Si bien el epílogo y las conclusiones le corresponden
al lector, el autor no puede evadir la tentación final de justificarse: este
libro fue escrito con angustia y esperanza durante los últimos 6 alocados años
que hemos vivido y padecido. Todo el país se involucró en esta tragicomedia
bolivariana, el gran bufón nos convocaba al futuro mirando hacia atrás y
quienes se le oponían, en nombre del pasado, se erigían en representantes del
presente.
Con la Constituyente y la Constitución se nos
pretendió hipnotizar; con las leyes habilitantes se desenmascaró el aspirante a
autócrata y la torpe oposición no supo hacer otra cosa que intentar un infeliz
golpe de estado, la “carmonada”, monumento de improvisación e irresponsabilidad
hasta culminar en el paro light de
una sociedad civil que se creyó políticamente más importante de lo que
realmente es.
Agotado el voluntarismo aventurero llegamos al único
camino lícito, la ruta electoral, con todos los obstáculos y trampas del régimen.
El 15 de agosto del 2004, el SI-NO, es decir las cuatro letras que significan
destino, van a determinar los acontecimientos, pacíficos o violentos según sea
la actitud y conducta de los protagonistas, en especial del gobierno y su
líder.
Laureano Vallenilla Lanz decía que los pueblos tienen
el gobierno que se merecen. Augusto Mijares pensaba lo contrario; los gobiernos
modelan el pueblo que quieren.
Está demostrada la relación profunda existente entre
Cultura, Economía, Sociedad y Política, sin caer en reduccionismo
simplificadores o determinismos mecanicistas. La identidad es lo que vamos
siendo como historia y cultura; toda sociedad tiene virtudes y defectos, y las
sociedades perfectamente pueden equivocarse, algunas hasta deciden suicidarse,
como fue el caso de muchos pueblos que apenas son un nombre en la historia de
la humanidad.
Venezuela es una república vieja de casi 200 años,
tiempo en que ha pretendido recorrer una distancia histórica que otras sociedades recorrieron por lo menos en 1.000 años; hemos sido
modernos sin dejar de ser medievales y pretendemos ser post-modernos sin haber
agotado la modernidad.
Lo tradicional y lo moderno cohabitan sin terminar de
entenderse. La mentalidad y la cultura tradicional nos identifica y al mismo
tiempo, en la mayoría de los casos, se convierte en un obstáculo para
convertirnos en verdaderos habitantes del siglo XXI.
Muchas de nuestras conductas sociales denotan y
expresan más una condición rural que urbana, inclusive nos retrotraen a estadios
primitivos de nómadas cazadores y promiscuos. Lo tribal clásico imponiéndose a
lo societario-comunitario.
Lo privado y lo público confundiéndose y
superponiéndose, con relaciones horizontales desjerarquizadas con una fuerte
carga de orfandad paterna y dependencia patológica de la madre. Exceso de madre
y falta de padre decía mi suegro, muchos compatriotas sufren de inmadurez
afectiva y de una fuerte carga de irresponsabilidad producto de esta mentalidad
y cultura matriarcal y tribal ajena por completo a la modernidad.
Millones de venezolanos están mucho más cerca de la
magia y del mito que de la racionalidad tecno-científica, de allí que no
resulta insólito que la política vernácula, la de ahora y la de antes, sea tan tradicional
y repetitiva; por un lado la tentación autocrática de nuestro presidencialismo
y por el otro el populismo y la corrupción despilfarradora de nuestra renta petrolera.
La novedad de nuestras revoluciones es que no son nada novedosas con su culto
bolivariano; así lo hizo Páez, Guzmán Blanco, Castro, Gómez, López Contreras,
Pérez Jiménez y ahora Chávez. Igualmente con el mito del Dorado, presentan un
país rico, cuando, al final, lo que tenemos son gobiernos ricos y pueblos
pobres.
En los últimos 30 años, en Venezuela se extravió el
poder y se extravió la sociedad en un gran bonche nacional; cuando despertamos
en 1983, 1989, 1992, 1998, 2002 y 2003 todavía no terminamos de entender, hasta
que el miedo y la necesidad nos están obligando a entender.
En Venezuela en términos históricos pareciéramos
seguir empeñados en la pre-historia y empecinarnos en seguir fuera de la
historia real. Seguimos en mora con respecto a la creación del Estado-libertad
que proclamó y practicó la Revolución
Francesa y la Revolución
Norteamericana del siglo XVIII o como dijera Hanna Arendt la constitutorio libertatis como base y andamiaje del Estado Moderno y que servía de
soporte a la otra necesidad de bienestar para el pueblo, que el socialismo y el
marxismo convirtió en eje y centro de la otra revolución, la revolución
comunista. El drama del siglo XIX y XX gira en torno a esta doble exigencia histórica,
libertad e igualdad como expresión de la historia real, a su vez, ésta
entendida y asumida como el auto-desenvolvimiento de la razón, como diría
Hegel.
Venezuela como el resto de los países de América
Latina inician el proceso con la emancipación, en nombre de la libertad y
terminan negándola y es que el sistema político no puede desvincularse de la
economía y la sociedad y sin burguesía y revolución industrial, y revolución
tecno-científica como muy bien lo sabía Marx, no hay revolución de la
modernidad, de allí que nuestro sistema político termina asumiendo la retórica
de la libertad y la igualdad y en la práctica la niegan condenando a nuestras
sociedades al atraso histórico y a nuestros pueblos a la minoridad.
Esta minoridad es lo que está combatiendo la sociedad
civil venezolana, frente a un Estado que lo quiere arropar todo (economía,
sociedad, cultura, política). La sociedad civil, definidida como lo que no es
el Estado, resiste el avasallamiento y la dependencia que éste quiere imponerle
especialmente a través del monopolio de la renta petrolera.
Esta es nuestra lucha histórica del actual momento
político, que la sociedad sea más importante y fuerte que el Estado, de allí la
obligante reforma constitucional para ponerle control y límites a nuestro presidencialismo;
que garantice de manera efectiva la división y equilibrio de poderes; que
recuperemos el proceso de municipalización y descentralización del Estado, que
las instituciones públicas y privadas sean autónomas pero al mismo tiempo, que
rindan cuenta y permitan el acceso de los venezolanos a una parte del capital y
propiedad de PDVSA. En fin, desagregar el Estado en un todo orgánico,
controlado por la Sociedad
y al mismo tiempo eficiente y bien administrado. No otra cosa es la modernidad,
libertad garantizada a cada individuo y responsabilidad asumida por todos y
cada uno de los ciudadanos.
Un Estado fundado en la ley y una sociedad regulada
por ésta. Una sociedad en donde deberes y derechos de los ciudadanos se
equilibren y alimenten mutuamente.
La crisis venezolana es fácil de diagnosticar, lo difícil
siempre es implantar las soluciones adecuadas y oportunas por aquellos de los
intereses egoístas y particulares y la carga de emociones y pasiones que la
política entre nosotros tiende a generar.
La crisis nacional de las últimas décadas puede
ubicarse en 1979 cuando se inicia el descenso vertiginoso y brutal del salario
real y del poder adquisitivo del venezolano, creando esta pendiente de
empobrecimiento colectivo que no termina y cuya erosión de la confianza y
estabilidad nacional, con su ilusión de armonía estalla en el Caracazo de 1989
y las intentonas golpistas del 92; fantasmas y demonios del pasado siempre
latentes en nuestra historia mientras no superemos nuestras estructuras y
mentalidades primitivas y no terminemos de acceder a la plena modernidad. La
historia racional define de manera precisa la modernidad, pero en su sentido
más genérico es la democracia moderna desarrollada y tecno-ciencia, cuya
inevitabilidad nos abre las puertas del siglo XXI con su carga de oportunidades
y riesgos. Y es que ningún sistema político es perfecto pero sí perfectible.
Conciliar libertad y justicia social es imperativo en
el mundo y en el país. Producir y distribuir en términos modernos y post
modernos es producir con eficiencia y distribuir con equidad, y esto es tarea
no solamente del Estado, sino obligación de las instituciones, de las personas
y de la sociedad como un todo. Como dijera
Simón Peres, el reto es producir como capitalistas y distribuir como
socialistas, de allí que la modernidad política en los países mas avanzados
tienden a un centro inteligente, evitando los extremos ideológicos peligrosos y
lógicamente cualquier tipo de fundamentalismo. Es el péndulo de la historia
buscando siempre el equilibrio.
La riqueza no puede ser un escarnio como tampoco lo es
la pobreza. Pero la riqueza tiene que ser legítima y responsable; es decir,
solidaria, tanto en el sector privado (por aquello de que quien más ha recibido
más debe dar) como en el sector público (cuyos recursos son de la sociedad y no
del gobernante de turno y tienen que ser distribuidos de manera pulcra y
equitativa). Estado, Sociedad, Gobierno, Instituciones, tienen que ser una
permanente escuela de pedagogía para la libertad, dignidad y promoción humana.
El futuro es impredecible, pero si prevalece la razón,
tiene que ser “a mejor” como diría Kant. No le hagamos caso al optimista que
promete soluciones para “ya” pero tampoco al pesimista que no ve solución o
piensa en el pasado mañana; optimismo y pesimismo en términos históricos son
dos enfermedades peligrosas porque se niegan a ver la realidad “real”. La
realidad es moldeable si sabemos actuar sobre ella, “racionalmente” con sentido
común y asumiendo nuestra acción desde los “valores”, no como mera declaración
de principios sino como postura y compromiso existencial concreto.
Esta es una democracia “secuestrada”, evidentemente
imperfecta, tanto en la mal llamada 4ª ó 5ª República, con todo el abuso
oficial, una vez más de presidencialismo exacerbado, poderes cómplices y
populismo y corrupción desbocada; con todas las ventajas y trampas, la
tentación autoritaria no puede prevalecer, porque me luce irracional seguir
llegando tarde como país a la cita con la historia; en el siglo XIX nos
rezagamos de manera importante y en el siglo XX entramos después que se murió
Gómez; en el siglo XXI sería imperdonable seguir perdiendo el tiempo y avanzar
en círculo. Creo que millones de venezolanos no lo vamos a permitir,
especialmente esa clase media que se extravió en el “bonche” mayamero y saudita
y que hoy se asume democrática y progresista como sociedad civil y
definitivamente las nuevas “elites” universitarias, técnica y profesionalmente
mejor preparadas que nunca para orientar y dirigir el país por el camino
adecuado.
En Venezuela urge tener “memoria y responsabilidad” no
puede ser que nadie responda de los muchos errores y extravíos de la llamada 4ª
República y alguien o algunos deben responder por el menosprecio y los
extravíos que ha asumido la 5ª. Los “ángeles rebeldes” del 92 resultaron
conspiradores de vieja data y hambrientos de poder. Nuestras “repúblicas”,
todas sin excepción, están llenas de “apóstoles” y beneficiarios del poder, las
oligarquías del dinero que dijera Domingo Alberto Rangel.
Bolívar ha sido utilizado y maltratado por todos. La
misma palabra “revolución” ha identificado todo tipo de gobierno y en el mundo
moderno, abandonada su car-ga utópica, llegó a significar lo peor de la derecha
y la izquierda y hasta intentaron unirse para dominar el mundo en nombre de la
revolución cuando se firmó el pacto entre Stalin e Hitler.
La “razón” en la historia alimenta la esperanza pero
también engendra monstruos; la ciencia, la economía y la política tienen que
“reingresar” a la sociedad subordinadas a la ética.
El progreso en sí mismo, no es garantía de nada, sino
un mayor y mejor “confort” para muchos o para algunos. De lo que se trata es
que no podemos pretender vivir en estado natural; a nivel individual pudiera
ser válido no a nivel social, a menos que decidamos extinguirnos como especie
en un holocausto nuclear o regresar a las cavernas como decía Einstein, si
persistíamos en nuestros afanes suicidas.
El progreso es real y posible, la tecno/ciencia lo
impulsa y permite, pero siempre y cuando el progreso se impregne de moral. En
Venezuela la política anda extraviada desde hace muchos años, igual que la
economía y en algún momento también la sociedad se extravió; hoy los venezolanos
podemos reencontrarnos en un espacio común compartiendo nuestras diferencias,
en democracia y libertad, con tolerancia y pluralismo; si alguna virtud tenemos
como sociedad y cultura, es que los muchos “rollos” del racismo y
fundamentalismos de todo tipo, no forma parte de nuestra cultura; el venezolano
por regla general es abierto y amigable, rasgos “premodernos” que pudieran
convertirse en rasgos importantes de nuestra modernidad, si sabemos combinarlos
con las otras virtudes de la modernidad que pueden ser aprendidas y
definitivamente practicadas.
Los peores tiempos son los mejores tiempos, dice
Dickens en una de sus novelas; de los venezolanos depende avanzar, estancarse o
retroceder.