La
democracia como sistema político-histórico se define muy temprano,
en Atenas entre los siglos V y IV a. C., como una experiencia
política definida que provoca y produce su propia teorización.
Surge, además, como un sistema ideal posible, enmarcado y definido
por dos valores fundamentales: la libertad y la igualdad. De esa
manera, la democracia real viene a ser la lucha por la libertad y por
la igualdad; pero como proyecto, posibilidad y utopía, vendría a
ser el reino de la libertad y de la igualdad.
Los
demócratas de todos los tiempos han vivido esta dialéctica de
realidad y utopía que ha signado su lucha por una sociedad mejor; en
un texto del siglo IV a. C., el historiador Tucídides pone en boca
de Pericles las siguientes palabas:
“Nuestro
régimen político es la democracia, y se llama así porque busca la
utilidad del mayor número y no la ventaja de algunos. Todos somos
iguales ante la ley, y cuando la República otorga honores lo hace
para recompensar virtudes y no para consagrar el privilegio. Todos
somos llamados a exponer nuestras opiniones sobre los asuntos
políticos. Nuestra ciudad se halla abierta a todos los hombres;
ninguna Ley prohíbe la entrada en ella a los extranjeros, ni les
priva de nuestras instituciones ni de nuestros espectáculos; nada
hay en Atenas oculto, y se permite a todos que vean y aprendan en
ella lo que bien les pareciere”
Me
he detenido y extendido en esta cita de Tucídides porque ella, por
sí sola, es todo un programa democrático vigente y actual.
La
sociedad, no el Estado y mucho menos el gobierno enmarcan al
individuo sin menoscabo de su dignidad y su bienestar, y con todas
las oportunidades necesarias para garantizar su autodesarrollo,
información participación con tolerancia, frente a propios y
extraños. Con todo esto lo que se quiere expresar es que, la
democracia no es solamente es un sistema político y social sino,
además, y fundamentalmente, una ética, una cultura, una mentalidad,
un sistema de vida, un comportamiento.
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