Con la pretensión de que
la política es racional, tradición iniciada por Platón y
Aristóteles, hemos obviado o silenciado lo irracional en ella. La
magia, el misterio y la mitología que generan y rodean el ejercicio
del poder. Seguramente en esto pensaba Max Weber cuando introduce un
concepto religioso, el carisma, para identificar ciertas relaciones
extrañas e inexplicables racionalmente entre ciertos individuos y
las masas. Ésta, cuando actúa como grupo desidentificado, siempre
se le ha relacionado con lo esotérico y patológico. De hecho la
antropología y la psicología han identificado lo arcaico o
proto-historia como el núcleo identificador en cada sociedad de
conductas colectivas irracionales y que la mitología y su estudio
han permitido parcialmente entender.
En el caso venezolano,
los momentos de locura e irracionalidad en nuestra historia se
reiteran cíclicamente. Toda una sociedad se aliena en conductas
colectivas en donde la inconsciencia y la irresponsabilidad terminan
definiendo esos comportamientos. En estos contextos es que surgen los
liderazgos mesiánicos, que no sólo no le ponen fin a las crisis
sino que las profundizan. Uno de los grandes éxitos del actual
liderazgo mesiánico que gobierna el país es que logró demonizar a
la mal llamada IV República y desvían hacia el imperialismo toda la
carga de nuestras frustraciones, resentimientos y fracasos
colectivos. Así transmutó de manera casi mágica a millones de
militantes de Acción Democrática y COPEI en furibundos militantes
de su causa como si ellos no hubieran tenido ninguna responsabilidad
en lo que ahora denunciaban y execraban.
En las figuras mesiánicas
convergen todos los temores y todas las esperanzas, dice René
Girard, de sociedades que sometidas a su ciclo mimético cada tanto
tiempo viven sus crisis cíclicas y catárticas. Cuando el
“escándalo” se hace intolerable e insostenible, es decir cuando
la crisis hace su aparición son asumidas por el colectivo de manera
mágica e irresponsable. En Venezuela, en su siglo petrolero, el
ciclo mimético puede caracterizarse por la periodicidad de las
dictaduras y el autocratismo siendo el paréntesis democrático
apenas un intento fallido de normalización psicológica que
aspiramos como sociedad reasumir en los próximos tiempos.
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