He calificado este año como un año de definiciones para el inquilino de Miraflores, en lo interno consolidar la autocracia, con la complicidad de casi todos los poderes y buena parte de la “elite”; preparando el terreno para una reelección aclamacionista en el 2006 y en lo externo, sustituir a Fidel y a Cuba como el paladín antiimperialista, retando al imperio norteamericano. Ambas posibilidades son atractivas y es que la megalomanía no conoce límites. ¿Lo logrará?.
Cualquiera sea el desarrollo y desenlace de los acontecimientos, el costo para Venezuela en su conjunto va a ser alto y es que el aventurerismo político siempre lo termina pagando el país.
Frente a estas posibilidades es preocupante el silencio o la insensibilidad de muchos sectores de “elite” que conociendo los riesgos para toda la sociedad ni alertan ni impulsan políticas y acciones que propicien la sensatez y el equilibrio; hay casi como un fatalismo histórico, las tragedias se avizoran pero no se evitan, como si la sociedad toda sufriera de sado-masoquismo colectivo.
El mundo se inclina peligrosamente hacia la guerra y la violencia. El gobierno de Bush es guerrerista y violento; la intolerancia crece y los problemas de la pobreza y el deterioro ambiental se hacen estructurales como si la humanidad se acostumbró a ello o no supiera que hacer.
Definir muchas veces no es una virtud sino un desenlace que aumenta la incertidumbre y aumenta los niveles de confrontación y violencia. El siglo XX conoció muy bien esto, especialmente en su primera mitad. 1914 fue un año de definiciones como 1933 en Alemania y en 1939, estamos hablando de una guerra en dos capítulos con más de 100 millones de muertos y víctimas de todo tipo.
La historia enseña que hay que tenerle miedo a las definiciones.
Cualquiera sea el desarrollo y desenlace de los acontecimientos, el costo para Venezuela en su conjunto va a ser alto y es que el aventurerismo político siempre lo termina pagando el país.
Frente a estas posibilidades es preocupante el silencio o la insensibilidad de muchos sectores de “elite” que conociendo los riesgos para toda la sociedad ni alertan ni impulsan políticas y acciones que propicien la sensatez y el equilibrio; hay casi como un fatalismo histórico, las tragedias se avizoran pero no se evitan, como si la sociedad toda sufriera de sado-masoquismo colectivo.
El mundo se inclina peligrosamente hacia la guerra y la violencia. El gobierno de Bush es guerrerista y violento; la intolerancia crece y los problemas de la pobreza y el deterioro ambiental se hacen estructurales como si la humanidad se acostumbró a ello o no supiera que hacer.
Definir muchas veces no es una virtud sino un desenlace que aumenta la incertidumbre y aumenta los niveles de confrontación y violencia. El siglo XX conoció muy bien esto, especialmente en su primera mitad. 1914 fue un año de definiciones como 1933 en Alemania y en 1939, estamos hablando de una guerra en dos capítulos con más de 100 millones de muertos y víctimas de todo tipo.
La historia enseña que hay que tenerle miedo a las definiciones.
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