Por
invitación del Rector Ricardo Maldonado y demás autoridades de esta ilustre
Universidad se me ha permitido participar en este acto, quizás, entre otras
razones, porque hablar de esta Universidad de Carabobo es casi hablar de
nuestra Universidad del Zulia, contemporáneas en dichas y desdichas, fueron
creadas y cerradas casi al mismo tiempo y reabiertas en circunstancias
parecidas.(1)
Parafraseando
a Ortega y Gasset podemos decir que la Universidad se define en su historia y
de acuerdo a su circunstancia social; en consecuencia, cualquier proyecto de
desarrollo de la institución pasa necesariamente por una reflexión sobre el
pasado de la misma y sobre la realidad que la circunda.
Nacidas en las postrimerías del siglo XIX
víctimas de la barbarie del poder; ambas son reabiertas en coyunturas políticas
democráticas. De allí que podemos decir
que ambas Universidades son hijas directas de la democracia, y cuya identidad
fundamental y su vocación más firme, es la autonomía, como reafirmación de la
libertad y de esa misma democracia.
Hace
2.500 años la humanidad, en un pequeño rincón de Grecia, descubrió la idea de
libertad, justicia, verdad y belleza, es decir los arquetipos platónicos, mito
según el cual los seres humanos nacemos con el impulso de buscar y tratar de
alcanzar estos ideales.
En
cuanto a la libertad, comenzó siendo una
posibilidad meramente interior, como pensaba el viejo filósofo, que aunque
preso, nadie podría robarle la libertad de su pensamiento y de su alma, y fue más allá cuando pensó en la posibilidad
de construir un sistema político sustentado en la libertad, llamado democracia,
con igualdad ante la ley de todos los ciudadanos y control del pueblo, para
posteriormente agregarle la división y equilibrio de poderes.
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(1) Iván
Hurtado León “Dos Momentos, una Historia” 1988
“Universidad y Proceso Histórico” 1997
1721
Universidad
de Caracas
1810
Universidad
de Mérida
1891
Universidad
del Zulia (clausurada en 1904,
reabierta en 1946)
1892
Universidad
de Carabobo (clausurada en 1904, reabierta en 1958)
No otra
cosa es la autonomía, es una versión de la libertad que permite el autogobierno,
y la libertad responsable, tanto del pensamiento, como de las ideas. Es la
exigencia de la razón de conocer, comprender, preguntar siempre. La filosofía y la ciencia, igual que la
poesía y el arte nacen del asombro, el ser humano interrogándose a si mismo e
interrogando al mundo, a la naturaleza, al universo entero. Es la razón
intentando sustituir al mito. La
autonomía universitaria nace de estas circunstancias y estas necesidades, de
allí que la autonomía siempre termina siendo amenazada, fundamentalmente desde
el Poder, sea este político, económico o religioso, y es que el Poder tiende
siempre a avasallar, controlar o mediatizar y la Universidad, no importa cuan
grande sea su crisis, tiende siempre de manera natural a buscar y servir a la
verdad, a sabiendas que la verdad es nuestra única posibilidad real de
libertad. La verdad nos hace libres dice
el viejo libro y repiten todos los textos sapienciales que la humanidad ha
producido. “La Universidad teleológicamente es libertad y verdad, todo lo demás
se le subordina e históricamente sólo la autonomía posibilita esta doble
vocación”(2).
En
América Latina, de tradición universitaria hispánica, hasta el siglo XIX, la
autonomía universitaria era inexistente, ya que la Universidad era una
expresión más del sistema ideológico y político dominante. La libertad académica era marginal y exigía
verdadera audacia y valentía personal para expresarse libremente más allá de
los dogmas y doctrinas oficiales
Hay que llegar
a la Universidad Republicana, para hablar de autonomía en la Universidad,
autonomía referida no solamente a la libertad académica, sino al autogobierno y
a la independencia financiera.
En 1808
se había creado la Universidad de Berlín, inspirada y dirigida por Guillermo von
Humboldt y producto de la Revolución Francesa, en ese país se reforma a fondo
la Universidad. Son dos modelos
universitarios, el alemán y el francés, que van a marcar profundamente a la
Universidad Moderna y lógicamente a la Universidad Latinoamericana y Venezolana
del siglo XIX y XX.
El
modelo alemán privilegia la investigación vinculada a los intereses del Estado
y la Sociedad, mientras el modelo francés insiste en la formación profesional como expresión de las necesidades
del Estado Moderno para desarrollar, lo que después se llamaría una
tecno/burocracia y al mismo tiempo responder a las demandas sociales y
económicas de la sociedad como proyecto de progreso y desarrollo.
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(2) Lombardi, Angel “La Catedral de Papel”, p. 27, 1993.
La Universidad Venezolana del siglo XIX,
era como el país, pequeña y atrasada; venían de la tradición eclesiástica y
colonial como la de Caracas y la de Mérida y dos plenamente republicanas
fundadas a finales de siglo, como la del
Zulia en 1891 y la de Carabobo en 1892. Ambas nacen dentro de las limitaciones
de la época y como expresión del debate intelectual, ideológico y político del
momento. Ambas nacen en buena hora para el país y en mala hora para el dictador
de turno, que rápidamente las cierra y es que la Venezuela atrasada y rural,
con sus caciques y gamonales no podían tolerar esos incipientes espacios de
libertad y pensamiento. La del Zulia y
la de Carabobo fueron cerradas en 1904 con el oprobioso argumento que sobraban,
ya que era suficiente con la de Caracas y Mérida.
Igual
que en su momento no lo toleró J. T. Monagas, así actuaría Cipriano Castro y
tantos otros, empeñados en demostrar que la barbarie no tolera la
civilización. Por ello en nuestro país,
y en tantos otros, hablar de nuestras casas de estudios superiores es hablar de
la casa que vence la sombra o como dice nuestro escudo en la Universidad del
Zulia, Post Nubila Phoebus, después de las nubes el sol.
Es la
vieja historia que se repite siempre en sociedades que no terminan de acceder a
la plena modernidad, en donde la libertad y la democracia, no terminan de
asumirse, y en donde el ciudadano, responsable y libre, tarda en constituirse y
desarrollarse.
Con
propiedad podemos hablar de un principio que vincula orgánicamente autonomía y
democracia, toda amenaza a la autonomía termina amenazando a la propia
democracia, y evidentemente cuando la democracia desaparece, desaparece la
autonomía.
Desde
1910 en Méjico, con la Revolución y a partir de 1918 en Córdoba, Argentina, se da
inicio a una historia universitaria tormentosa y creativa al mismo tiempo. La Universidad latinoamericana pasa a ser
protagonista fundamental del proceso histórico de nuestros países,
especialmente en el campo político y en el proceso de reforma y cambio de
nuestras sociedades y que han permitido viabilizar la aparición y el ascenso de
los sectores emergentes de nuestras sociedades.
La historia latinoamericana es inconcebible sin sus universidades.
Igual
que hoy podemos decir que el siglo XXI es impensable sin las Universidades,
siempre y cuando estas acepten y asuman el reto científico y tecnológico que
ello demanda así como se aceptó el reto de profesionalización y participación
en la formación y desarrollo de nuestras nacionalidades. La reforma
universitaria y el cambio en todos los órdenes se han tornado en un imperativo
categórico para los universitarios y para nuestros países.
La amenaza del poder a nuestras
universidades siempre ha estado presente y cosa curiosa, siempre son algunos
universitarios que se prestan a ello. Con el argumento de la reforma
universitaria, se intervienen las Universidades para controlarlas. La autonomía y la anti-autonomía forman parte
de una dialéctica de acero que convierte el recinto universitario en campo de batalla
ideológico de toda una sociedad que trata de definir sus auténticos espacios de
libertad y democracia.
El drama
de nuestra autonomía, hoy con rango constitucional, es que está sometida a la amenaza
permanente por la dependencia financiera con respecto al Estado, es decir al
gobierno de turno y por una crisis estructural que no termina de canalizarse
adecuadamente. Los universitarios
estamos en mora con la reforma universitaria y el Estado Venezolano nos debe la
legislación y el financiamiento adecuado.
Cada
tanto tiempo, la Autonomía vuelve a ser objeto de discusión. Convertida en bandera indiscutible del
movimiento universitario latinoamericano, ha servido para definir y justificar
muchas cosas. La Autonomía ha sido
ubicada en esa tierra de nadie, que va entre el mito y la realidad y en donde
se pretende una permisibilidad absoluta.
En verdad el concepto de Autonomía expresa una realidad histórica
cambiante, ella es un medio y no un fin en sí misma.
Sus
antecedentes lejanos se encuentran en los orígenes mismos de la Universidad medieval. Fue un privilegio (privata lex) otorgado a
las Universidades para garantizarles el logro de sus fines específicos. En Latinoamérica, este privilegio que concede
el Estado, fue conquistado en su versión actual, a raíz del movimiento
universitario de Córdoba. Fue la
respuesta de la juventud y las clases medias incipientes, a la barbarie social
y a las tiranías políticas que asolaban a nuestros países. De allí que el contenido primario de la
Autonomía sea de orden político, como expresión concreta de la lucha
antidictatorial. En la misma medida que
nuestras sociedades se han ido modernizando y democratizando, la Autonomía ha
ido privilegiando sus contenidos de tipo académico y socio-cultural.
En el
caso venezolano, una vez recuperada la Autonomía, a raíz del 23 de Enero de
1958, ésta ha vivido diversas contingencias, impulsadas por sus relaciones
siempre conflictivas, con el Estado.
En un
Estado de Derecho, la Autonomía al no poder ser eliminada, trata de ser
domesticada, como mecanismo de control, de las siempre díscolas y protestatarias
universidades autónomas. La
domesticación ha sido progresiva, gracias a la total dependencia económica de
las Universidades con respecto al presupuesto nacional.
En Latinoamérica, la Autonomía es el
termómetro por excelencia de la salud universitaria y democrática, y el tipo de
sociedad que somos y el tipo de Estado que tenemos. El enfrentamiento con el poder político es
inevitable y necesario, está en los orígenes de la Universidad y en el
desarrollo histórico de la misma, especialmente en América Latina y
Venezuela. Poder y cultura son
antagónicos por definición, el primero existe para reprimir, controlar y
administrar, mientras que la cultura por definición es libertaria y creadora y
necesariamente tiene que ser crítica y utópica; mientras los unos administran y
se benefician del presente, las Universidades y la cultura crean el futuro y
posibilitan la utopía.
Como
observaba Nietsche, Estado y Cultura viven en permanente oposición radical. La
Universidad nace signada por el conflicto, fue campo de batalla del
enfrentamiento de la Monarquía y el Papado y por más de tres siglos en sus
aulas, cátedras y claustros se vivió el conflicto entre fe y ciencia, tan
decisivo en la aparición del mundo contemporáneo. La Universidad ha sido palestra del combate
político, ideológico y doctrinario y así ha sido siempre en América Latina y
Venezuela.
El poder
siempre ha tratado de controlar y domesticar a la Universidad y en muchas
ocasiones lo ha logrado, pero nunca de manera definitiva y permanente. Para dictadores y tiranos es su obsesión
principal. Los gobiernos democráticos
cíclicamente sufren la misma tentación de amordazamiento y domesticación de las
Universidades, Napoleón institucionalizó esta política y con la creación de la
llamada Universidad Napoleónica creó todo un modelo de subordinación de la
Universidad al Estado aunque tuvo el mérito de vincular orgánicamente a la
Universidad con las necesidades de la nación.
Y este es el conflicto fundamental de nuestro tiempo: la subordinación
al gobierno o la lealtad a la nación.
De las
tres instituciones medievales vigentes: Iglesia Católica, Fuerzas Armadas y
Universidad; las dos primeras han definido de manera clara su situación con
respecto al Estado, no así las Universidades.
A las primeras se les respeta y halaga, a la Universidad se hostiga y
acorrala, porque los gobernantes inconscientemente le temen. Ya lo expresaba Metternich en 1819: “Yo nunca
he temido que las revoluciones puedan generarse en las Universidades, pero si
el mal no es extirpado, saldrá de ellas toda una generación de
revolucionarios”.
Y así ha
sido en América Latina, especialmente a partir de 1918, con la Reforma
Universitaria de Córdoba, la Universidad asume plenamente su papel político y
su misión histórica: convertirse en agente del cambio social.
En esta perspectiva la Universidad debe ser
nuevamente pensada como totalidad trascendente, como institución al servicio de
una “paideia”, es decir, como lo que es de origen: una “Universitas”, una
institución al servicio de una idea del hombre y de la sociedad (3).
De
acuerdo a la Asociación Internacional de Universidades, en sus reuniones de
Nueva Delhi (1962), Cambridge (1963), Moscú (1964), y Tokio (1965); la
Autonomía estaría definida:
1) Por el derecho a seleccionar las
Universidades, su personal a todos los niveles, autoridades, profesores,
empleados y obreros.
2) Por la selección de sus estudiantes, con
criterios libres y amplios.
3) Por la autonomía curricular, docente y
administrativa así como por el otorgamiento de títulos.
4) Por la capacidad plena para determinar el
tipo de investigación que se quiere hacer.
5) Por la autonomía para distribuir y
administrar los recursos financieros y de cualquier otro tipo.
De acuerdo a lo anterior, la Autonomía
implica, el autogobierno y una amplia independencia académica y administrativa.
No es el caso analizar en detalle todos
estos puntos pero sí es importante constatar una vez más la amplitud conceptual
y la problematicidad de la Autonomía, sus contenidos políticos y académicos así
como su conflictualidad estructural con respecto al Estado.
No puede
darse una comprensión de la Autonomía sin tomar en cuenta su historicidad, el
tipo de Universidad que se pretende y el modelo de sociedad que somos y que queremos
llegar a ser.
Juan Pablo II nos lo recuerda acertadamente
cuando dice: “La Universidad en cuanto Universidad es una comunidad académica,
que de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la
dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la
enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales,
nacionales e internacionales. Ella goza
de aquella autonomía institucional que es necesaria para cumplir sus funciones
eficazmente y garantiza a sus miembros la libertad académica, salvaguardando
los derechos de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la
verdad y del bien común”.
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(3) Lombardi, Angel
“La Catedral de Papel”, p. 39 y
62, 1993.
Los
tiempos que corren no son fáciles, en el ámbito económico y social se han
alcanzado niveles nunca antes vistos, con indicadores catastróficos solo
equiparables a nuestras épocas más oscuras y violentas.
En el
plano político es ya evidente la tentación autoritaria y antidemocrática
presente en el gobierno, una verdadera dictadura constitucional, enmarcada en
nuestra tradición histórica de Constituciones como traje a la medida del
autócrata de turno.
Lamentablemente
la reforma universitaria, siendo tan urgente y necesaria, pasa a un segundo
lugar frente al cerco económico y el acoso político a que son sometidas las
Universidades. Ello no puede ni debe
continuar. Una vez más combatir por la
autonomía es combatir por la democracia, en esta dramática historia cíclica
nuestra.
La Universidad
de Carabobo, es centenaria y conoce de estas cosas, pero como hija de la
democracia no permitirá que ésta perezca. Este es el combate al cual estamos
convocados, una vez más, todos los universitarios por la autonomía plena y la
democracia real y efectiva, en un marco de tolerancia y pluralismo, de respeto
y oportunidades para todos.