viernes, 9 de septiembre de 2011

La muerte de los faraones


Una de las noticias más importantes del 2011, es sin lugar a dudas los acontecimientos en curso en el norte de África y en el Medio Oriente conocidos mediáticamente como el tiempo de la ira árabe. Más allá de las circunstancias particulares de cada país, el mar de fondo es la modernización que se dio en las últimas décadas, en cada una de estas sociedades. El surgimiento de unas importantes clases medias y unas vanguardias juveniles y culturales que venían demandando cambios no atendidos y oportunidades insatisfechas. Siempre es así, la economía, la sociedad y la cultura se mueven sin cesar, como decía el poeta W. Withman “la hierba crece y no la vemos crecer”, mientras que las estructuras políticas y los intereses creados permanecen inmóviles y preservan el status quo, en una fosilización progresiva del sistema. El poder siempre tiende a legitimarse en el pasado, mientras que por definición la sociedad en general no puede dejar de mirar hacia delante, en un flujo vital permanente de energía y esperanza que cada ser humano cultiva en sí mismo. Si a ello agregamos el horizonte histórico de nuestra época caracterizado por el cambio acelerado en todos los órdenes y particularmente en lo tecnocientífico y la globalización, además de los múltiples desafíos demográficos, ambientales y de desarrollo nos obligan a constituirnos frente al poder como la “sociedad de los esperanzados” como diría Nietzsche.
Los hombres de poder en su locura se creen eternos, desde los momificados faraones hasta las momias de Lenín y Stalin en la plaza roja de Moscú. Otros se momifican en vida y se creen viviendo anticipadamente sobre un pedestal. De allí la importancia histórica, potenciada por los medios de comunicación de observar al derrocado dictador egipcio Mubarak en su camilla de enfermo, obligado a asistir a su juicio por peculado y corrupción, abuso de poder y crímenes de lesa humanidad. Un hombre que hace apenas un año se creía eterno en su prepotencia y abuso de poder. Igual Gadafi que en los últimos meses, negando la realidad seguía desafiando a sus adversarios y al mundo como si su destino estuviera en sus manos y no en las fuerzas de la historia que cada tanto tiempo encarnan en los diversos pueblos, que más allá de sus propias limitaciones, no pueden renunciar ni a su liberación ni a su futuro.

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