Uno de los principios de la democracia, convertido en liturgia o mito democrático, es el acto electoral, olvidándose que el voto y el derecho al voto sólo tienen validez por el respeto al mismo, respeto que tiene que ser absoluto y sin sombra de sospecha. Un poder electoral mediatizado y no confiable, termina invalidando la importancia del voto. En la democracia moderna, en donde todos los regímenes y sistemas de gobierno, se autocalifican de democráticos, más importante que el voto son las garantías que lo rodean, en especial, la posibilidad real de ganarle al gobierno de turno, de lo contrario, estaríamos en presencia de regímenes dictatoriales con simulacros electorales, como en Cuba, Corea del Norte, China, Zimbawe, Egipto, Siria, la extinta Unión Soviética y tantos otros, incluido México. Países de partido único y regímenes cerrados a la disidencia y el pluralismo, descalificaron el acto electoral convirtiéndolo en una parodia con resultados anticipados.
En Zimbawe el dictador Mugabe, designa a dedo a 30 miembros de la Asamblea Nacional y los 55 restantes él los propone al electorado en una lista única, aprobada por el Tribunal Electoral, que a su vez es nombrado por el propio Mugabe.
En Cuba, el partido único con sus candidatos recibe el voto de más del 90% del electorado igual como hacía Saddam Hussein en Irak que se mantenía en el poder con elecciones amañadas y un respaldo forzado de más del 90% del electorado.
En Zimbawe el dictador Mugabe, designa a dedo a 30 miembros de la Asamblea Nacional y los 55 restantes él los propone al electorado en una lista única, aprobada por el Tribunal Electoral, que a su vez es nombrado por el propio Mugabe.
En Cuba, el partido único con sus candidatos recibe el voto de más del 90% del electorado igual como hacía Saddam Hussein en Irak que se mantenía en el poder con elecciones amañadas y un respaldo forzado de más del 90% del electorado.
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