Somos habitantes del tiempo, lo habitamos y nos habita. El siglo XX fue terrible y sin embargo la esperanza no lo abandonó.
Nunca, tan pocos, habían humillado a tantos; los soñadores de sueños tuvieron como herederos a los creadores de pesadillas; se pretendió prohibir el pensamiento y la imaginación, se nos obligó al horror o a la locura o simplemente, se aniquilaba al diferente o al disidente. Igualmente, los sentimientos eran castigados; había que ser creyente y subordinarse, asumir el grito colectivo y el silencio era subversivo; sub-hombres convertidos en super-hombres, una mezcla extraña de tigres y monos; el hombrecito de gris del Kremlin, el payaso de camisa negra y el histérico de camisa parda, el cruel gran timonel, y decenas de tiranuelos y aspirantes a serlo, en nombre de la utopía, nos negaron la libertad y mancillaron la dignidad de millones de semejantes.
Pero la esperanza no puede ser robada, el siglo atormentado logró preservarla a pesar de todo y en este nuevo siglo, continuamos con las mismas pruebas, los mismos riesgos y la misma esperanza, destino humano ineludible.
En el siglo XX las masas se rebelaron pero terminaron apoyando al asesino de sus semejantes o se dejaron alienar por los vendedores de baratijas. Las masas fueron ruido y furia, y para escapar de la soledad y las carencias, sacrificaron la libertad; el paraíso prometido se convirtió en un puro infierno, pero igualmente en el siglo, la imaginación fue indoblegable, la cultura nos permitió resistir y sobrevivir; eros y thanatos fueron implacables en su lucha, en cada ser humano, en cada rincón del mundo; nunca fuimos más libres y con más posibilidades de libertad que en el siglo XX.
No logramos redimir la injusticia ni la pobreza ni las muchas miserias del hombre, pero allí quizás descansa la posibilidad de seguir soñando y seguir luchando; el siglo XXI se convierte así en una invitación, como siempre, entre el temor y la esperanza.
Nunca, tan pocos, habían humillado a tantos; los soñadores de sueños tuvieron como herederos a los creadores de pesadillas; se pretendió prohibir el pensamiento y la imaginación, se nos obligó al horror o a la locura o simplemente, se aniquilaba al diferente o al disidente. Igualmente, los sentimientos eran castigados; había que ser creyente y subordinarse, asumir el grito colectivo y el silencio era subversivo; sub-hombres convertidos en super-hombres, una mezcla extraña de tigres y monos; el hombrecito de gris del Kremlin, el payaso de camisa negra y el histérico de camisa parda, el cruel gran timonel, y decenas de tiranuelos y aspirantes a serlo, en nombre de la utopía, nos negaron la libertad y mancillaron la dignidad de millones de semejantes.
Pero la esperanza no puede ser robada, el siglo atormentado logró preservarla a pesar de todo y en este nuevo siglo, continuamos con las mismas pruebas, los mismos riesgos y la misma esperanza, destino humano ineludible.
En el siglo XX las masas se rebelaron pero terminaron apoyando al asesino de sus semejantes o se dejaron alienar por los vendedores de baratijas. Las masas fueron ruido y furia, y para escapar de la soledad y las carencias, sacrificaron la libertad; el paraíso prometido se convirtió en un puro infierno, pero igualmente en el siglo, la imaginación fue indoblegable, la cultura nos permitió resistir y sobrevivir; eros y thanatos fueron implacables en su lucha, en cada ser humano, en cada rincón del mundo; nunca fuimos más libres y con más posibilidades de libertad que en el siglo XX.
No logramos redimir la injusticia ni la pobreza ni las muchas miserias del hombre, pero allí quizás descansa la posibilidad de seguir soñando y seguir luchando; el siglo XXI se convierte así en una invitación, como siempre, entre el temor y la esperanza.
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