El tiempo es un absoluto que la vida de cada quien va relativizando. El pasado es re-creado a conveniencia y el presente siempre es indeterminado mientras que el futuro solo existe como deseo o idea absoluta, indevelable hasta que ocurre. Este divagación sobre el tiempo viene al caso al pensar en nuestros países latinoamericanos, que Hegel colocó en el limbo del futuro. Es nuestro afiebrado e ilusorio constitucionalismo, las Constituciones solo han servido para no cumplirlas. En algún momento alguien las llamó pura ciencia ficción o nuestra mitología particular. El recién electo presidente peruano, Humala simplemente ignoró la constitución vigente y juró sobre la anterior ya derogada, igual que en su momento, el presidente venezolano, Chávez, juró sobre una que calificó de moribunda y de antemano proyectó una nueva sin haberse cumplido ni siquiera el proceso constituyente, puro realismo mágico.
Este endeble constitucionalismo hispanoamericano empezó desde el propio origen de nuestras repúblicas cuando nuestros próceres constituyentistas simplemente adaptaron el constitucionalismo anglosajón y francés y se “copiaron” las constituciones norteamericanas y francesas, respectivamente con algún agregado escolástico de la propia tradición hispana. Ilusoria fue nuestra primera Constitución y todas las demás, llenas de declaraciones retóricas y buenas intenciones y en donde los “derechos” abundan y las obligaciones y responsabilidades escasean. Quizá nuestro pecado original Constitucional es el haber ignorado sistemáticamente nuestras realidades, tradiciones y maneras de ser. Hicimos y seguimos haciendo filosofía y teoría política importada, cultivando una minoridad que solo genera frustraciones y fracasos.
Ilusoria fue la Colombeia de Miranda y la Gran Colombia de Bolívar, como acertadamente lo estableció L. Castro Leiva. Igualmente ha sido una ilusión nuestro federalismo y nuestras muchas “revoluciones” que no pasaron de ser montoneras y conspiraciones para asaltar el poder precedidas por grandes declaraciones abstractas.
El prestigio y la continuidad de la Constitución norteamericana que en su momento fue conocida como la Declaración de Filadelfia, no es otro que el haber abrevado en la realidad y en la tradición norteamericana, profundamente religiosa, con una fuerte impronta Calvinista y que expresaba los valores y expectativas de una época, como lo era la ética del trabajo, la elección popular y la rendición de cuentas de los funcionarios. En estas consideraciones quedan expresadas algunas de las diferencias entre nuestras Constituciones de papel y las Constituciones con vigencia real.
jueves, 22 de septiembre de 2011
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Excelente artículo. Gracias por compartirlo. Saludos.
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