sábado, 5 de febrero de 2011
Asalto a la Democracia
Lo usual es pensar en un golpe de estado para asaltar el poder e imponer un gobierno, de manera extraconstitucional y desde afuera, en cambio lo que está resultando frecuente y recurrente en esta América Latina postmoderna es el golpe de estado desde el propio gobierno, para afianzarse y perpetuarse en el poder. El gobierno venezolano ha sido un verdadero modelo al respecto, forzando todas las leyes, incluida la Constitución, y abusando de manera ventajista de los recursos públicos así como de los diversos poderes y particularmente del poder electoral, que terminan siendo extensiones y subordinados del poder ejecutivo. Los presidentes se creen y se quieren eternos. Otra característica compartida es pretender instaurar, vía elecciones fraudulentas, regímenes ideológicos de corte comunista, con normas y leyes pensadas para eternizar el modelo y evitar los cambios, como si la historia no fuera cambio por definición y de paso negarle a sus pueblos el derecho a la alternabilidad necesaria y a avanzar como sociedad plural que somos. Es lo que se pretendió en la felizmente extinta Unión Soviética, así como en sus satélites europeos y es lo que se sigue pretendiendo en esta Cuba, mausoleo de los hermanos Castro. En la Constitución cubana en los últimos años se incorporó un principio inmovilista que pretende prevenir y evitar el cambio político. Se dice en la Constitución cubana, en su artículo 62 “Ninguna de las libertades concedidas a los ciudadanos puede ser ejercida... contra la existencia y fines del estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo”. Todo ello dentro de una concepción inmovilista y finalista de la historia, como si el comunismo fuera el final feliz de la historia humana. Los hermanos Castro con esta reforma anticipan y pretenden evitar los inevitables cambios que van a venir en tiempos no muy lejanos, ejemplo, que en Venezuela se ha seguido al incorporar principios parecidos en algunas leyes y particularmente en la defenestrada Ley de Universidades. Es la pretensión absurda de pretender imponer un sistema político como dogma y realidad definitiva de la historia, como si en ésta si algo ha quedado demostrado es que no hay un sistema político definitivo.
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