambas ideologías se secaron de
tanto exprimir mentiras y violencias.
Dice
Sábato: “quizá, por información anarquista,
he sido siempre una especie de francotirador solitario”, perteneciendo a
esa clase de escritores que, como señaló Camus; “uno no puede ponerse del lado
de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”. “El escritor debe ser un testigo insobornable
de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo
oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierda de vista la sacralidad
de la persona humana”.
Sábato
fue y ha sido hombre de combates internos, intensos y desgarradores; uno de los más duros y decisivos fue resolver
el dilema entre ciencia y literatura, imponiéndose ésta última, como una
liberación y una servidumbre.
Desgarrado, el escritor se entrega completo a su arte, es decir, a su
paraíso y a su infierno. “No hay nadie
que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a
no ser para salir de su infierno” (A. Artand).
De su túnel, Sábato sale, publicando El Túnel, el único libro que de
verdad quiso publicar, un texto terrible, lleno de humanidad y habitado el
mismo tiempo, por Dios y por el Diablo.
Con Bandelvin, Sábato puede exclamar:
¡oh señor! ¡dadme la fuerza y el coraje de contemplar sin asco mi cuerpo
y mi corazón! “aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador; y
no nos es dado corregir sus páginas”.
Entre
el ser y la historia, el escritor padece la “deshumanización de la humanidad”
que ha sufrido nuestra época, con la desacralización de todo y el abandono de
toda esperanza en una retórica de progreso y empobrecimiento. “Un pueblo muere de hambre, en campos no
labrados” (Shelley). En esta época en
donde “los valores ya no valen” según el decir del alucinado Nietzsche, el
horror y el miedo han pasado a formar parte del paisaje habitual del hombre
contemporáneo.
Sábato es un existencialista, si cabe alguna
etiqueta, vive la solidaridad y al mismo tiempo el temor frente a esa
“desventurada muchedumbre” el animal más peligroso de la tierra, repitiendo con
Strimberg “No detesto a los hombres, tengo miedo de ellos” y a pesar de todo,
no le abandona la piedad frente al hombre desdichado, carente y atemorizado
siempre pero que no renuncia a su necesidad de absoluto; como dice un personaje
de Virginia Wolf: “ ¿Con qué nombre tenemos que llamar a la muerte?”; cuál es
la frase para el amor? No lo sé. Necesito un lenguaje elemental como el de los
amantes, palabras como las que usan los niños”. La angustia de contemporaneidad
acosa y acompaña a Sábato, con su “mundo roto” su inhumanidad cultivada y la
muerte del hombre y de la idea del hombre (E. Neirel) en los campos de
exterminio nazi y en el “julag” soviético así como en tantos países de todo el
mundo que asumieron el terrorismo como política de estado.
Los
sueños de la razón engendran monstruos profetizó Goya y agrega Sábato
“Probablemente nunca comprenderemos del todo lo que nos quiso decir Kafka, que
expresó, en una de las obras más reveladoras y profundas del siglo XX, el
desconcierto y el desamparo del hombre contemporáneo en un universo duro y
enigmático. La caída del hombre en una realidad donde la
burocracia y el poder han tomado el espacio de la metafísica y de los
Dioses. Extraviado en un mundo de túneles
y pasillos, atajos y bifurcaciones, entre paisajes turbios y oscuros rincones,
el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo
encuentro”.
El
“dolor rompe el tiempo” y solo en la eternidad el hombre vuelve a encontrarse a
sí mismo en Dios, la “eternidad ni futura ni pasada, según el decir de Agustín,
debilidad e impotencia marcan el ocaso del ser humano, en una vejez
desventurada, plena de soledumbre y que solo la piedad de Dios y la torpe
sabiduría humana hacen tolerable. Falsa
edad dorada, toda vejez es una enfermedad, según el decir de mi padre, y que
llena de memoria y añoranzas se diluyen en el silencio infinito de los días sin
hora ni trabajo. Vejez, enfermedad y
muerte van juntas y Sábato lo sabe a sus 88 años, y como a Onelti, lo marcan
inclemente, la lluvia, una tumba y el olvido al mismo tiempo que sueña con la
rosa de Cambridge en el paraíso, la justicia en la tierra y el absoluto, que lo
redima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario