miércoles, 7 de octubre de 1998

MEMORIA DE LA IDENTIDAD



Convocamos a la ciudad y somos convocados por ella; soy el oficiante, otra vez, de la memoria y la identidad de la ciudad del sol.  El espacio urbano es sagrado y cada ciudad es como es; hecha de hitos, mitos y tradiciones; vive un eterno presente; la nuestra es diálogo eterno con el Lago.
            El Lago, además de mar es río y puerto.  La  ciudad y el Lago son inseparables, un diálogo, un espacio en el tiempo, que a veces se complementan y otras muchas se oponen, de acuerdo al interés del hombre y de cada generación, porque igual construimos que destruimos y al final siempre la ciudad y el Lago serán lo que nosotros queremos que sea.
            A partir de 1499, el Lago, navegado por primera vez por los europeos, ensancha hasta el infinito sus límites y se hace mar en el Caribe y Océano en el Atlántico y llega hasta todos los confines del mundo en un momento en que la humanidad se encuentra y se reconoce para siempre.  El Lago, como dice Braudel refiriéndose al Mediterráneo, va mucho más allá de sus orillas y riberas, es un espacio que se va abriendo paulatinamente sobre la vastedad del mundo.
            El Lago, cotidiano y familiar, hace a la ciudad, la crea y la padece y cada maracaibero y todos los zulianos participan de la misma identidad, de origen múltiple y costumbres diversas, pero que terminan identificados en una manera de ser inconfundibles, en un mestizaje propio y creador.
            En la Cuenca del Lago existe unidad física y humana en la diversidad; un equilibrio inestable y dinámico entre hombre y naturaleza, así fue en el período indígena y así seguirá siendo después de la llegada de europeos y africanos.
            Tres veces fundada, en 1529, en 1569 y en 1574, Maracaibo siempre ha sido un puerto, lugar de intercambio y encuentro entre los hombres, el verdadero origen de todas las civilizaciones, en consecuencia, con todo derecho nuestra Plaza Baralt es el verdadero corazón de la ciudad, calle que se ensancha y se comunica hacia los cuatro puntos cardinales y que entronca directamente con la plaza mayor hispana, nuestra Plaza Bolívar Republicana; la ciudad es también una cronotopia, un espacio en el tiempo, que nunca deja de crecer y renovarse, ordenado en su anarquía, como un laberinto surrealista progresivamente de espalda al Lago, como en su momento observara el Maestro Carlos Raúl Villanueva.
            En 1579 el Alcalde de la ciudad la describía como una aldea llana y de grandes sabanas, de tierra áspera e infértil, con serranías vecinas malas para caminar; pocas casas en la comarca y mucha madera de mangle.  Cocoteros y nísperos con salinas donde se recogía mucha sal.  Para 1657 es una ciudad pequeña, con cerca de 1.000 europeos y 2.000 indios.  Para 1774 Maracaibo tenía 10.000 habitantes aproximadamente y era capital de una provincia rica y próspera con sus haciendas de ganado, caña, plátanos y guineos, especialmente hacia el Sur y por el puerto se exportaba:    cacao,   tabaco,   algodón,  cuero,  maderas,  las riquezas  eran  evidentes  e inevitables fueron las incursiones piratas; durante casi todo el siglo XVII Maracaibo las padeció, a pesar de las dificultades de navegación de la barra y el difícil acceso al puerto.
            Para finales del siglo XIX según Depons y otros viajeros, Maracaibo era una ciudad pequeña pero activo centro comercial, con una actividad cultural importante y una situación estratégica de primer orden tanto con respecto al Caribe como hacia los Andes y la Nueva Granada.
            “El espacio físico creado por el hombre penetra en él por todos sus sistemas perceptivos, porque la ciudad penetra en el hombre por sus sentidos, la ciudad bulle, se escucha, se toca, se saborea, se ve.  Pero también se siente, se ama o se odia, la ciudad como obra de nosotros mismos tiene memoria, tiene sueños y sobre todo tiene una realidad actuante, tangible y dinámica.  No en vano cada ciudad tiene sus soñadores que le cantan como a un ser humano, y toda la nostalgia del encanto de una ciudad perdida en el recuerdo es evocada en hermosos poemas.  Entonces la ciudad está viva, mientras está viva la gente dentro de ella”. (Fruto Vivas).
            Los muchos rostros de la ciudad se pierden en el laberinto de la cotidianidad, pero siempre terminamos con re/encontrarnos con la ciudad, con nosotros mismos.  El ser humano se sedentariza y en miles de años no ha hecho otra cosa que empeñarse en construirse un hogar, el mejor destino del hombre es la felicidad y ésta sólo es posible en la memoria de piedra que desafía al tiempo, mientras éste nos devora.  Refugiados en la identidad múltiple de las muchas máscaras que somos, la ciudad nos habita y es habitada.
            Hay casas que habita el viento, otras son modeladas por el viento y la lluvia, otras se calcinan al sol, en todas se aposenta la soledumbre del hombre, el ocaso y la aurora, en todas se nace, se vive y se muere.
            Maracaibo asediada “rostro de una ciudad que se infla de angustia” intenta sobrevivir, nostálgica de calles estrechas y sombreadas, de casa de zaguán y patio en penumbra, siempre, asediadas por el calor deslumbrante del trópico y el sol acechante, ciudad festiva siempre, en espera de la “mano creadora” que ama al hombre, al peatón y al pueblo en su fuerza telúrica y mágica.  La ciudad espera al organizador de los espacios humanos.
            Con la ciudad nace la política y el arte del gobierno y el hombre aspira en ella toda la felicidad posible.
            Maracaibo es ciudad de difícil gobierno; de crecimiento anárquico y de conductas individualistas; la filosofía de la gana impera y prevalece; hago lo que me da la gana es frase contundente y provocadora, siempre presente, como herencia de conducta social no es buena; el hombre debe asumirse como ciudadano y comunidad, solo así puede convivir en la solidaridad y la ciudad ser gobernada, porque gobierno no es otra cosa que los individuos subordinados a la ley y esta siempre en función del bien común y la justicia.  Solo ejercida la autoridad evitaremos el autoritarismo; solo la educación y la cultura hacen grande a un pueblo.
          Estamos urgidos de buen gobierno y de buenos ciudadanos, y más  importante es lo segundo que lo primero; tiende a prevalecer en nosotros conductas y mentalidades pre-modernas  profundamente arraigadas en el ser social.
         
El drama nacional puede ser abordado desde innumerables perspectivas; quizás uno de los más fecundos sea el psicológico porque no hay duda que en la historia, frente a los hechos objetivos de la economía o la política, siempre está presente el elemento subjetivo e inconsciente y con fuerza y presencia insospechada.
            La Democracia se fundó y consolidó gracias a los partidos políticos y sus líderes; hoy, cuando esta democracia agoniza, en verdad quien agoniza son los partidos y sus liderazgos históricos; en sentido cosmológico necesitan morir para poder volver a nacer.