No hay mito más nocivo y persistente que la ilusión de riqueza. El “descubrimiento” europeo crea y desarrolla la idea de una ciudad y un río de oro, el continente fue recorrido por alucinados en busca de esta quimera. Esta locura la heredamos completa los venezolanos y todavía hoy seguimos creyendo y repitiendo que habitamos la tierra del Dorado.
Creencia absolutamente atrasada y pre-moderna y que alimenta el nominalismo medieval, la realidad no es lo que es sino lo que nosotros imaginamos o creemos que es, es la locura del Quijote que confunde cabreros con caballeros y ovejas con soldados; son los molinos de viento de nuestra fantasía que se resiste a asumir la maldad. Es el pensamiento mágico de la lotería milagrosa o del golpe de suerte que nos va a redimir nuestras miserias y a sacar de abajo.
Pueblos extraviados en sus fantasías seguimos evadiendo nuestra cita con la historia; apresurados en nuestra evolución histórica, el Estado y la política han sustituido a la sociedad y a esta pretendieron decretarla desde arriba. El Estado colonial crea la sociedad colonial así como el Estado republicano, producto de la independencia, crea la república. Fuimos y somos repúblicas sin ciudadanos y el destino histórico se decreta desde el Gobierno. Creemos que todo debe venir desde arriba y que nuestra responsabilidad se reduce a pedir y esperar, como en el cuento de García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”.
Carecemos de historia civil o por lo menos no nos identificamos con ella y nuestras repúblicas son construcciones aéreas con constituciones de papel. Todo se promete y nada se cumple.
El Dorado venezolano empezó a derrumbarse el 18 de febrero de 1983, el famoso viernes negro, cuando empezó la devaluación indetenible del bolívar, que salta a 8 bolívares por dólares y sigue devaluándose indetenible hasta el abismal cambio actual de 2160 bolívares por dólar. Elías Canelti dice que la devaluación y la inflación crónica terminan destruyendo el alma de un pueblo. En 1983 perdimos el Dorado pero seguimos creyendo en él y ese es nuestro drama.
En 1989, el 27 de febrero, la pobreza asalta la ciudad capital y en 1992 la barbarie intenta dos golpes de estado frente a una clase política que ha decidido suicidarse y con una sociedad anestesiada por el bonche petrolero, idiotas gobernando indiferentes decíamos en esa época; hasta que la barbarie se hizo con el poder y volvió a prometernos otra vez una constitución de papel y nos prometieron el paraíso. Tenemos un poco más de 20 años de extravíos, el Estado sigue gobernando nuestras vidas y la sociedad sigue siendo débil.
Creencia absolutamente atrasada y pre-moderna y que alimenta el nominalismo medieval, la realidad no es lo que es sino lo que nosotros imaginamos o creemos que es, es la locura del Quijote que confunde cabreros con caballeros y ovejas con soldados; son los molinos de viento de nuestra fantasía que se resiste a asumir la maldad. Es el pensamiento mágico de la lotería milagrosa o del golpe de suerte que nos va a redimir nuestras miserias y a sacar de abajo.
Pueblos extraviados en sus fantasías seguimos evadiendo nuestra cita con la historia; apresurados en nuestra evolución histórica, el Estado y la política han sustituido a la sociedad y a esta pretendieron decretarla desde arriba. El Estado colonial crea la sociedad colonial así como el Estado republicano, producto de la independencia, crea la república. Fuimos y somos repúblicas sin ciudadanos y el destino histórico se decreta desde el Gobierno. Creemos que todo debe venir desde arriba y que nuestra responsabilidad se reduce a pedir y esperar, como en el cuento de García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”.
Carecemos de historia civil o por lo menos no nos identificamos con ella y nuestras repúblicas son construcciones aéreas con constituciones de papel. Todo se promete y nada se cumple.
El Dorado venezolano empezó a derrumbarse el 18 de febrero de 1983, el famoso viernes negro, cuando empezó la devaluación indetenible del bolívar, que salta a 8 bolívares por dólares y sigue devaluándose indetenible hasta el abismal cambio actual de 2160 bolívares por dólar. Elías Canelti dice que la devaluación y la inflación crónica terminan destruyendo el alma de un pueblo. En 1983 perdimos el Dorado pero seguimos creyendo en él y ese es nuestro drama.
En 1989, el 27 de febrero, la pobreza asalta la ciudad capital y en 1992 la barbarie intenta dos golpes de estado frente a una clase política que ha decidido suicidarse y con una sociedad anestesiada por el bonche petrolero, idiotas gobernando indiferentes decíamos en esa época; hasta que la barbarie se hizo con el poder y volvió a prometernos otra vez una constitución de papel y nos prometieron el paraíso. Tenemos un poco más de 20 años de extravíos, el Estado sigue gobernando nuestras vidas y la sociedad sigue siendo débil.
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