En Venezuela no creemos en modelos “endógenos” aislacionista y regresivos que pretenden retrotraernos a estadios rurales de falsos paraísos perdidos y mundos míticos inexistentes, de raíces indígenas, pretendidamente virginales, profanados por unos “bárbaros” venidos de otros lugares, para aprovecharse y explotarlos. Esa es una mitología interesada, pero no historia real, que permitiría un abordaje mucho más definido de identificación de un fecundo proceso de mestizaje de pueblos y cultura no exento de agresividad y violencia. Un pueblo, una sociedad no puede renegar de sus raíces y de hecho se nutre de ellas, pero igualmente cierto es que se nutre de otros pueblos y otras culturas que van creando el país que somos, en permanente evolución socio-cultural, nuestra identidad es lo que fuimos, lo que somos y lo mas importante es lo que vamos “siendo”.
La “especificidad” zuliana siempre la hemos asumido como un componente de la nacionalidad venezolana, lo que ha permitido desarrollar una aguda e importante conciencia colectiva de “región”, con derecho progresivo y creciente a una “autonomía” entendida y asumida en sentido moderno y no feudal.
El Zulia como un colectivo y expresado a través de unas instituciones, se ha ido preparando para el “autogobierno” en el sentido constitucional de un federalismo concurrente de corte moderno y progresista.
El drama histórico de todo esto y que afecta a todo el país, es que hemos sido como república, desde nuestras primeras Constituciones, declarativamente federales pero en la práctica, férreamente centralistas. Hemos padecido en la República de un nominalismo jurídico, que por un lado nos declarábamos federales mientras acentuábamos el centralismo, en el marco de un proceso político condicionado por una realidad geográfica, de un país incomunicado y poco poblado; de institucionalidad precaria y bordeando siempre la anarquía y la anomia social. En estas circunstancias, el “caudillo” se convierte prácticamente en el único elemento cohesionador de una realidad nacional bárbara y levantisca, que le permitió decir a uno de nuestros tiranos que Venezuela era como un cuero seco por un lado “pisado” y por el otro “alzado”, sin tregua ni respiro para la cultura y el proceso civilizatorio.
De esta realidad se benefició la ciudad capital, desde la cual se gobernaba y des-gobernaba el país. Primero fue la rivalidad entre Caracas y Valencia después con la guerra federal en nombre del federalismo, se acentúo el centralismo como dijera Antonio Leocadio Guzmán, con su proverbial cinismo: que ellos eran federales porque sus enemigos se declaraban centralistas de lo contrario sería a la inversa. Todo el siglo XIX vivimos esta tragedia de violencia y pobreza de un país invertebrado.
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