Comparto con mis lectores este video de la gente de National Geographic con las que inagura las ediciones especiales de este año (2011) cuando la humanidad contará entre sus habitantes a 7mil millones de personas.
lunes, 27 de junio de 2011
7mil millones
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miércoles, 22 de junio de 2011
¿El Estado como obra de arte?
Durante mucho tiempo se creía en esta idea como una estética del Estado, y fue repetida por hombres sabios enamorados del mundo clásico y renacentista como Jacobo Burckhardt. La explicación quizás es que sin lugar a dudas organizar el Estado, es decir, crear un orden jurídico y político eficiente, representaba un gran avance frente a las etapas de barbarie y anarquía que la humanidad había vivido. En los albores de la modernidad un Estado organizado y poderoso representaba un avance civilizatorio innegable pero a la altura del siglo XX el propio Estado, se convierte en deshumanizante y opresor y llega a representar otro tipo de barbarie que no fue otro que el ogro filantrópico de Hobbes y el absurdo que Kafka muy bien representó en su literatura. De allí la propuesta utópica ácrata y de Marx de establecer como fin de la historia la desaparición del Estado, o como lo expresara Jorge Luis Borges “Algún día los seres humanos deberíamos merecer no tener gobiernos”. La sociedad ácrata o anarquista propugna el autogobierno con el uso consciente de nuestra libertad responsable y la sociedad comunista terminaría siendo la culminación de la historia a partir de la liberación de todas nuestra necesidades y en consecuencia fundar un mundo de iguales y libres.
Cada sociedad tiene el Estado que se merece y lógicamente el correspondiente gobierno. En Venezuela, el Estado petrolero, no importa quien gobierno, siempre ha sido el mismo: hipertrofiado, ineficiente y altamente corrupto. Para limitarnos solamente al siglo XX y al Estado petrolero, con Juan Vicente Gómez tuvimos un Estado autocrático y tiránico pero que posibilitó crear una estructura nacional por primera vez en nuestra historia. En la misma línea puede ubicarse a López Contreras, Medina Angarita y Pérez Jiménez y al actual gobierno. En la república civil entre 1961 y 1998 el Estado y los diversos gobiernos intentaron desarrollar propuestas de modernización y democratización de nuestra sociedad, lamentablemente insuficientes y que al final terminaron naufragando en las mismas características perversas del Estado rentista petrolero: hipertrofiado con el consiguiente populismo clientelar, ineficiente y definitivamente corrupto aunque no en la proporción escandalosa de los últimos años.
Cada sociedad tiene el Estado que se merece y lógicamente el correspondiente gobierno. En Venezuela, el Estado petrolero, no importa quien gobierno, siempre ha sido el mismo: hipertrofiado, ineficiente y altamente corrupto. Para limitarnos solamente al siglo XX y al Estado petrolero, con Juan Vicente Gómez tuvimos un Estado autocrático y tiránico pero que posibilitó crear una estructura nacional por primera vez en nuestra historia. En la misma línea puede ubicarse a López Contreras, Medina Angarita y Pérez Jiménez y al actual gobierno. En la república civil entre 1961 y 1998 el Estado y los diversos gobiernos intentaron desarrollar propuestas de modernización y democratización de nuestra sociedad, lamentablemente insuficientes y que al final terminaron naufragando en las mismas características perversas del Estado rentista petrolero: hipertrofiado con el consiguiente populismo clientelar, ineficiente y definitivamente corrupto aunque no en la proporción escandalosa de los últimos años.
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viernes, 10 de junio de 2011
Política, compasión y temor
En términos políticos no existe la posibilidad de la liberación solamente por el discurso. Y así se evidenció en la filosofía política del siglo XVIII cuando en la fragua del pensamiento revolucionario de la época y particularmente de algunos autores como Jean-Jacques Rousseau por un lado se expresaba compasión por la condiciones de vida de unos y al mismo tiempo se generaba temor en el sector dominante de la sociedad. Temor y compasión es el discurso del poder y del contrapoder que termina anulando las posibilidades del diálogo y en consecuencia nos conduce a un estado de barbarie inevitable. Un sector de la sociedad al desconocer a otro sector de la sociedad y considerarlo su enemigo termina predicando y practicando la inhumanidad.
La pobreza y los pobres no son de hoy, siempre han existido pero para no ir muy lejos en el siglo XVIII europeo eran identificados como los desdichados. En el siglo XIX fueron identificados como los miserables y en el siglo XX quizá el término más generalizado es el de los explotados, marginales y excluidos o como dijere el autor mejicano Mariano Azuela “los de abajo”. Seres humanos reales, literariamente identificados y políticamente movilizados. La revolución francesa de 1789 fue cronológicamente la primera revolución moderna movilizadora de masas con un programa definido de identificación humana universal a través de la declaración de los derechos humanos y ciudadanos. Se partía del conocimiento explícito de que todos somos seres humanos y que sin ningún tipo de diferencia participamos de la misma naturaleza humana: todos nos reconocemos en todos, de allí el concepto de fraternidad, de fuerte reminiscencias cristianas y roussonianas. Pero solo en el siglo XX es cuando podemos hablar con propiedad y de manera universal de humanidad y fraternidad acompañado del concepto y propósito de redención social y liberación económica general y en ese empeño continuamos en estos comienzos del siglo XXI. El discurso revolucionario el haber terminado en fantasía o promesa incumplida tiene que ver con el hecho de haberse quedado solo en la retórica y reducido al plano político obviando la economía y la cultura.
Debido a esta insuficiencia filosófica y doctrinaria las revoluciones terminaron en fracaso y mientras tenían vigencia cada vez más iban asumiendo la magia como método y la fantasía como solución y un buen ejemplo de ello es la anécdota referida a la época de la revolución cultural en China cuando los trabajadores de una fábrica confrontaban un problema de desperfecto mecánico se reunían a leer el libro rojo de Mao como si este objeto mágico pudiera resolver el problema práctico que estaban confrontando. Ninguna revolución se sostiene en el discurso ni en el pretendido carisma del líder, sin alienación ideológica, sin represión y sin control social no hay liderazgo que valga ni revolución que dure.
La pobreza y los pobres no son de hoy, siempre han existido pero para no ir muy lejos en el siglo XVIII europeo eran identificados como los desdichados. En el siglo XIX fueron identificados como los miserables y en el siglo XX quizá el término más generalizado es el de los explotados, marginales y excluidos o como dijere el autor mejicano Mariano Azuela “los de abajo”. Seres humanos reales, literariamente identificados y políticamente movilizados. La revolución francesa de 1789 fue cronológicamente la primera revolución moderna movilizadora de masas con un programa definido de identificación humana universal a través de la declaración de los derechos humanos y ciudadanos. Se partía del conocimiento explícito de que todos somos seres humanos y que sin ningún tipo de diferencia participamos de la misma naturaleza humana: todos nos reconocemos en todos, de allí el concepto de fraternidad, de fuerte reminiscencias cristianas y roussonianas. Pero solo en el siglo XX es cuando podemos hablar con propiedad y de manera universal de humanidad y fraternidad acompañado del concepto y propósito de redención social y liberación económica general y en ese empeño continuamos en estos comienzos del siglo XXI. El discurso revolucionario el haber terminado en fantasía o promesa incumplida tiene que ver con el hecho de haberse quedado solo en la retórica y reducido al plano político obviando la economía y la cultura.
Debido a esta insuficiencia filosófica y doctrinaria las revoluciones terminaron en fracaso y mientras tenían vigencia cada vez más iban asumiendo la magia como método y la fantasía como solución y un buen ejemplo de ello es la anécdota referida a la época de la revolución cultural en China cuando los trabajadores de una fábrica confrontaban un problema de desperfecto mecánico se reunían a leer el libro rojo de Mao como si este objeto mágico pudiera resolver el problema práctico que estaban confrontando. Ninguna revolución se sostiene en el discurso ni en el pretendido carisma del líder, sin alienación ideológica, sin represión y sin control social no hay liderazgo que valga ni revolución que dure.
martes, 7 de junio de 2011
La Universidad del siglo XXI (actualizado)
El cambio es consubstancial a la idea misma de Universidad, que en el 2088 cumple su primer milenio. En el tiempo largo de 10 siglos, la Universidad, de origen europeo, se globaliza, se masifica y se hace una y diversa. De la Universidad a la Multiversidad en la cual, durante cada época, se plantea sus propios retos y desafíos, de orden histórico y sociocultural, así como académicos, administrativos y tecnocientíficos.
El llamado modelo profesionalizante así como el científico —que gira en torno a la investigación— no desaparece, pero ya no es suficiente para definir el modelo universitario, cuyo reto principal es el inevitable y necesario crecimiento cuantitativo de la matrícula estudiantil y del número de profesores.
La educación superior en el siglo XX dejó de ser una educación de minorías y de élites y se masifica, multiplicando las oportunidades para millones de personas y asumiendo el desafío de cómo conciliar cantidad con calidad. De allí la aparición de miles de universidades en todo el planeta, con perfiles e identidades fundamentalmente iguales, pero al mismo tiempo con particularidades que ya no solo se agotan en la docencia y la investigación, sino que asumen una tercera función: la «Extensión», en su sentido más amplio, así como el desarrollo de perfiles muy específicos como servicio o respuesta a determinados proyectos del sector público o privado.
Otra realidad a tomar en cuenta es la convivencia y articulación con otras instituciones a nivel nacional e internacional que cumplen funciones educativas o de investigación de alto nivel, sin necesariamente ser consideradas universidades.
El monopolio de la educación superior afortunadamente ya no existe y el reto tecnocientífico, así como una educación de calidad sustentada en valores y servicios, tampoco es territorio exclusivo de las universidades. Igualmente la distinción pública-privada termina siendo contingente e insuficiente para definir a una Universidad, ya que lo único que importa es su calidad y su pertinencia social.
Una Universidad está al servicio de su entorno más inmediato: local, regional o nacional, pero igualmente con visión y vocación internacional, pues la cultura y la ciencia, también en su sentido más amplio, identifican lo humano civilizatorio universal. De hecho, la palabra «Universidad» nos remite a la idea de lo universal como humanidad en proceso de hominización; de acompañamiento y crecimiento en conjunto de todos los seres humanos solidariamente sin discriminación de ningún tipo.
La Universidad del siglo XXI continúa la tradición milenaria de la institución, y en particular sus características modernas incorporadas en los comienzos del siglo XIX a través de los modelos universitarios conocidos como el «modelo francés o napoleónico» y el «modelo alemán», a partir de la fundación de la Universidad de Berlín por Guillermo Von Humbolt.
La Universidad existe sin condición —como sostiene Jacques Derrida en una conferencia-ensayo— y «hace profesión de la verdad, promete un compromiso sin límite para con la verdad». La Universidad debe asumir a plenitud la mundialización como un «estar» en el mundo y seguir contribuyendo a hacer el mundo desde las ciencias y las humanidades. De lo que se trata es de una nueva humanización desde la ética y desde el saber y sin permitir condicionamientos de ningún poder. La independencia y «el derecho mismo a decirlo todo» es su esencia y naturaleza identitaria básica y no otra cosa es la autonomía. Dice Jacques Derrida que,
No obstante: la idea de que ese espacio de tipo académico debe estar simbólicamente protegido por una especie de inmunidad absoluta, como si su adentro fuese inviolable, creo… que debemos reafirmarla, declararla, profesarla constantemente, aunque la protección de esa inmunidad académica… no sea nunca pura, aunque siempre pueda desarrollar peligrosos procesos de autoinmunidad, aunque —y sobre todo— no deba jamás impedir que nos dirijamos al exterior de la Universidad —sin abstención utópica alguna—. Esa libertad o esa inmunidad de la Universidad, y por excelencia de sus Humanidades, debemos reivindicarlas comprometiéndonos con ella con todas nuestras fuerzas. No sólo de forma verbal y declarativa, sino en el trabajo, en acto y en lo que hacemos advenir por medio de acontecimientos.
Libertad, Autonomía y Universidad son sinónimos. Frente a las diversas y múltiples amenazas apocalípticas del siglo XXI —el futuro siempre es así, amenazante y esperanzador al mismo tiempo—, se hace imperativa una nueva utopía universitaria desde las nuevas humanidades o un nuevo humanismo desde las ciencias sociales en función del pensamiento crítico, en un diálogo abierto de saberes y experiencias.
La reivindicación de la Universidad «esencial y eterna» frente a tantas limitaciones y desviaciones asumidas es entender que, en los últimos mil años, la historia de las universidades es la historia de la humanidad y viceversa. Cada época tiene su Universidad y sus Humanidades y su tecno-ciencia, es el horizonte histórico y cultural por excelencia, que define y hace posible una conciencia en desarrollo y permite la noosfera intelectual y técnica que define y propicia el progreso humano y alimenta nuestras esperanzas inmanentes.
En la confusión de los últimos tiempos, y particularmente en nuestro país, se ha confundido de manera deliberada para propiciar la manipulación política, la identidad de la comunidad académica con la comunidad laboral. La Universidad, primordialmente es una comunidad profesoral, ya que éste como profesor profesa una fe, un saber a crear y a comunicar y como maestro crea y domina un saber —«profesa un conocimiento con maestría», como insiste Derrida—, dirigido u orientado a los estudiantes, los cuales en el proceso del aprendizaje y el conocimiento como diálogo y alteridad contribuyen al acto creador de la verdadera educación, un crecimiento en acompañamiento de tipo existencial e instrumental, y a una sociedad o entorno que no se agota en lo local ni en lo nacional, sino que es global y universal, pero cuyos problemas específicos o propios demandan nuestro interés u ocupación teórico-práctico. La Universidad es conocimiento sin dogmas y a ello debe responder la autonomía para el gobierno de la Universidad, de la comunidad académica, de la organización de los estudios, de las relaciones hacia afuera así como el financiamiento y la administración no pueden estar condicionados sino a la identidad y los fines de la Universidad. Lucrar con la Universidad y la Educación es la negación misma de ambas. De allí que la distinción entre Universidad pública y Universidad privada termina siendo artificial e inconveniente, ya que ambas sólo pueden responder a un interés y a un servicio público.
Tampoco podemos prescindir de la idea del egresado universitario como un potencial profesional trabajador, formado en una profesión en busca de empleo y oportunidades. Cuando reducimos la inclusión solo al ingreso universitario y olvidamos la prosecución académica, el rendimiento y la calidad de los estudios, así como ignoramos el futuro empleo o el mercado laboral en su sentido más amplio, estamos configurando un fraude académico y una gran estafa social.
El desafío principal del siglo XXI para las universidades es la ambigüedad e insuficiencia del saber acumulado o la falta de discernimiento frente a la impresionante cantidad de información acumulada y trasmitida, así como los límites del conocimiento por venir, o, como dice Derrida, con humor e ironía «tómense su tiempo pero dense prisa en hacerlo pues no saben ustedes qué les espera».
El llamado modelo profesionalizante así como el científico —que gira en torno a la investigación— no desaparece, pero ya no es suficiente para definir el modelo universitario, cuyo reto principal es el inevitable y necesario crecimiento cuantitativo de la matrícula estudiantil y del número de profesores.
La educación superior en el siglo XX dejó de ser una educación de minorías y de élites y se masifica, multiplicando las oportunidades para millones de personas y asumiendo el desafío de cómo conciliar cantidad con calidad. De allí la aparición de miles de universidades en todo el planeta, con perfiles e identidades fundamentalmente iguales, pero al mismo tiempo con particularidades que ya no solo se agotan en la docencia y la investigación, sino que asumen una tercera función: la «Extensión», en su sentido más amplio, así como el desarrollo de perfiles muy específicos como servicio o respuesta a determinados proyectos del sector público o privado.
Otra realidad a tomar en cuenta es la convivencia y articulación con otras instituciones a nivel nacional e internacional que cumplen funciones educativas o de investigación de alto nivel, sin necesariamente ser consideradas universidades.
El monopolio de la educación superior afortunadamente ya no existe y el reto tecnocientífico, así como una educación de calidad sustentada en valores y servicios, tampoco es territorio exclusivo de las universidades. Igualmente la distinción pública-privada termina siendo contingente e insuficiente para definir a una Universidad, ya que lo único que importa es su calidad y su pertinencia social.
Una Universidad está al servicio de su entorno más inmediato: local, regional o nacional, pero igualmente con visión y vocación internacional, pues la cultura y la ciencia, también en su sentido más amplio, identifican lo humano civilizatorio universal. De hecho, la palabra «Universidad» nos remite a la idea de lo universal como humanidad en proceso de hominización; de acompañamiento y crecimiento en conjunto de todos los seres humanos solidariamente sin discriminación de ningún tipo.
La Universidad del siglo XXI continúa la tradición milenaria de la institución, y en particular sus características modernas incorporadas en los comienzos del siglo XIX a través de los modelos universitarios conocidos como el «modelo francés o napoleónico» y el «modelo alemán», a partir de la fundación de la Universidad de Berlín por Guillermo Von Humbolt.
La Universidad existe sin condición —como sostiene Jacques Derrida en una conferencia-ensayo— y «hace profesión de la verdad, promete un compromiso sin límite para con la verdad». La Universidad debe asumir a plenitud la mundialización como un «estar» en el mundo y seguir contribuyendo a hacer el mundo desde las ciencias y las humanidades. De lo que se trata es de una nueva humanización desde la ética y desde el saber y sin permitir condicionamientos de ningún poder. La independencia y «el derecho mismo a decirlo todo» es su esencia y naturaleza identitaria básica y no otra cosa es la autonomía. Dice Jacques Derrida que,
No obstante: la idea de que ese espacio de tipo académico debe estar simbólicamente protegido por una especie de inmunidad absoluta, como si su adentro fuese inviolable, creo… que debemos reafirmarla, declararla, profesarla constantemente, aunque la protección de esa inmunidad académica… no sea nunca pura, aunque siempre pueda desarrollar peligrosos procesos de autoinmunidad, aunque —y sobre todo— no deba jamás impedir que nos dirijamos al exterior de la Universidad —sin abstención utópica alguna—. Esa libertad o esa inmunidad de la Universidad, y por excelencia de sus Humanidades, debemos reivindicarlas comprometiéndonos con ella con todas nuestras fuerzas. No sólo de forma verbal y declarativa, sino en el trabajo, en acto y en lo que hacemos advenir por medio de acontecimientos.
Libertad, Autonomía y Universidad son sinónimos. Frente a las diversas y múltiples amenazas apocalípticas del siglo XXI —el futuro siempre es así, amenazante y esperanzador al mismo tiempo—, se hace imperativa una nueva utopía universitaria desde las nuevas humanidades o un nuevo humanismo desde las ciencias sociales en función del pensamiento crítico, en un diálogo abierto de saberes y experiencias.
La reivindicación de la Universidad «esencial y eterna» frente a tantas limitaciones y desviaciones asumidas es entender que, en los últimos mil años, la historia de las universidades es la historia de la humanidad y viceversa. Cada época tiene su Universidad y sus Humanidades y su tecno-ciencia, es el horizonte histórico y cultural por excelencia, que define y hace posible una conciencia en desarrollo y permite la noosfera intelectual y técnica que define y propicia el progreso humano y alimenta nuestras esperanzas inmanentes.
En la confusión de los últimos tiempos, y particularmente en nuestro país, se ha confundido de manera deliberada para propiciar la manipulación política, la identidad de la comunidad académica con la comunidad laboral. La Universidad, primordialmente es una comunidad profesoral, ya que éste como profesor profesa una fe, un saber a crear y a comunicar y como maestro crea y domina un saber —«profesa un conocimiento con maestría», como insiste Derrida—, dirigido u orientado a los estudiantes, los cuales en el proceso del aprendizaje y el conocimiento como diálogo y alteridad contribuyen al acto creador de la verdadera educación, un crecimiento en acompañamiento de tipo existencial e instrumental, y a una sociedad o entorno que no se agota en lo local ni en lo nacional, sino que es global y universal, pero cuyos problemas específicos o propios demandan nuestro interés u ocupación teórico-práctico. La Universidad es conocimiento sin dogmas y a ello debe responder la autonomía para el gobierno de la Universidad, de la comunidad académica, de la organización de los estudios, de las relaciones hacia afuera así como el financiamiento y la administración no pueden estar condicionados sino a la identidad y los fines de la Universidad. Lucrar con la Universidad y la Educación es la negación misma de ambas. De allí que la distinción entre Universidad pública y Universidad privada termina siendo artificial e inconveniente, ya que ambas sólo pueden responder a un interés y a un servicio público.
Tampoco podemos prescindir de la idea del egresado universitario como un potencial profesional trabajador, formado en una profesión en busca de empleo y oportunidades. Cuando reducimos la inclusión solo al ingreso universitario y olvidamos la prosecución académica, el rendimiento y la calidad de los estudios, así como ignoramos el futuro empleo o el mercado laboral en su sentido más amplio, estamos configurando un fraude académico y una gran estafa social.
El desafío principal del siglo XXI para las universidades es la ambigüedad e insuficiencia del saber acumulado o la falta de discernimiento frente a la impresionante cantidad de información acumulada y trasmitida, así como los límites del conocimiento por venir, o, como dice Derrida, con humor e ironía «tómense su tiempo pero dense prisa en hacerlo pues no saben ustedes qué les espera».
viernes, 3 de junio de 2011
La revolución prometida
Vamos a aceptar la premisa que el actual proyecto político en curso, en Venezuela desde 1998 y que ha copado el gobierno y los poderes públicos es un proyecto revolucionario tal como lo proclaman sus representantes y beneficiarios. Es decir, que existe la voluntad y el propósito de fundar un “nuevo orden” como lo fue en su momento la revolución bolchevique en la Unión Soviética en 1917 y entre nosotros la Cuba castrista de 1959. El mismo propósito y la misma intención de fundar un orden nuevo, aunque de naturaleza diferente fue proclamado por Mussolini y el fascismo italiano en 1922, Hitler y el nazcismo alemán en 1933 y ese epígono ibérico de Francisco Franco y su falangismo en España en 1939. Transcurrido un siglo de estos procesos es posible y necesario una evaluación histórica y crítica de estos acontecimientos. La Unión Soviética ya no existe y de su ceniza queda una Rusia maltrecha y restaurada en sus tradiciones. Cuba, es un fracaso a la vista, de inminente colapso reconocido por el propio Fidel Castro en un arranque de sinceridad senil y de alguna manera por el propio Raúl Castro con su plan de reformas “capitalistas” con la única intención de ganar tiempo y conservar el poder para la gerontocracia cubana. Italia y Alemania abominan de su pasado nazi-fascista y han practicado con relativo éxito la amnesia histórica. En España, Franco en progresivo olvido solo es recordado como un demonio y un fantasma de una pesadilla que todos quieren olvidar. En Venezuela, 12 años después de una proclamada revolución el “hombre nuevo” y un “nuevo orden” no aparecen por ningún lado, lo que se observa es el viejo populismo latinoamericano y vernáculo y la corrupción de siempre, en nuestro caso alimentado por una generosa y abundante renta petrolera. La “revolución” prometida es apenas un discurso y sigue siendo una promesa más cercana a una fantasía tropical o a nuestro publicitado “realismo mágico” de la literatura. Seguimos siendo, hoy más que nunca un país fuertemente condicionado por el ingreso petrolero, casi nuestro único ingreso y seguimos dilapidando recursos y oportunidades mientras una pobreza generalizada nos sigue acompañando en un deterioro visible de infraestructura, servicios y calidad de vida, en un empeño suicida de seguir en el subdesarrollo y en transitar caminos como el comunismo y el fascismo derrotados de manera clara y definitiva por la historia.
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