martes, 14 de diciembre de 1999

Contra Corriente



No escogemos nuestro tiempo, simplemente, nacemos y vivimos en él.  El mío, en términos de conciencia política e histórica, comienza con el 23 de Enero de 1958 y afortunadamente continúa.  Entre lecturas desordenadas y activismo estudiantil (en el Liceo Baralt y en la Universidad del Zulia), terminé militando en el Partido Social Cristiano Copei y llegué al prestigioso cargo de Presidente de la Federación de Centros Universitarios (FCU).  Para 1966 ya transitaba la desilusión partidista y cultivaba una actitud crítica frente a nuestra democracia clientelar y corrupta.  En el 68 viajo a Europa para realizar estudios de Post-grado en Historia y coincido allí con la primavera de Praga y el Mayo francés.  Fueron años de intensas lecturas y experiencias ideológicas/políticas, que me afirmó en la política como utopía y compromiso, pero ya sin militancia partidista, condición que mantengo y aspiro seguir manteniendo.
         La crisis nacional no me tomó de sorpresa, ni su desarrollo, ni los acontecimientos actuales y nunca le he hecho concesiones intelectuales a nadie; frente al país y al proceso político mi postura ha sido de angustia y lucidez crítica, el dolor de patria que hablaba Unamuno.
         A mi manera, he sido oposición siempre en el terreno político, como lo soy ahora, en un proceso que juzgo inevitable y pertinente en muchas cosas, pero que no comparto ni en su mesianismo ni tentación autoritaria.  No comparto el Proyecto Constitucional del 99, porque se hace sobre la división del país y porque vuelve a ser el “traje a la medida” que pedía J.T. Monagas a sus acólitos.
         En términos sociológicos, vivimos una circulación de élites y una nueva hegemonía, no conocemos su duración ni el modelo político y económico a implantar, hay mucha retórica y confusión al respecto.  El modelo petrolero sigue prevaleciendo, con un Estado centralista y paternalista, lo que nos hace dudar sobre el modelo de desarrollo y la capacidad de superar los errores y vicios del pasado.
         Se nos ha montado una nueva ilusión sobre un montón de palabras, incertidumbre y miedo.  Nuestro liderazgo se agota en la magia de la pre-modernidad mientras se siguen convocando las banderas color de miedo y los parteros de la historia se convierten muy rápidamente en parteros del miedo y enterradores y sepultureros de esperanzas.  El país vuelve a estar harto de historias, seguimos evadiendo la verdadera Historia.  Los héroes sólo nos sirven para justificar nuestros apetitos e intereses y los reducimos al tamaño de nuestro sector.  Al final, como alguien decía, terminamos pareciéndonos a quienes combatíamos como adversarios.
         En la historia se habla abusivamente de ocasos y auroras; en realidad lo que hay son continuidades y crisis periódicas; la nuestra está resultando excesivamente larga y muchos de sus protagonistas no tienen ni la novedad de la edad ni de las ideas.  Algunos vienen del 45 y del 47, otros del 58 y otros, cronológicamente más recientes, vienen con ideas viejas y anacrónicas.
         La historia convertida en historieta, ese es el verdadero drama de los pueblos, segundones en papeles estelares;  circo y teatro de las múltiples máscaras del poder.
         El futuro se vuelve magia y taumaturgia  y el mago vuelve a invocar nuestra capacidad de ilusión e ilusionismo, que aquí, en la tribu, llamamos optimismo de nuestros Midas locales, que de la riqueza siguen sacando pobreza e invitando a los demonios y fantasmas de la violencia contemporánea a aposentarse en nuestro país.

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