La democracia, como todas las
cosas, es producto de la historia, de una larga evolución y de múltiples
experiencias. Aunque no tuviera conciencia de ello, el ser humano ha
ensayado diversas formas de gobierno y de participación democrática para
el autogobierno, la libertad individual y la igualdad social; y la
búsqueda de la oportunidad y la riqueza es tan antigua como la misma
humanidad. Está en la naturaleza humana la lucha por el bienestar y la
cultura, la dignidad y la justicia, la libertad y la igualdad.
Las primeras manifestaciones institucionales concretas de la
democracia -tal como la conocemos hoy, inclusive el nombre- se remontan a
la Grecia clásica y concretamente a la ciudad de Atenas, su verdadera
cuna. La idea democrática surge como expresión de ciudadanía. El
individuo se sabe y se siente formando parte de una comunidad urbana,
una comunidad política, económica y social que trasciende el grupo
inmediato, tribal, clánico o familiar. La vida y los bienes de los
ciudadanos estaban garantizados por la ciudad y esta y su gobierno eran
responsabilidad de todos.
Es necesario aclarar que, para los griegos, la categoría “ciudadano”
estaba limitada a una minoría. Son necesarios muchos siglos de evolución
histórica -concretamente a partir del constitucionalismo inglés, de la
Revolución Francesa de 1789, y el nacimiento de los Estados Unidos de
América- para que la condición de ciudadano sea ampliada a todos los
habitantes de una nación, es decir, 23 siglos después.
A pesar de sus debilidades, contradicciones e inclusive
degeneraciones -como la demagogia y la anarquía- la democracia griega y
en particular la ateniense fue un ensayo político exitoso. Fue una
manera concreta de gobernar y, en algunos casos, adelantándose a siglos
de evolución histórica, se crea un orden democrático con instituciones
marcadamente populares. Este ensayo de democracia progresiva no es
asumido de manera clara y efectiva ni por Roma, ni por el Medioevo
cristiano, pues ambas épocas se agotaron en un autoritarismo exacerbado.
martes, 26 de noviembre de 2013
Democracia, capitalismo y socialismo
El capitalismo fue el verdadero
creador de la democracia moderna, aunque hoy se haya constituido en el
principal obstáculo para su desarrollo, ya que ha privilegiado la
categoría libertad en detrimento y desmedro de la igualdad. Hoy sabemos
que libertad e igualdad son términos indisolubles y complementarios,
ambos necesarios para poder definir un verdadero sistema democrático.
La teoría política democrática descansa sobre una serie de principios que la humanidad ha ido conquistando, que cuajan y se definen de manera categórica en el siglo XVIII, cuando se descubre y define la categoría pueblo, que pasa a ser la referencia democrática por excelencia y la fuente de donde emanan todos los poderes y a partir de la cual se elaboran todas las leyes.
A partir de entonces se identifica e individualiza a la persona como ciudadano de una nación y se le ampara y protege frente al poder arbitrario del Estado. La ley se encumbra por encima de toda otra institución o persona en ejercicio del poder. Con ello se busca controlar el poder y orientarlo en beneficio de todos.
“El principio inherente a la democracia es la igualdad y su consecuencia debe ser el esfuerzo del Estado para minimizar las diferencias entre los hombres”, expresaba Alexis de Tocqueville observando a la sociedad norteamericana.
En democracia el poder debe ser difundido y compartido para que el pueblo sea el principal protagonista y beneficiario del sistema, tal como lo asentaba Lincoln en su discurso de Gettysburg: la nación tiene que ser concebida “en la libertad y consagrada a la idea de que todos los hombres son creados iguales”, para que así prevalezca “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
En los últimos dos siglos se ha avanzado mucho en la conquista de la libertad política y jurídica, aunque no tanto a nivel económico y social. El socialismo viene a ser el corolario natural de la evolución histórica de la democracia, la superación dialéctica del capitalismo en aras de una mayor libertad y de una garantía cierta de justicia social. Lamentablemente, el socialismo histórico terminó negándose a sí mismo.
La teoría política democrática descansa sobre una serie de principios que la humanidad ha ido conquistando, que cuajan y se definen de manera categórica en el siglo XVIII, cuando se descubre y define la categoría pueblo, que pasa a ser la referencia democrática por excelencia y la fuente de donde emanan todos los poderes y a partir de la cual se elaboran todas las leyes.
A partir de entonces se identifica e individualiza a la persona como ciudadano de una nación y se le ampara y protege frente al poder arbitrario del Estado. La ley se encumbra por encima de toda otra institución o persona en ejercicio del poder. Con ello se busca controlar el poder y orientarlo en beneficio de todos.
“El principio inherente a la democracia es la igualdad y su consecuencia debe ser el esfuerzo del Estado para minimizar las diferencias entre los hombres”, expresaba Alexis de Tocqueville observando a la sociedad norteamericana.
En democracia el poder debe ser difundido y compartido para que el pueblo sea el principal protagonista y beneficiario del sistema, tal como lo asentaba Lincoln en su discurso de Gettysburg: la nación tiene que ser concebida “en la libertad y consagrada a la idea de que todos los hombres son creados iguales”, para que así prevalezca “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
En los últimos dos siglos se ha avanzado mucho en la conquista de la libertad política y jurídica, aunque no tanto a nivel económico y social. El socialismo viene a ser el corolario natural de la evolución histórica de la democracia, la superación dialéctica del capitalismo en aras de una mayor libertad y de una garantía cierta de justicia social. Lamentablemente, el socialismo histórico terminó negándose a sí mismo.
La Democracia: ética, cultura y sistema de vida
La
democracia como sistema político-histórico se define muy temprano,
en Atenas entre los siglos V y IV a. C., como una experiencia
política definida que provoca y produce su propia teorización.
Surge, además, como un sistema ideal posible, enmarcado y definido
por dos valores fundamentales: la libertad y la igualdad. De esa
manera, la democracia real viene a ser la lucha por la libertad y por
la igualdad; pero como proyecto, posibilidad y utopía, vendría a
ser el reino de la libertad y de la igualdad.
Los
demócratas de todos los tiempos han vivido esta dialéctica de
realidad y utopía que ha signado su lucha por una sociedad mejor; en
un texto del siglo IV a. C., el historiador Tucídides pone en boca
de Pericles las siguientes palabas:
“Nuestro
régimen político es la democracia, y se llama así porque busca la
utilidad del mayor número y no la ventaja de algunos. Todos somos
iguales ante la ley, y cuando la República otorga honores lo hace
para recompensar virtudes y no para consagrar el privilegio. Todos
somos llamados a exponer nuestras opiniones sobre los asuntos
políticos. Nuestra ciudad se halla abierta a todos los hombres;
ninguna Ley prohíbe la entrada en ella a los extranjeros, ni les
priva de nuestras instituciones ni de nuestros espectáculos; nada
hay en Atenas oculto, y se permite a todos que vean y aprendan en
ella lo que bien les pareciere”
Me
he detenido y extendido en esta cita de Tucídides porque ella, por
sí sola, es todo un programa democrático vigente y actual.
La
sociedad, no el Estado y mucho menos el gobierno enmarcan al
individuo sin menoscabo de su dignidad y su bienestar, y con todas
las oportunidades necesarias para garantizar su autodesarrollo,
información participación con tolerancia, frente a propios y
extraños. Con todo esto lo que se quiere expresar es que, la
democracia no es solamente es un sistema político y social sino,
además, y fundamentalmente, una ética, una cultura, una mentalidad,
un sistema de vida, un comportamiento.
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