lunes, 16 de marzo de 2009

La "nueva" Venezuela

Ayer fue la “gran Venezuela” de infausto recuerdo; delirios de grandeza de un Presidente irresponsable y en el fondo inepto. En su gobierno la corrupción y el despilfarro fue la norma; en una coyuntura de bonanza petrolera lo que significó otra oportunidad perdida.

No aprendemos, menos de 30 años después, repetimos el engaño y la ilusión de una prosperidad derrochada y otra oportunidad perdida.

Otro gobernante extraviado e inepto; con su corte de adulantes repite el flagelo de la corrupción y el fracaso del gobierno frente a los problemas reales de la gente.

Bolívar, siempre Bolívar, en un libro reciente de Álvaro Mutis “El último Rostro”, citado recientemente en un artículo por Simón Alberto Consalvi; se intenta una respuesta y más que una respuesta una explicación.

Dice el autor, recreando la voz de un Bolívar envejecido, agónico y pesimista “Mientras tanto nosotros, aquí en América nos iremos hundiendo en un caos de estériles guerras civiles, de conspiraciones sórdidas, y en ellas se perderán todas las energías, toda la fe, toda la razón necesaria para aprovechar y dar sentido al esfuerzo que nos hizo libres. No tenemos remedio coronel, así somos, así nacimos”.

Pesimismo genético e histórico del Libertador en sus años finales; pero igualmente lucidez racional de una persona que conocía demasiado bien nuestras limitaciones históricas como sociedad y como país.

Si no logramos cambiar lo suficiente en el siglo XX y nos empecinamos en nuestros errores, ¿será necesario otro siglo, para definitivamente acceder a la plena modernidad? ¿Cuándo terminaremos de construir la república que nunca hemos sido y la democracia necesaria?

El siglo XXI nos invita no, a una “nueva” Venezuela ni a una “gran” Venezuela, como proyectos ideológicos ilusionistas, sino a seguir construyendo la Venezuela de siempre, la que fue grande y puede llegar a ser grande si así lo queremos, siempre y cuando entendamos que no hay atajos ni magia y que el único camino real y posible es el que se sustenta en la educación de sus ciudadanos; el trabajo laborioso del día a día y la honradez permanente de cada uno y de una comunidad, que entienda definitivamente que la única “revolución” real y verdadera es construir un estado de derecho, expresión orgánica de la justicia y una sociedad educada en valores y principios. Que los jueces impartan justicia, que los agentes del orden cumplan con su deber sin abuso y sin arbitrariedad, que los empresarios produzcan riquezas con eficiencia y pulcritud, que los gobernantes cumplan con su deber con honradez, capacidad y rendición de cuentas y que cada ciudadano asuma su responsabilidad en todo lo que le compete, en lo público y en lo privado. Sólo así, seremos grandes, un pueblo laboriosos, honesto y desarrollado, esa es nuestra utopía concreta que podemos construir entre todos, si cada quien asume su parte de responsabilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario