Una de las noticias más importantes
del 2011, es sin lugar a dudas los acontecimientos en curso en el
norte de África y en el Medio Oriente conocidos mediáticamente como
el tiempo de la ira árabe. Más allá de las circunstancias
particulares de cada país, el mar de fondo es la modernización que
se dio en las últimas décadas, en cada una de estas sociedades. El
surgimiento de unas importantes clases medias y unas vanguardias
juveniles y culturales que venían demandando cambios no atendidos y
oportunidades insatisfechas. Siempre es así, la economía, la
sociedad y la cultura se mueven sin cesar, como decía el poeta W.
Withman “la hierba crece y no la vemos crecer”, mientras que las
estructuras políticas y los intereses creados permanecen inmóviles
y preservan el status quo, en una fosilización progresiva del
sistema. El poder siempre tiende a legitimarse en el pasado, mientras
que por definición la sociedad en general no puede dejar de mirar
hacia delante, en un flujo vital permanente de energía y esperanza
que cada ser humano cultiva en sí mismo. Si a ello agregamos el
horizonte histórico de nuestra época caracterizado por el cambio
acelerado en todos los órdenes y particularmente en lo
tecnocientífico y la globalización, además de los múltiples
desafíos demográficos, ambientales y de desarrollo nos obligan a
constituirnos frente al poder como la “sociedad de los
esperanzados” como diría Nietzsche.
Los hombres de poder en su locura se
creen eternos, desde los momificados faraones hasta las momias de
Lenín y Stalin en la plaza roja de Moscú. Otros se momifican en
vida y se creen viviendo anticipadamente sobre un pedestal. De allí
la importancia histórica, potenciada por los medios de comunicación
de observar al derrocado dictador egipcio Mubarak en su camilla de
enfermo, obligado a asistir a su juicio por peculado y corrupción,
abuso de poder y crímenes de lesa humanidad. Un hombre que hace
apenas un año se creía eterno en su prepotencia y abuso de poder.
Igual Gadafi que en los últimos meses, negando la realidad seguía
desafiando a sus adversarios y al mundo como si su destino estuviera
en sus manos y no en las fuerzas de la historia que cada tanto tiempo
encarnan en los diversos pueblos, que más allá de sus propias
limitaciones, no pueden renunciar ni a su liberación ni a su futuro.
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