La democracia de partidos inaugurada el 23 de enero de 1958 tuvo 2 grandes éxitos políticos indiscutibles: el primer gobierno electo que culmina su periodo, con Rómulo Betancourt y el primer gobierno, de nuestra historia, el de Raúl Leoni que, por vía electoral, entrega pacíficamente el poder a un partido de oposición. En esos primeros 20 años de democracia orgánica, el país político y la sociedad se correspondían y retroalimentaban: gobierno y oposición cumplían con su papel y funciones, y los procesos electorales, con todo y sus insuficiencias, limitaciones y desviaciones, eran en general confiables, lo que permitió que los venezolanos se acostumbraran a votar y a entender que no hay otra vía que la electoral para cambiar de gobierno.
En los siguientes 20 años nuestra democracia se extravió y perdió el rumbo. De una democracia orgánica, imperfecta pero perfectible, dentro del Estado de Derechos, pasamos a ser una democracia ineficiente y corrupta cada día más en disonancia con el país político; cada vez más alejada del sentir y de los intereses reales de la sociedad. La palabra de moda fue la palabra crísis y se expresó de diversas maneras en fechas emblemáticas: 1983, 1989, 1992. La respuesta política fue pobre y tardía, en una competencia irresponsable de banalización y superficialidad, ya no sólo de la clase política sino de la sociedad en general. Se pensó en una exreina de belleza para presidente y un poco antes se pensaba en un exitoso animador de televisión.
Se eligió a un casi octogenario en la presidencia sobre un discurso disolvente con respecto a los partidos y a la política, que había agotado y convencido, a la mayoría de la gente. El país estaba desorientado y escéptico con respecto al futuro. La precariedad económica y social creciente, en ascenso, y las «elites» exportando capital y viviendo un exilio espiritual y emocional también creciente.
En este clima se incuba, desde los 80, una conspiración cuartelaria. Nuestros fantasmas y demonios del pasado, que algunos creían exorcizados para siempre, regresaban para tomar venganza. Vivíamos en una «democracia boba» decadente y autosuficiente, exangüe y solitaria, y casi sin dolientes. El nuevo liderazgo, formado en los cuarteles y aliado con los desplazados del poder durante más de 40 años, se impone con una mayoría aplastante. A partir de allí, se asume un proyecto político personal y militar, que creó muchas expectativas positivas, agotadas progresivamente por el fracaso en el ejercicio del gobierno. La democracia, por lo menos en la forma, ha logrado sobrevivir, especialmente a partir del 2 de diciembre del 2007, cuando los venezolanos lograron recuperar la confianza de que el régimen era derrotable y que su tiempo se acababa.
Con la confianza también se minimiza el temor y el miedo al gamonal en el poder. Lo demás es cuestión de tiempo, lo que no significa cruzarse de brazos. La oposición ha dejado de actuar a la defensiva y se organiza en torno a estrategias de gobierno y poder alternativas, y ella misma se hace plural y diversa y ojalá termine siendo, oportuna y eficaz.
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