Inaugurándose el siglo XXI, la
humanidad ha conquistado la posibilidad práctica de ofrecer
educación de calidad para todos, tal como lo pronosticó, en su
momento Comenio (1592-1670), educación de todo para todos. Lo
anterior no significa que la tarea está hecha, al contrario, en cada
país el sistema educativo tiene sus éxitos y sus omisiones o tareas
por cumplir. En nuestro país, a pesar de que tenemos Universidad
desde el siglo XVIII y el famoso decreto guzmancista de 1870,
decretando la primaria obligatoria, hay que esperar al siglo XX y
concretamente a 1936 con la creación del Instituto Pedagógico
Nacional y la misión chilena para poder hablar de un proyecto
educativo de Estado, que aunque sin continuidad gubernamental y con
experiencias incompletas y limitadas, en general puede considerarse
exitoso en lo fundamental. Si nos limitamos al sector universitario y
particularmente a las llamadas universidades históricas o autónomas,
éste estaría representado fundamentalmente por la Universidad
Central de Venezuela (UCV); la Universidad de los Andes (ULA); la
Universidad del Zulia (LUZ); la Universidad de Carabobo (UC) y
posteriormente por la Universidad de Oriente (UDO) y la Universidad
Simón Bolívar (USB) hasta configurar un sistema de más de 170
instituciones de educación superior, de las cuales 24 son de gestión
privada, incluidas las católicas o de inspiración cristiana, con
una matrícula en el 2012 de 320 mil estudiantes aproximadamente de
los cuales 67 mil corresponden a las últimas nombradas.
De acuerdo al Dr. Jaime Requena,
y en función de la
“estadística oficial
correspondiente al año 2008/2009: hay 48 Universidades en total, 22
de las cuales son de gestión pública y 26 de gestión privada, con
1.222.000 estudiantes. Unos 77.826 docentes; 52.983 en las públicas
y 11.495 en las privadas. 5.851 profesores a dedicación exclusiva y
2.385 a tiempo completo, datos que sólo incluyen al sector público
y por categoría se identifican 13.000 instructores o asistentes;
9.000 agregados, 4.000 asociados y 3.000 titulares, de éste total
sólo un 8% está dedicado a la investigación, sin ponderar la
pertinencia e influencia que éstas puedan tener, concluye el Dr.
Requena con una afirmación que compartimos “Cada día nuestras
universidades públicas se tornan en diseminadoras de conocimiento y
no en sus productoras... un 92% de los docentes universitarios,
simplemente se dedican a transmitir conocimiento que otros generan
allende.” 1
En la discusión universitaria 2
temas son recurrentes, la pertinencia de las instituciones y la
calidad de la educación que se imparte en ellas. Con respecto al
primer punto es frecuente abordarlo desde la perspectiva e influencia
política y social que éstas han ejercido directa o indirectamente,
y en cuanto al segundo punto se tiende a abordarlo desde la
pertinencia científica y su impacto social. Desde mi punto de vista
las universidades han sido particularmente exitosas y protagónicas
en ciertos momentos políticos importantes como lo fueron en la
insurgencia y resistencia a la dictadura de Juan Vicente Gómez y
Marcos Pérez Jiménez aunque a partir de la década de los 70 y 80
se vive un proceso de auto marginación progresiva de su influencia
en la vida política hasta resurgir con fuerza relativa en el 2007
con un vigoroso aunque minoritario movimiento estudiantil cuyos
dirigentes rápidamente derivaron hacia el activismo político
insertándose en los partidos políticos. En lo social, sin lugar a
dudas, las universidades directa e indirectamente y en especial a
través de sus egresados, fueron el motor principal de nuestros
programas de desarrollo y modernización y ayudaron a configurar la
dinámica y compleja realidad urbana y sus clases medias. La
universidad entra en mengua en su rol sociopolítico en los últimos
30 años y no es casual que coincida con el decaimiento del debate
ideológico, político, científico y filosófico que pareciera
haberse ausentado del claustro universitario, sustituido por una
visión más pragmática de la realidad intra y extramuros y una
masificación, positiva en si misma, pero que termina sacrificando lo
importante por atender las urgencias del día a día, con una
repercusión directa en la calidad y pertinencia académica. Hoy por
hoy la Universidad venezolana problematizada en todo sentido, con un
marco jurídico-político precario y anacrónico caracterizado por la
incertidumbre, enfrenta el desafío del porvenir, cabalgando sobre
una globalización inevitable y un reto tecno científico que no
terminamos de asumir a plenitud. En el campo científico, la
Universidad ha hecho un gran esfuerzo pero no suficientemente
satisfactorio y es que el modelo, la tradición y la cultura
imperante tienden a privilegiar el modelo docente y
profesionalizante. De la investigación se tiende más a hablar de
ella que hacerla y algunos indicadores así lo demuestran. Si
nuestros términos de comparación son los países avanzados y
aplicamos el criterio del número de investigadores por número de
habitantes, en Venezuela tendríamos un déficit de 76.000
investigadores y si nos comparamos en América Latina el déficit es
de 20.000 investigadores.2
En 1990 se crea el Programa de
Promoción del Investigador (PPI); éste es un buen ejemplo exigido
en su momento por la propia comunidad científica y la presión
social y gubernamental sobre las Universidades para la necesaria
rendición de cuentas y que permitió desarrollar este importante
programa y del cual referimos algunos indicadores que registra en un
primer momento a 741 investigadores acreditados, encabezando la
estadística la UCV con 223 y la Universidad de los Andes con 113,
seguidos por LUZ con 36. Éste programa fue cancelado en el 2011 y
sustituido por el Programa de Estímulo a la Innovación (PEI)
fuertemente condicionado y a mi juicio comprometido con la línea
política e ideológica del actual gobierno. Para el momento de su
cancelación el PPI estaba encabezado por LUZ con 1044
investigadores, la ULA con 1035 y la UCV con 731.3
Otro indicador importante “es
el número de artículos publicados con un firmante venezolano en
revistas del ISI Web of Knowledge el cual ha decrecido un 15% desde
los 968 de 2006 hasta los 831 en 2008... y agrega el mismo autor que
el programa gubernamental Misión Ciencia parece estar favoreciendo a
las Universidades afines al régimen y penalizando gravemente a las
no afines”.4
De los investigadores
pertenecientes a las Universidades nacionales el 37,4% corresponde al
área de Ciencias médicas, biológicas y del agro. Un 27% a las
ciencias físicas, químicas y matemáticas. Un 20% a las ciencias
sociales y un 18,6% a las ingenierías, tecnología y ciencias de la
tierra.5
Toda esta realidad expresada de
manera estadística tiene su reflejo en el ranking iberoamericano SIR
2011, establecido sobre los siguientes indicadores: Producción
Científica (PC); Colaboración Internacional (CI); Calidad
Científica Promedio (CCP) y Porcentaje de Publicaciones en Revista
del Primer Quartil SJR (1Q). En los primeros lugares se ubica la
Universidad Nacional Autónoma de México; la Universidad Estadual de
Campinas y la Universidad Federal de Río de Janeiro. En el número
72 de Iberoamérica y 33 de América Latina aparece la Universidad
Central de Venezuela. La Universidad Simón Bolívar en el puesto 101
de Iberoamérica y 50 de América Latina y ésta ilustre Universidad
de los Andes en el 102 de Iberoamérica y 51 de América Latina.
En el modelo científico de
universidad, la función que se privilegia, es sin lugar a dudas y de
manera práctica, la de crear y comunicar conocimiento. Entre
nosotros esto no ha sido así. La modernidad de la Universidad
venezolana y en general de nuestra educación se ubica a partir de
1936, por aquello que dijera el ilustre merideño Mariano Picón
Salas, que nuestro siglo XX comienza en 1936 a la muerte del dictador
Juan Vicente Gómez en 1935. Para ese año sólo funcionaban 2
universidades, la Universidad Central de Venezuela reabierta en 1922
y ésta Universidad de los Andes. En total el país contaba con 1000
estudiantes aproximadamente y 100 profesores lo que explica la
posición pesimista de Razetti expresada en 1915 al inaugurarse el
curso de Clínica Quirúrgica, citado por Jaime Requena,
“En nuestro país la misión
del profesorado científico está perfectamente determinada. Nosotros
no podemos ser maestros originales fundadores de teorías científicas
nuevas, porque nuestra instrucción se ha desarrollado en un medio
pobre, desprovisto de los recursos que la riqueza y la tradición han
acumulado en los centros intelectuales de Europa, genitores del Arte
y de las Ciencias. Así vemos que no obstante lo extenso y complicado
de nuestra patología regional, nuestro caudal científico es todavía
demasiado reducido para poder servir de base a la formación de una
ciencia médica nacional propia y original. Tenemos pues,
necesariamente que limitarnos a repetir lo que los grandes maestros
enseñan, procurando explicar a nuestros discípulos la ciencia tal
como sale formada de las mejores escuelas extranjeras, nuestra
libertad se reduce a escoger lo que consideramos mejor según nuestro
criterio personal para interpretar los hechos a la luz de las
doctrinas consagradas por el éxito y demostradas por la
experiencia.”
Este pesimismo explicable del
eminente Dr. Razetti afortunadamente hoy no es totalmente cierto,
porque algo se ha avanzado en el desarrollo de un pensamiento
científico nacional aunque lamentablemente no ha sido el deseable a
pesar de las oportunidades y recursos que se han tenido. Extremando
mi provocación diría que en lo fundamental el Dr. Razetti
lamentablemente sigue teniendo razón.
Si vinculamos, como debe ser el
desarrollo científico con la educación, ésta comienza su expansión
democrática y democratizadora a partir de 1958 y así observamos
cómo de manera continua, a veces aluvional e improvisado, la
educación y la Universidad se convierten y constituyen en el
principal soporte de nuestra evolución social y desarrollo
económico. “Se logró reducir el analfabetismo de un 48,8% en el
año 1950 a 34,8% en el año 1961; 22,1% en el año 1971; y 14,1% en
la década de los 80 y un 8% para finales de siglo” (Jaime
Requena). y si creemos en las estadísticas del actual gobierno el
analfabetismo está erradicado de Venezuela. “La matrícula
universitaria creció 2183% entre 1958 y 1975 y 372% entre 1975 y
1998. En 1950-1951 teníamos 6.901 estudiantes y casi 1000 docentes”
y actualmente tenemos 2 millones de estudiantes aproximadamente, un
evidente éxito de la sociedad venezolana y no sólo de sus diversos
gobiernos.
En este proceso de medio siglo
largo, de crecimiento cuantitativo-cualitativo (de acuerdo al llamado
evolucionismo orgánico que postula la fórmula a la calidad por la
cantidad) Venezuela ha progresado en todo sentido y en materia
científica y técnica también lo hemos hecho. En 1967 se crea el
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas
CONICIT. En 1974 se crea el INVEPET (Fundación para la Investigación
en Hidrocarburos y Petroquímica), la cual cambia su denominación en
1976 a INTEVEP manteniendo su figura jurídica de fundación. En el
2006 se promulga la Ley Orgánica de Ciencia Y Tecnología (LOCTI)
muy auspiciosa en sus comienzos y rápidamente distorsionada por
razones políticas. En este medio siglo el principal esfuerzo en
investigación ha sido soportado por las Universidades ya citadas con
un 33% de investigadores en el área de Ciencias Sociales,
Humanidades y Artes y un 24% en áreas médicas y biomédicas, donde
se concentra la mayor producción (Jaime Requena) y aportes con
proyección internacional importante.
En la Constitución de 1999 se
asumen 2 iniciativas estratégicas de gran importancia y una vieja
aspiración de nuestras universidades como lo era dar rango
constitucional al principio de la autonomía universitaria y la
creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnologías, lamentablemente
en ambos casos, en la práctica, han terminado siendo simples
declaraciones de buena voluntad incumplidas e irrespetadas
reiteradamente por un gobierno que pareciera no creer ni en la
autonomía, ni en la Universidad autónoma ni en la Ciencia y la
Tecnología como soportes reales de un desarrollo moderno,
republicano y democrático.
El otro aspecto que habría que
abordar lo hace el Dr. Orlando Albornoz en sus dos últimos libros6
. El autor habla del
impacto de la investigación científica y técnica en una sociedad
determinada y al efecto dice: “el papel de la producción de
conocimientos, el papel de las ciencias en una sociedad depende
directamente de la capacidad de absorción del aparato productivo y
de las innovaciones producidas”, es decir, el impacto en general
sobre toda la sociedad y en todos sus aspectos de la tecno ciencia.
Un buen ejemplo en mi campo profesional es la investigación
histórica-histioriográfica y su influencia, que de alguna manera,
llega a determinar o condicionar la conciencia colectiva en función
de los intereses dominantes y la subjetividad del investigador.
La investigación o el proceso de
creación y producción del conocimiento tiene que ser
contextualizada adecuadamente para entender “el clima” que
facilite o dificulte dichos procesos, en nuestro caso las
instituciones y políticas al respecto tienden a burocratizarse y a
desviarse de sus propósitos originales y la parte administrativa de
los mismos, se vuelve lenta, pesada y llena de obstáculos para el
investigador. Talento y creatividad son necesarios en el
investigador, igual que vocación y condiciones adecuadas y entre
nosotros y en nuestras universidades, no terminamos de entenderlo. En
este sentido creo útil esta definición de vocación-profesión que
hace Jacques Derrida “profesar un conocimiento con maestría”.
El investigador nace y se hace y
es por ello que toda política de promoción de la investigación y
la innovación debe partir siempre del investigador promoviendo los
estímulos y facilidades correspondientes.
El clima de libertad, autonomía
y cambio es fundamental para propiciar la vocación permanente y el
cumplimiento de los fines teleológicos de la Universidad que no son
otros que la propia libertad, la búsqueda de la verdad y la
dignificación permanente de los seres humanos. Ésta Universidad
esencial si así puede decirse, en el 2088 cumple su primer milenio.
En el tiempo largo de 10 siglos, la Universidad, de origen europeo,
se globaliza, se masifica y se hace una y diversa. De la Universidad
a la multiversidad en la cual, durante cada época, se plantean sus
propios retos y desafíos, de orden histórico y sociocultural, así
como académicos, administrativos y tecno científicos.
El llamado modelo
profesionalizante así como el científico —que gira en torno a la
investigación— no desaparece, pero ya no es suficiente para
definir el modelo universitario, cuyo reto principal es el inevitable
y necesario crecimiento cuantitativo de la matrícula estudiantil y
del número de profesores.
La educación superior en el
siglo XX dejó de ser una educación de minorías y de élites y se
masifica, multiplicando las oportunidades para millones de personas y
asumiendo el desafío de cómo conciliar cantidad con calidad. De
allí la aparición de miles de universidades en todo el planeta, con
perfiles e identidades fundamentalmente iguales, pero al mismo tiempo
con particularidades que ya no solo se agotan en la docencia y la
investigación, sino que asumen una tercera función: la «Extensión»,
en su sentido más amplio, así como el desarrollo de perfiles muy
específicos como servicio o respuesta a determinados proyectos del
sector público o privado.
Otra realidad a tomar en cuenta
es la convivencia y articulación con otras instituciones a nivel
nacional e internacional que cumplen funciones educativas o de
investigación de alto nivel, sin necesariamente ser consideradas
universidades.
El monopolio de la educación
superior afortunadamente ya no existe y el reto tecno científico,
así como una educación de calidad sustentada en valores y
servicios, tampoco es territorio exclusivo de las universidades.
Igualmente la distinción pública-privada termina siendo contingente
e insuficiente para definir a una Universidad, ya que lo único que
importa es su calidad y su pertinencia social.
Una Universidad está al servicio
de su entorno más inmediato: local, regional o nacional, pero
igualmente con visión y vocación internacional, pues la cultura y
la ciencia, también en su sentido más amplio, identifican lo humano
civilizatorio universal. De hecho, la palabra «Universidad» nos
remite a la idea de lo universal como humanidad en proceso de
hominización; de acompañamiento y crecimiento en conjunto de todos
los seres humanos solidariamente sin discriminación de ningún tipo.
La Universidad del siglo XXI
continúa la tradición milenaria de la institución, y en particular
sus características modernas incorporadas en los comienzos del siglo
XIX a través de los modelos universitarios conocidos como el «modelo
francés o napoleónico» y el «modelo alemán», a partir de la
fundación de la Universidad de Berlín por Guillermo Von Humbolt.
La Universidad existe sin
condición —como sostiene Jacques Derrida— y «hace profesión de
la verdad, promete un compromiso sin límite para con la verdad». La
Universidad debe asumir a plenitud la mundialización como un «estar»
en el mundo y seguir contribuyendo a hacer el mundo desde las
ciencias y las humanidades. De lo que se trata es de una nueva
humanización desde la ética y desde el saber y sin permitir
condicionamientos de ningún poder. La independencia y «el derecho
mismo a decirlo todo» es su esencia y naturaleza identitaria básica
y no otra cosa es la autonomía. Continua el mismo autor: “No
obstante: la idea de que ese espacio de tipo académico debe estar
simbólicamente protegido por una especie de inmunidad absoluta, como
si su adentro fuese inviolable, creo… que debemos reafirmarla,
declararla, profesarla constantemente, aunque la protección de esa
inmunidad académica… no sea nunca pura, aunque siempre pueda
desarrollar peligrosos procesos de autoinmunidad, aunque —y sobre
todo— no deba jamás impedir que nos dirijamos al exterior de la
Universidad —sin abstención utópica alguna—. Esa libertad o esa
inmunidad de la Universidad, y por excelencia de sus Humanidades,
debemos reivindicarlas comprometiéndonos con ella con todas nuestras
fuerzas. No sólo de forma verbal y declarativa, sino en el trabajo,
en acto y en lo que hacemos advenir por medio de acontecimientos.”
Libertad, Autonomía y
Universidad son sinónimos. Frente a las diversas y múltiples
amenazas apocalípticas del siglo XXI —el futuro siempre es así,
amenazante y esperanzador al mismo tiempo—, se hace imperativa una
nueva utopía universitaria desde las nuevas humanidades o un nuevo
humanismo desde las ciencias sociales en función del pensamiento
crítico, en un diálogo abierto de saberes y experiencias.
La reivindicación de la
Universidad «esencial y eterna» frente a tantas limitaciones y
desviaciones asumidas es entender que, en los últimos mil años, la
historia de las universidades es la historia de la humanidad y
viceversa. Cada época tiene su Universidad y sus Humanidades y su
tecno-ciencia, es el horizonte histórico y cultural por excelencia,
que define y hace posible una conciencia en desarrollo y permite la
noosfera intelectual y técnica que define y propicia el progreso
humano y alimenta nuestras esperanzas inmanentes.
En la confusión de los últimos
tiempos, y particularmente en nuestro país, se ha confundido de
manera deliberada para propiciar la manipulación política, la
identidad de la comunidad académica con la comunidad laboral. La
Universidad, primordialmente es una comunidad profesoral, ya que éste
como profesor profesa una fe, un saber a crear y a comunicar y como
maestro crea y domina un saber —«profesa un conocimiento con
maestría», como insiste Derrida—, dirigido u orientado a los
estudiantes, los cuales en el proceso del aprendizaje y el
conocimiento como diálogo y alteridad, contribuyen al acto creador
de la verdadera educación, un crecimiento en acompañamiento de tipo
existencial e instrumental, y a una sociedad o entorno que no se
agota en lo local ni en lo nacional, sino que es global y universal,
pero cuyos problemas específicos o propios demandan nuestro interés
u ocupación teórico-práctico. La Universidad es conocimiento sin
dogmas y a ello debe responder la autonomía para el gobierno de la
Universidad, de la comunidad académica, de la organización de los
estudios, de las relaciones hacia afuera así como el financiamiento
y la administración no pueden estar condicionados sino a la
identidad y los fines de la Universidad. Lucrar con la Universidad y
la Educación es la negación misma de ambas. De allí que la
distinción entre Universidad pública y Universidad privada termina
siendo artificial e inconveniente, ya que ambas sólo pueden
responder a un interés cultural y científico y a un servicio
público.
Tampoco podemos prescindir de la
idea del egresado universitario como un potencial profesional
trabajador, formado en una profesión en busca de empleo y
oportunidades. Cuando reducimos la inclusión solo al ingreso
universitario y olvidamos la prosecución académica, el rendimiento
y la calidad de los estudios, así como ignoramos el futuro empleo o
el mercado laboral en su sentido más amplio, estamos configurando un
fraude académico y una gran estafa social.
El desafío principal del siglo
XXI para las universidades es la ambigüedad e insuficiencia del
saber acumulado o la falta de discernimiento frente a la
impresionante cantidad de información acumulada y trasmitida, así
como los límites del conocimiento por venir, o, como dice Derrida,
con humor e ironía «tómense su tiempo pero dense prisa en hacerlo
pues no saben ustedes qué les espera».”7
“En 1088 se funda la primera
universidad, en Bolonia, Italia. Nace, como su nombre lo indica,
universal, humanista y autónoma con respecto al poder, con libertad
académica y de investigación. Transcurridos casi mil años, la
universidad se ha transformado, se «historizó»; pero en lo
esencial sigue siendo la misma: universal, humanista y libre. De allí
la importancia de la autonomía universitaria como garantía de
independencia y de fidelidad a su vocación originaria.
A las universidades les interesa
el pasado cada día menos. Aunque no renuncian a la memoria, el
compromiso es hoy con el futuro. Con el reto tecno científico, con
la formación profesional sometida a permanentes exigencias de cambio
y con una cultura relativista que se inspira —según Nietzsche—
en una «Libertad sin límites, posibilidades sin límites, vacío
sin límites».
En América la universidad se
funda, tempranamente, en el siglo XVI: 1538, en Santo Domingo; 1551,
en México; 1563, en Bogotá; 1586, en Quito.
En Venezuela su implante es
tardío y hay que esperar hasta el siglo XVIII, cuando se funda la
Universidad de Caracas, en 1721, y, posteriormente, en el siglo XIX,
las Universidades de los Andes (1810), y las del Zulia y Carabobo
(1891), reabiertas respectivamente en 1946 y 1958.8
“La autonomía, es una versión
de la libertad que permite el autogobierno y la libertad responsable,
tanto del pensamiento como de las ideas. Es la exigencia de la razón
de conocer, comprender, preguntar siempre. La filosofía y la
ciencia, igual que la poesía y todo arte, nacen del asombro. Es el
ser humano interrogándose a sí mismo e interrogando al mundo, a la
naturaleza, al universo entero; es la razón intentando sustituir al
mito. La autonomía universitaria nace de estas circunstancias y
estas necesidades.
De allí que siempre termina
siendo amenazada, fundamentalmente desde el poder, sea este político,
económico o religioso. El poder tiende a avasallar, controlar o
mediatizar, y la universidad —no importa cuán grande sea su
crisis— tiende siempre, y de manera natural, a buscar y servir a la
verdad, sabiendo que la verdad es nuestra única posibilidad real de
libertad.”
“De acuerdo a la Asociación
Internacional de Universidades, en sus reuniones de Nueva Delhi
(1962), Cambridge (1963), Moscú (1964), y Tokio (1965), la autonomía
estaría definida:
Por el derecho de las
universidades a seleccionar su personal a todos los niveles:
autoridades, profesores, empleados y obreros.
Por la selección de sus
estudiantes, con criterios libres y amplios.
Por la autonomía curricular,
docente y administrativa; así como por el otorgamiento de títulos.
Por la capacidad plena para
determinar el tipo de investigación que se quiere hacer.
Por la autonomía para distribuir
y administrar los recursos financieros y de cualquier otro tipo.
De acuerdo a lo anterior, la
autonomía implica el autogobierno y una amplia independencia
académica y administrativa. No es el caso analizar en detalle todos
estos puntos, pero sí es importante constatar —una vez más— la
amplitud conceptual y la problematicidad de la autonomía, sus
contenidos políticos y académicos, así como su conflictualidad
estructural con respecto al Estado.
No puede darse una comprensión
de la autonomía sin tomar en cuenta su historicidad, el tipo de
universidad que se pretende y el modelo de sociedad que somos y que
queremos llegar a ser. Juan Pablo II nos lo recuerda acertadamente
cuando dice: «La Universidad en cuanto Universidad es una comunidad
académica, que de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y
desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante
la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a
las comunidades locales, nacionales e internacionales. Ella goza de
aquella autonomía institucional que es necesaria para cumplir sus
funciones eficazmente y garantiza a sus miembros la libertad
académica, salvaguardando los derechos de la persona y de la
comunidad dentro de las exigencias de la verdad y del bien común».”
Hemos recorrido un camino
importante como sociedad en todo sentido, si nuestros parámetros de
comparación es con nosotros mismos, pero si miramos hacia afuera,
como debe ser, nos queda mucho camino por recorrer y particularmente
en el desarrollo de la investigación y la tecno-ciencia. Entre las
urgencias que nos impone el siglo XXI está definir en la práctica
un nuevo modelo universitario más acorde con los tiempos que corren
y vincular este proceso a las políticas públicas y a los intereses
del sector privado en una visión globalizada de la realidad. Es
fundamental la coherencia y continuidad de las políticas de reforma,
tanto del sistema educativo como del sistema científico y técnico
nacional. La Universidad semper reformanda, siempre en reforma está
obligada a asumir el desafío del futuro y sin lugar a dudas este
desafío pasa por incorporarnos plenamente y en todo sentido a la
revolución tecno-científica que caracterizan a nuestra
contemporaneidad.
1Cita
tomada del Dr. Jaime Requena en el prólogo al libro del Dr. Orlando
Albornoz: “Las múltiples funciones de la Universidad: Crear,
transferir y compartir conocimiento”.
2Navarro
V. Arturo. “la investigación venezolana dentro del contexto de la
Globalización”. Publicado en Abril del 2008 en
www.entorno-empresarial.com
3Observatorio
Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (ONCTI). Registros
Administrativos del programa de promoción al Investigador (PPI)
período 1990-2009, Registro Nacional de Innovación e Investigación
(RNII), año 2011.
4Casassus,
Barbara. “Venezuela: As Research Funding Declines, Chávez,
Scientist Trade Charges,” Science 324: 1126-1127. 29 May
2009.
5Hebe
M. C. Vessuri. La calidad de la investigación en Venezuela:
Elementos para el debate en torno al programa de promoción del
investigador. Publicado en www.interciencia.org
6Dr.
Orlando Albornoz. Competitividad y Solidaridad: Las tendencias de la
Universidad contemporánea. Editorial Universidad Católica Cecilio
Acosta. 2011.
Dr. Orlando Albornoz. Las múltiples
funciones de la Universidad: crear, transferir y compartir
conocimiento. Editorial Fundación Simón Rodríguez de la Lotería
del Táchira. 2012.
7La
Universidad del siglo XXI. Ángel Lombardi. Editorial Universidad
Católica Cecilio Acosta. 2012.
8
Ángel Lombardi. Autonomía y Democracia. UNICA. 2007.