jueves, 1 de diciembre de 2005

Identidad e Integración de América Latina



Se nos ha invitado a conversar sobre el tema de la identidad y la integración en América Latina, temas recurrentes en la política y en la historia latinoamericana. Con respecto al tema de la identidad plantearse el tema de la identidad cultural de Hispanoamérica es una de las formas más válidas y viables para intentar una comprensión orgánica y totalizadora de todo nuestro proceso histórico.
El concepto de identidad y la problemática que genera se ha escrito en la historicidad mas concreta de la realidad latinoamericana o se ha desarrollado en una vertiente especulativa, metafísico-ontológica, que tantos cultores han tenido entre nosotros. En ese sentido el tema de la identidad para el pensamiento latinoamericano ha sido evasión o búsqueda, alineación o compromiso. Dos tendencias se han ido formando en torno a la problemática de la identidad, una, eminentemente conservadora y reaccionaria, otra, revisionista y crítica; en ambas tendencias se viven los mismos afanes: develar el sentido profundo de nuestra historia. Estas preocupaciones se vivieron desde el mismo momento del descubrimiento; conocer y aprehender a América fue obsesión de muchos; América mas que descubierta fue reinventada reiteradamente. En una perspectiva eurocéntrica, conquistadores y cronistas fueron nuestros primeros fabuladores, se escamoteó la realidad indígena y se inventó el mito del nuevo mundo.
En los dos siglos siguientes viajeros y naturalistas nos redescubrieron y recrearon los viejos mitos convirtiéndonos en el mundo del futuro por excelencia. Una vez lograda la independencia la necesidad de definirnos en nuestra especificidad, se convirtió en necesidad histórica y prioridad nacional y americana. Así encontramos las interpretaciones clásicas y fatalistas que atribuyen nuestro atraso al clima o a la raza, que de hecho definirían nuestra identidad más esencial: D.F. Sarmiento, C.O. Bunge, A. Arguedas; o a características negativas del colonizador hispano:  J. Ingenieros, S. Ramos. Otros autores intentan comprensiones menos deterministas y más científicas: J. B. Alberdi, G. Freyre, E. Martínez Estrada, H. H. Murena, O. Paz; aportes significativos y de carácter acumulativo todos ellos, pero incompletos. Es necesario llegar a los últimos treinta años y al desarrollo de las Ciencias Sociales entre nosotros para poder contar con interpretaciones menos parciales y más satisfactorias, y en donde el pensamiento de inspiración u orientación marxista ha jugado un papel fundamental. Las modernas teorías de la Dependencia, de la Dualidad y la Modernización han permitido avanzar de manera decisiva en ese largo proceso de autocomprensión y autoconciencia, que no otra cosa ha sido nuestra angustiosa búsqueda de la identidad, nuestra conquista de la esfinge latinoamericana, en pos de una verdadera teoría de Latinoamérica.
El término identidad, en la medida que se utiliza, sirve para definir muchas cosas, es esencialmente teórico y con significaciones múltiples, de allí la necesidad de definirlo y delimitarlo.  Estamos totalmente de acuerdo con la opinión de C. Levy Strauss cuando afirma: “la identidad es una especie de recurso necesario para explicar un montón de cosas peri que en sí misma carece de existencia real”, lo real son las colectividades y agrupamientos concretos: sus problemas, su historicidad, sus expectativas. El concepto de identidad es un recurso teórico que ha hecho posible reducir colectividades históricas diversas, identificadas por algunos rasgos esenciales comunes, de allí su utilidad, pero igualmente sus límites.
En función de todo ello es por lo que el término identidad se confunde o superpone con lo real-histórico, es decir al proceso histórico total de una colectividad determinada. Nuestra identidad no es otra cosa que nuestra historia. Cada acontecimiento, cada circunstancia, cada elemento, cada objetivo de una colectividad histórica, define y explica su identidad, de allí mas que definir conceptos, lo que procede metodológicamente es analizar situaciones. Toda aproximación al tema de la identidad implica siempre dos posibilidades o perspectivas: su percepción individual- subjetiva y su dimensión social-colectiva. En la práctica la delimitación no es fácil ya que ambas dimensiones y perspectivas en todo momento tienden a confundirse. Igualmente hay que evitar el reduccionismo, ya que la identidad reducida a su condición mas individual y subjetiva, no nos conduce a ninguna parte. Hay que evitar igualmente todo ampliacionismo, la identidad universalizada tampoco es nada y no nos conduce a ningún lado.
Existe una identificación individual psicológica básica en todo ser humano: su sentimiento de pertenencia, expresado normalmente a través de una lengua, de una cultura, una etnia y un color, un hábitat y una territorialidad. Este sentimiento de pertenencia individual-colectivo comienza siendo eminentemente  personal familiar y se termina identificándose con un grupo, una clase, una sociedad nacional y hasta supranacional.
Esta dialéctica de la identidad, enfrentamiento y equilibrio entre una individualidad exacerbada y una socialización despersonalizadora va definiendo el camino que recorre un individuo y una sociedad en el proceso de su identificación. El ser humano en el proceso de su madurez psicológica busca un equilibrio consigo mismo, con respecto a los demás y al medio, en función de que logre armonizar su triple identidad expresada en las frases: Soy el que soy; afirmación tautológica que tiene el mérito de su indiscutibilidad, tal como se hacia con respecto a la existencia de Dios (uno de los significados de la palabra Jehová en el Viejo Testamento es esa: Dios, el que es). Soy lo que yo creo que soy, todo individuo parte y necesita de la autoestima, así como maneja una idea básica de sí mismo esencialmente favorable. Soy como los demás creen que soy, es nuestra irrenunciable dimensión social, para y con los demás; como dicen los filósofos existencialistas es el descubrimiento, necesidad y rechazo del “otro”. A esta dimensión individual- social de la identidad pertenece la famosa definición Orteguiana “Yo y mi circunstancia”. De esta imbricación entre lo individual y lo social se han originado prácticamente todas las tesis, posturas y filosofías que han tratado el tema de la identidad.
Para antropólogos y etnólogos, a partir de sus investigaciones y experiencias con pueblos primitivos, la identidad está dada por una actitud simultanea de pertenencia y de oposición (etnocentrismo) que implica una calificación positiva hacia lo propio y de calificación negativa hacia lo extraño, lo extranjero. Hay un sentimiento profundo de oposición entre “nosotros” y “ellos”, es la explicación y la distancia que hay entre el totemismo y el canibalismo. La identidad se da a partir de un centro o eje común, un origen común y un principio propio benefactor (mitología); se arranca de una invariante (la esencia), definida por su permanencia, cohesión y homogeneidad. Todo etnocentrismo implica una definición positiva de identidad con respecto al propio grupo y una definición negativa-agresiva con respecto a los otros grupos y pueblos. De allí que los antropólogos han llegado a manejar la idea de que la cultura no sólo conecta espacios sino que su misión original era, a partir de las diferencias, desconectar espacios culturales justificando ideológicamente toda agresión, conquista y explotación.
Hoy esta tesis de la cultura como conexión-desconexión de espacios culturales adquiere enorme significado teórico-metodológico cuando se aplica al mundo contemporáneo con tendencia  a la unidimensionalidad y a constituirse como “aldea global”. El etnocentrismo, concepto básico para entender la realidad histórica, adquiere para los latinoamericanos importancia capital, ya que si algún pueblo ha sido víctima permanente de otros etnocentrismos hemos sido nosotros. Desde los orígenes se nos ha visto y definido esencialmente desde afuera, verdadera “capitis deminutio” histórica. Fuimos inventados y disminuidos por uno de los etnocentrismos más avasallantes y agresivos que han existido. Fuimos y somos percibidos esencialmente, a partir de un tremendo complejo de superioridad que a su vez implica y propicia un tremendo complejo de inferioridad. Este es a nuestro juicio una de las claves para comprender nuestro proceso histórico. En nuestros pueblos se ha cultivado y desarrollado una inmadurez histórica que ha impedido vernos tal como hemos sido y somos (soy el que soy). Nos han y nos hemos definido siempre desde afuera, especialmente a partir de nuestras relaciones con Europa. Desde el mismo descubrimiento fuimos pueblos descalificados: subestimados históricamente y sobreestimados mitológicamente, eurocentrismo agresivo que hoy prolonga sus efectos en la llamada relación Norte-Sur. El eurocentrismo se configura de manera definitiva con la hegemonía de la llamada Europa Occidental, en los últimos siglos en su versión nord-atlántica, aunque sus orígenes son tan antiguos como la propia civilización occidental. Para el griego del mundo Herodoto todo lo no griego por definición es lo “no civilizado”, es decir, “bárbaro”; igual denominación utilizarán los romanos para designar a los pueblos rivales y no sometidos, especialmente a los pueblos del norte y noreste europeo. Bárbaros son los pueblos primitivos e ignotos, es decir lo extraño, lo extranjero en general, a quienes se podía matar y esclavizar impunemente, casi como un mandato divino, lo que después será considerado como un mandato civilizatorio. En los albores de la llamada edad moderna, los antiguos bárbaros de origen germánico, constituyendo vigorosas y agresivas nacionalidades europeas, utilizarán el término “selvaggio”, habitante de la selva, para significar lo mismo, lo primitivo y bárbaro, para referirse a otros pueblos esencialmente no europeos.
En la época moderna, siglos XVI, XVII y XVIII, la Europa Occidental y noratlántica ubicará al resto del planeta en una situación de marginalidad histórica y de minusvalía: pueblos mestizos y de color, climas calientes, caracteres pasivos, débiles, crueles, propenso a todos los vicios, perezosos, inestables, imaginativos, sensuales, sumidos en todas las servidumbres y en todos los despotismos; en esta tipología racista y colonial fueron ubicados y descalificados pueblos y culturas tan diversos como judíos, árabes y eslavos, orientales, africanos y americanos.
En el siglo XIX y XX la tipología colonialista incluye nuevos pueblos y excluye otros, pero la mentalidad eurocéntrica sigue prevaleciendo en tanta gente que explica el éxito del nazi-fascismo así como las filosofías irracionalistas que todavía hoy atraviesan el mundo. La tentación etnocéntrica está siempre presente y constituye uno de los mayores peligros que asechan a la humanidad.
Para el mundo y la cultura europea así como para el llamado mundo occidental y con mas razón para los demás pueblos es tarea prioritaria denunciar el etnocentrismo como paso complementario a la descolonización, es necesario reconciliar al mundo contemporáneo con sus realidades objetivas. La historia mundial ya no es europea y a partir de 1945 los ejes y focos de la historia pasan por otros paralelos y meridianos.
Igualmente es necesario detectar y limitar otra supremacía con su consiguiente mito etnocéntrico: mesianismos, colonialismos e imperialismos tienen que ser expulsados de la historia. Hay que denunciar y combatir cualquier tipo de hegemonía como peligrosa y suicida para la humanidad. Los pueblos se necesitan y se buscan, vivimos el alborear de una época cada vez más integrada y solidaria: por primera vez todos los seres humanos compartimos un temor común, no la mera angustia por nuestra finitud individual sino la conciencia angustiada frente a la posibilidad real del fin de la especie en un holocausto colectivo. Somos y nos percibimos eminentemente como humanidad.
En nuestro tiempo por primera vez han sido ensayadas inéditas formas de convivencia y organización a escala mundial; nuestra esperanza nos conduce a pensar que en la perspectiva de la larga duración es irreversible el proceso hacia una convivencia orgánica y armónica universal entre todos los pueblos de la tierra; uno de los pivotes de esa esperanza es la limitación de los etnocentrismos egoístas sustituidos por un policentrismo étnico-cultural creador; que la cultura deje de ser exclusión y se convierta en vínculo entre todos los pueblos, sin perder su carácter diferenciador y sus particularidades creadoras.
C.Levy Strauss, en 1952, en su trabajo “Raza e Historia” patrocinado por la UNESCO, expresaba los siguiente: “la genética moderna niega la noción puramente genética de raza; en todo caso, ninguna propiedad psicológica en particular se vincula a las razas; y por encima de todo, lo absurdo y peligroso del racismo estriba en que presupone inferioridades y superioridades y no simplemente diversidades y diferencias. De hecho el racismo no es mas que un caso particular de la desconfianza y el desprecio instintivo que resienten los hombres hacia aquellos que son exteriores a su grupo: racismo y xenofobia se separan tan solo por matices y grados, y esta última se agudiza únicamente cuando los signos materiales (rasgos físicos, lengua) permiten distinguir mejor los grupos. Las divisiones raciales, lingüísticas y culturales son, pues, realidades tangibles que combinadas con el instinto de grupo y de desconfianza hacia lo ‘extranjero’ constituyen factores de la división humana y son el terreno para las psicologías de guerra”.
De acuerdo con lo que llevamos dicho, lo que procede es intentar analizar algunas situaciones para terminar de delimitar el concepto de identidad[1].
La identidad tendrá, tal como hemos visto, una dimensión sincrónica, individual y una dimensión diacrónica, es decir, colectiva e histórica. Ahora bien, para que el concepto de identidad tenga valor metodológico y permita analizar situaciones es necesario “identificar la identidad” en un cuerpo histórico socio-cultural concreto.
Para lingüistas y semiólogos en general, la identidad no existe sino en cuanto lenguaje y representación, lo que nos conduciría en consecuencia a “identificar la identidad” esencialmente a través de arte y la literatura de un pueblo y de un época determinada.
La identidad asume diversas formas, de acuerdo a las ocasiones (tiempos históricos) igual como el individuo asume diversas identidades en su biografía personal, continuas o superpuestas, de tipo personal, social, religiosa, nacional, etc. Normalmente conviven una identidad religiosa y una social, aunque en un determinado momento pudieran llegar a oponerse. En América Latina esta identidad múltiple: étnica, religiosa, social tiende a subordinarse en general a un sentimiento generalizado de identidad nacional en detrimento de identidades mas amplias como la latinoamericana.
En un intento de aprehensión descriptiva de nuestra identidad podemos constatar que existe en América Latina un sentimiento generalizado de pertenencia a  una lengua, una cultura y una etnia, se asume esta identidad básica especialmente cuando conviven en el extranjero los diversos nacionales latinoamericanos y especialmente los Estados Unidos.
Hoy, un mejor conocimiento de nuestras realidades y sus complejidades, tiende a afirmar este sentimiento primario de identidad sobre realidades menos generales y mejor delimitadas en sus situaciones particulares: situaciones étnicas concretas y diferenciadas, como lo establece Darcy Ribeiro al hablar de tres categorías étnico-culturales referidas a América Latina[2]:
1.     Pueblos mestizos, tipo Brasil o Venezuela en donde la mezcla multirracial se ha llevado a cabo con mas o menos éxito.
2.     Pueblos en conflicto, en donde una mayoría poblacional de origen indígena convive subordinada o en conflicto o en una capa mestiza y un sector genéricamente denominado blanco, demográficamente minoritarios, como por ejemplo el caso de Bolivia, Guatemala, México, Ecuador o Perú.
3.     Pueblos mayoritariamente de origen blanco-europeo, como por ejemplo Argentina, el mismo Uruguay y hasta Costa Rica.

Si este tipo de clasificación se hace ya  no por países, sino por regiones, el mapa étnico-cultural de América se amplía y se complica de manera decisiva, con el peligro de confundir un sano y necesario regionalismo con la ideología “regionalista”, verdadero anacronismo histórico y fuente de múltiples y graves problemas. Una cosa es el particularismo étnico-cultural y geográfico, real y necesario y otra es la anarquía localista y la artificial autarquía cultural.
Lo importante en esta materia es identificar y precisar casos y situaciones en una perspectiva general y no generalizar y deformar.
Nosotros creemos que la identidad básica, histórica de América Latina es unitaria, americanista, pero entendido esto como un proceso basado en la diversidad, en donde ingentes y múltiples problemas restan a resolver, no en un a priori unitarista metafísico sino con un realismo político afincado en las sólidas bases unitarias de nuestra historia y si se quiere en mayor medida, en la necesidad histórica de un futuro económico-social que pasa ineluctable por la unidad de este continente, a partir de concertaciones y federaciones políticas, así como de integraciones económicas. En América  Latina es necesario acercar pueblos y regiones, experiencias culturales, desarrollar proyectos comunes a todos los niveles, ese es el “aceite” de la historia, si se me permite la expresión, que facilitará el tránsito entre una unidad mítica y una unidad real, a construir y a conquistar.
América Latina en los grandes momentos de su historia siempre ha sido unitaria, subjetiva y culturalmente siempre se ha sentido unida. De allí que para nosotros identidad, unidad e historia se confunden.
Fuimos convocados para hablar de identidad e integración, en mi abordaje del tema, inevitablemente lo hago como historiador, y precisamente por ello mismo la primera inquietud que surge es ¿en qué idiomas vamos a hablar de Identidad e Integración?, porque son palabras que dependiendo del abordaje que hagamos de ellas pueden significar cualquier cosa. En este momento, por ejemplo, si nosotros tuviéramos el privilegio de tener al Presidente Chávez y su proyecto ALBA, y tuviéramos el privilegio de tener al Presidente Bush y el proyecto de Tratado de Libre Comercio para las Américas, estarían repitiendo infinidad de veces en su intervención las palabras integración e identidad y en ninguno de los dos casos estarían significando lo mismo. Si ambas palabras se asumen en su sentido geopolítico ambos discursos terminarían siendo antagónicos. Necesariamente tengo que  recurrir a la historia para tratar de definir el concepto de integración e identidad y tratar de llegar a alguna conclusión evidentemente no absoluta.
La integración es un proceso que siempre ha estado presente en  nuestros países desde la misma fundación de nuestras Repúblicas, pero tiene que ser asumido y entendido en lo términos propios de la época. El primer paso del camino de la integración es que deje de ser un discurso y se convierta en un proceso histórico concreto en función de la geopolítica, los intereses, la ideología y las mentalidades involucradas.
América Latina es una realidad en evolución y de cara al siglo XXI su realidad objetiva es que su destino histórico está vinculado inexorablemente a los intereses de la potencia dominante los Estaos Unidos y la potencia emergente el Brasil. Ningún proceso de integración o unidad puede ignorar estas dos realidades, de allí la dialéctica actual del ALCA vs ALBA, aunque estamos convencidos que en definitiva tenía razón Henry Kissinger, cuando afirmaba que, el futuro inmediato de América Latina y esto lo decía ya en los años 70’ del siglo XX, estará definido por los encuentros y desencuentros que pudieran tener Estados Unidos y Brasil. Los demás países unos más importantes geopolíticamente y otros menos importantes no podrán evitar ni evadir estas realidades geopolíticas.


[1] Levy Strauss, C. L’ identité. Grasset, París, 1977.
[2] Ribeiro, Darcy. Las Américas y la civilización. Centro Editor de América Latina; Buenos Aires, 1972.

miércoles, 30 de noviembre de 2005

La Unica y el patrimonio cultural y religioso


El nuevo año 2006 para la Unica es otra vez un tiempo de retos y realizaciones enmarcado en un Proyecto Universitario trascendente y que tiene como norte la pertinencia social y la excelencia académica, el servicio solidario y permanente a nuestra comunidad y a la sociedad en general, a nuestra iglesia y al país; intentamos ser un proyecto estratégico, educativo y cultural y entre nuestros múltiples compromisos y servicios se encuentra el patrimonio cultural y religioso, que en el calendario de este año es el referente gráfico.

Uno y múltiple, así define la antropología al ser humano, múltiple y diferente en su cultura y unico en su unidad psíquica. Todos somos iguales en cuanto seres humanos y diferentes de acuerdo a nuestra pertenencia cultural, una historia y una sociedad nos definen, identidad y cultura se superponen y expresan a cada colectividad, de allí que sea legítimo hablar de una cultura nacional y regional y, en nuestro caso, de una cultura zuliana y si se quiere marabina. Larga es nuestra tradición de pueblo y su expresión mas auténtica es la cultura popular, mezcla creativa, macerada en el tiempo, encuentro creador y violento de progenitores indígenas, africanos y europeos, en un furor genésico de padres/victimarios y madres/víctimas, orfandad original de un pueblo que no termina de arrancarse la soledad del alma. Mestizaje fecundo y laborioso que nunca termina y se plasma en una mentalidad, valores y forma de vida, como respuesta creativa a una geografía, fuerza telúrica que expresa clima y paisaje  y una historia larga de siglos y marcada de cotidianidad, días y trabajos. No hay cultura más real y auténtica que la del pueblo y no hay historia más verdadera que la anónima, la del pueblo trabajador y creador de una vida siempre renovada en la esperanza. La cultura comienza colectiva aunque sus mejores posibilidades se expresen a través de individualidades, pero un verdadero escritor o artista, verdadero creador, solo es grande si puede exclamar como Whitman “contengo multitudes”.

El patrimonio cultural y religioso es de fundamental importancia para la memoria colectiva y afortunadamente la sociedad, el estado y la iglesia están tratando de sumar esfuerzos para protegerlo y preservarlo para disfrute y utilidad tanto del presente como del futuro.




lunes, 7 de noviembre de 2005

Dictadura electoral

Uno de los principios de la democracia, convertido en liturgia o mito democrático, es el acto electoral, olvidándose que el voto y el derecho al voto sólo tienen validez por el respeto al mismo, respeto que tiene que ser absoluto y sin sombra de sospecha. Un poder electoral mediatizado y no confiable, termina invalidando la importancia del voto. En la democracia moderna, en donde todos los regímenes y sistemas de gobierno, se autocalifican de democráticos, más importante que el voto son las garantías que lo rodean, en especial, la posibilidad real de ganarle al gobierno de turno, de lo contrario, estaríamos en presencia de regímenes dictatoriales con simulacros electorales, como en Cuba, Corea del Norte, China, Zimbawe, Egipto, Siria, la extinta Unión Soviética y tantos otros, incluido México. Países de partido único y regímenes cerrados a la disidencia y el pluralismo, descalificaron el acto electoral convirtiéndolo en una parodia con resultados anticipados.
En Zimbawe el dictador Mugabe, designa a dedo a 30 miembros de la Asamblea Nacional y los 55 restantes él los propone al electorado en una lista única, aprobada por el Tribunal Electoral, que a su vez es nombrado por el propio Mugabe.
En Cuba, el partido único con sus candidatos recibe el voto de más del 90% del electorado igual como hacía Saddam Hussein en Irak que se mantenía en el poder con elecciones amañadas y un respaldo forzado de más del 90% del electorado.

miércoles, 19 de octubre de 2005

Pensamientos de Ángel Lombardi



EDUCACIÓN

Ideario educativo de Ángel Lombardi

Mariela Puerta de Muñoz



La educación se establece como fundamento indispensable para la construcción y la organización de las sociedades a nivel mundial. Desde la antigüedad, la humanidad le ha concedido un asiento importante al desarrollo de experiencias que apunten a la evolución del propio hombre. Los griegos, de la mano de pensadores como Sócrates, Platón, Aristóteles e Isócrates,  lograron tejer toda una concepción educativa que ha trascendido en el tiempo convirtiéndose  en  paradigma de culturas posteriores. Este espíritu  formativo se fue incrustando en las bases de la humanidad fortaleciéndolas siglo tras siglo, estableciendo así una plataforma que nunca podrá ser obviada ni desplazada. Es así como cada civilización ha ido desplegando un sistema educativo cuya misión sea la de perpetuar y solidificar en sus habitantes el bagaje intelectual, cultural y sentimental cónsono con su condición de ciudadanos. Y es que no cabe duda de que la educación es el único camino  para que el hombre pueda crecer intelectual y espiritualmente logrando construir, a mediano o largo plazo, un criterio propio y crítico ante las diversas situaciones que se le presenten a lo largo de su vida. Sin la disposición que brinda la educación sería imposible llegar a ese estado en donde la  sensatez y la prudencia se conviertan en valores determinantes dentro de la formación del individuo.  

Es por ello que el tema educativo se ha constituido durante años como la médula espinal que fortalece las investigaciones de estudiosos del proceso pedagógico venezolano. Proceso que, lastimosamente, ha estado impregnado de equivocaciones que se repiten y se repiten sin césar, sumergiendo a la sociedad venezolana en una escalofriante batalla campal, donde la oportunidad de educar se convierte en una suerte de rueda de la fortuna en donde siempre resulta ganador aquel privilegiado que pudo ser tocado por las manos divinas de algún politiquero de turno. Aunque hablar actualmente de meritocracia resulta un poco reiterativo, hay que destacar que se ha violado constantemente desde siempre en todos y cada uno de los sectores que conforman nuestra sociedad. He allí parte del grave dilema nacional;  de nada vale ser el mejor, ya que la más de las veces la calidad, en éste caso del docente, sucumbe ante el carnet del partido que ostenta cierta cuota de poder, a veces pareciera que de nada vale trabajar para lograr un verdadero cambio estructural de la realidad educativa venezolana. Qué se puede esperar de los educadores de básica y media diversificada, si el cuerpo docente de las facultades de educación de nuestras universidades está más preocupado por seguir el modelo pedagógico de moda que por idear uno que, por los menos, nazca de nuestra realidad. Esta es una vieja herida que ha indispuesto la salud de la república y muchos han intentado solventar la crisis, desde Simón Rodríguez hasta Cecilio Acosta, desde Mario Briceño-Iragorry hasta Luis Beltrán Prieto Figueroa. Todos han concluido que nuestro problema no es de forma sino de fondo.

Esta ha sido una de las más grandes preocupaciones del Dr. Ángel Lombardi, quien ha dedicado parte de su vida a reflexionar y a buscar una solución eficaz al problema educativo venezolano, que hoy más que nunca se constituye en una llaga palpitante que no nos permite emerger en medio de tanta mediocridad.  En sus reflexiones dedicadas al tema educativo ha tocado varios puntos clave en la dinámica de la crisis; la Universidad y sus luchas intestinas, la política y sus desvíos morales, la escuela y sus desatinos en la lucha por formar al hombre del mañana, son algunos de los tópicos tratados por el Dr. Lombardi.

Las Universidades, según Ángel Lombardi, deben establecerse como el medio idóneo para propiciar el intercambio intelectual, sin dejarse  llevar   por situaciones triviales que tienden a empobrecer el espíritu del ser humano. Esta idea es expuesta en el artículo: “La Facultad de Humanidades y la Educación Básica”, donde expresa: “…que la facultad sea campo de trabajo y no tierra de nadie propicia al chisme, la zancadilla, la manipulación y la gestoría académica, que lamentablemente ha vuelto a renacer con vigor renovado”.

Lamentablemente nuestras universidades se han deshumanizado, parecieran que perciben al estudiante como un ente vacío, el cual necesita ser llenado de información “necesaria” para poder obtener una profesión que le otorgue la posibilidad de insertarse en la sociedad como un sujeto “productivo” descuidando olímpicamente la formación de un espíritu crítico y que aspire a las más altas esferas del pensamiento humano. La tecnocracia se ha adueñado de las entrañas de la magna casa de estudios, dejando a un lado la inequívoca importancia del ser humano como tal, con sus aciertos y equivocaciones, con el irrenunciable derecho a elegir sobre su vida y su destino. Esta es una preocupación que manifiesta el profesor Lombardi en otro artículo “La Incógnita del Hombre: El joven y la Contracultura”:

“Administrar, gerenciar, planificar, son algunas de las palabras mágicas de la tecnocracia, expresión de una sociedad industrial cuya máxima aspiración es la integración organizativa a todos los niveles: eficiencia, productividad, costos, son expresiones de esta  racionalidad técnica, aparentemente necesaria, pero peligrosamente deshumanizante y deshumanizadora… nuestra cultura imitativa ha aupado a una tecnocracia de mentalidad dependiente que nos ha conducido a un experimentalismo educativo que linda en lo absurdo: todo cambia para que nada cambie”.



“Todo cambia para que nada cambie…” no hay otra frase que defina mejor el caos educativo de nuestro país, cada gobierno llega con propuestas “innovadoras” o “revolucionarias” que buscan reformar el sistema educativo prometiendo una reestructuración profunda que logre redimensionar los paradigmas impuestos por otros mandatarios. Pero el gran problema de las políticas educativas venezolanas es que siempre han cambiado cada cinco años; estas, lamentablemente, forman parte de las estrategias políticas del momento que fomentan la deshumanización de las instituciones educativas que, lejos de formar al individuo lo reprimen condenándolo a la más aterradora mediocridad.  El profesor Lombardi reflexiona acerca de este escenario: “¿Dónde está el gobierno que quiera asumir esta responsabilidad? ¿Habrá que convocar a las familias: padres y educandos, a los docentes sin distinción de ningún tipo para rescatar nuestro sistema educativo?”.

No cabe duda de que su intención, al formular estas interrogantes, no es otra que buscar la manera de despertar a la sociedad en general, de hacer notar no sólo la gravedad del problema sino la necesidad de unirnos como sociedad para hallar soluciones que puedan ir solventando la situación.  Pero para poder emprender esta lucha se debe partir de la realidad de cada pueblo, no se puede seguir imitando teorías foráneas que no se ajustan a las necesidades de la población y que terminan siendo abstracciones:

“Tenemos que concientizarnos y concientizar, la realidad si no la incorporamos existencialmente, pensamiento, cuerpo, espíritu, no tiene sentido y de allí proyectar nuestro compromiso, incorporarnos a lo real para transformarlo… Nuestro desarrollo y liberación será efectivo en el momento que lo dotemos de auto- impulso y autocreación. Nuestra realidad por encima de cualquier teorización evitando caer el abstracciones”


Definitivamente la escuela, el liceo, la ciudad y la sociedad no pueden seguir divorciados, la necesidad de una unificación, de un trabajo en equipo es vital para la reestructuración de nuestro sistema educativo de lo contrario jamás lograremos salir de la crisis educacional que hoy por hoy nos aqueja.

Asimismo, la necesidad de erigir una educación que busque humanizar y sensibilizar al individuo con su realidad y con su entorno es expuesta  en “Notas sobre la reforma educativa y universitaria”, donde enuncia:

“Lo que es incuestionable es definir y ofrecer una educación a todos sustentada en los valores que la humanidad ha ido definiendo y adquiriendo, entre otros, tolerancia, pluralismo, democracia, solidaridad, desarrollo sustentable, equilibrio ecológico y por sobre todo la convivencia y la paz sobre el reconocimiento absoluto de la libertad y dignidad de cada ser humano, sin distingos de ninguna especie”.

 La deshumanización es un tema tratado por el Dr. Lombardi en gran parte de sus artículos sobre educación, y es que su profunda preocupación por esta terrible realidad lo ha llevado a reflexionar en variadas ocasiones sobre las graves consecuencias que ha acarreado para la sociedad venezolana, pero esto no sólo se ha quedado en consideraciones plasmadas en papel, sino que se han cristalizado al momento de ejercer su profesión docente. Cumpliendo su rol como profesor o rector ha luchado incansablemente por suprimir la deshumanización dentro de las aulas de clases haciendo que, tanto docentes como alumnos, logren captar la verdadera esencia del quehacer educativo plasmada en el siguiente párrafo:

“La educación, como proclamó la UNESCO, es un aprender a ser, por consiguiente excede en mucho a la simple aula de clase, ésta debe integrarse a la ciudad y a la sociedad en ella debe prevalecer la imaginación, y la libertad y no la rutina domesticadora”.

 Nunca habían sido tan legítimas y oportunas las apreciaciones del profesor Lombardi, ya que su ideario educativo no sólo ha quedado plasmado en papeles, sino que ha trascendido a lo largo de su intachable labor como docente, como Decano y como Rector de la Universidad del Zulia y, posteriormente, de la Universidad Católica Cecilio Acosta.  A lo largo de su gestión en la UNICA ha trabajado incansablemente por construir una Universidad pertinente y trascendente, donde el diálogo y la discusión pueda producirse libremente en cada rincón, donde sus profesores y estudiantes comprendan la relevancia del ambiente universitario como medio propicio para debatir y profundizar sobre situaciones actuales.

Desde las páginas en la prensa zuliana, reunidas luego en un hermoso libro llamado acertadamente Catedral de Papel, el profesor Ángel Lombardi deja expuesto un testimonio de fe inquebrantable en Venezuela y en su más importante potencial: la juventud. Allí están liberadas al tiempo y al espacio sus ideas sobre la educación necesaria, expuestas sin ningún complejo para el debate, para la reflexión oportuna y desinteresada. Queda ahora a la sociedad asumir su irrenunciable compromiso de velar por los cambios requeridos para el bienestar colectivo. Un punto de partida podrían ser las palabras de un hombre que ha hecho de la docencia un apostolado de dignidad y de compromiso.


Universidad

Universidad, poder y antipoder

Jesús David Medina



“El poder siempre ha tratado de controlar
y domesticar a la universidad
y en muchas ocasiones lo ha logrado,
pero nunca de manera definitiva y permanente”.

Ángel Lombardi.



El conjunto de artículos que Ángel Lombardi publicara en periódicos locales sobre el tema Universidad, puede ser considerado como un valioso material para el historiador interesado en explorar la problemática universitaria latinoamericana y venezolana, en un período específico de su historia. Sin embargo, más allá de las virtudes propias de las fuentes primarias, la gama de reflexiones expuestas en estas notas de prensa constituyen un importante aporte para repensar el papel que ha tenido y tendrá la Universidad, mirada desde su perenne complicidad e infinita rebeldía con y contra el poder.

Hay dos momentos en los artículos recogidos en el primer capítulo del texto Catedral de Papel. Un primer momento, cuando Lombardi analiza seguramente la situación universitaria desde el rol de docente e investigador. El segundo presumiblemente es cuando escribe desde los diferentes cargos administrativos que ejerció, inclusive el de Rector de La Universidad del Zulia. En la primera etapa se percibe un discurso encendido, rebelde y esperanzador. Sin tantos adjetivos y con oraciones depuradas, el autor desnuda el papel que la universidad ha desempeñado en las sociedades latinoamericanas. Enumera virtudes por mantener y defectos por corregir. Pero sobre todo, y creo que es lo más significativo, señala los tentáculos del poder y sus siniestras maniobras para asfixiar a la educación superior pública.

“En el contexto latinoamericano, la situación de la educación superior se ha hecho aún más crítica debido a la recesión económica y a la crisis fiscal. Sin embargo, estoy convencido de que el problema del presupuesto universitario enmascara otro problema. Esencialmente es un problema político, a través del cual los gobiernos nacionales pretenden mediatizar el gobierno universitario. Por eso, la agenda de un gobierno universitario no es otra que el problema de presupuesto; y todo el discurso de los equipos de gobierno de los últimos 20 años es la lucha por un presupuesto justo” (Lombardi: 1997:96).

 La segunda etapa registra cambios. Con el mismo tono rebelde y encendido Lombardi no dirige ya su mirada al Estado o Gobierno, ni a cualquier agente externo que pueda estar obrando en un momento dado contra las instituciones de educación superior. Ahora su puntería va hacia dentro. Recorre con palabras los pasillos, aulas y oficinas de las distintas dependencias de la Universidad pública. Surge un nuevo y siempre viejo enemigo: El poder universitario.

“La universidad venezolana atraviesa por el problema de la falta de identificación institucional. Cada Facultad, cada Escuela, cada Departamento, cada Autoridad Rectoral o cada Dirección es autosuficiente. Existe la microfísica del poder. Estas ineficiencias, estas inorganicidades, tendrán que ser atacadas” (Lombardi: 1997:97).

 Entramos pues, en un dilema más serio de lo que algunos creen: universidad que lucha contra el poder y universidad que se erige como poder. ¿Hay contradicción en el discurso de Lombardi?, ¿los cargos que ocupó el autor hizo que se retractara de sus previas anotaciones, acusaciones e interpretaciones que emitiera sobre la realidad social de las universidades? Evidentemente que no. Esta aparente contradicción es la naturaleza esencial de las universidades a lo largo de su historia. Lombardi, profesor universitario por convicción, no hizo más que reflejar en sus escritos el forcejeo que la universidad ha tenido consigo misma desde su más remoto origen.

Aparecida bajo la tutela de la también naciente Institución Eclesiástica, la Universidad pasó de la discusión sobre el sexo de los ángeles a la demostración de la estaticidad del sol y de que la Tierra no es el centro del universo. De la confrontación de los planteamientos aristotélicos pasó a afirmar que primero pensamos y luego existimos. Cada una de estas comprobaciones fue constituyéndose en grito de emancipación, pero también en arma mortal contra el Poder. Un nuevo carácter surge en los lúgubres pasillos de las universidades europeas: la Rebeldía. La universidad ha luchado por liberarse del discurso religioso y de la voluntad real, pero también ha luchado por no caer en los caprichos del Estado, el cual aparece después de la Revolución Francesa, tal y como lo conocemos hoy.

“Como observa Nietsche, Estado y Cultura viven en permanente oposición radical. La universidad nace signada por el conflicto, fue campo de batalla del enfrentamiento de la Monarquía y el Papado y por más de tres siglos en sus aulas, cátedras y claustros se vivió el conflicto entre fe y ciencia, tan decisivo en la aparición del mundo contemporáneo. La Universidad ha sido palestra del combate político, ideológico y doctrinario...” (Lombardi: 1997:39).

 La Autonomía es la característica que ha venido a sintetizar todo este proceso de enfrentamientos. Sin embargo, tanto luchó contra el poder, que la Universidad cayó en su propia trampa. Se convirtió en otro poder. ¿No es acaso ése el peor de los dilemas existenciales que puede enfrentar institución alguna? La universidad adoptó el rostro del enemigo que siempre ha enfrentado. Negó tanto el poder que terminó afirmándolo en su esencia misma. Se define en lo que rechaza.  La dependencia que las sociedades modernas tienen con relación a las universidades es elocuente. Desde complejos sistemas electrónicos, que diagnostican el estado de salud de nuestro cuerpo en un par de minutos, hasta una refrescante bebida (Gatorade) han pasado por algún laboratorio o escritorio universitario. Incluso, el Estado ha empezado a admitir la supremacía de las universidades, cuando no implementa determinados proyectos sociales sin la opinión de alguna dependencia universitaria relacionada con el tema del proyecto en cuestión. En estas últimas décadas estas instituciones son imprescindibles y se han convertido en las responsables de diseñar el camino a recorrer.

En Latinoamérica la Universidad colonial fue la gran ausente de los procesos políticos independentistas. Después de reiterados ensayos, se materializan reformas que fueron democratizando las instalaciones universitarias. Ese proceso de una universidad colonial a otra republicana produjo que la institución se involucrara cada vez más con los procesos políticos, económicos y culturales de la sociedad. Lombardi considera que si Alemania fue la artífice de la Universidad que genera conocimiento (investigación), y Francia de la Universidad formadora de profesionales (docencia), Latinoamérica fue la creadora de la Universidad comprometida, encontrándose en la extensión la vía para vincularse con el entorno. El momento clave de este proceso, según el autor, no es otro que La Reforma de Córdoba.

“De acuerdo con algunas interpretaciones que se han hecho sobre la Reforma de Córdoba, más que una reforma universitaria fue un movimiento protagonizado por universitarios, especialmente por el sector estudiantil, que definió más que un modelo de universidad, la relación de la Universidad con el Estado y la Sociedad. Por eso, los postulados fundamentales de Córdoba exceden el ámbito universitario. Se habló así del compromiso universitario, de contribuir a la segunda independencia” (Lombardi: 1997:94).

A partir de entonces la Universidad latinoamericana se involucra en todos los procesos de la sociedad. Entra en un doble juego de atracción y alejamiento. Se enfrenta al Estado, éste se declara su enemigo. El presupuesto es el punto álgido de esa lucha, o tal vez la excusa más recurrente. Pero al mismo tiempo se erige como uno de los rectores de los acontecimientos políticos de la sociedad. Punto de referencia obligado. Este coqueteo de la Universidad con el poder y su eterno enfrentamiento, encuentra en Latinoamérica tierra suficientemente fértil, como para afirmar que la nuestra es la realidad más palpable de lo aquí sostenido. La sociedad venezolana puede servirnos de ejemplo.

A partir de 1958, con el advenimiento de la democracia, se establecen prioridades fundamentales. Una de ellas era la alfabetización y profesionalización a gran escala de la joven población venezolana. Estado y Universidad hacen una tregua. ¿Se reconcilian? No. Forman una alianza a partir de la cual ambos ganarán. En efecto, la tasa de alfabetizados aumentó de 51% en 1950 a 86 % en 1981 (Perera: 1995), y las universidades tuvieron en ese mismo período un aumento de su planta física y su capacidad de atención a estudiantes sin precedentes en la historia de Venezuela. Lombardi lamenta que la democracia aparecida en 1958 se degenerara en partidocracia, puesto que la misma produjo como consecuencia un reiterado intento por eliminar la autonomía que la misma clase política le reconoció a las universidades.

“El gobierno ha optado por la crisis y la confrontación, para intentar aplastar la voluntad de lucha del profesorado y de esa manera, facilitar su política de intervención y control de las Universidades. Con el proyecto de la nueva ley de educación superior se consumaría la intervención y control de las universidades autónomas” (Lombardi: 1997: 36).


La década de los 80 y 90 fueron testigos de las más encarnizadas luchas sociales entre Estado venezolano y Universidades. Se acabó la tregua, aunque a veces dudo si realmente existió. Este coraje y voluntad por enfrentar el Poder político ha hecho que la universidad sea para la sociedad venezolana un refugio, espacio de protección, trinchera. Sin embargo, el poder que ella misma ha generado también produce constantes desconfianzas. El forcejeo contra el Estado es empañado por una clase social que emerge de las universidades y cuyos privilegios económicos sólo son superados por la clase social derivada de la industria petrolera. Mientras que en los auditorios de las universidades autónomas, a lo largo de los años 60 y 70, se discutía sobre la igualdad de derechos, muchos docentes e investigadores vivían por encima del promedio, con privilegios inconcebibles, viajes por el mundo y un sueldo que permitía hasta el derroche. 

En alguna parte del capítulo Universidad, Lombardi afirma que reclamar más presupuesto para un proyecto de investigación o para una mejor política editorial es difícil, según él, porque los libros y los investigadores no hacen huelga. Sin embargo, la carencia de causas para generar el conflicto universitario es precisamente el motivo que ha alejado a la universidad de la sociedad con la que debe estar siempre comprometida. Salvo mejoras salariales o cumplimiento de compromisos contractuales, parece que no hay otra razón para que los profesores universitarios no vayan a la huelga. Precisamente en esos conflictos ellos podrían anexar estos otros tipos de reivindicaciones que no son beneficios particulares, sino colectivos, así sumarían diferentes sectores a su causa. Estas razones han hecho que la universidad venezolana haya perdido la brújula que orientaba su compromiso social, y poco a poco ha ido desvinculándose cada vez más de la realidad. Por fortuna, hay una generación actual que parece tomar conciencia de esta verdad, pero se requiere darle el tiempo necesario para hacer una justa evaluación.

A pesar de que Lombardi da algunas claves para salir de la crisis, como la asignación presupuestaria a las universidades por méritos demostrados, no se percibe el tono optimista que los lectores venezolanos buscamos. Seguramente ese optimismo no aparece porque el autor está convencido de que el conflicto Universidad – Estado es más profundo y viejo de lo que se cree. Ángel Lombardi debe intuir que la salida estará en un proceso largísimo de desnudeses y sinceridades, donde todos los participantes de las Universidades autónomas desmonten su discurso de antipoder y se asuman como otro poder más de una vez por todas... o por el contrario, que ataquen frontalmente el poder que ellas mismas han constituido y vuelvan a la etapa básica de la búsqueda y el compromiso con la sociedad, y no con los intereses particulares. Lo peligroso del asunto es que mientras la universidad autónoma venezolana se define en este dilema, la crisis presupuestaria crece y comienzan a aparecer otras opciones con resultados verdaderamente exitosos, como el de la Universidad Católica Andrés Bello.


Cine

Piero Arria

parria@cantv.net



El cine es el nuevo arte del siglo XX, uno de los que mayor impacto ha tenido a nivel mundial debido a que combina dos facetas aparentemente contradictorias: por una parte la aspiración de presentar imágenes de gran esteticismo que narren una historia y, por la otra, la ambición de hacer esa historia lo más rentable posible. Esta combinación, nos dice Ángel Lombardi, es la que ha marcado definitivamente el llamado “séptimo arte”, y quizá refleje el sentido del propio siglo que lo engendró.

Los ensayos que Lombardi dedica al cine intentan acercarnos a ese complejo mundo de la industria cinematográfica, con sus logros y fallas, sus momentos sublimes y su mercantilismo vulgar: la verdad y su máscara. Desde los albores de lo que luego ha sido llamado arte, hasta las últimas producciones mundiales, propone una nueva lectura del cine y su historia. El cine es el arte por excelencia del siglo XX, porque en él se funden casi todas las corrientes artísticas. Adentrarse en el mundo del cine es adentrarse en el espejo del tiempo complejo que lo vio nacer.

No es por azar que Lombardi comience con un análisis del cine en Venezuela. Desde allí plantea concretamente que el mercado cinematográfico venezolano (y podría decirse mundial) es dominado ampliamente por el cine norteamericano. Ante esa trasnacional del entretenimiento llamada Hollywood, el cine nacional no termina de concretar una propuesta que lo incluya en el cine internacional. La película venezolana más taquillera, tristemente, es la historia marginal de “Macu, la mujer del policía”, símbolo definitivo de que el cine nacional aún debe superar las trabas del entretenimiento mórbido de la última página del diario.

La relación entre el cine y la realidad, el cine/ojo, no escapa en estas reflexiones. Una realidad plasmada sin la semilla de la reacción sensorial o, al menos, la presencia de una agudeza, de una sensibilidad, se queda como estadística. El verdadero cine/ojo es arte también, advierte Lombardi. De allí que dedique dos estudios al cine soviético, el cual se considera como piedra angular en la evolución del cine internacional. A la revisión pormenorizada del devenir del cine soviético, añade además la lectura de las ideas detrás de ella. Aportes como el noticiero de Vertov, fundador del cine/ojo, donde se suceden las imágenes de la realidad, pero desde el punto de vista político y cultural del filmador, son fundamentales. Arte ideologizado, tal vez, pero que propone la innovadora idea de la interpretación, de la elección de una manera de contar.

Lo individual dentro de una cultura cinematográfica. Al lado del análisis de lo que podríamos llamar “cines nacionales”, Lombardi destaca las miradas individuales de grandes directores/creadores, los cuales han marcado de una manera u otra este arte. A Eisenstein, en la Unión Soviética, lo sigue el sueco Ingmar Bergman, cuyas memorias merecen una atención especial. Titulado “La linterna mágica”, este libro no sólo cuenta la larga relación de este director con el cine sino también su filosofía del mismo. Lombardi prefiere dejar hablar al cineasta a través de citas precisas: “Cine como sueño, cine como música”. Bergman habla del cine como una realidad alterna, que existe en un espacio distinto, con leyes propias. Es el arte que salva cuando todo se derrumba.

Naturalmente, Lombardi incluye agudos análisis de una que otra película norteamericana. Desde una deconstrucción del discurso fílmico, los arquetípicos héroes norteamericanos develan una filosofía neocolonizadora. Casos axiomáticos como “Lawrence de Arabia” o “Rambo”, revelan el funcionamiento del “aparato ideológico del colonialismo contemporáneo”. En “La misión” se propone una visión utópica de la civilización a través de la cruz y la palabra de los jesuitas; en “Lawrence de Arabia” los árabes consiguen ganar su independencia ante los turcos liderados por un héroe europeo, civilizado; en “Rambo” un héroe/soldado regresa a vengar una batalla perdida, aniquilando de manera definitiva al “otro que no es como yo”. Héroes culturales que se vuelven íconos para una sociedad que basa su creencia en el sistema en el patrioterismo y la intolerancia hacia el otro. El cine norteamericano no sólo afirma que tiene la verdad sino que la despliega por el mundo con una tristemente efectiva agresividad comercial.

Así, al arte ideologizado soviético se opone a la ideología sin arte del cine norteamericano. La historia y la realidad se distorsionan en servicio de un discurso alienante donde los norteamericanos ganan todas las batallas y lideran todas las culturas, donde los héroes sobrehumanos se imponen siempre ante el “otro”, siempre inferior, donde el maniqueísmo de buenos/malos y blancos/negros está presente hasta en la más sencilla película infantil. Ante la vacuidad de la vida diaria del trabajo de 9 a 5, la masa norteamericana cree en estos héroes y romances de celuloide, que les permite evadir por unas horas la realidad. “El cine y la televisión se han convertido en el nuevo opio del pueblo” concluye Lombardi.

Por supuesto, no todas las manzanas del barril están podridas. Lombardi destaca también creadores norteamericanos que se han alzado sobre el sistema hollywoodense. Charles Chaplin fue uno que lo enfrentó a lo largo de su vida, y su obra permanece entre las más grandes de la historia del cine. Para Chaplin, el objeto del cine era “transportarnos al reino de la belleza”. Lombardi agrega que eso sólo es posible “siguiendo muy de cerca la verdad”. Una vez más los pares entre verdad/belleza e ideología/alineación se hacen presentes. Charles Chaplin se encuentra decididamente por la verdad, por el arte y la sencillez. Es con él que el cine alcanza una madurez internacional. El arte y el entretenimiento se dan la mano y repercuten en todo el globo con igual fuerza. Lo individual que toca aquello que es universal.

La oposición pues, es clara. Así lo define Lombardi: “El arte, como todas las cosas humanas, está condicionado por el tiempo y subordinado a la realidad. En este sentido es inmanente pero igualmente tiene la posibilidad de la trascendencia, avecindarse en la conciencia y hacerla mejor y mayor. Así el cine, el arte por excelencia del siglo XX, inmanente y trascendente, por miles de películas que no sirven para nada, algunas decenas de ellas nos ayudan en esta difícil andadura que llamamos vida”.

La doble naturaleza del cine, que refleja la realidad pero que a la vez la enmascara, se encuentra a lo largo de estos estudios. La tarea del crítico de cine es hacer permanentemente esa doble lectura. Por una parte aceptar la realidad presentada, vivirla; por la otra, revelar los hilos secretos, la trama escondida. Lombardi dice que ejercer la crítica es estar situado en el mundo, es mediar entre una obra y su espectador, oponiendo el texto a su contexto. Como en la literatura, el mensaje se encuentra siempre cifrado por una manera de contar, de presentar los hechos. La realidad cambia en el plano, en el montaje, en la secuencia presentada. Se le pide al espectador que sea cómplice o contradictor de este sentido. En el mejor de los casos se le pide que sea “engendrador de sentido”.

De allí que el cine pueda considerarse, igual que la literatura, como otra manera de hacer historia. “La gran crónica de nuestro tiempo es el cine y a través de él se expresan las sociedades y las culturas”, dice Lombardi. El realismo soviético o italiano, el cine revolucionario cubano, la ausencia de Dios del cine sueco de Bergman, la manipulación ideológica del cine norteamericano, son todas expresiones culturales del arte más complejo del siglo XX. Aún así los temas universales persisten. El amor, la naturaleza, el humor y la tragedia, están presentes en cada registro fílmico, en cada visión de la realidad llevada al celuloide. Lombardi presenta en estos estudios un acercamiento a todos estos temas. Desde su doble papel de crítico y espectador, hace un balance de esta industria cultural que no sólo ha marcado de manera indudable un siglo, sino que también es el reflejo más fiel de un mundo que sigue interrogándose frente a un espejo en movimiento.


literatura

La literatura en función social:
visión sobre el ejercicio literario en Ángel Lombardi

Valmore Muñoz Arteaga



Los poetas; ah, los poetas y las mujeres
con su extraordinaria verborrea lírica,
babosa y amanerada, creando falsos
y rosados conceptos sobre la vida diaria.

Andrés Mariño Palacios.



Mariano Picón Salas, siendo un joven de 17 años, escribe un breve ensayo considerado por Humberto Cuenca y Raúl Agudo Freires, entre otros importantes críticos venezolanos, como un documento precursor de la vanguardia en Venezuela. Este ensayo lleva por nombre Las nuevas corrientes del arte. En él anuncia cuáles deben ser los derroteros escogidos por los artistas para crear: Que el arte deberá ser espejo de todo un pueblo[1]. Seguramente el joven merideño había atendido al llamado que desde el sur elevaba el pensador Manuel Ugarte en su teoría del Arte Social. Ugarte escribía en 1908 en un ensayo llamado Las razones del arte social en cuyas líneas traza nuevos vínculos entre la obra de arte y el artista y entre éste y la sociedad, pretendiendo así un nuevo modelo de escritor, pensado por él como manifestación de la voluntad colectiva, al tiempo que le dispensa un papel preponderante, determinante y mordiente dentro de la sociedad. El talento, lejos de ser un fenómeno individual, escribe Ugarte, constituye un fenómeno social[2]. Persuadido por esto, entiende que el artista (el escritor) y su obra se fusiona con los momentos colectivos o sociales, representan un gesto colectivo, producto de un hervor común.

En este compromiso social podemos encontrar las reflexiones que, en torno al hecho literario, expone el Dr. Ángel Lombardi en sus artículos, reunidos en un hermoso ejemplar ya conocido por todos como La catedral de papel. Libro que concentra su labor como articulista, fundamentalmente en diarios como Panorama y La verdad, ambos de Maracaibo. 

Ángel Lombardi entiende, con Gallegos, Briceño-Iragorry, Lossada, Úslar Pietri, entre otros, que la función intelectual debe y tiene que ser desarrollada sobre la base de concentrar su esfuerzo en una modernizada labor preceptora del pueblo. Al igual que el Próspero rodoniano, Lombardi asume la responsabilidad de dedicar, no sólo su reflexión intelectual, sino su vida a enseñar, a ayudar a entender a otros, a las nuevas generaciones básicamente. Por ello increpa a otros privilegiados para abocarse al desarrollo pleno del país.

A propósito de sus reflexiones sobre la literatura, debemos decir que Ángel Lombardi parece tener una profunda predilección por la obra latinoamericana, a pesar de sus notables y peculiares experiencias ante dos maestros de la literatura universal como Faulkner y Saramago. Sus cavilaciones van desde Miguel Ángel Jusayú hasta Octavio Paz, pasando por clásicos venezolanos como Mario Briceño-Iragorry y Arturo Úslar Pietri. En todas hace un llamado al artista para hacerse servidor de un pueblo que los solicita desde la oscuridad a la que los han obligado las élites y las altas esferas del poder.

Lombardi, como historiador, fustiga duramente a sus colegas: Lo que no hacen los historiadores lo están haciendo los novelistas: recuperar la memoria del pueblo: sus vivencias, mitos y fantasmas[3]. Lamentablemente ocurrió lo contrario. Hoy los novelistas, de haberlos en el país, se unieron al silencio de los historiadores atacados por Lombardi. El silencio en el que navega el país es vergonzoso. Literatos e historiadores abdicaron sus conciencias, acallaron sus voces para darle paso a un conformismo cómplice. La denuncia se reduce a las huelgas laborales, desapareciendo cuando son “relativamente” satisfechas, mientras un país entero se abriga cada vez más en la irracionalidad, dirigidos por los bastardos intereses de una minoría laxa. El único compromiso en la hora actual es con el Poder por el poder mismo. Los rebeldes de una época ahora son reverenciadores del Poder. Y como dice Popper: No puede caber ninguna duda de que la adoración del poder es uno de los peores tipos de idolatría humana, un resabio del tiempo de las cadenas, de la servidumbre y la esclavitud[4]. Aún así, al novelista que le escribe Lombardi es aquel que, subordinado a la imaginación, es veraz y lúcido en su testimonio. Seres situados, asumen su obra como un compromiso concreto, con su pueblo y con su época[5]. Esta idea del novelista nos recuerda a los jóvenes venezolanos de Sardio, de donde surgieron plumas como las de Salvador Garmendia y Adriano González León, así como la de otros nóveles narradores y poetas que se atrevieron a soñar una mejor sociedad.



Más adelante insiste: La literatura sustituye a la historia, la ficción es asumida como realidad, primero fueron los cronistas y después han continuado fabulando ensayistas, poetas y novelistas. De la Crónica, al Canto General y a Cien Años de Soledad. Del barroco al romanticismo, a lo real/maravilloso[6]. Esta insistencia se devela como una angustia existencial, una angustia que se vuelve frustración al no encontrar un puerto seguro para sus palabras: Úslar Pietri expresa su desconfianza hacia la historia de los historiadores, recelo que compartimos, a la historiografía se la ha escapado el proceso real. Nuestros historiadores, en su mayoría, han sido otros fabuladores. La historia y la identidad convertidas en ejercicios metafísicos[7]. Esta reflexión acerca de la historia lo hermana de alguna manera al concepto que sobre Historia nos obsequiara Mario Briceño-Iragorry: …la hora actual marca un nuevo acento a nuestro deber social. Si bien seguimos oyendo las lecciones de la historia como capaces, desde un punto de vista objetivo, de modificar nuestros mismos juicios presentes, la realidad nos obliga a obrar libremente, no como investigadores del pasado, sino como constructores de una historia que habrá de pedir razón y cuenta de nuestros hechos de hoy[8].



Ángel Lombardi escribe sin temor alguno, y pide a quienes asumimos este camino que lo hagamos igual. El intelectual no debe permitirse el temor bajo ninguna circunstancia. Recrimina el temor en algunos escritores de la hora, más aún, cuando se decide por el exilio en cualquiera de sus manifestaciones, de allí su separación con la obra de Rodó y de muchos de los pensadores que se escudaron estéticamente en el modernismo, ya que al verse envueltos en un mundo adverso a la “nobleza de sus espíritus” se decidieron por la construcción de mundos artificiales y exóticos donde esconderse ¿de su propia conciencia? Así queda evidenciado en su libro Sobre la unidad y la identidad latinoamericana. Explica Lombardi refiriéndose a José Enrique Rodó: …de hecho predicó una evasión hacia la utopía, y en ese sentido le hizo un gran daño a la necesaria toma de conciencia de lo americano concreto, real, histórico; de allí su gran éxito, avaló y propició la cultura del exilio, real y espiritual; la actitud del no compromiso; lo que nosotros hemos llamado la cultura cómplice[9]. Sin embargo, considero que, aunque la tendencia modernista partía de este desgarramiento al terruño y sus circunstancias, la promoción de la filosofía arielista no es justamente como lo plantea el historiador. Debemos recordar que una de las consecuencias de la lectura de Rodó en América Latina fue la Reforma Universitaria de Córdoba, y creo que eso fue un hecho de vital importancia en la eterna lucha por la identidad latinoamericana. Más aún, podemos traer a colación el siguiente dato. Cuando Rodó publica su opúsculo, lo envía a diferentes regiones del continente acompañado de una carta. Entre esas regiones se encuentra Venezuela. Aquí recibe el libro y la carta César Zumeta y que éste publicará en El Cojo Ilustrado, número 208. Agosto 15; parte del contenido de la carta expresa lo siguiente: Es, como Ud. verá, algo parecido a un manifiesto dirigido a la juventud de nuestra América sobre ideas morales y sociológicas. Me refiero en la última parte, a la influencia norteamericana. Yo quisiera que este trabajo mío fuera el punto inicial de una propaganda que cundiera entre los intelectuales de América. De esa propaganda se fraguaron los pensamientos de Mariano Picón Salas, Mario Briceño-Iragorry, Jesús Enrique Lossada, Enrique Bernardo Núñez, Augusto Mijares, y la inmensa mayoría de los hombres del 18, así como los más notables del 28, entre ellos Arturo Uslar Pietri. Si estudiamos la trayectoria intelectual de los nombres citados nos damos cuenta de que, en modo alguno, fueron propiciadores de una cultura del exilio, y mucho menos, al no compromiso con la realidad, en este caso, venezolana.

Probablemente, Lombardi se refiere a esa ala del pensamiento que se ha quedado enclaustrada en las aulas universitarias viviendo “la comodidad intelectual”, a la que en su tiempo también fustigó Papini: Yo casi nunca impulso de descargador de muelles, pero esos puercos de Epicuro que quisieran crear entre cojines y bibelots y hacer crecer el genio a la fuerza del calientacamas, se merecen esto y algo peor. Los trato desde hace bastantes años y los conozco bien. Todos los conocen: ¡hay tantos por el mundo! Son unos medios hombres que, no sabiendo escribir, quieren tener junto a sí diccionarios y bellas ediciones; que, no sabiendo pintar, compran bellas fotografías con marcos bien tallados; que no sabiendo nada de nada, dicen que no se puede aprender sin tener en casa manuales y vocabularios; que, no entendiendo de música, quieren instrumentos perfectos y partituras excelentes; gente, para abreviar, que, no teniendo alma, se fabrican la funda y pretenden que la estatua sale del pedestal[10]. Algo semejante ocurrió con muchos intelectuales muy “activos” durante los sesenta. ¿Dónde está la narrativa y la poesía de contenido social? ¿Es que la injusticia social culminó o sus estómagos ahora están satisfechos? Por las contundentes palabras del Dr. Lombardi, parece que ambas preguntas tienen respuesta, no muy halagadoras para unos cuantos.

En sus reflexiones en torno al tema literario, Lombardi encuentra el espacio para dejar claro sus concepciones acerca del intelectual y de la historia. Lo que me resulta interesante es cómo aborda a la historia desde la literatura. Idea que lo hermanan con la fijación de Mario Briceño-Iragorry en hacer de la historia un elemento de creación. Para el maestro trujillano así como para el Dr. Lombardi, la historia es un proceso que necesita tener profunda vinculación con la dinámica social, sino qué sentido tiene. La historia debe y tiene que ser estudiada, más allá del mero hecho del conocimiento de fechas, nombres, lugares y otros adefesios, lo que interesa es verla como esa herramienta que nos indica el camino de lo que falta por hacer. Del recuento del pasado llegamos a la conclusión de lo que nos falta en la hora presente, porque nunca nos sobra nada sobre lo hecho por nuestros antecesores[11], escribía Briceño-Iragorry. Por ello, Lombardi no pierde de vista, en medio de sus reflexiones, lo cotidiano, la actualidad, los pequeños hechos que construyen la gran historia. Y, como los fundadores del pensamiento venezolano, construye un diálogo con el pueblo a través de la prensa, y es que nada obra más en la vida y en el desarrollo de la sociedad que el periódico, aunque esto sea visto románticamente. El periódico debe funcionar como una fuerza sociológica en el desarrollo de los pueblos, porque es la hoja veloz de papel que deambula de mano en mano, transportando hasta el voluntad de las multitudes la idea directriz que habrá, en lo sucesivo, de transformarla ventajosamente, ya que el motor que debe orientar a la sociedad moderna son las ideas y los órganos capaces de promoverlas cuya consecuencia debe y tiene que ser la formación del alma colectiva. Esto lo ha entendido perfectamente Lombardi, ya que ha sustituido, en su actividad intelectual, al libro por la prensa, el periódico, elemento que han abandonado el grueso de los intelectuales y pensadores venezolanos, ¿será por considerarlo una pérdida de tiempo que no trae el beneficio de engrosar el currículo?

Por mucho que Ángel Lombardi trabaje el tema de la literatura no deja de ser un historiador. Un historiador profundamente preocupado por su entorno social. Ha escrito mucho y lo sigue haciendo. Seguramente habrá gente que se acerque a sus ideas, habrá otros quienes se oponen y se opongan. Lo que sí queda claro es que existe ese compromiso, esa lucha, esa angustia visceral por el país y por América Latina, y que intenta, desde la palabra y la acción hacer algo por enmendar los errores del pasado.




[1] Picón Salas, Mariano (2001) Las nuevas corrientes del arte En: Revista Actual. Universidad de Los Andes. Abril-junio III Etapa, número 46.


[2] Ugarte, Manuel (1999) La nación latinoamericana Caracas: Biblioteca Ayacucho.


[3] Lombardi, Ángel (1997) Catedral de Papel. Maracaibo: Universidad del Zulia.


[4] Popper, Karl (1991) La sociedad abierta y sus enemigos (1962) Buenos Aires: Paidós.


[5] Lombardi, Ángel. Ob. Cit.


[6] Ídem.


[7] Ídem.


[8] Briceño-Iragorry, Mario (1997) Ensayos escogidos Maracaibo: Universidad del Zulia.


[9] Lombardi, Ángel (1989) Sobre la unidad y la identidad latinoamericana Caracas: Academia Nacional de la Historia.


[10] Papini, Giovanni (1959) Obras. Tomo III. España: Editorial Aguilar.

[11] Briceño-Iragorry, Mario (1989) Introducción y defensa de nuestra historia. Obras completas. Vol. 4. Caracas: Congreso Nacional de la República.