martes, 14 de junio de 2005

Documentos del Magisterio



La iglesia vino con vocación de eternidad y trascendencia pero anclada firmemente en el aquí y en el ahora, ella es profundamente histórica, encarnada en el tiempo y en el espacio, y siempre tratando de vivir a la altura de los tiempos interpretando los múltiples signos de estos.
En este sentido es que en los últimos 50 años cobra particular significación  el Concilio Vaticano II y los papados de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.
Esta es una iglesia profundamente “aggiornata”, en conexión y sintonía permanente con el mundo y los difíciles y complejos tiempos que corren.
Entre los muchos documentos que se han elaborado al respecto destacan de manera  particular la Constitución Gaudium et Spes (La iglesia en el mundo de hoy, del Concilio Vaticano II)  y la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae (Desde el corazón de la Iglesia, sobre las Universidades Católicas) y la Carta Encíclica Fides et Ratio (Fe y Razón).
Textos claros para entender esta Iglesia Moderna, en tensión hacia adentro de sí misma y en  relación al exterior, plagada de amenazas y conflictos.
La lectura, discusión y meditación de los mismos, que la UNICIR facilita al publicarlas, permitirá profundizar la comprensión y el compromiso de todos  frente a realidades tan complejas y cambiantes como la cultura, la educación, la ciencia y tantos otros problemas que agobian, angustian y desorientan a todos los seres humanos en este comprometido y fascinante comienzo de Centuria y de Milenio.
La Universidad Católica Cecilio Acosta inicia esta nueva colección Documentos del Magisterio también en memoria del gran Papa Juan Pablo II.

lunes, 13 de junio de 2005

El Cardenal Quintero


Prelado. Primer cardenal de la Iglesia venezolana (1961). Hijo de Genaro Quintero Dávila y de Perpetua Parra Parra. Adolescente, ingresó al Seminario Menor de Mérida, regido en la época por el presbítero Enrique María Dubuc, futuro obispo de Barquisimeto. En dicho centro de estudios realizó todo el curso de humanidades y al finalizarlo, recibió el título de bachiller en filosofía. Fue enviado luego a seguir estudios filosóficos y teológicos en la Universidad Gregoriana de Roma, siendo huésped del colegio Pío Latinoamericano de esa ciudad. En 1926, obtiene el título de Doctor en sagrada teología. Retorna a Venezuela y en Mérida, de manos del nuncio apostólico monseñor Felipe Cortesi, recibe la ordenación sacerdotal (22.8.1926). Vuelve a  Roma a continuar sus estudios de derecho canónico, los cuales culmina en 1928, año en que comienza su misión sacerdotal. Su primer destino es teniente cura de Santa Cruz de Mora (Edo. Mérida); y luego el arzobispo metropolitano de Mérida, monseñor Acacio Chacón, lo designa como su secretario de cámara y gobierno y además es maestro de ceremonias de la catedral, vicario general del arzobispado y canónigo magistral del Cabildo Eclesiástico de Mérida. Por varios años, será jefe del servicio de las capellanías militares, institución que ayuda a organizar. En 1953, es nombrado arzobispo titular de Acrida, coadjutor, con derecho a sucesión, del arzobispo de Mérida Acacio Chacón y es consagrado en Roma el 6 de septiembre de 1953. Con motivo del fallecimiento de monseñor Rafael Arias Blanco, es designado por el papa Juan XXIII como nuevo arzobispo de Caracas, el 31 de agosto de 1960 y el 16 de enero de 1961, es elevado a la dignidad de cardenal, siendo el primero en la historia de la Iglesia venezolana. Durante su episcopado, se concretaron las negociaciones que llevaron a la firma del convenio  entre el Gobierno venezolano y la Santa Sede, que determina en la actualidad las relaciones entre la Iglesia católica y la República de Venezuela (6.3.1964). El cardenal Quintero rigió la diócesis caraqueña hasta el 24 de mayo de 1980, en que fue aceptada su renuncia debido a quebrantos de salud. Desde 1972, se había separado del Gobierno arquidiocesano, que ejerció monseñor José Alí Lebrún, como administrador apostólico y coadjutor con derecho a sucesión. Desde su juventud, el cardenal Quintero fue un cultor de las letras. Entre sus más importantes discursos se encuentran los que pronunció en Mérida con ocasión del centenario de la muerte del Libertador (diciembre 1930): Bolívar magistrado católico y Ante la tumba de Bolívar. El Gobierno del estado Mérida, publicó, en 3 volúmenes, la mayoría de sus discursos tanto eclesiásticos como patrióticos. En 1961, fue elegido individuo de número de la Academia de la Historia, a la cual se incorporó con una investigación sobre el obispo Gonzalo de Angulo. Fue también numerario de la Academia Venezolana de la Lengua (16.7-1979). Además de los 3 volúmenes de sus Discursos, su bibliografía se complementa con trabajos sobre historia eclesiástica de Venezuela, sobre Bolívar y con varios libros de memorias.

El Cardenal Quintero (1902-1984) vivió casi todo el siglo XX venezolano con la intensidad e inteligencia de un ser humano excepcional sin menoscabo de su humildad y sencillez. Su vida y su obra (no podía ser de otra manera) está marcada por su siglo, un siglo estelar en el devenir nacional. Un tiempo fronterizo entre la Venezuela arcaica y rural y la Venezuela petrolera, urbana y moderna de nuestros días.
Las tentaciones y conflictos sociales y políticos reflejados en fechas tan emblemáticas como 1936- 1945- 1947- 1958; los difíciles 60 y la crisis oficializada en 1983, marcan la vida de este sacerdote ejemplar y el liderazgo en una iglesia profundamente fortalecida, en la misma medida que supo leer los signos de los tiempos y actuar en consecuencia. En términos simbólicos, el hecho de haber sido nombrado Cardenal por Juan XXIII, el primero venezolano, en plena aurora del Concilio Vaticano II, lo convirtió quizás en el sacerdote que mejor expresa a la Iglesia venezolana en el siglo XX, con sus virtudes y contradicciones pero sin lugar a dudas con grandes aciertos y logros institucionales y religiosos para un mejor servicio a la Iglesia y al país, que él nunca disoció en sus afectos, preocupaciones y trabajos.
Con esta biografía  que hoy se presenta, Venezuela asume de manera plena a uno de sus buenos hijos y cuyo ejemplo, sin lugar a dudas, servirá para seguir escribiendo la biografía de la patria en un tomo de futuro y esperanza.

jueves, 2 de junio de 2005

Palabras sobre el Libro



Este libro terminó perteneciéndole a mucha gente, a los que me oyeron hablar de estos temas en las aulas de clase, en Conferencias y Foros públicos.
A mis amigos, con los cuales conversamos permanentemente sobre estos y otros temas.
A Valmore Muñoz, Mariela Puerta y Piero Arria, que escribieron textos sobre el material aquí presentado.
A José Luis Monzant por sus palabras lúcidas y generosas.
A Miguel Ángel Campos y Norberto Olivar que se han convertido en los “verdaderos autores” de mis últimos tres libros, al igual que Adriana Morán y a la Universidad Católica Cecilio Acosta que me ha permitido seguirle sirviendo a esta ciudad.
A Lilia, siempre conmigo, y a toda mi familia.

Palabra, Escritura y Compromiso



I
Este libro es profundamente existencial y explica algunas convicciones acumuladas a través del tiempo que parten de los lejanos años 60 del siglo XX. Creíamos y creemos en el compromiso, es decir, en una existencia comprometida con lo mejor del ser humano: valores, ideales, creencias y en una existencia digna y libre; en una necesidad de honestidad e integridad personal, aunque nos obliguen a ir contracorriente; un combate indoblegable contra la cobardía moral y la subordinación acomodaticia a los intereses creados y a los que mandan.
De alguna manera es el “hombre rebelde” de Camus, irreverente, libertario y esperanzado que no quiere rendirse ni a la edad ni a las circunstancias, que quiere sumar su esfuerzo en la lucha permanente por un mundo mejor y que evita el encasillamiento político e ideológico.
Prometeo, Fausto y el Quijote son otros símbolos que admiramos y nos expresan en un diálogo con el mundo, no exento de contradicciones y derrotas, pero siempre dispuestos a levantarse como el ave fénix. Muchos de mi generación creyeron en estas cosas.
Se asumió el combate por la historia y por la vida creyendo firmemente que se podía cambiar el mundo y la vida, lo seguimos creyendo aunque la edad a veces nos hace desarrollar cierto escepticismo al respecto.
Primero fue la palabra, la acción nos urgía en una sociedad y en un tiempo irrepetible, aunque la mayoría de sus miserias y limitaciones siguen presentes. La vida nos impulsa y la realidad nos condiciona; en nuestro caso, la política, no fue tanto la búsqueda de representación y poder sino la oportunidad de servir, ser útiles. Después fue la escritura, el mismo combate y el mismo propósito, hasta que la vida nos alcance.