El siglo XX es susceptible de muchas interpretaciones y quizás sea ecesario que transcurra más tiempo para afinar nuestra lucidez y comprensión del mismo. Entre los muchos fenómenos de carácter histórico que se hicieron presente en ese siglo, sin lugar a dudas la aparición de las masas como actores políticos fue uno de ellos, así lo vieron muchos autores y en particular Elias Canetti con su fundamental libro “Masa y Poder” y J. Ortega y Gassett con su emblemático libro “La rebelión de las masas”. Con el siglo se llegó a la conclusión que las masas no hacen la historia pero sin ellas no hay historia posible; así lo entendió el presidente Wilson, pero fundamentalmente Lenín y Mao y también Hitler y Mussolini; con las masas, se hacia la patria y se hacia la revolución; dos fuerzas tremendas y terribles que atravesaron el siglo XX como ideología, el nacionalismo y la revolución sembraron de esperanza la historia de los pueblos pero también de violencia, sangre y destrucción.
Hoy por hoy ambas ideologías lucen agotadas, aunque sobrevivan cien años; son estructuras y teorías anacrónicas; el Estado Nacional o se asume en la globalización o no tiene vida; hoy tenemos a la Unión Europea, sin ella, ni Francia, ni Italia, ni España, ni Alemania, ni Inglaterra y mucho menos los demás países tendrían viabilidad, o se unen o perecen. Entramos de lleno en el siglo XXI en los Estados Continentales, tipo Estados Unidos, Rusia, China, India, Brasil; los demás o se integran o se satelizan, como está ocurriendo en América Latina con Uruguay, Bolivia, Suriname con respecto a Brasil; ni hablar de Centroamérica y el Caribe, con respecto a Estados Unidos.
El mundo, la geopolítica y la historia, indetenibles, se deslizan hacia la integración de bloques y superestados, con conflictos crecientes hacia fuera y hacía adentro.