Nadie sabe
hacia dónde vamos y es que en el siglo XX toda esperanza ha sido sometida a
prueba, hasta la misma fe en el hombre: todo lo contrario de los siglos XVIII y
XIX, cuando el pensamiento ilustrado impuso la idea de progreso como destino
inexorable de la historia, o como diría Kant “el género humano se halla en
proceso constante hacia lo mejor”.
Vivimos una crisis de valores y de
teorías; volvemos a sentirnos culpables e incapaces y la idea dominante es el “fin
de todas las cosas”, el fin de la historia.
De allí la importancia de volver al pensamiento ilustrado con sus
seguridades filosóficas y su optimismo histórico, por eso Kant podía decir “la
ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad” y cuyo lema
fundamental es “ten el valor de servirte de tu propia razón”. De eso se trata, servirnos de la razón, es
decir, de la ciencia para liberarnos: El problema es la técnica dependiente y
desviada de la ciencia, pero autónoma, convertida en mercancía y mercado, se
niega a sí misma. La razón técnica llega
a oponerse a la razón científica y así es como la libertad traicionada aliena y
no libera; el hombre vuelve a esclavizar al hombre, la tecnocracia y el
tecnocratismo nos hace avanzar, pero en un mundo inhumano y lleno de
desequilibrios, genera riqueza para unos pocos y miseria para la mayoría.
El mundo sigue
siendo fundamentalmente codicia y poder; la economía es explotación en nombre
del progreso y la política, dominación en nombre de la democracia; “razonad
todo lo que queráis, y sobre lo que queráis, pero obedeced”.
El programa más
permanente es el control social, se ha olvidado que la libertad forma parte de
la naturaleza del hombre y que la contradicción es quien mejor la
caracteriza. Llámese antagonismo o
dialéctica la “insociable sociabilidad” de los hombres que los lleva a vivir en
sociedad organizadamente y sometido a leyes; al mismo tiempo que lucha por
negarlos a ambas; orden y progreso es la primera consigna; libertad y progreso es
la máxima aspiración. En esto se resume
la crisis de nuestro tiempo el ansia libertaria amenazada permanentemente por
la tentación autoritaria.
El hombre en su
orfandad y minoridad sigue buscando un señor; la pregunta es hasta cuándo esta
orfandad y minoridad. En términos
políticos se había llegado a creer que, establecido un gobierno de leyes, era
posible autogobernarse y que la clase de los propietarios y dominadores era
sustituída por la existencia de la sociedad civil y el Estado de Derecho.
¿No es acaso este el
problema fundamental del país?
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