martes, 27 de julio de 1999

Erneto Sábato “Antes del Fin"



Necesidad de absoluto a través de un Dios enmascarado y un reconocimiento del otro a través de una mística del sufrimiento.  Optimismo trágico el de Sábato, que sufre en silencio, el temor a los seres humanos, y que convierte en terribles ficciones.  Temor, angustia y tragedia sin renunciar ni a la utopía ni a la esperanza. 



Nihilismo del siglo XX, que nos derrota pero que al mismo tiempo nos permite vivir, podemos repetir con Pessoa: seré siempre el que esperó a que le  abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta”.

Toda infancia es un paraíso perdido y la juventud termina siendo un naufragio, “inocentes sueños” de un mundo simple y maniqueo. “La dura realidad es una desoladora confusión de hermosos ideales y torpes realizaciones, pero siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del absoluto, que nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades”.
Aprendiz de Prometeo, Ernesto Sábato se luce científico en los laboratorios Curie de París y con su  doctorado en física, cree acceder a la perfección de las esferas y de la música.  Pero su destino era otro, apenas entrevistó en las clases de su admirado Pedro Henríquez Ureña “testigo insobornable” que muy tempranamente le ayudó a entrever las puertas del infierno y del paraíso a través de la literatura “donde termina la gramática comienza el gran arte”, y la literatura siempre comienza siendo lectura, en el caso de Sábato, es Verne y Salgari, Schiller, Chateubriand, Goethe, Rousseau, Ibsen, Strinberé Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Gogol, Poe, Wilde, Chesterton                             y el “entrañable andariego de la             Leo, luego existo, escribo y perezco, parece decir este escritor atormentado en su precario alemán “Warum diere dunkien ahungen,  mein herz? (Por qué estos negros presagios al corazón?)  Sábato, como hijo del siglo XX, no puede evadir el compromiso político, en esta centuria desalmada de grandes guerras y mayores injusticias.  El anarquismo y el socialismo lo tentó y toda causa noble; se solidarizó con los mártires de Chicago, Succo y Vanzelti, Sandino; simpatizó  con el Ché Guevara y terminó  presidiendo la Comisión del Nunca Más, que evidenció toda la bestialidad e inhumanidad de la dictadura argentina.

El ideario del joven Sábato, militante comunista en esa época, antes de Stalin y antes del guloj soviético se sintetiza y expresa muy bien en esta carta/testimonio de Bartolomé Vanzelti:  “Querido hijo  mío, he soñado con ustedes.  No sabía si aún seguía vivo o estaba muerto.  Hubiera querido abrazarlos a ti ya tu madre.  Perdóname, hijo mío por esta muerte injusta que tan pronto te deja sin padre.  Hoy podrán asesinarnos pero no podrán destruir nuestras ideas.  Ellas quedarán para generaciones futuras, para los jóvenes como tú.  Recuerda, hijo mío, la felicidad que sientes cuando juegas no la acapares toda para tí.  Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles, consuela a quienes lloran.  Ayuda a los perseguidos, a los oprimidos.  Ellos serán tus mejores amigos.  Adiós esposa mía.  Hijo mío .  Camaradas” (Bartolomé Vanzelti).

         Sábato, militante de la utopía, lo será hasta el final, y ello va más allá de ser comunista o anarquista, en el primer momento ambas ideologías se secaron de tanto exprimir mentiras y violencias.

         Dice Sábato: “quizá, por información anarquista,  he sido siempre una especie de francotirador solitario”, perteneciendo a esa clase de escritores que, como señaló Camus; “uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”.  “El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierda de vista la sacralidad de la persona humana”.

         Sábato fue y ha sido hombre de combates internos, intensos y desgarradores;  uno de los más duros y decisivos fue resolver el dilema entre ciencia y literatura, imponiéndose ésta última, como una liberación y una servidumbre.  Desgarrado, el escritor se entrega completo a su arte, es decir, a su paraíso y a su infierno.  “No hay nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir de su infierno” (A. Artand).  De su túnel, Sábato sale, publicando El Túnel, el único libro que de verdad quiso publicar, un texto terrible, lleno de humanidad y habitado el mismo tiempo, por Dios y por el Diablo.  Con Bandelvin, Sábato puede exclamar:  ¡oh señor! ¡dadme la fuerza y el coraje de contemplar sin asco mi cuerpo y mi corazón! “aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador; y no nos es dado corregir sus páginas”.

         Entre el ser y la historia, el escritor padece la “deshumanización de la humanidad” que ha sufrido nuestra época, con la desacralización de todo y el abandono de toda esperanza en una retórica de progreso y empobrecimiento.  “Un pueblo muere de hambre, en campos no labrados” (Shelley).  En esta época en donde “los valores ya no valen” según el decir del alucinado Nietzsche, el horror y el miedo han pasado a formar parte del paisaje habitual del hombre contemporáneo.

Sábato es un existencialista, si cabe alguna etiqueta, vive la solidaridad y al mismo tiempo el temor frente a esa “desventurada muchedumbre” el animal más peligroso de la tierra, repitiendo con Strimberg “No detesto a los hombres, tengo miedo de ellos” y a pesar de todo, no le abandona la piedad frente al hombre desdichado, carente y atemorizado siempre pero que no renuncia a su necesidad de absoluto; como dice un personaje de Virginia Wolf: “ ¿Con qué nombre tenemos que llamar a la muerte?”; cuál es la frase para el amor?  No lo sé.  Necesito un lenguaje elemental como el de los amantes, palabras como las que usan los niños”. La angustia de contemporaneidad acosa y acompaña a Sábato, con su “mundo roto” su inhumanidad cultivada y la muerte del hombre y de la idea del hombre (E. Neirel) en los campos de exterminio nazi y en el “julag” soviético así como en tantos países de todo el mundo que asumieron el terrorismo como política de estado.

         Los sueños de la razón engendran monstruos profetizó Goya y agrega Sábato “Probablemente nunca comprenderemos del todo lo que nos quiso decir Kafka, que expresó, en una de las obras más reveladoras y profundas del siglo XX, el desconcierto y el desamparo del hombre contemporáneo en un universo duro y enigmático.  La caída  del hombre en una realidad donde la burocracia y el poder han tomado el espacio de la metafísica y de los Dioses.  Extraviado en un mundo de túneles y pasillos, atajos y bifurcaciones, entre paisajes turbios y oscuros rincones, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro”.

         El “dolor rompe el tiempo” y solo en la eternidad el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo en Dios, la “eternidad ni futura ni pasada, según el decir de Agustín, debilidad e impotencia marcan el ocaso del ser humano, en una vejez desventurada, plena de soledumbre y que solo la piedad de Dios y la torpe sabiduría humana hacen tolerable.  Falsa edad dorada, toda vejez es una enfermedad, según el decir de mi padre, y que llena de memoria y añoranzas se diluyen en el silencio infinito de los días sin hora ni trabajo.  Vejez, enfermedad y muerte van juntas y Sábato lo sabe a sus 88 años, y como a Onelti, lo marcan inclemente, la lluvia, una tumba y el olvido al mismo tiempo que sueña con la rosa de Cambridge en el paraíso, la justicia en la tierra y el absoluto, que lo redima.

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