El
hombre moderno, consciente o no de ello, expresa fundamentalmente las
ideas de la ilustración, que giran en torno a los conceptos de
progreso y felicidad. La primera asume que gracias a la tecno-ciencia
el futuro siempre es mejor que el pasado, y con respecto a la
felicidad, ésta es un derecho humano fundamental y se materializa en
la idea de felicidad objetiva, entendida como progreso material y
felicidad subjetiva, que serían indicadores de oportunidad y
satisfacción general de necesidades y expectativas.
En
esta perspectiva, a pesar de las dificultades del presente, el futuro
siempre llega y además podemos “construirlo”. Esta filosofía y
mentalidad explica que a pesar de las dificultades siempre en algún
momento podrán ser superadas.
La
“crisis” es asumida como desafío y oportunidad, a pesar que
sabemos que las crisis son producidas por nosotros mismos, por
decisiones y actos humanos; de igual manera racionalmente las crisis
pueden ser explicadas en sus causas, efectos y contextos. La crisis
de los últimos años (1983-2016) puede ser asumida como una crisis
histórica sistémica, el agotamiento del modelo rentista petrolero
cuyas manifestaciones tempranas se remontan a finales de la década
de los 70 del siglo pasado, cuando el llamado primer boom petrolero
crea una abundancia fiscal de tal magnitud, que las élites
gobernantes no supieron administrar con sentido común y que desbordó
al estado y a la sociedad imposibilitados de “metabolizar” tal
abundancia y crearon distorsiones de todo tipo: económicas,
sociales, políticas, culturales y morales. La “gran Venezuela”
terminó siendo una estafa histórica y un fraude monumental igual
que con el segundo boom petrolero que le tocó administrar a este
régimen, reiteraron el error con la peregrina y aventurera idea de
país-potencia. De alguna manera enloquecieron los gobiernos y
enloqueció la sociedad, por la abundancia, el facilismo y la
corrupción. Perecimos por comodidad y complicidad.
El
desarrollo de la crisis tuvo manifestaciones visibles indiscutibles.
En 1983, con el “viernes negro”, empieza la devaluación de
nuestra moneda que ha continuado hasta el presente alcanzando niveles
catastróficos. En 1989, la explosión social, simbolizada en el
Caracazo, y la conspiración de las logias militares y sectores de
izquierda.
En
1992 las intentonas golpistas y posteriormente el enjuiciamiento y
destitución del presidente de la República, y en 1998 el triunfo
electoral del comandante golpista. Todos estos hechos y
circunstancias condujeron en los últimos 17 años a este régimen
destructor de la institucionalidad democrática y del tejido social y
que terminó arruinando a la economía y a la sociedad, régimen que
por comodidad teórica, sin analizar, entro a calificar como
fascio-comunismo o una revolución-reaccionaria.
A
pesar de todo y para ser fiel al título, el país saldrá de ésta y
recuperaremos a plenitud democracia y prosperidad, al fin de cuentas,
siempre ha sido así, cada tanto tiempo a cada sociedad le toca vivir
esta historia cíclica de tiempos malos y tiempos buenos. En lo
personal apuesto a lo último y en un plazo relativamente breve.