En este “nuevo (des) orden mundial que caracteriza este comienzo de siglo pareciera ponerse término a la ilusión ilustrada de marchar inexorablemente hacia un mundo cada vez mejor (ley del progreso) porque así lo quería la razón y la propia providencia, convicción hoy fuertemente debilitada por una realidad cada vez más desequilibrada y peligrosa (80% de pobreza, poder nuclear para destruir todo el planeta, deterioro ambiental progresivo, fanatismo e intolerancia).
La humanidad, moralmente, pareciera seguir en las cavernas, indiferente frente al destino colectivo, especialmente el de los menos favorecidos.
El historiador se ve acosado (igual que todos) no tanto por el pasado, sino por el futuro, lo que lo obliga a intentar practicar la historia profética como lo quería Kant, no como un ejercicio vacío de brujos y gitanos sobre la buena fortuna. Dice el filósofo, no una historia “vaticinante, ni adivinatoria, ni política” sino una proyección racional sobre el “progreso constante hacia lo mejor” como lo quiere y exige la providencia y la razón y al mismo tiempo una actitud vigilante y correctiva, frente a los abusos de la razón que son las pesadillas que la propia humanidad produce.
Hay que entender y asumir la naturaleza humana, no en lo que hemos hecho de ella por coacción y represión, sino como un proyecto de libertad, que nace para desarrollarse en valores y cuyo fin de perfectibilidad histórica y trascendencia sobrenatural es irrenunciable.
Dice Kant “los actos violentos de los poderosos disminuirán gradualmente y aumentará la obediencia a las leyes… los actos benéficos serán más frecuentes… habrá menos discordias en los procesos”, todo esto en cada comunidad y en cada pueblo y entre los diversos países entre sí. El filósofo no era ingenuo, sabía lo difícil que era lograr todo esto en cada comunidad y en cada pueblo y entre los diversos países entre sí. Pero igual que Sócrates y Platón que pensaban que racionalmente o razonablemente la vida no podía terminar con la muerte, Kant pensaba que la utopía nunca será lograda, pero los seres humanos tenemos el deber de marchar hacia ella y acercarnos lo más posible al ideal, al modelo.
En el siglo XXI que no nos pase como al enfermo que mientras mejoraba se moría, como, de alguna manera nos pasó en el tan cercano y lejano siglo XX.
La humanidad, moralmente, pareciera seguir en las cavernas, indiferente frente al destino colectivo, especialmente el de los menos favorecidos.
El historiador se ve acosado (igual que todos) no tanto por el pasado, sino por el futuro, lo que lo obliga a intentar practicar la historia profética como lo quería Kant, no como un ejercicio vacío de brujos y gitanos sobre la buena fortuna. Dice el filósofo, no una historia “vaticinante, ni adivinatoria, ni política” sino una proyección racional sobre el “progreso constante hacia lo mejor” como lo quiere y exige la providencia y la razón y al mismo tiempo una actitud vigilante y correctiva, frente a los abusos de la razón que son las pesadillas que la propia humanidad produce.
Hay que entender y asumir la naturaleza humana, no en lo que hemos hecho de ella por coacción y represión, sino como un proyecto de libertad, que nace para desarrollarse en valores y cuyo fin de perfectibilidad histórica y trascendencia sobrenatural es irrenunciable.
Dice Kant “los actos violentos de los poderosos disminuirán gradualmente y aumentará la obediencia a las leyes… los actos benéficos serán más frecuentes… habrá menos discordias en los procesos”, todo esto en cada comunidad y en cada pueblo y entre los diversos países entre sí. El filósofo no era ingenuo, sabía lo difícil que era lograr todo esto en cada comunidad y en cada pueblo y entre los diversos países entre sí. Pero igual que Sócrates y Platón que pensaban que racionalmente o razonablemente la vida no podía terminar con la muerte, Kant pensaba que la utopía nunca será lograda, pero los seres humanos tenemos el deber de marchar hacia ella y acercarnos lo más posible al ideal, al modelo.
En el siglo XXI que no nos pase como al enfermo que mientras mejoraba se moría, como, de alguna manera nos pasó en el tan cercano y lejano siglo XX.
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