Escritor, entre los mejores, clásico mexicano y latinoamericano,
modesto, sabio y culto, su novela “Pedro Páramo”, es la novela que a Gabriel
García Márquez le hubiera gustado escribir.
Apenas dos libros y un
silencio elocuente. No hablaba más de lo
necesario y no escribió sino lo imprescindible, para expresar su realidad y su
mundo interior, su obra fue labrada palabra a palabra, sólo las necesarias, sin
adornos, sin adjetivos, sin autor, los personajes desplazan a éste y se
expresan por alusiones, austeros y descarnados, como la tierra seca que
habitan, hecha de viento, polvo y silencio.
No hay límite entre la
vida y la muerte, ni entre el tiempo y el espacio. Tiempo.
Tiempo simultáneo, hecho de siglos y de instantes, espacios hechos de
camino sin retorno. Pueblos de calles
deshabitadas, poblados de rencores y recuerdos.
Vivos y muertos confundidos en un tiempo eterno.
Juan Rulfo es un
hombre de su tiempo, su mexicanidad es manifiesta e imprescindible para
comprender su obra: Jalisco, la Revolución, los Cristeros, Violencia,
corrupción y complicidades, el México moderno, está todo presente en su obra.
Igualmente Rulfo es
hombre de influencia universales y de influencias literarias diversas: la
tierra rusa, norteamericana y escandinava están presentes en sus libros, el
suizo C.F. Ramuz y el francés J. Giono
son fundamentales entre estas influencias, igual que Faulkner.
Detrás de Rulfo y
antecediéndole hay también toda una tradición literaria indigenista, localista
y costumbrista. Igual influye la novela
y el reportaje de la Revolución, tradición que Rulfo continúa y cancela, porque
su obra va mucho más allá. Se
universaliza en su particularidad, recrea símbolos fundamentales de la
condición humana, mitos y arquetipos que acompañan al ser humano desde siempre;
búsqueda y recuperación del padre, el regreso a los orígenes, la necesidad de
identidad. Personajes edénicos y
adánicos, relaciones incestuosas, parricidio, violación de la madre que clama
por venganza.
El cielo y el infierno
se dan la mano, mientras el hombre peregrina en busca de su pasado y de su
identidad. “Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos
agarrarnos para enraizar está muerta.
Con nosotros eso pasó”. Orfandad,
soledad, violencia, poder y muerte son situaciones y experiencias sobrecogedoras que definen y limitan nuestra
vida. Todo ello está presente en “Pedro
Páramo” y en los cuentos del “Llano en llamas”.
Rulfo mitógrafo, es elocuente y elegíaco en su escritura, certera y
austera. El también se extravía en los
laberintos del tiempo y reconstruye su identidad, no exenta de humor y lirismo,
pero básicamente amarga y solitaria y así nos lo confiesa: “He aprendido a
vivir en soledad y a escribir con amargura”.
El mundo rulfiano,
alucinante y alucinado, a pesar de todo, se construye alrededor de la esperanza
que fragua en el silencio. Esperanza
amarga y fatalista, pero esperanza al fin: “Hay esperanza para nosotros, contra
nuestro pesar”.
“Pedro Páramo”, es una
novela magistral; a la manera de una tragedia griega, el destino inexorable
marca a los personajes y el desenlace es ineludible. Pedro Páramo (roca y desolación) vivió y
murió predestinado, ligado a un poder absoluto, a un amor imposible, a un dolor
inevitable, estoicamente asumido.
Pedro Páramo es la
muerte misma, tan presente en la cultura mexicana: “Nuestro culto a la muerte es culto a la
vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte”
(Octavio Paz).
A Pedro Páramo se le
mueren su único amor imposible, Susana San Juan, su progenie y su pueblo,
Comala, todo muere. Cada personaje es un
destino cumplido, retrospectivamente asumido desde la muerte, vida y muerte
conviven y se confunden, el hombre se eterniza en su muerte y en la memoria de
los demás. Sin tiempo y sin espacio,
vuelve a su origen a encontrarse definitivamente consigo mismo.
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