El oficio del político y el arte del
buen gobierno consiste en buscar la felicidad y el provecho de la mayoría, si
ello es así, en Venezuela inevitablemente tenemos que desacalificar a la
mayoría de nuestra dirigencia política que ha gobernado porque evidentemente
han fracasado en lo más elemental de su oficio como es el de desarrollar
servicios eficientes y una administración honesta y eficaz. Un país no necesita ser salvado, apenas es
necesario orientarlo y administrarlo adecuadamente. A riesgo de escandalizar a las vestales de
nuestra democracia y con un prudente pronunciamiento de fe democrática, me
atrevo a afirmar que nuestra dirigencia política ha fracasado en dirigir y administrar el país. Hemos crecido más por inercia y por la
incidencia de factores externos que por la acción política concertada y
consciente.
En lo fundamental la
mayoría social de nuestro pueblo no ha participado en nuestra vida política y
mucho menos ha percibido los beneficios de una gestión gubernamental
eficaz. Si el voto no fuera obligatorio
estamos seguros que el abstencionismo electoral sería masivo. Nuestras oligarquías partidistas han
cultivado clientelas presupuestívoras más que ciudadanos electores; de allí que la burocracia sea un monstruo de
indolencia, ineficacia y corrupción.
Todo burócrata está desubicado, medrando y con un nivel de capacitación
muy por debajo de la responsabilidad asignada.
Vivimos una crisis cultivada y propiciada de recursos, en la misma
medida que se cultivan nulidades y se promocionan incapaces. La
desmoralización y la improvisación en la
administración pública es total. El país
político vive de espaldas al país nacional.
La clase política es vista con desconfianza creciente por su ineptitud,
arribismo, sectarismo y corrupción a la par que otros sectores nacionales
empiezan a vivir la impaciencia de sus intereses no atendidos por la
administración pública. En estas carencias
y contradicciones es donde se incuban las crisis institucionales que pueden
llegar a poner en peligro nuestro ensayo democrático, con el agravante en
nuestros países de una tradición que se nutre en una constitucionalidad endeble
y una juridicidad casi inexistente.
Hay individuos y
sectores mesiánicos que en un momento determinado pretenden colocarse hasta por
encima de la propia constitución, arrogándose el papel de salvadores de la
patria. La historia reciente
latinoamericana, especialmente en el cono sur, confirma estas apreciaciones. Nuestras mayorías populares en la misma medida
que han sido abandonadas en una indefensión total, en la marginalidad más
abyecta, en una indigencia material y cultural, es el caldo de cultivo donde se
incuban las crisis sociales más profundas, desde donde reciben impulso
decisorio los fascismo mas agresivos.
La historia nos
enseña que fracasan los dirigentes, no los pueblos; ¿seremos capaces de aprender una lección tan
elemental? Hasta cuándo nuestros sectores dirigentes se definirán
exclusivamente por sus intereses más bastardos y particulares? Corrupción,
ineficacia e improvisación pueden convertirse en la tumba de la Democracia
reconquistada el 23 d Enero de 1958. La
perfectibilidad democrática no puede seguir siendo un problema retórico. Gracias al recurso petrolero hemos creado una
base material de país.
¿Cuándo es que nos
convertiremos realmente en una sociedad moderna?. Este interrogante me lo planteaba en este
artículo escrito hace más de 15 años; sigue vigente, hoy más que nunca,
estrenando Presidente y una nueva correlación política. Tenemos una gran oportunidad de cambiar y
avanzar. El país se pronunció
democráticamente; a los electos les corresponde demostrar que el pueblo no se
equivocó.