El hombre es un animal que aspira al
sentido, decía Camus y el exceso de sentido conduce a la locura, es el costo de
la lucidez, según Nietsche.
Nuestra
época ha heredado y proyectado un conjunto de teorías de ideologías que
configuran nuestra representación mental de la misma. Darwin, Marx, Nietsche, Freud y Einstein son
algunos de los nombres fundamentales.
La
cultura contemporánea es el resultado de una tradición humanista, racionalista
y científica y una realidad irracional.
De este encuentro/desencuentro ha surgido la cultura del siglo XX.
El
hombre contemporáneo ha padecido experiencias terribles, en verdad, ni más ni
menos que los hombres de otras épocas, pero con la desventaja de no tener una
religión ideológica consoladora. En
otros tiempos se sabía a que atenerse y nunca las dudas excedían las
posibilidades de respuestas. Hoy nadie
sabe a que atenerse, todo es provisional y el ser humano yace sumergido en la
confusión, las dudas y los interrogantes.
“Lo que antes fue ciencia, se ha convertido en ideología, banal saber
circunstante; el “qué pensarán” tan hispano, así como “guardar las apariencias”
no es más que el temor a lo que es realmente; de allí ese desafiante “hago lo
que me da la gana” como refugio individual y respuesta anárquica al propio
desvalimiento. El español vive en
“expectativa de destino” porque no está seguro de su pasado que se le ha
escamoteado o fracturado, dando lugar a las dos Españas, una asesina de la
otra. “El hispano no tiene sino dos
salidas o vivir sin vivir en sí” (empresas grandiosas, ilusionismo religioso,
fiebre de oro, el teatro y el arbitrismo del siglo XVII), o el triste despertar
frente a la realidad inexorable, el desengaño, la huida del mundo (ascética,
novela picaresca, quietismo). De extremo
a extremo, este es el drama y la grandeza de España: su mecanismo político, su utopismo
económico-social, y de paso, este es nuestro drama y nuestra grandeza: lo
hispánico que todavía somos los latinoamericanos.
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