Las
crisis históricas y políticas son permanentes y recurrentes en la
evolución de las sociedades y de los países. Una manera de expresar
y corregir desequilibrios y al mismo tiempo asumir los cambios
necesarios e inevitables. La Historia siempre es hacia adelante, es
la Historia-Vida, cuyos impulsos vitales, culturales y
tecno-científicos obligan a mirar siempre hacia el futuro.
Las
sociedades tienden a ser conservadoras y las élites dominantes
muchos más por la simple razón de que quieren perpetuarse en el
poder y mantener sus privilegios.
Casi
siempre el cambio político está precedido por cambios
socio-culturales y económicos-tecnológicos que se expresan
fundamentalmente en la emergencia de nuevos sectores sociales no
representados y por actores políticos emergentes que se van
constituyendo como nuevos grupos de poder que compiten con las clases
dominantes del pasado y del presente, usufructuarios y representantes
de lo que en la revolución francesa se llamó el “ancien regime”.
Nuestro país tiene sus propios ejemplos al respecto, los mantuanos
comenzando el siglo XIX, desplazando a la vieja élite peninsular
monárquica y posteriormente los caudillos emergentes, a su vez,
desplazando o asociándose con los sectores mantuanos tradicionales.
En nuestra historia del siglo XIX este proceso fue denominado por
José Gil Fortoul como el período de las oligarquías conservadoras
y la oligarquía liberal hasta el posterior advenimiento de los
caudillos del liberalismo y los caudillos andinos.
Con
el advenimiento de la economía petrolera se modifica toda la
estructura socio-económica del país y surgen nuevos grupos sociales
y actores políticos, todo lo cual se va a reflejar de manera visible
y cada vez más protagónica en todos los acontecimientos posteriores
a 1936. Así podemos registrar el agotamiento de los diversos grupos
que detentaron el poder de la Venezuela rural y la emergencia de los
modernos sindicatos y partidos políticos que terminaron
usufructuando el proceso político del último medio siglo.
La
crisis evidente del modelo petrolero y del sistema político que lo
representa, empieza a manifestarse en fechas emblemáticas, como el
viernes negro de 1983, el caracazo de 1989, las intentonas golpistas
de 1992 y el triunfo electoral en 1998 de Chávez como representante
y figura emblemática, tanto de los viejos grupos en el poder, como
es el sector militar, al mismo tiempo que recoge el descontento de
las masas abandonadas en sus carencias por el sistema bipartidista
instaurado desde 1958. Su mensaje es exitoso más allá de sus
cualidades y características políticas personales, por el hecho que
en él convergen poderosas fuerzas emocionales y políticas
representadas tradicionalmente por el mesianismo populista y la
permanente tentación autoritaria que padecen nuestra sociedades.
Discontinuidad
en la continuidad, cada época y cada estructura económica fue
creando los grupos de poder emergente y que en nuestro caso todos han
estado vinculados directamente a la renta petrolera, así podemos
hablar de la burguesía nacional como unas oleadas sucesivas de
“nuevos ricos” asociados a los diversos gobiernos (los ricos del
gomecismo y del neo-gomecismo, los ricos vinculados a los gobiernos
de AD y COPEI, y la emergente boliburguesía vinculada al gobierno de
Chávez y sucesor).
Siempre
es así, en todos los tiempos y en todas las sociedades, los grupos
de poder vinculados al proceso político como expresión de los
cambios sociales y económicos y las demandas insatisfechas de los
grupos sociales preteridos o emergentes. En el fondo, la Historia
siempre es la misma, una minoría manda y se enriquece y la mayoría
participa en estos procesos con sus expectativas siempre parcialmente
satisfechas.