Cada tanto tiempo surge el tema del
golpe de estado en nuestro país, por lo menos a nivel mediático.
Henrique Capriles Radonski en su reciente visita a Miami se pronunció
al respecto de manera categórica y rechazó de manera firme
cualquier posibilidad y de allí que afirmara de manera rotunda, y a
mi juicio conveniente, que bajo ninguna circunstancia le conviene al
país un golpe de estado.
Por el lado del oficialismo llamó
mucho la atención una declaración de Diosdado Cabello con motivo
del reciente viaje de Maduro a China y antes que este abordara el
avión Cabello le garantizó que se fuera tranquilo porque aquí
nadie le iba a dar un golpe de estado. Despierta curiosidad la
obsesión por el tema de algunos personeros del oficialismo, incluido
el fallecido presidente que permanentemente se referían al golpe de
estado convirtiéndolo en un tema recurrente de su discurso oficial.
No sé si esto ocurre de manera consciente o inconsciente viniendo de
quienes montan su proyecto hegemónico a partir de una larga
conspiración que culminó en un golpe de estado afortunadamente
fallido. Tampoco me luce casual la glorificación del 4 de febrero
como ícono y mito fundacional del actual proyecto político
dominante.
Para cualquier examen racional del
tema es claro que el golpe de estado como proyecto político es más
factible encontrarlo en los sectores militares y entornos cercanos
que en el mundo civil y político partidista. Igualmente creo que
es un secreto a voces que existen grupos minoritarios radicales tanto
en los sectores del oficialismo como en algunos sectores de oposición
que pudieran estar estimulando este tipo de acciones, y dejar en un
segundo lugar el proceso político democrático electoral que a mi
juicio cuenta con mayoría determinante tanto en la oposición como
en el oficialismo. De allí la importancia de un pacto social o
compromiso público a favor del sistema democrático y las vías
electorales sustentados en el reconocimiento y respeto del
adversario, el pluralismo ideológico y político y el diálogo
fecundo y necesario. Contra esto conspira no solamente el
radicalismo de algunos sino la propia historia y particularmente la
nuestra que ha tenido una debilidad permanente hacia los atajos
golpistas y dictatoriales.
Ojalá sirva de advertencia lo que
está sucediendo en el Medio Oriente, en Egipto y con dramatismo
creciente en Siria, cuando el protagonismo político se centra en lo
militar y se abandonan las vías pacíficas y democráticas. En
Venezuela no tenemos alternativas sino apostar a la democracia y la
vía electoral y rechazar de manera absoluta cualquier desviación
golpista.