Otro mito de la política moderna es la categoría o concepto pueblo, inventado por los ilustrados y románticos del siglo XVII y XVIII. El pueblo es un concepto abstracto que remite a una idea de comunidad ideal del espíritu o la cultura. Así Herder hablaba del alma o espíritu del pueblo, que en el fondo terminaba siendo una identificación positiva de una identidad nacional particular, muy bien aprovechada por cierto por los traficantes y mercenarios del patriotismo, calificado por un autor como el último refugio de la canalla. Pueblo trocado en masa alimentó los totalitarismos del siglo XX, tanto los de corte comunista como naci-fascista. Stalin se extasiaba con aquello del alma eslava que él decía encarnar. Igual Hitler, con su raza superior aria, así como Mussolini que asumió la locura de que los italianos de su tiempo eran los herederos del imperio romano. En la tradición judeocristiana el pueblo-masa prefirió a Barrabás que a Cristo y el pueblo judío durante el Éxodo apenas Moisés se aleja de ellos sustituyen a Dios por el becerro de oro.
En la tradición democrática la demagogia y el populismo se nutre y descansa sobre este concepto de pueblo, ambiguo y difuso, sacralizado en la famosa fórmula de Abraham Lincoln. El mito-pueblo es una reacción al mito aristocrático y elitesco de la política como una contraposición necesaria para sustentar el famoso pacto o contrato social, otra abstracción de la teoría política moderna. El concepto pueblo no puede confundirse con los de abajo, como diría Mariano Azuela, aunque el término se legitimiza en la historia de las naciones y las nacionalidades modernas y el desarrollo de la democracia como sistema perfectible. Para efectos prácticos es muy importante distinguir los conceptos de país, patria, nación y en términos sociológicos, es preferible identificar clases, sectores y grupos sociales enmarcados en el concepto universal de Estado y sociedad. Las palabras equívocas y los conceptos ambiguos y abstractos confunden la mente y la realidad y en la acción pública, la confusión siempre es propicia para la existencia y prevalencia del demagogo y del populista, que en sus delirios llegan a confundir al pueblo con ellos mismos.
miércoles, 18 de abril de 2012
domingo, 15 de abril de 2012
Educación y ciudadanía
Ambos términos terminan siendo sinónimos, educación y ciudadanía van de la mano y es que los seres humanos no son seccionables ni fragmentables. Somos seres completos, personas educables y en permanente proceso de formación, desde el nacimiento hasta la muerte. Nos formamos para la vida, en todo su dinamismo y complejidad. Nos formamos para el trabajo, pero no solamente como oficio o medio de vida. Nos formamos para la sociabilidad porque siempre vivimos en acompañamiento, acompañamos y somos acompañados, de allí que seamos seres morales por definición ya que todo acto, incluye o influye en otros seres humanos, y en ese sentido también hablamos de Ética, en la distinción que hace Hegel entre Moral y Ética, a pesar de la raíz etimológica común, en donde lo individual y lo colectivo se complementan o entran en contradicción, como en el caso arquetípico de Sócrates. El ideal educativo pudiera expresarse en la frase: “Conócete a ti mismo y haz lo que debes” o como sostiene la filosofía “Llegar a ser lo que se puede ser con lo que se es” (Ética, J. L. Aranguren, 1958). En nuestros tiempos parte del problema de la reflexión sobre la educación, es que esta se ha “funcionalizado” abandonando por completo el principio de totalidad humana o “paideia”i es decir, partir de un concepto integral de lo humano, tanto desde el punto de vista real como ideal. Estamos hablando, entre otras cosas, de valores, costumbres y tiempos.
El ser humano se educaba o formaba para sobrevivir individualmente y en grupo. Su razón de ser era la comunidad, hoy diríamos la sociedad particular a la cual se pertenece y a la humanidad toda. Sobrevivimos y avanzamos colectivamente o nadie tendría destino o futuro.
Este proceso civilizatorio, fundamentalmente cultural ha tenido como escenario y centro a la educación y a la ciudad y así empezó siendo en Greciaii, en donde la creación de la ciudad fue la respuesta de la “razón” al caos y a las amenazas del mundo exterior. Hogar, seguridad y fortaleza en el sentido de ciudad amurallada es un “viaje” espiritual, psicológico y físico y responde a una necesidad de sobrevivencia y progreso. De allí la necesidad imperiosa que tenemos los seres humanos de “seguridad” en su mas amplia acepción: jurídica, política, social, económica y en el ámbito de al seguridad personal cotidiana. En este sentido, en Venezuela nos ha tocado una época de precariedad y anomia casi absoluta.
La educación como experiencia vital es un aprendizaje, desde un “adentro” como la mayéutica socrática y un “afuera” en donde experiencias, comunidad y maestros nos moldean. Como persona nos hacemos haciendo y nos hacen, en una interacción dinámica casi ilimitada. La naturaleza del ser humano, física, intelectual y espiritual tiende a la autorealización y perfeccionamiento así como exige y desarrolla su ser social en relación a “los otros” y con “los otros”. No otra cosa es la educación, una necesidad para conservar y transmitir lo que se es y lo que se puede llegar a ser, como individuos y como sociedad particular y como humanidad en su conjunto, de allí la importancia de reconocernos en nuestra “paideia”. En nuestro proyecto e ideal educativo, como personas y como ciudadanos. En este último sentido cobra particular importancia el concepto de sociedad civil, más allá de la definición de Hegel que sería algo así como los “propietarios” por un lado y el Estado por otro. El ciudadano en la sociedad civil es la persona que en su conciencia asume la libertad desde la responsabilidad y la desarrolla en todo los ámbitos de la vida social y en el transcurso de toda su vida: a nivel de la familia, del trabajo de la política y en cualquier otro ámbito privado o público. Todos somos responsables de todos, en la misma medida que la educación se universalizó como en su momento lo definió Comenius: “Educar a todos en todo”.
La educación se materializa en el individuo pero es social por definición. Cada comunidad se reproduce a sí misma y desde ella misma, en ciertos momentos críticos produce rupturas y crisis para el cambio necesario, de allí la importancia de la libertad y la autonomía para educar. A partir de la libertad responsable de los padres y maestros se propicia la libertad de los niños y jóvenes y de esa manera la sociedad asume, reproduce y proyecta “valores” asumidos desde la pedagogía del ejemplo y en el conjunto de tradiciones y costumbres que llamamos cultura. Nadie enseña desde “la nada” y el mal ejemplo, de allí el peligro del excesivo pragmatismo de educar como simple instrucción. En Venezuela es particularmente grave el mal ejemplo, tanto en el modelaje público como en el privado que termina modelando lo negativo. En nuestro país el “rol” materno y paterno está fuertemente comprometido por la inmadurez e ignorancia así como en la clase dirigente, muchos de ellos naufragan en la corrupción y la falta de ética y colocan por encima de cualquier otra condición el éxito personal, económico y social. La educación puede tener y de hecho tiene múltiples objetivos, particulares y generales, individuales y colectivos pero a nuestro juicio el esencial y definitorio debería ser el famoso y repetido “conócete a ti mismo y haz lo que debes”, además del conocimiento y comprensión del “entorno” en su sentido más amplio antropológico, cultural e histórico, en un proceso de autoconciencia en la dimensión de lo particular-general. Conocer la aldea y conocer el mundo; conocer lo “nuestro” y lo “otro” y a los “otros”. Es decir, asumir a conciencia y plenitud nuestra autoconciencia, nuestra condición de seres morales, con responsabilidades éticas, en una visión personalizada, comunitaria y fraterna de la humanidad. Gracias a la razón y la tecnociencia la “paideia” como ideal educativo se ha universalizado porque la ecúmene es hoy todo el globo. Ya no se trata de un pueblo o una sociedad en particular, en general estamos hablando de la sociedad global y fundamentalmente urbana dejando muy atrás características tribales o clánicas que agotan a sus comunidades en una endogamia a la larga suicida. El concepto de individuación, atribuido a partir de Sócrates es fundamental en la educación así como en la ciudadanía. Particularizar a la persona, a cada ser humano en sus particularidades, familiares, sociales, económicas, antropológicas, y psicológicas es fundamental y en función de ello está establecer la mayéutica o diálogo específico que permita que el individuo desarrolle todas sus potencialidades y el ciudadano asuma todas sus obligaciones y derechos. De lo que se trata es de ordenar el entorno en un sentido civilizatorio, de progreso compartido, de solidaridad y fraternidad. Es la búsqueda individual y colectiva, de los ideales y los equilibrios necesarios, y porqué no, de las utopías concretas que la humanidad ha soñado y proyectado. Los griegos lo expresan con el concepto de areté y sofrosyneiii, a nuestro juicio plenamente vigente como propósito e ideal educativo y de plenitud ciudadana. Pudiéramos traducir de manera incompleta e insuficiente el concepto de areté como virtud, es decir, como un ideal de lo humano, el ser humano virtuoso y sus cualidades inherentes a cada época y cultura, pero que en general terminan trascendiendo todas las épocas y todas las culturas, sofrosyne, concepto insuficiente pero adecuado para definir la sabiduría de los humanos y que aparece escrito a la entrada del Templo de Apolo “Conócete a ti mismo”. La conciencia de los límites humanos y del equilibrio necesario en todas las cosas. Medida y forma son fundamentales en este concepto y en ello pudiéramos asentar la reflexión en torno a la importancia de la contención, la autorregulación, la reflexión y el respeto a la norma y la ley. Pobre de los pueblos cuyo respecto y cumplimiento de la ley es infrecuente e insuficiente. En nuestra herencia histórica está la terrible costumbre colonial frente a la ley de que “se acata pero no se cumple” tan pernicioso para el ejercicio adecuado de la ciudadanía. Para Sócrates la verdadera sofrosyne implica todas las virtudes tales como piedad, valentía, justicia. En consecuencia podemos decir que la educación implica un ideal humano e igualmente un ideal de la sociedad. ¿Cuál es el nuestro?. Sería interesante intentar contestar esta interrogante en clave venezolana y latinoamericana y en clave de contemporaneidad y posmodernidad. También en sentido helénico clásico, la educación es entendida como una construcción del individuo y lo humano “Constituido convenientemente y sin falta, en manos, pies y espíritu” Formar o configurar, es decir, educar como lo quería Platón, para crear el ser humano integral en mente y cuerpo, preparado y apto para ser y cumplir con su condición de aristoi, ser siempre y en todo el mejor. No en un sentido de superioridad personal, sino en un sentido de profesionalismo, competencia y servicio.
El paradigma educativo o paideia clásica mantiene su vigencia, reforzado por todos los otros aportes culturales de la ecúmene global. En síntesis pudiéramos decir, como lo estableció la UNESCO en 1968, que educar es “aprender a ser” y es un aprendizaje de vida que nunca cesa, desde que se nace y hasta la muerte.
Es el equilibrio (sofrosyne) con uno mismo, con los demás y con el entorno social y natural. Es la ciudadanía necesaria para vivir y convivir, en la solidaridad y porqué no en la fraternidad, la consigna olvidada de la revolución francesa, la utopía concreta del siglo XXI.
La educación también es sinónimo de humanismo, un humanismo que abreva en el individuo y su comunidad y orienta a ambos y que en la actualidad y en términos políticos y de ciudadanía tiene que ver fundamentalmente con los derechos humanos y el estado de derecho. Es la ruptura de manera radical con la subordinación de la persona a cualquier tipo de poder o manipulación. Esto implica un humanismo de responsabilidades asumidas desde la conciencia que es la verdadera libertad.
El siempre renovado humanismo no puede ser relativizado a tiempo y lugar alguno. Descansa en un Logos, como lo intuyó Heráclito, atemporal y unificador. En el humanismo cristiano es la persona creada a semejanza de su Creador. Predestinada a la eternidad y responsable como co-creador de toda la creación de Dios. El ser humano es reivindicado en su plenitud de libertad y dignidad, sin distinción ni discriminación de ningún tipo, como hijos del mismo Padre y cuyo modelo es Jesús de Nazareth. Es el Espíritu de Asís y el Atrio de los gentilesiv proclamados recientemente por la Iglesia así como la larga militancia en la humanización del hombre y su desarrollo espiritual y material.
Los diversos humanismos que se desprenden de los diversos mundos culturales de toda la tierra giran en lo fundamental sobre las mismas ideas, incluido el humanismo ateo y a pesar de las asechanzas del relativismo cultural contemporáneo todos coinciden en la necesidad de preservar la especie y el planeta en una humanidad de paz y abundancia. Como decíamos, es nuestra utopía concreta y esperanza cierta.
La educación y la ciudadanía expresan como ninguna otra característica el ser del hombre, como individuo y persona, en el ámbito privado y público. No somos Robinson Crusoe, la polis y la civitas y el ágorav nos definen y exigen estar al servicio de los demás, de allí la importancia de la política y la vocación de servicio y compromiso público. Para la Grecia clásica solo estaban habilitados para gobernar el poeta, el hombre de estado y el sabio, de allí sale el concepto platónico del rey filósofo al igual que Confucio proclamaba que quien no puede gobernar su vida no tiene derecho ni puede permitírsele que gobierne la de los demás.
En clave nacional, estos planteamientos provocan grandes preocupaciones porque no vemos el arte del buen gobierno casi a ningún nivel de los poderes públicos y los poetas, filósofos y hombres de estado escasean. Con respecto a la educación, todos coincidimos que es una prioridad, especialmente en campañas electorales. Igual sucede con el concepto de ciudadanía, más proclamada que practicada. En Venezuela, educación y ciudadanía siguen en minoridad y allí está en buena medida la verdad agónica de las tribulaciones e inquietudes de los últimos tiempos. El país está urgido de encuentro y diálogo, en todos los órdenes de la vida nacional y particularmente y sin lugar a dudas en el ámbito de la reforma educativa y en la construcción de una ciudadanía más acorde con los tiempos modernos y con nuestras responsabilidades.
En nuestro país tenemos una tendencia a crear y cultivar una mitología escolar de la vida social e institucional. En educación y ciudadanía seguimos citando, sin leer y estudiar a Simón Rodriguez y a Andrés Bello de manera anacrónica y descontextualizada. Igual tenemos una lista de “educadores ejemplares o maestros cívicos” para cada época y los hemos convertido en una galería sin vida y sin la visión crítica necesaria. Sin lugar a dudas tenemos una historia intelectual y política importante en cuanto a praxis e ideario educativo, pero el tiempo es inexorable y siempre estamos obligados a mirar hacia adelante desde nuestro irrenunciable presente. En la era petrolera, es decir, en el siglo XX el esfuerzo educativo nacional ha sido importante pero insuficiente, la creación del Instituto Pedagógico Nacional en 1936 fue un hito en nuestro proceso educativo igual que las escuelas normales y el desarrollo de las diversas universidades, creadoras todas ellas de un capital humano invalorable. Hay esfuerzos educativos tanto en el sector público como privado y es emblemático al respecto la Red de Escuelas e Instituciones educativas de Fe y Alegría y en los últimos años las Orquestas Juveniles diseminadas por todo el país. No se ha hecho poco, pero siempre es insuficiente y sin la continuidad necesaria, sacrificando al cortoplacismo y a la cantidad el necesario esfuerzo sostenido y la calidad requerida. De hecho se ha practicado y se practica un populismo educativo con mucha improvisación e incompetencia que se traduce en frustración personal de miles de estudiantes y en un fraude académico continuado. No hay cambio educativo sin la atención requerida a la familia y la formación idónea de los maestros necesarios. Las políticas públicas tradicionalmente han equivocado la estrategia al privilegiar al sector universitario y descuidar el sector inicial, básico y medio. Igualmente se atomizó el esfuerzo en torno a la escuela y se aisló de la familia y la comunidad. Urge una visión retrospectiva crítica de la educación para propiciar las correcciones y reformas necesarias. Esto es posible, porque se tiene la experiencia y la competencia solo hace falta que los poderes públicos se den cuenta de ello y convoquen a los expertos y a los involucrados en el hecho educativo en un gran diálogo nacional que asuma el reto de la impostergable reforma necesaria que adecue todo el sistema educativo al exigente siglo XXI.
No podemos dejar de formular la pregunta obligada: ¿Cuál es nuestro ideal educativo? Como sociedad y como cultura. No quisiera creer que el pragmatismo imperante en esta economía rentista y sociedad petrolera nos ha vuelto a la mayoría en simples logreros y en donde la viveza y la maraña hayan pasado a formar parte de nuestra naturaleza social y que nos haya colocado en los vergonzantes primeros lugares de la corrupción en el mundo.
No quisiera terminar mi ponencia con una nota de pesimismo, sino seguir creyendo en la posibilidad de recuperar la educación y la política como oportunidades reales de superación humana y liberación. Hay que educar en y para la vida; hay que orientar el principal esfuerzo hacia la educación popular y la formación para el trabajo, en fin, estamos obligados a participar en la construcción de un nuevo humanismo que nos permita aspirar a una Venezuela mejor y construir un sistema educativo, a partir de los éxitos logrados y con las correcciones necesarias. La educación debe convertirse en el medio que una a todos los venezolanos en una visión y un proyecto compartido de país.
En Venezuela hemos practicado un populismo educativo que ha privilegiado la cantidad a la calidad y en ese crecimiento aluvional dejamos de pensar en los dos protagonistas fundamentales del hecho educativo, el estudiante, abandonado a su suerte, y el docente, descuidado en su formación, de allí la importancia de recuperar el concepto de prosecución y calidad educativa y con respecto al magisterio son estimulantes y marcan una guía las siguientes palabras de Benedicto XVI. “Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad de todo buen educador”.
El ser humano se educaba o formaba para sobrevivir individualmente y en grupo. Su razón de ser era la comunidad, hoy diríamos la sociedad particular a la cual se pertenece y a la humanidad toda. Sobrevivimos y avanzamos colectivamente o nadie tendría destino o futuro.
Este proceso civilizatorio, fundamentalmente cultural ha tenido como escenario y centro a la educación y a la ciudad y así empezó siendo en Greciaii, en donde la creación de la ciudad fue la respuesta de la “razón” al caos y a las amenazas del mundo exterior. Hogar, seguridad y fortaleza en el sentido de ciudad amurallada es un “viaje” espiritual, psicológico y físico y responde a una necesidad de sobrevivencia y progreso. De allí la necesidad imperiosa que tenemos los seres humanos de “seguridad” en su mas amplia acepción: jurídica, política, social, económica y en el ámbito de al seguridad personal cotidiana. En este sentido, en Venezuela nos ha tocado una época de precariedad y anomia casi absoluta.
La educación como experiencia vital es un aprendizaje, desde un “adentro” como la mayéutica socrática y un “afuera” en donde experiencias, comunidad y maestros nos moldean. Como persona nos hacemos haciendo y nos hacen, en una interacción dinámica casi ilimitada. La naturaleza del ser humano, física, intelectual y espiritual tiende a la autorealización y perfeccionamiento así como exige y desarrolla su ser social en relación a “los otros” y con “los otros”. No otra cosa es la educación, una necesidad para conservar y transmitir lo que se es y lo que se puede llegar a ser, como individuos y como sociedad particular y como humanidad en su conjunto, de allí la importancia de reconocernos en nuestra “paideia”. En nuestro proyecto e ideal educativo, como personas y como ciudadanos. En este último sentido cobra particular importancia el concepto de sociedad civil, más allá de la definición de Hegel que sería algo así como los “propietarios” por un lado y el Estado por otro. El ciudadano en la sociedad civil es la persona que en su conciencia asume la libertad desde la responsabilidad y la desarrolla en todo los ámbitos de la vida social y en el transcurso de toda su vida: a nivel de la familia, del trabajo de la política y en cualquier otro ámbito privado o público. Todos somos responsables de todos, en la misma medida que la educación se universalizó como en su momento lo definió Comenius: “Educar a todos en todo”.
La educación se materializa en el individuo pero es social por definición. Cada comunidad se reproduce a sí misma y desde ella misma, en ciertos momentos críticos produce rupturas y crisis para el cambio necesario, de allí la importancia de la libertad y la autonomía para educar. A partir de la libertad responsable de los padres y maestros se propicia la libertad de los niños y jóvenes y de esa manera la sociedad asume, reproduce y proyecta “valores” asumidos desde la pedagogía del ejemplo y en el conjunto de tradiciones y costumbres que llamamos cultura. Nadie enseña desde “la nada” y el mal ejemplo, de allí el peligro del excesivo pragmatismo de educar como simple instrucción. En Venezuela es particularmente grave el mal ejemplo, tanto en el modelaje público como en el privado que termina modelando lo negativo. En nuestro país el “rol” materno y paterno está fuertemente comprometido por la inmadurez e ignorancia así como en la clase dirigente, muchos de ellos naufragan en la corrupción y la falta de ética y colocan por encima de cualquier otra condición el éxito personal, económico y social. La educación puede tener y de hecho tiene múltiples objetivos, particulares y generales, individuales y colectivos pero a nuestro juicio el esencial y definitorio debería ser el famoso y repetido “conócete a ti mismo y haz lo que debes”, además del conocimiento y comprensión del “entorno” en su sentido más amplio antropológico, cultural e histórico, en un proceso de autoconciencia en la dimensión de lo particular-general. Conocer la aldea y conocer el mundo; conocer lo “nuestro” y lo “otro” y a los “otros”. Es decir, asumir a conciencia y plenitud nuestra autoconciencia, nuestra condición de seres morales, con responsabilidades éticas, en una visión personalizada, comunitaria y fraterna de la humanidad. Gracias a la razón y la tecnociencia la “paideia” como ideal educativo se ha universalizado porque la ecúmene es hoy todo el globo. Ya no se trata de un pueblo o una sociedad en particular, en general estamos hablando de la sociedad global y fundamentalmente urbana dejando muy atrás características tribales o clánicas que agotan a sus comunidades en una endogamia a la larga suicida. El concepto de individuación, atribuido a partir de Sócrates es fundamental en la educación así como en la ciudadanía. Particularizar a la persona, a cada ser humano en sus particularidades, familiares, sociales, económicas, antropológicas, y psicológicas es fundamental y en función de ello está establecer la mayéutica o diálogo específico que permita que el individuo desarrolle todas sus potencialidades y el ciudadano asuma todas sus obligaciones y derechos. De lo que se trata es de ordenar el entorno en un sentido civilizatorio, de progreso compartido, de solidaridad y fraternidad. Es la búsqueda individual y colectiva, de los ideales y los equilibrios necesarios, y porqué no, de las utopías concretas que la humanidad ha soñado y proyectado. Los griegos lo expresan con el concepto de areté y sofrosyneiii, a nuestro juicio plenamente vigente como propósito e ideal educativo y de plenitud ciudadana. Pudiéramos traducir de manera incompleta e insuficiente el concepto de areté como virtud, es decir, como un ideal de lo humano, el ser humano virtuoso y sus cualidades inherentes a cada época y cultura, pero que en general terminan trascendiendo todas las épocas y todas las culturas, sofrosyne, concepto insuficiente pero adecuado para definir la sabiduría de los humanos y que aparece escrito a la entrada del Templo de Apolo “Conócete a ti mismo”. La conciencia de los límites humanos y del equilibrio necesario en todas las cosas. Medida y forma son fundamentales en este concepto y en ello pudiéramos asentar la reflexión en torno a la importancia de la contención, la autorregulación, la reflexión y el respeto a la norma y la ley. Pobre de los pueblos cuyo respecto y cumplimiento de la ley es infrecuente e insuficiente. En nuestra herencia histórica está la terrible costumbre colonial frente a la ley de que “se acata pero no se cumple” tan pernicioso para el ejercicio adecuado de la ciudadanía. Para Sócrates la verdadera sofrosyne implica todas las virtudes tales como piedad, valentía, justicia. En consecuencia podemos decir que la educación implica un ideal humano e igualmente un ideal de la sociedad. ¿Cuál es el nuestro?. Sería interesante intentar contestar esta interrogante en clave venezolana y latinoamericana y en clave de contemporaneidad y posmodernidad. También en sentido helénico clásico, la educación es entendida como una construcción del individuo y lo humano “Constituido convenientemente y sin falta, en manos, pies y espíritu” Formar o configurar, es decir, educar como lo quería Platón, para crear el ser humano integral en mente y cuerpo, preparado y apto para ser y cumplir con su condición de aristoi, ser siempre y en todo el mejor. No en un sentido de superioridad personal, sino en un sentido de profesionalismo, competencia y servicio.
El paradigma educativo o paideia clásica mantiene su vigencia, reforzado por todos los otros aportes culturales de la ecúmene global. En síntesis pudiéramos decir, como lo estableció la UNESCO en 1968, que educar es “aprender a ser” y es un aprendizaje de vida que nunca cesa, desde que se nace y hasta la muerte.
Es el equilibrio (sofrosyne) con uno mismo, con los demás y con el entorno social y natural. Es la ciudadanía necesaria para vivir y convivir, en la solidaridad y porqué no en la fraternidad, la consigna olvidada de la revolución francesa, la utopía concreta del siglo XXI.
La educación también es sinónimo de humanismo, un humanismo que abreva en el individuo y su comunidad y orienta a ambos y que en la actualidad y en términos políticos y de ciudadanía tiene que ver fundamentalmente con los derechos humanos y el estado de derecho. Es la ruptura de manera radical con la subordinación de la persona a cualquier tipo de poder o manipulación. Esto implica un humanismo de responsabilidades asumidas desde la conciencia que es la verdadera libertad.
El siempre renovado humanismo no puede ser relativizado a tiempo y lugar alguno. Descansa en un Logos, como lo intuyó Heráclito, atemporal y unificador. En el humanismo cristiano es la persona creada a semejanza de su Creador. Predestinada a la eternidad y responsable como co-creador de toda la creación de Dios. El ser humano es reivindicado en su plenitud de libertad y dignidad, sin distinción ni discriminación de ningún tipo, como hijos del mismo Padre y cuyo modelo es Jesús de Nazareth. Es el Espíritu de Asís y el Atrio de los gentilesiv proclamados recientemente por la Iglesia así como la larga militancia en la humanización del hombre y su desarrollo espiritual y material.
Los diversos humanismos que se desprenden de los diversos mundos culturales de toda la tierra giran en lo fundamental sobre las mismas ideas, incluido el humanismo ateo y a pesar de las asechanzas del relativismo cultural contemporáneo todos coinciden en la necesidad de preservar la especie y el planeta en una humanidad de paz y abundancia. Como decíamos, es nuestra utopía concreta y esperanza cierta.
La educación y la ciudadanía expresan como ninguna otra característica el ser del hombre, como individuo y persona, en el ámbito privado y público. No somos Robinson Crusoe, la polis y la civitas y el ágorav nos definen y exigen estar al servicio de los demás, de allí la importancia de la política y la vocación de servicio y compromiso público. Para la Grecia clásica solo estaban habilitados para gobernar el poeta, el hombre de estado y el sabio, de allí sale el concepto platónico del rey filósofo al igual que Confucio proclamaba que quien no puede gobernar su vida no tiene derecho ni puede permitírsele que gobierne la de los demás.
En clave nacional, estos planteamientos provocan grandes preocupaciones porque no vemos el arte del buen gobierno casi a ningún nivel de los poderes públicos y los poetas, filósofos y hombres de estado escasean. Con respecto a la educación, todos coincidimos que es una prioridad, especialmente en campañas electorales. Igual sucede con el concepto de ciudadanía, más proclamada que practicada. En Venezuela, educación y ciudadanía siguen en minoridad y allí está en buena medida la verdad agónica de las tribulaciones e inquietudes de los últimos tiempos. El país está urgido de encuentro y diálogo, en todos los órdenes de la vida nacional y particularmente y sin lugar a dudas en el ámbito de la reforma educativa y en la construcción de una ciudadanía más acorde con los tiempos modernos y con nuestras responsabilidades.
En nuestro país tenemos una tendencia a crear y cultivar una mitología escolar de la vida social e institucional. En educación y ciudadanía seguimos citando, sin leer y estudiar a Simón Rodriguez y a Andrés Bello de manera anacrónica y descontextualizada. Igual tenemos una lista de “educadores ejemplares o maestros cívicos” para cada época y los hemos convertido en una galería sin vida y sin la visión crítica necesaria. Sin lugar a dudas tenemos una historia intelectual y política importante en cuanto a praxis e ideario educativo, pero el tiempo es inexorable y siempre estamos obligados a mirar hacia adelante desde nuestro irrenunciable presente. En la era petrolera, es decir, en el siglo XX el esfuerzo educativo nacional ha sido importante pero insuficiente, la creación del Instituto Pedagógico Nacional en 1936 fue un hito en nuestro proceso educativo igual que las escuelas normales y el desarrollo de las diversas universidades, creadoras todas ellas de un capital humano invalorable. Hay esfuerzos educativos tanto en el sector público como privado y es emblemático al respecto la Red de Escuelas e Instituciones educativas de Fe y Alegría y en los últimos años las Orquestas Juveniles diseminadas por todo el país. No se ha hecho poco, pero siempre es insuficiente y sin la continuidad necesaria, sacrificando al cortoplacismo y a la cantidad el necesario esfuerzo sostenido y la calidad requerida. De hecho se ha practicado y se practica un populismo educativo con mucha improvisación e incompetencia que se traduce en frustración personal de miles de estudiantes y en un fraude académico continuado. No hay cambio educativo sin la atención requerida a la familia y la formación idónea de los maestros necesarios. Las políticas públicas tradicionalmente han equivocado la estrategia al privilegiar al sector universitario y descuidar el sector inicial, básico y medio. Igualmente se atomizó el esfuerzo en torno a la escuela y se aisló de la familia y la comunidad. Urge una visión retrospectiva crítica de la educación para propiciar las correcciones y reformas necesarias. Esto es posible, porque se tiene la experiencia y la competencia solo hace falta que los poderes públicos se den cuenta de ello y convoquen a los expertos y a los involucrados en el hecho educativo en un gran diálogo nacional que asuma el reto de la impostergable reforma necesaria que adecue todo el sistema educativo al exigente siglo XXI.
No podemos dejar de formular la pregunta obligada: ¿Cuál es nuestro ideal educativo? Como sociedad y como cultura. No quisiera creer que el pragmatismo imperante en esta economía rentista y sociedad petrolera nos ha vuelto a la mayoría en simples logreros y en donde la viveza y la maraña hayan pasado a formar parte de nuestra naturaleza social y que nos haya colocado en los vergonzantes primeros lugares de la corrupción en el mundo.
No quisiera terminar mi ponencia con una nota de pesimismo, sino seguir creyendo en la posibilidad de recuperar la educación y la política como oportunidades reales de superación humana y liberación. Hay que educar en y para la vida; hay que orientar el principal esfuerzo hacia la educación popular y la formación para el trabajo, en fin, estamos obligados a participar en la construcción de un nuevo humanismo que nos permita aspirar a una Venezuela mejor y construir un sistema educativo, a partir de los éxitos logrados y con las correcciones necesarias. La educación debe convertirse en el medio que una a todos los venezolanos en una visión y un proyecto compartido de país.
En Venezuela hemos practicado un populismo educativo que ha privilegiado la cantidad a la calidad y en ese crecimiento aluvional dejamos de pensar en los dos protagonistas fundamentales del hecho educativo, el estudiante, abandonado a su suerte, y el docente, descuidado en su formación, de allí la importancia de recuperar el concepto de prosecución y calidad educativa y con respecto al magisterio son estimulantes y marcan una guía las siguientes palabras de Benedicto XVI. “Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad de todo buen educador”.
viernes, 13 de abril de 2012
Ruta electoral
En una sociedad democrática los procesos electorales son necesarios e inevitables, a pesar de sus imperfecciones y limitaciones y particularmente son perentorios durante las crisis políticas como es el caso venezolano. La sociedad venezolana va a participar mayoritariamente en tres procesos electorales, el 7 de octubre de este año, así como en diciembre y en abril del próximo año. Nuestra fe en los procesos electorales esta tan desarrollada que fué lo que abortó y permitió evitar una crisis en la intentona golpista del 4 de febrero de 1992, así como en el rechazo y fracaso de la otra intentona del 11 de abril de 2002. En esta coyuntura electoral no sólo está en juego el poder y el dilema estratégico de continuar con un gobierno fracasado o abrir alternativas ciertas de cambio. La situación es y será difícil, tanto en lo económico como en lo social, pero para eso existe la política y así tiene que entenderla ambos sectores tanto del gobierno como de la oposición y propiciar y permitir un diálogo constructivo necesario. La oposición y su candidato presidencial parecen haberlo entendido y de allí la inteligente estrategia electoral de no confrontar sin dejar de denunciar, al mismo tiempo que se predica y practica un lenguaje de paz y respeto. Nos hace falta a todos los venezolanos volver a creer y practicar la convivencia en la diversidad y a compartir un futuro, sin dogmas ideológicos y sin fundamentalismos de ningún tipo. Necesitamos el retorno de la “real politik”, regresar a un sano realismo político y porqué no a un pragmatismo necesario, sin menoscabo de los principios e ideales y hasta de las utopías que cada sector profese. La política por definición siempre se ha movido entre el ser y el deber ser.
En nuestra apreciación la oposición tiene una excelente oportunidad de victoria, tal como lo testimonian sus 3 millones de votos que participaron en las primaras para elegir al candidato y estamos seguros que los candidatos a gobernadores y los 335 candidatos a alcalde constituyen un formidable equipo de liderazgo conjuntamente con el candidato presidencial sustentado en un cambio generacional y una voluntad de cambio innegable. La política ha vuelto a fluir por lo menos en los campos de la oposición ya que lamentablemente en el sector oficialista la autocracia prevalece tanto en el gobierno como en el partido. En la política de nuestro tiempo no hay espacio para el mesías, todos los liderazgos son temporales y los equipos políticos son alternativos. La llamada ruta electoral no va a ser fácil, hay muchas tensiones en curso y para la oposición desventajas evidentes, a pesar de lo cual no podemos dejar de ser optimistas y pensar que mejores tiempos están por llegar.
En nuestra apreciación la oposición tiene una excelente oportunidad de victoria, tal como lo testimonian sus 3 millones de votos que participaron en las primaras para elegir al candidato y estamos seguros que los candidatos a gobernadores y los 335 candidatos a alcalde constituyen un formidable equipo de liderazgo conjuntamente con el candidato presidencial sustentado en un cambio generacional y una voluntad de cambio innegable. La política ha vuelto a fluir por lo menos en los campos de la oposición ya que lamentablemente en el sector oficialista la autocracia prevalece tanto en el gobierno como en el partido. En la política de nuestro tiempo no hay espacio para el mesías, todos los liderazgos son temporales y los equipos políticos son alternativos. La llamada ruta electoral no va a ser fácil, hay muchas tensiones en curso y para la oposición desventajas evidentes, a pesar de lo cual no podemos dejar de ser optimistas y pensar que mejores tiempos están por llegar.
Reconciliar las herencias
Hay un paso civilizatorio que no terminamos de dar como sociedad y es superar la memoria traumática del pasado y asumirnos reconciliados y reconocidos de cara al futuro. En nuestro mestizaje creador se debe asumir toda nuestra carga genética y cultural sin traumas. Todos los pueblos exitosos de la tierra, los que logran sobrevivir a su endogamia, son producto de la violencia permanentemente presente en la historia, en donde un grupo violenta y sojuzga a otro grupo, pero que a la larga terminan mezclándose y pasan a un estadio superior civilizatorio. Así ha sido siempre y así seguirá siendo, sobran los ejemplos. Inglaterra es uno de ellos, habitada por tribus aborígenes fue invadida y saqueada por vikingos, daneses, sajones, normandos y anterior a ellos, fueron conquistados por los romanos, creándose el gran mestizaje británico que nutre y amalgama esa poderosa nacionalidad y de la cual surge la Inglaterra imperial entre el siglo XIII y XIX, sin traumas y sin ser prisionera de su propio pasado. ¿En América Latina no deberíamos hacer lo mismo?. Dejarnos de tanto resentimiento y odio retrospectivo e integrar en nuestras realidades del presente a indígenas, hispanos, europeos y africanos, sin complejos y sin odios retrospectivos cultivados. Si no lo hacemos es difícil superar nuestra orfandad psíquica y nuestros complejos de inferioridad, condiciones psicológicas negativas para lograr un verdadero desarrollo y un futuro que nos pertenezca plenamente. La identidad histórica de una sociedad es un proceso acumulativo de éxitos y fracasos y es una identidad dinámica que se va construyendo y desarrollando en el tiempo y al final lo importante en la memoria colectiva no tanto es compartir un pasado como un presente y un futuro. En América Latina la herencia indígena tiene que ser recuperada a plenitud y sin complejos igual que la africana pero quien duda de la supremacía a nivel institucional y cultural de la herencia hispana y europea: nuestra lengua, nuestra religión dominante y casi todas nuestra instituciones y con el tiempo todo ello deja de representar un origen y se convierten en parte constitutiva de nuestra identidad, de la cual ni hay que avergonzarse y mucho menos negar, y ese es el reto, asumirnos en nuestra prodigiosa y rica diversidad y repetir con Vasconcelos que nos hemos constituido en una raza cósmica, es decir en pueblos síntesis de todo el planeta y ersa es una ventaja particularmente en este mundo globalizado.
Sociedad cerrada
La sociedad venezolana tiene sus propias complejidades, a pesar de no exceder los 30 millones de habitantes. Como país petrolero y beneficiario de una generosa renta por más de un siglo, hemos tenido muchas ventajas, pero al mismo tiempo hemos desarrollado algunas características inconvenientes como sociedad. Una de ellas es la debilidad y vulnerabilidad de nuestra legalidad e institucionalidad. Sobre esta precariedad tienden a prevalecer las relaciones personales y las relaciones de interés tienden a predominar absolutamente. Todo ello nos constituye en una sociedad “familiar”, clánica o tribal. Lo importante es el grupo o la “rosca”, dentro de ella todo, fuera de ella, nada. En este sentido seguimos siendo una sociedad poco evolucionada y bastante primitiva. El individuo confía poco en las leyes y las instituciones y no confía en nadie fuera de su entorno de complicidades. En nuestro país todo se mueve y se logra casi todo por las relaciones personales que se tengan. Mientras tengamos un familiar, un compadre o comadre o un amigo, estamos bien, todo o casi todo puede ser manejado y solucionado a este nivel. Sabemos que nos van a ayudar y a salir del “problema o a resolver” no importa si ello sea lícito o ilícito, legal o ilegal. En este tipo de sociedades la moral y la ética personal siempre o casi siempre se subordina al grupo, de allí el dicho que el que le pega a su familia se arruina, así como la frase que la ropa sucia se lava en casa. Todo lo anterior configura una sociedad fuertemente anacrónica que no termina de ingresar y asumir la modernidad, basada ésta, en una racionalidad sustentada en la ley y las instituciones, así como en la confianza. En este sentido, la conquista cívica y civilizatoria más importante para una persona es el “yo soy responsable” frente a todos los demás. Las relaciones sociales, así como la convivencia ciudadana tiene que desarrollarse a partir de esta “impersonalidad de la ley”, así como, sobre nuestras convicciones que vayan más allá de los intereses particulares y en donde la solidaridad y el bien común deben prevalecer en todo momento y sobre toda circunstancia. No tenemos otra alternativa que superar nuestra condición de sociedad cerrada y propugnar el concepto de sociedad abierta, inclusiva, pluralista y solidaria.
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