Venezuela, como tantos otros países de América Latina, participa de realidades complejas y difíciles, sometida a fuertes desigualdades y desequilibrios. En nosotros conviven tiempos históricos diferentes, en algunos casos, antagónicos entre si. Nuestra sociedad es de una complejidad creciente y sometida a un cambio incesante. Nuestro proceso de modernización y urbanismo, fue muy acelerado y por consiguiente, traumático en muchos aspectos. El atraso y las injusticias, así como la violencia, tienden a imponerse más allá de lo tolerable. El venezolano “bueno” existe y nuestro pueblo tiende a ser asumido en general en términos positivos: abierto, amable, amigable, generoso; pero igualmente existe un venezolano que no termina de asumir sus responsabilidades, alejado de la educación y con una fuerte carga de “orfandad psíquica” y complejos y resentimientos sociales.
Una sociedad es una historia, al igual que una cultura es histórica, es decir, un “continium” tempo-espacial; una cronotopía que se va haciendo, de allí lo fascinante que es la invitación a seguir haciendo a Venezuela cada vez mejor; ello nos obliga a todos y cada uno de los venezolanos a asumir nuestras responsabilidades, a colocarnos y prepararnos para ello, en el entendido que un país es un pasado pero fundamentalmente un futuro que siempre comienza siendo un presente.
Venezuela es una herencia y un capital; es una obligación y una oportunidad; un patrimonio, fundamentalmente espiritual y cultural. El país está constituido por seres que ya no nos acompañan -los ancestros-, por los contemporáneos y por los no nacidos todavía, esos contemporáneos del futuro, que nos obligan en nuestro presente, al máximo esfuerzo y al mejor resultado. Una patria es fundamentalmente un sentimiento de gratitud e identificación y un compromiso de servicio, permanente y generoso.
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