Así somos, un día insultándonos y el otro tan amigos, como si nada; en el fondo lo que somos es grandes irresponsables y sumamente superficiales; en lenguaje popular diríamos aguajeros y habladores de tonterías. Esta característica socio-cultural, en esta ocasión fue positiva para la solución del conflicto en cuestión pero en la perspectiva de nuestra evolución como sociedades y naciones termina siendo perjudicial para nuestros mejores intereses como pueblos que aspiran a la civilidad y el progreso. ¿A partir de ahora quién puede confiar en la palabra de unos presidentes que hoy descalifican y mañana se abrazan. ¿Que confianza puede generar una política internacional sujeta al humor y al capricho de un presidente? ¿Dónde quedan los principios y las instituciones?
El destino de millones de personas pasa o depender de los humores y volubilidades de un personaje de utilería y sordo - parlante.
Uribe y su gobierno fueron los grandes ganadores de este conflicto; arrinconan a la FARC en su guerra interna y demuestra la complicidad de Ecuador y Venezuela con las mismas. Correa, el presidente ecuatoriano se muestra emotivo, infantil y contradictorio y totalmente subordinado al venezolano (será acaso otro cachorro aunque no sea del imperio gringo). El nuestro, retórico como siempre, palabrero e improvisado, quiso jugar a la guerra con fines internos, pero aquí nadie creyó en su guerra de cartón y artificio y apenas pudo se replegó, como sabe hacerlo cuando le conviene.
Uribe, coherente y firme en sus intervenciones, apenas pudo arreglarse lo hizo, gracias a la actitud infantil de Correa quien propició con su inexperiencia, la ocasión para que el colombiano, ni que tonto fuera, se lanzó a abrazarlo, igual con Chávez y Ortega; en un climax de telenovela barata, los cuatro personajes fueron más expresión de nuestra cultura del bolero y el tango que hacedores de historia.
El destino de las naciones en pleno siglo XX pasa a depender de nuestra capacidad para construir una paz sólida y permanente más allá de las coyunturas y los caprichos, y como es obvio, tiene que ver con los intereses permanentes de cada nación, y en particular las de las naciones vecinas. Una paz y una convivencia construida sobre respeto mutuo y evidentemente sobre el respeto a las respectivas soberanías. Pero el principio de la soberanía tan importante y delicado en términos diplomáticos y políticos no puede esgrimirse solamente cuando conviene a nuestros intereses nacionales. Tan grave como la incursión colombiana en territorio ecuatoriano es la permisibilidad por no decir la complicidad de los gobiernos de Ecuador y Venezuela, con grupos terroristas que amenazan la estabilidad y la paz interna del país vecino y a la larga de nuestro propio país. Se puede exigir respeto cuando se respeta la de las demás. Jugar a la aventura y a la irresponsabilidad en las relaciones internaciones no le conviene a nadie y menos en una región tan volátil como la nuestra.
Venezuela, Colombia, Ecuador y el resto de América Latina deben aprender a convivir en el respeto y la colaboración, ya que el futuro de todos solo es posible en la medida que aprendemos a integrarnos y eventualmente a unirnos sobre intereses reales con beneficios para todos. Compartir un pasado es importante, pero mucho más importantes es aprender a compartir el futuro.