martes, 14 de diciembre de 1999

Juan Rulfo (1918-1986)



Escritor, entre los mejores, clásico mexicano y latinoamericano, modesto, sabio y culto, su novela “Pedro Páramo”, es la novela que a Gabriel García Márquez le hubiera gustado escribir.

            Apenas dos libros y un silencio elocuente.  No hablaba más de lo necesario y no escribió sino lo imprescindible, para expresar su realidad y su mundo interior, su obra fue labrada palabra a palabra, sólo las necesarias, sin adornos, sin adjetivos, sin autor, los personajes desplazan a éste y se expresan por alusiones, austeros y descarnados, como la tierra seca que habitan, hecha de viento, polvo y silencio.

            No hay límite entre la vida y la muerte, ni entre el tiempo y el espacio.  Tiempo.  Tiempo simultáneo, hecho de siglos y de instantes, espacios hechos de camino sin retorno.  Pueblos de calles deshabitadas, poblados de rencores y recuerdos.  Vivos y muertos confundidos en un tiempo eterno.

            Juan Rulfo es un hombre de su tiempo, su mexicanidad es manifiesta e imprescindible para comprender su obra: Jalisco, la Revolución, los Cristeros, Violencia, corrupción y complicidades, el México moderno, está todo presente en su obra.

            Igualmente Rulfo es hombre de influencia universales y de influencias literarias diversas: la tierra rusa, norteamericana y escandinava están presentes en sus libros, el suizo C.F. Ramuz y el francés  J. Giono son fundamentales entre estas influencias, igual que Faulkner.

            Detrás de Rulfo y antecediéndole hay también toda una tradición literaria indigenista, localista y costumbrista.  Igual influye la novela y el reportaje de la Revolución, tradición que Rulfo continúa y cancela, porque su obra va mucho más allá.  Se universaliza en su particularidad, recrea símbolos fundamentales de la condición humana, mitos y arquetipos que acompañan al ser humano desde siempre; búsqueda y recuperación del padre, el regreso a los orígenes, la necesidad de identidad.  Personajes edénicos y adánicos, relaciones incestuosas, parricidio, violación de la madre que clama por venganza.

            El cielo y el infierno se dan la mano, mientras el hombre peregrina en busca de su pasado y de su identidad.  “Es algo difícil  crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta.  Con nosotros eso pasó”.  Orfandad, soledad, violencia, poder y muerte son situaciones y experiencias  sobrecogedoras que definen y limitan nuestra vida.  Todo ello está presente en “Pedro Páramo” y en los cuentos del “Llano en llamas”.  Rulfo mitógrafo, es elocuente y elegíaco en su escritura, certera y austera.  El también se extravía en los laberintos del tiempo y reconstruye su identidad, no exenta de humor y lirismo, pero básicamente amarga y solitaria y así nos lo confiesa: “He aprendido a vivir en soledad y a escribir con amargura”.

            El mundo rulfiano, alucinante y alucinado, a pesar de todo, se construye alrededor de la esperanza que fragua en el silencio.  Esperanza amarga y fatalista, pero esperanza al fin: “Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar”.

            “Pedro Páramo”, es una novela magistral; a la manera de una tragedia griega, el destino inexorable marca a los personajes y el desenlace es ineludible.  Pedro Páramo (roca y desolación) vivió y murió predestinado, ligado a un poder absoluto, a un amor imposible, a un dolor inevitable, estoicamente asumido.

            Pedro Páramo es la muerte misma, tan presente en la cultura mexicana:  “Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte” (Octavio Paz).

            A Pedro Páramo se le mueren su único amor imposible, Susana San Juan, su progenie y su pueblo, Comala, todo muere.  Cada personaje es un destino cumplido, retrospectivamente asumido desde la muerte, vida y muerte conviven y se confunden, el hombre se eterniza en su muerte y en la memoria de los demás.  Sin tiempo y sin espacio, vuelve a su origen a encontrarse definitivamente consigo mismo.


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