La Historia
siempre es contemporánea; en este sentido, hechos e individuos del pasado
proyectan su carga de futuro, con su ejemplo, su acción y su pensamiento
convertidos en paradigma para las generaciones venideras, especialmente gracias
al discurso historiográfico.
Dice el poeta:
Breve
hasta sus últimos momentos
la vida.
Pero la larga vida
hay que escribirla
y narrarla de nuevo.
Cada época y cada generación
desarrollan su interpretación del héroe y en éste el mito y la historia se
alinderan. Bolívar, el personaje que nos
ocupa, es así recuperado, interpretado y también inventado. Los pueblos necesitan héroes y toda sociedad
está montada a partir de un héroe fundador, a fin de cuentas patria, viene de
padre. Hay una necesidad de filiación
heróica que el tiempo exalta e idealiza.
El héroe sustituye a la propia realidad e inventa otra, subordinada a su
voluntad, como en aquel voluntarioso y agresivo discurso del mozo Bolívar: “El
valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna, o el mítico
“haremos que la naturaleza nos obedezca”.
Bolívar como todo héroe clásico, encarna el poder y la gloria, es el que
sabe y puede. “Es el soldado
providencial” que en buena hora ciñó espada”. Es el gobernante, legislador,
profeta, creador de naciones y tutela permanente de la patria.
“El héroe nos asume y representa a
todos, se vuelve intemporal. Se
convierte en contemporáneo que ayuda a cada generación a empinarse sobre sus
propias limitaciones. “Como el Cid,
sigue cabalgando y obteniendo victorias después de muerto” hecho pueblo
despierto cada cien años”.
Esta ideologización de la historia,
invevitable, marca al historiador en sus afanes de recuperación del personaje
real, que fue y ya no es, entonces el testimonio directo y el documento cobran
valor excepcional y con ello se intenta construir otro texto y otra
intepretación y así es como la historiografía suplanta a la historia, en un
proceso indetenible de interpretaciones sucesivas, expresión de intereses
concretos y útiles a determinados fines.
El tratamiento historiográfico de
Bolívar no ha sido una excepción, de allí que para acceder al personaje real,
sea preciso el desmontaje previo de todo el andamiaje historiográfico que se ha
construído en torno a su persona.
Es lícito hablar de la
contemporaneidad de Bolívar. El
Libertador, que fue su principal título y atributo, se ha convertido en una
fuerza liberadora de nuestra historia.
Su angustia y su lucidez; su acción y su pensamiento, su compromiso se
proyecta hasta nosotros, con fuerza de ejemplo.
La vida de Bolívar fue una pedagogía permanente de vocación de servicio
y de desprendimiento material. En una época
de complicidades y corrupción, la exigente ética bolivariana se nos impone como
escarnio, pero al mismo tiempo como fuerza de esperanza. Su “magisterio americano” mantiene toda su
validez, así como su ideario político.
Bolívar fue un verdadero
contemporáneo del futuro y bastan para corroborarlo sus escritos, desde sus
textos políticos constitucionales fundamentales hasta sus cartas más
personales.
Bolívar fue telúricamente americano
y su enseñanza máxima, de vigencia secular, es que la libertad sin justicia no
puede funcionar. La América unida es el
destino necesario e ineludible de estos pueblos. La voluntad aunada al ideal, todo lo vence,
todo lo puede.
“Mi gloria se ha fundado sobre el
deber y el bien... En un combate sin tregua contra la tiranía y la anarquía...
Mi mayor virtud es la constancia que se fortalece en la adversidad... Creo en
el pueblo, depositario de toda autoridad y soberanía... El pueblo me adorará y
yo seré la arca de su alianza” S. Bolívar.
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