martes, 24 de noviembre de 1998

Democracia: de la Historia a la Autopia



La democracia, en la cultura contemporánea ha pasado a ser una palabra mito.  En ella de antemano, presuponemos todas las bondades y todas las soluciones.
No hay sociedad, no importa la ideología y el sistema imperante, que no se definan como democráticas.  La democracia ha pasado a ser la nueva religión laica de la humanidad; todo conflicto encuentra en ella su cauce, todo problema su solución y los problemas de la democracia se resuelven simplemente con más democracia.  Esta actitud mágico-religiosa frente al término Democracia nos ha conducido a una actitud ahistórica.  La Democracia ha sido despojada de su encarnadura real y ha sido transformada en una pura abstracción, en nombre de la cual se han cometido y cometen cuanto abuso y desafuero se quiere.  No hay dictadura y sistema político totalitario que no se arropen con el manto democrático.
Todo esto nos plantea la recuperación teórica de la Democracia como sistema histórico concreto, analizable y discutible en sus parámetros económicos, sociales, políticos y culturales.
La Democracia como sistema político-histórico se define  muy temprano en la antigua Grecia y concretamente en Atenas, entre los siglos V y IV A.C., como una experiencia política definida que provoca y produce su propia teorización.
La Democracia surge como un sistema ideal posible, enmarcado y definido  por  dos  valores  fundamentales:  la  libertad  y  la  igualdad.    La
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Democracia real,  de esa manera viene a ser, la lucha por la libertad y la igualdad y como proyecto, posibilidad y utopía, vendría a ser el reino de la libertad y la igualdad.
Los Demócratas de todos los tiempos han vivido esta dialéctica de realidad y utopía que ha signado su lucha por una sociedad mejor.  La idea democrática y la idea de progreso están íntimamente relacionadas y ambas se asientan en un optimismo histórico fundamental: la perfectibilidad de la humanidad, perfectibilidad materializada a su vez por el uso creciente de la libertad y la conquista progresiva de la igualdad.
Democracia, libertad e igualdad han venido  a significar lo mismo.  Libertad e igualdad han venido a ser los valores sustantivos de la Democracia.  La falta de lo uno compromete lo otro y en definitiva éste es el reto fundamental de la democracia contemporánea, reconciliar libertad e igualdad.
         En un texto del historiador Tucídides (456. 356 A.C.) éste pone en boca de Pericles las siguientes palabras: “Nuestro régimen político es la democracia, y se llama así porque busca la utilidad del mayor número y no de ventaja de algunos.  Todos somos iguales ante la ley, y cuando la República otorga honores lo hace para recompensar virtudes y no para consagrar el privilegio.  Todos somos llamados a exponer nuestras opiniones sobre los asuntos públicos.  Nuestra ciudad se halla abierta a todos los hombres; ninguna Ley prohibe  la entrada en ella a los extranjeros, ni les priva de nuestras instituciones ni de nuestros espectáculos; nada hay en Atenas oculto, y se permite a todos que vean y aprendan en ella lo que bien les pareciere...Confiamos para vencer en nuestro valor y en nuestra inteligencia.  Tenemos el culto de lo bello y cultivamos la filosofía, sin que eso debilite
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nuestro carácter.  Si poseemos riquezas no es para guardarlas ociosas ni para envanecernos de su posesión, sino para emplearlas productivamente.  Para nadie es vergonzoso entre nosotros confesar que es pobre;  lo que si es vergonzoso es no tratar de salir de la pobreza por medio del trabajo.  Todos los ciudadanos, incluso los que se dedican a los trabajos manuales, toman parte en la vida pública; y si hay alguno que se desinteresa de ella se le considera como hombre inútil e indigno de toda consideración.  Examinamos detenidamente los negocios públicos porque no creemos que el razonamiento perjudique a la acción; lo que si creemos perjudicial para la patria es no instruirnos previamente por el estudio de lo que debemos ejecutar”.
Me he detenido y extendido en esta cita de Tucídides porque ella por sí sola es todo un programa democrático, vigente y actual: libertad del ciudadano, igualdad ante la Ley, deber de participación, importancia de la educación y el trabajo.
La sociedad por encima del individuo sin menoscabo de su dignidad y con todas las oportunidades necesarias para garantizar el autodesarrollo.  Información y tolerancia, frente a propios y extraños, con todo esto lo que se quiere expresar es que en definitiva la Democracia no solamente es un sistema político y social sino además y fundamentalmente una ética, una cultura, una mentalidad, un sistema de vida, un comportamiento.  La Democracia no es perceptible si no está internalizada como un sistema de valores por todos los ciudadanos, valores que en última instancia no son otra cosa que la libertad y la igualdad.  Todo el pensamiento antiguo y posterior insiste en esto.  Aristóteles afirma que sin igualdad la libertad no es posible.  Cicerón reitera la misma idea.  Y aunque en los siglos siguientes se privilegió el principio de  libertad  sin  abandonar  el  principio  de  la  igualdad,  en   la
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 práctica hubo un divorcio real entre ambos postulados.  Hoy vuelve por sus fueros el binomio libertad - igualdad, de lo contrario la Democracia seguiría siendo más una aspiración que una realidad.  En aras de la libertad hemos construído sociedades de desigualdades, es decir el “gobierno de los muchos por unos pocos”.  La Democracia para los trabajadores y las mayorías está por conquistarse y esa es nuestra verdadera utopía.  La historia no solamente como hazaña de la libertad sino también de la igualdad.

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