Emancipados de la monarquía y creada la república nos declaramos libres y soberanos y lo seguimos siendo hasta hoy, como sistema jurídico y político, aunque sociológica y culturalmente la impronta “monárquica” pesa todavía en nuestras instituciones como un atavismo que se niega a desaparecer trocado en un caudillismo anacrónico, pero siempre presente en todas nuestras instituciones y a diferentes niveles jerárquicos.
Piénsese en nuestros caudillos civiles y militares y en la institución presidencial en donde nuestros presidentes, por ley y costumbre se comportan como verdaderos monarcas sin corona. Piensen, igualmente, en cualquier jefe o “jefecito” de nuestras estructuras burocráticas que piensan y actúan como “caciques” o alcaldes y gobernadores que se creen “reyezuelos” locales.
La arbitrariedad se convierte en norma. Estos sujetos se sienten y asumen por encima de la ley, y confunden los recursos públicos como si fueran propios. Son algunas de las características de estas “repúblicas monárquicas” que no terminamos de superar históricamente. Todavía el año pasado, apenas logramos derrotar un proyecto de reforma constitucional, cuya piedra angular era la presidencia vitalicia y el poder omnímodo del presidente. Razón tenía Simón Rodríguez, cuando angustiado observaba como nuestras repúblicas eran victimas del caudillismo y de la ignorancia general, y que lo llevó a decir que sin “repúblicos” es decir republicanos no hay republica. Feudales eran los “señores” o amos del poder y esclavos o siervos, eran la mayoría con una débil formación ciudadana y un sentido cívico y civil de la vida social, deleznable. Igual ocurrió con nuestra democracia, tardíamente implantada como proyecto político de una minoría emergente en el tardío 1936, con algunos antecedentes políticos y sindicales, y fraguada en el exilio y la prisión. De
El 1945, hubo una eclosión popular de la mano de una alianza cívico – militar y un planteamiento avanzado de democracia que permite, a partir de allí, el protagonismo de los partidos políticos, y con el sufragio universal, se incorporan a todos los sectores sociales -mujeres, obreros y campesinos- en la política activa. El resto del trienio fueron excesos verbales y políticos, con mucha impericia y demagogia, que posibilito el golpe de estado y una larga dictadura de 10 años.
Fue una década de aprendizaje político lo que permitió a los principales lideres partidistas y a las “elites” a entender que un proyecto democrático y de desarrollo obligaba al acuerdo, a la conciliación y al equilibrio, y que fragua en
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