No hay nada
más fecundo para el historiador y para el profesor de historia, que la
formación y reflexión historiográfica.
¿Qué se ha escrito y cómo se ha escrito la historia?. Y estrechamente
vinculado; ¿cómo se ha enseñado la historia?.
La historicidad de nuestra
disciplina es un campo fértil de investigación, necesario para desarrollar
algunas conclusiones sobre el tema en discusión.
Como disciplina europeísta y
europeizante la historia entre nosostros se constituye sobre el modelo y la
evolución de la historia en Europa.
Comienza siendo esencialmente un
arte y una literatura. Una historia
narrativa llena de magia y de mitología, inspirada en una tradición literaria
americana, especialmente en los llamados cronistas y viajeros de indias sin
base documental y con un aparato teórico influido directamente en las
corrientes filosóficas-literarias europeas a la moda. Lo más cercano a la objetividad histórica en
estas obras, era la descripción geográfica y etnológica, la intuición acertada
de algunos hechos y algunas interpretaciones caracteriológicas; a manera de
ejemplos se pueden citar: “La historia” de Oviedo y Baños; la de Bello y la de
Baralt y Díaz.
Entre el siglo XVII y XVIII en
Europa surge la crítica histórica y la llamada historia filosófica como
consecuencia y expresión de la expansión mundial europea, que precede y anuncia
al Romanticismo y al Positivismo teorías decimonónicas, expresión y reflejo del
auge y hegemonía del Estado Nacional.
Ambos movimientos, de enorme proyección e influencia de nuestros países
se combinan para legitimar el Estado Nación, y a la clase que dirige y encarna
el proceso: la burguesía (la historia siempre la escriben los vencedores y es
la version oficial que se extiende a la enseñanza).
Esta historiografía crea una
entelequia histórica: el pueblo, y lo adorna con los colores locales,
regionales y nacionales hasta crear el mito de la identidad y la nacionalidad,
en nombre de los cuales las diversas burguesías nacionales explotan y se
enriquecen a costa de las grandes mayorías, irónicamente el verdadero pueblo,
es el gran ausente de estos textos oficiales.
Surgen los mitos de las razas
superiores y el espacio vital: lengua, tierra y sangre se constituyen en la trilogía
que pretendidamente motorizan la historia, que explican todo el proceso humano;
avala y justifica toda explotación y toda violencia.
Nuestra historiografía recorrerá los
mismos cauces bajo la inspiración e influencia de estas peligrosas y parciales
teorías, que oficializadas penetrarán en las escuelas para fundamentar el culto
a la patria y a los héores, legitimando el poder y la riqueza de los nuevos
amos de la República, quienes en nombre del pueblo y la patria, codiciosamente
acrecentaban sus patrimonios.
Nuestra historia escolar era
convertida en una verdadera “pedagogía del ciudadano” conformista y servil.
La historia se institucionaliza y
adquiere respetabilidad y preeminencia: la Academia de la Historia; la Sociedad
Bolivariana y con ella cierta historiografía adquiere rango de versión oficial.
Se crean las versiones oficiales y
las bibliografías oficiales; nuestros maestros y alumnos, a través de los
programas escolares son enrolados en este “culto histórico” de la “identidad”,
“de la nacionalidad” y “de la patria”.
Versión parcializada simplista de una realidad nacional que es
escamoteada en su dimension má real, en aras de unos intereses neo-coloniales
verdaderamente desnacionalizadores.
La otra historiografía, la
revisionista, la que está teórica y metodológicamente al día; la universitaria;
la de orientación marxista y neo-marxista, la de un valor científico
incuestionable no logran penetrar el santuario escolar.
Como dice G. Carrera Damas “la carga
crítica” y renovadora contenida en la obra de varios destacados historiadores
permanece como enquistada y “trasciende poco y tardíamente al campo de los
estudios históricos”....“este aislamiento prolongado entre los productos de la
investigación y los estudios históricos responde a vicios desesperantes pero en
extremos difíciles de erradicar”....“estas considerciones nos han llevado a
creer que la renovación de nuestros estudios históricos habrá que buscarla,
durante una primera y larga etapa, en la transformación de la enseñanza de la
historia”.
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